Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO II

CAPÍTULO II
Qué entendemos por Corazón de la Santísima Virgen

   Siendo mi intención hablar de las prodigiosas excelencias y de las incomparables maravillas del Corazón admirable de la Santísima Madre de Dios conforme a las luces que plazca comunicarme el que es luz esencial y fuente de toda luz, a través de las divinas Escrituras y textos de los Santos Padres, comenzaré diciendo en primer término que la palabra corazón goza de numerosas significaciones en la Sagrada Escritura.

1. SAGRADA ESCRITURA

   En la Sagrada Escritura tiene la acepción del corazón material y corporal que llevamos en el pecho, y que es la parte más noble del cuerpo humano, el principio de la vida, el primero en vivir y el último que muere, la sede del amor, del odio, de la alegría, de la tristeza, de la ira, del temor y demás pasiones del alma. A este corazón hace alusión el Espíritu Santo cuando dice: «Guarda tu corazón con toda cautela porque es manantial de vida»[26], como si dijese: Pon sumo cuidado en dominar y regir las pasiones de tu corazón, porque si las tienes bien sometidas a la razón y al espíritu de Dios, gozarás de una larga y tranquila vida en el cuerpo, y honrosa y santa vida en el alma; pero, al contrario, si ellas dominan y gobiernan tu corazón a su placer, te conducirán a la muerte temporal y eterna por sus desarreglos.

   2.— La palabra corazón se emplea en las Sagradas Escrituras para significar la memoria. En este sentido puede verse aplicada en la expresión del Señor a sus Apóstoles: «Tened presente en vuestros corazones» —es decir acordaos— cuando se os conduzca por mi causa delante de los reyes y de los jueces «de no preocuparos de vuestra defensa»[27].

   3.— Denota también el entendimiento, por medio del cual se hace la meditación, que consiste en un discurso y razonamiento de nuestra mente sobre las cosas de Dios, para tratar de persuadirnos y convencernos a nosotros mismos de las verdades cristianas. Es el corazón lo que se indica con estas palabras: «Mi corazón —es decir, mi mente— está de continuo aplicada a meditar y considerar vuestras grandezas, vuestros misterios y vuestras obras»[28].

   4.— Expresa, además, la voluntad libre de la parte superior y racional del alma, que es la más noble de sus potencias, la reina de las otras restantes facultades, la raíz del bien o del mal, la madre del vicio o de la virtud. A este corazón se refiere Nuestro Señor cuando dice: «El hombre bueno —es decir la buena voluntad del hombre justo— es un rico tesoro del cual no puede salir más que toda clase de bien; pero el mal corazón» —o sea, la mala voluntad del hombre perverso— «es fuente de toda clase de males»[29].

   5.— Se entiende por él la parte suprema del alma que los teólogos llaman «punta del espíritu» mediante la cual se realiza la contemplación que consiste en una sola mirada, una simplicísima visión de Dios, sin discurso ni razonamiento, ni multiplicidad de pensamientos. A esta parte del alma entienden los Santos Padres que se refieren las palabras que el Espíritu Santo pone en boca de la Santísima Virgen: «Yo duermo, y mi corazón está en vela»[30]. Porque el descanso y sueño de su cuerpo no impedía, afirma San Bernardino de Sena, y otros muchos, que su Corazón, es decir, la parte superior de su espíritu, estuviese siempre unido a Dios en altísima contemplación[31].

   6.— A veces se quiere dar a entender todo el interior del hombre; quiero decir, todo lo que con el alma se relaciona, lo mismo que la vida interior y espiritual, de conformidad con las palabras del Hijo de Dios al alma fiel: «Ponedme como un sello sobre vuestro corazón y sobre vuestro brazo»[32]; es decir, imprimid por una perfecta imitación, la imagen de mi vida interior y exterior en vuestro interior y en vuestro exterior, en vuestra alma y en vuestro cuerpo.

   7.— Significa también al Espíritu divino, que es el Corazón del Padre y del Hijo, y que ellos nos quieren dar para que sea espíritu y corazón nuestro: «Yo os daré un corazón nuevo, e infundiré un espíritu nuevo en vuestro pecho»[33].

   8.— Al Hijo de Dios se le llama en la Sagrada Escritura, Corazón del Padre eterno; y de este corazón habla el Padre a su divina Esposa, la purísima Virgen, cuando le dice: «Llagaste mi corazón, hermana y esposa»[34]. O como traducen los Setenta: Prendiste mi corazón. Este mismo Hijo de Dios es también llamado en la misma Escritura, «espíritu nuestro»[35], o sea, alma de nuestra alma, Corazón de nuestro corazón.

   Todos estos corazones se encuentran en la Madre del amor, en la que forman un Corazón único, ya porque las facultades de la parte superior e interior de su alma han estado siempre perfectamente compenetradas, ya porque Jesús, —Corazón de su Padre—, y el Espíritu Santo —Corazón del Padre y del Hijo— le han sido entregados como espíritu de su espíritu, alma de su alma, y Corazón de su Corazón.

2. TRES CORAZONES Y UN SOLO CORAZÓN

   Con objeto, sin embargo, de conocer mejor lo que entendemos por Corazón de la Santísima Virgen, bueno será tener en cuenta que, así como, en Dios adoramos tres Corazones, siendo en realidad un solo Corazón lo que adoramos; así como en el Hombre-Dios adoramos tres Corazones que no forman más que un único Corazón, de parecida manera veneramos tres Corazones en la Madre de Dios, que no son más que un solo Corazón.

