Magisterio de la Iglesia
San Francisco de Sales
CARTA
ABIERTA A LOS PROTESTANTES Dicho esto, volvamos ahora a nuestro camino. Estas enseñanzas y ejemplos aquí tan señalados de pobreza, castidad y abnegación de sí mismo, ¿para quién se hicieron? Para la Iglesia. ¿Por qué? Nuestro Señor es quien lo dice: Qui potest capere, capiat315. ¿Y quién puede entenderlo? Quien tenga el don de Dios316, y nadie tiene este don sino quien lo pidió317. ¿Pero cómo le han de invocar, si no creen en Él? o ¿cómo creerán en Él si de Él nada han oído hablar? Y ¿cómo oirán de Él, si no se les predica? ¿Y cómo habrá predicadores, si nadie los envía?318 Pero no hay misión alguna fuera de la Iglesia; luego, este qui potest capere, capiat, por consiguiente, no se dirige inmediatamente sino a la Iglesia y a aquellos que están en la Iglesia, porque fuera de la Iglesia no puede ser entendido. San Pablo dice con mayor claridad: Hoc ad utilitatem vestram dico: Os digo esto para provecho vuestro; no para echaros un lazo, sino solamente para exhortaros a lo más loable, y a lo que habilita para servir a Dios sin embarazo319. De hecho, las Escrituras y los ejemplos que en ellas se contienen no son sino que para nuestra utilidad e instrucción320; la Iglesia debe, pues, practicar estos santos consejos de su Esposo; de lo contrario, habría sido en vano y para nada que él los propusiera. Por eso, la Iglesia los tomó como propios, sacando de ellos grande provecho, como seguidamente veremos. Ni bien Nuestro Señor subió a los cielos, luego los cristianos vendían sus posesiones y traían su precio a los pies de los Apóstoles321, y San Pedro, practicando la primera regla, decía: Aurum et argentum non est mihi322. San Felipe tenía cuatro hijas vírgenes323, las cuales Eusebio asegura que permanecieron tales; San Pablo conservó la virginidad o el celibato324, así como San Juan y Santiago; y cuando San Pablo reprendió como censurables algunas viudas jóvenes, quæ postquam lascivierint in Christum nubere volunt, habentes damnationem quia primam fidem irritam fecerunt325, el IV Concilio de Cartago (en que se encontraba San Agustín), San Epifanio, San Jerónimo, y todos los antiguos, interpretaron esto como refiriéndose a las viudas que, teniéndose consagrado a Dios para conservar su castidad, rompieron sus votos uniéndose en matrimonio, contra la fe que habían dado anteriormente al celestial Esposo. Por consiguiente, ya en aquellos tiempos eran practicados en la Iglesia los consejos de los eunucos y de la virginidad, dados por San Pablo. Eusebio de Cesarea explica que los Apóstoles instituyeron dos vías, una según los mandamientos y otra según los consejos; parece evidente que haya sido así, porque según el modelo de la perfección de vida practicada y aconsejada por los Apóstoles, una infinidad de cristianos conformó la suya, de cuyos testimonios la historia está llena. ¿Quién no sabe cuán admirables son los relatos del judío Filón sobre la vida de los primeros cristianos de Alejandría, en su libro intitulado De vita supplicum, o Tratado de San Marcos y sus discípulos? Como atestan Eusebio, Nicéforo, San Jerónimo, y entre otros Epifanio, Filón hablaba de los cristianos cuando escribía acerca de los Jesenos, que por algún tiempo, después de la Ascensión de Nuestro Señor, mientras San Marcos predicaba en el Egipto, fueron así llamados: o debido a Jesé, a cuya raza perteneció Nuestro Señor, o debido al nombre de Jesús, nombre de su Maestro, y que siempre tenían en la boca; quien lea los libros de Filón, verá que esos Jesenos o terapeutas, curadores o servidores, vivían en plena renuncia de sí mismos, de su carne y de sus bienes. San Marcial, discípulo de Nuestro Señor, en una epístola que escribió a los Tolosenses, relata que, por causa de su predicación, la bienaventurada Valeria, esposa de un rey terreno, había consagrado la virginidad de su cuerpo y de su espíritu al Rey Celestial. San Dionisio, en su obra De Hierarchiæ Ecclesiæ326, dice que los Apóstoles, sus maestros, llamaban a los religiosos de su tiempo terapeutas, o sea, servidores o adoradores, por el culto especial que prestaban a Dios, o monjes, debido a la unión en que vivían con Dios. He aquí la perfección de la vida evangélica practicada en esos primeros tiempos de los Apóstoles y sus discípulos, los cuales, abriendo este camino que sube tan derecho para el cielo, fueron seguidos por una multitud de excelentes cristianos. San Cipriano guardó continencia y dio todos sus bienes a los pobres, como refiere el Diácono Poncio; otro tanto hizo San Pablo, el primer eremita, San Antonio y San Hilario, como afirman San Atanasio y San Jerónimo. San Paulino, obispo de Nola, según refiere San Ambrosio, habiendo nacido de una ilustre familia de Guyenne, repartió todos sus bienes a los pobres y, como aliviado de un pesado fardo, dijo adiós a su tierra y a sus familiares para servir más plenamente a su Dios; de este ejemplo se sirvió San Martín para dejar todo e invitar a otros a la misma perfección. Jorge, Patriarca de Alejandría, dice que San Juan Crisóstomo abandonó todo y se hizo monje. Poticiano, gentilhombre africano, volviendo de la corte del emperador, contó a San Agustín que en el Egipto había numerosos monasterios y religiosos, que vivían en una gran dulzura y simplicidad de costumbres, y que en Milán había un monasterio, fuera de la ciudad, con un gran número de religiosos viviendo en gran unión y fraternidad, de los cuales San Ambrosio, obispo de la ciudad, era como su abad; les contó también que, junto a la ciudad de Tréveris, había un monasterio de religiosos donde dos cortesanos del emperador se habían hecho monjes, y que dos jovencitas, novias de estos cortesanos, al conocer la resolución de sus novios, consagraron igualmente a Dios su virginidad, retirándose del mundo para vivir en religión, pobreza y castidad; todo esto lo refiere San Agustín327. Esto mismo cuenta Posidio de él, y también que instituyó un monasterio, lo que el propio San Agustín refiere en una de sus cartas328. Estos santos padres fueron seguidos por San Gregorio, Juan Damasceno, Bruno, Romualdo, Bernardo, Domingo, Francisco, Luis, Antonio, Vicente, Tomás, Buenaventura, todos los cuales, habiendo renunciado y dicho adiós eterno al mundo y a sus pompas, se presentaron en perfecto holocausto al Dios vivo. Concluyamos, pues: estas consecuencias me parecen inevitables. Nuestro Señor dejó plasmados en las Escrituras estos consejos de Castidad, Pobreza y Obediencia, que él mismo practicó e hizo practicar en su Iglesia naciente. Toda la Escritura y toda la vida de Nuestro Señor no fueron sino una instrucción para la Iglesia, y la Iglesia debe sacar provecho de ella. La Iglesia, pues, debía sacar provecho de ella ejercitándose en la castidad, pobreza y obediencia, o renuncia a sí misma. Item, la Iglesia hizo siempre y en todos los tiempos este ejercicio, luego, es una de sus características propias. ¿De que habrían servido tantas exhortaciones si no hubiesen sido practicadas? La Iglesia verdadera debe resplandecer en la perfección de la vida cristiana; no quiere esto decir que todos en la Iglesia estén obligados a seguirla, bastando que sólo en algunos de sus miembros y determinadas partes estuviese presente, a fin de que nada se haya escrito o aconsejado en vano, y que la Iglesia se sirva de cada una de las partes de las Escrituras sagradas. §11 — La perfección de la vida evangélica es practicada en nuestra Iglesia, pero en la pretendida es menospreciada y abolida. La Iglesia actual, siguiendo la voz de su Pastor y Salvador y el camino trazado por sus antepasados, loa, aprueba y tiene en mucha estima la resolución de quienes se proponen la práctica de los consejos evangélicos, de los cuales cuenta con un gran número. No dudo que, si hubieseis visitado las congregaciones de los Cartujos, Camaldulenses, Celestinos, Mínimos, Capuchinos, Jesuitas, Teatinos y muchos otros entre los cuales florece la disciplina religiosa, no pondríais en duda si los deberíais llamar ángeles terrestres o hombres celestes, y no sabríais qué admirar más: si una tan perfecta castidad de tanta juventud, o una tan profunda humildad entre tanta doctrina, o una tan grande fraternidad entre tanta diversidad; y todos, como celestiales abejas, trabajan en la Iglesia y de ella extraen la miel del Evangelio con los demás cristianos, sea predicando, sea escribiendo, sea rezando y meditando, sea enseñando y disputando, sea cuidando enfermos, sea administrando los sacramentos bajo la autoridad de los pastores. ¿Quién obscurecerá jamás la gloria de tantos religiosos de todas las órdenes, y de tantos sacerdotes seculares que, dejando voluntariamente su patria, o mejor dicho, su propio mundo, se expusieron a vientos y mares para aproximarse a las gentes del Nuevo Mundo, a fin de conducirlas a la verdadera fe e iluminarlas con la luz del Evangelio? Muchos, sin más provisiones que una viva confianza en la providencia de Dios, sin más recompensa que el trabajo, la miseria y el martirio, sin más pretensiones que la honra de Dios y la salvación de las almas, anduvieron entre los caníbales, canarios, negros, brasileños, moluquenses, japoneses y otras naciones extranjeras, quedándose en ellas, desterrándose ellos mismos de sus propios países a fin de que estos pobres pueblos no fuesen desterrados del paraíso. Sé que algunos ministros también fueron, pero con cálculos humanos, que fallaron; volvieron sin hacer nada, porque un mono (esto es, quien imita) es siempre un mono. Pero los nuestros se quedaron allí en continencia perpetua, para fecundar la Iglesia con estas nuevas plantas; en pobreza extrema, para enriquecer a los pueblos con el comercio evangélico; y murieron en la esclavitud, para dar a este mundo la libertad cristiana. Pero si, en lugar de sacar provecho de estos ejemplos y confortar vuestros criterios con la suavidad de tan santo perfume, preferís mirar a ciertos lugares donde la disciplina monástica fue abolida, en los cuales de ella sólo queda el hábito, me obligáis a deciros que sólo buscáis las cloacas y desperdicios en vez de los huertos y jardines. Todos los buenos católicos lamentan la desgracia de esa gente y detestan la negligencia de sus pastores y la ambición de aquellos que, queriendo mandar, disponer y gobernar en todo, impiden las elecciones legítimas y el orden de la disciplina para apropiarse de los bienes temporales de la Iglesia. ¿Qué queréis? El Maestro sembró la buena simiente, pero el enemigo le mezcló la cizaña329; no obstante, la Iglesia, en el Concilio de Trento, restableció el orden, pero el propio concilio es despreciado por aquellos que debían cumplirlo, de la tal manera que los propios doctores católicos consideran que es un gran pecado entrar en esos monasterios tan relajados. La honra del orden apostólico no fue impedida por Judas, ni siquiera Lucifer impidió la del orden angélico, ni el diaconado lo fue por Nicolás; de la misma forma, esas abominaciones no deben impedir el brillo de tantos monasterios devotos que la Iglesia Católica conservó, en medio de la disolución de nuestro siglo de hierro, con el fin de que ni siquiera una palabra de su Esposo sea vana y no sea practicada. Por el contrario, señores, vuestra pretendida iglesia desprecia y detesta cuanto puede todo esto. Calvino, en el libro IV de sus Instituciones, no trata de otra cosa que de la abolición de la observancia de los consejos evangélicos. Por lo menos, no me sabréis mostrar algún resquicio, ni ninguna prueba de buena voluntad entre vosotros a este respecto, ya que hasta los ministros se casan, cada cual comercia para juntar riquezas, y nadie conoce otro superior a no ser aquel a quien la fuerza hace reconocer, señal evidente de que esta pretendida iglesia no es aquella a la cual Nuestro Señor predicó, y cuyo retrato diseñó con tan hermosos ejemplos. Porque, si todos se casan, ¿en qué queda el consejo de San Pablo: Bonum est homini mulierem non tangere330? Y si todos corren tras las posesiones y el dinero, ¿a quién se dirigirán las palabras de Nuestro Señor: Nolite thesaurizare vobis thesauros in terra331, y estas otras: Vade, vende omnia, da pauperibus332? Y si cada cual quiere mandar, ¿dónde encontraremos la práctica de esta solemne sentencia: Qui vult venire post me abneget semetipsum?333 Si se pusiere, pues, vuestra iglesia en comparación con la nuestra, la nuestra será la verdadera Esposa, que pone en práctica todas las palabras de su Esposo, y no deja inutilizado ni uno de los talentos de que habla la Escritura; la vuestra será falsa, porque no escucha la voz del Esposo, antes bien la menosprecia; no es razonable que, para tener la vuestra como creíble, se torne vana la menor sílaba de la Escritura, la cual, no dirigiéndose sino a la verdadera Iglesia, sería vana e inútil si en la verdadera Iglesia no se hubiesen empleado todas sus piezas. §12 — Tercera característica: la Universalidad o Catolicismo. El gran padre Vicente de Lérins, en su muy útil Memorial, dice que, sobre todo, tenemos que tener mucho cuidado en creer «lo que siempre fue creído, en todas las partes y por todos». .. . .334 como los feriantes y hojalateros, porque todos los demás nos llaman católicos; porque si a esto añadimos romano, no es sino para enseñar al pueblo la sede del obispo que es pastor general y visible de la Iglesia, y ya desde el tiempo de San Ambrosio335 era lo mismo estar en comunión con Roma y ser católico. Pero en cuanto a vuestra iglesia, se llama en cualquier lugar Hugonote, Calvinista, Zuingliana, herética, pretendida, protestante, nueva o Sacramentaria; vuestra iglesia no existía antes de estos nombres, ni estos nombres antes de vuestra iglesia, porque son nombres propios; nadie os llama católicos: ni siquiera vosotros mismos os atrevéis a hacerlo. Sé bien que entre vosotros vuestras iglesias se llaman reformadas, pero tienen el mismo derecho sobre este nombre los luteranos, ubiquistas, anabaptistas, trinitarios y otros engendros de Lucifer, y ninguno nunca os lo cederá. El nombre de religión es común a la iglesia de los judíos y a la de los cristianos, a la antigua Ley y a la nueva; el nombre católico es propio de la Iglesia de Nuestro Señor; el nombre de reformada es una blasfemia contra Nuestro Señor, que formó y santificó su Iglesia en su Sangre, de tal manera que nunca tuviera que ser reformada aquella que es hermosa esposa336 y columna y apoyo de la verdad337. Se pueden reformar los individuos y los pueblos, pero no la Iglesia ni la religión, porque, si ella era Iglesia y religión, estaba bien formada, ya que a la deformación se llama herejía e irreligión. El rojo de la sangre de Nuestro Señor es demasiado vivo y fino para tener necesidad de nuevos colores; vuestra iglesia, por ende, llamándose reformada, se separa de la formación que el Salvador le había dado. No puedo dejar de deciros lo que entienden Beza, Lutero y Pedro Mártir. Pedro Mártir llama a los luteranos luteranos, y dice que vosotros sois sus hermanos; por consiguiente, sois luteranos. Lutero os llama fanáticos o Sacramentarios; Beza llama a los luteranos consubstancialistas y químicos, y a pesar de eso, los considera como iglesia reformada. He aquí, pues, los nuevos nombres que estos reformadores se dan unos a los otros; vuestra iglesia, por ende, no teniendo siquiera el nombre de católica, no puede en conciencia recitar el Símbolo de los Apóstoles, o entonces os juzgáis a vosotros mismos, ya que, confesando que la Iglesia es Católica y Universal, persistís en la vuestra que no lo es. Verdaderamente, si San Agustín viviese ahora, se mantendría en nuestra Iglesia, ya que ésta, desde tiempos inmemoriales, siempre tuvo el nombre de católica. |