   El primer Corazón que reside en la Santísima Trinidad, es el Hijo de Dios, que es el Corazón del Padre, como queda dicho más arriba. El segundo es el Espíritu Santo, que es el Corazón del Padre y del Hijo. El tercero, es el Amor divino, uno de los atributos de la esencia divina, que constituye el Corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; tres Corazones que vienen a constituir tan sólo un único y mismo Corazón, con el que las Tres divinas Personas se aman entre si con amor tan grande como se merecen, amándonos igualmente a nosotros con una caridad incomparable.

   El primer Corazón del Hombre-Dios es un Corazón corporal, deificado, al igual que las demás partes de su sagrado cuerpo, por la unión hipostática que mantiene con la divina persona del Verbo eterno. El segundo, es su Corazón espiritual, la parte superior de su santa alma, que comprende su memoria, entendimiento y voluntad, y que se halla especialmente deificado por la misma unión hipostática. El tercero, es su corazón divino, que es el Espíritu Santo, que ha animado eternamente su adorable humanidad en forma más vívida que su misma alma y su propio Corazón; tres Corazones en este admirable Hombre-Dios que no son más que un solo Corazón, pues por ser su Corazón divino, alma, corazón y vida de su Corazón espiritual y corporal, los instala en una unidad tan perfecta con él, que los tres Corazones no forman sino un único corazón, desbordante de amor infinito hacia la Santísima Trinidad, y de una incomprensible caridad hacia los hombres.

   El primer Corazón de la Madre de Dios, es su Corazón corporal encerrado en su pecho virginal. El segundo, su Corazón espiritual, el Corazón de su alma, indicado en las palabras del Espíritu Santo: «Toda la gloria de la Hija del Rey se difunde desde su interior»[36], es decir, en el corazón y en lo más intimo de su alma, de que hablaremos ampliamente más adelante. —El tercer Corazón de esta Virgen divina es el que ella nos muestra cuando dice: «Yo duermo, pero mi Corazón vela»; es decir, según la explicación de muchos Santos Doctores, mientras concedo a mi cuerpo el descanso que necesita, mi Hijo Jesús, que es mi Corazón y como a tal le amo, está de continuo velando por mí y sobre mí.

   El primero de estos Corazones es el corporal, aunque plenamente espiritualizado por el espíritu de gracia y por el Espíritu de Dios de que rebosa.

   El segundo es el espiritual, pero divinizado, no por la unión hipostática como el Corazón espiritual de Jesús, a que antes nos referimos, sino por una eminentísima participación de las divinas perfecciones, como podremos ir viendo a lo largo de esta obra.

   El tercero es divino, Dios mismo, ya que es el Hijo de Dios.

   Estos tres corazones de la Madre de Dios no son más que un solo Corazón, en la unión más santa y más estrecha que ha podido o pueda darse jamás, después de la unión hipostática. A estos tres Corazones —mejor aún, a este único Corazón— se refieren las palabras por dos veces pronunciadas, del Espíritu Santo: «María conservaba todas estas cosas en su Corazón»[37].

   Pues, ante todo, María conservaba todos los misterios y maravillas de la vida de su Hijo hasta cierto punto en su Corazón sensible y corporal, principio de la vida y asiento del amor y demás pasiones; porque todos los movimientos y latidos de este virginal Corazón, todas las funciones de la vida sensible que de él procedían, las aplicaciones todas de las pasiones susodichas, estaban dedicadas a Jesús y a todo cuanto en Él tenía lugar: el amor, para amarle; el odio, para odiar cuanto le era contrario, a saber, el pecado; la alegría, para gozarse en su gloria, en sus grandezas; la tristeza, para condolerse por sus trabajos y sufrimientos; y así de todos los demás sentidos.

   En segundo término, las conservaba en su Corazón, es decir, en la parte más noble de su alma, en lo más íntimo de su espíritu. Porque todas las facultades de la parte superior de su alma se hallaban ininterrumpidamente aplicadas a la contemplación y adoración de cuanto acontecía en la vida de su Hijo, aun lo más insignificante.

   En tercer lugar, las conservaba en su Corazón, en su Hijo, espíritu de su espíritu y corazón de su Corazón: Jesús las conservaba para ella, sugiriéndoselas y confiándoselas a su memoria cuando lo creía conveniente, ya para que le sirviesen de alimento a su alma para la contemplación, en la que le rendía los honores y adoraciones debidas, ya para que pudiese referirlas a los Apóstoles y Discípulos, que habían de predicarlas a los fieles.

   Esto es lo que entendemos por Corazón admirable de la predilecta de Dios, que viene a ser imagen exacta del adorable Corazón de Dios y del Dios-Hombre, como vamos a ver con mayor claridad inmediatamente.

   Tal es el tema egregio de que voy a tratar en este libro. Los tres siguientes capítulos os evidenciarán con toda claridad lo que es en particular el Corazón corporal de la Madre del Salvador, lo que representa su Corazón espiritual, y su Corazón divino. A lo largo de toda la obra podréis ir encontrando infinidad de asuntos referidos a su Corazón corporal, otros que convienen al Corazón espiritual, cosas que se refieren tan sólo a su corazón divino, y otras que hacen alusión a los tres. De todas ellas podrá beneficiarse vuestra alma si las leéis después de haber elevado vuestro espíritu al Espíritu de Dios, con intención de aprovecharos.

   A este fin, tendréis que tener presente en la lectura el levantar de vez en cuando vuestro corazón a Dios, para alabarlo por la gloria que se da y se estará dando por toda la eternidad a Sí mismo por esta maravillosa obra maestra de su divino amor; para bendecirlo por todos los favores con que ha enriquecido este augustísimo Corazón; para darle gracias por las incontables gracias que por su medio ha otorgado a los hombres; y para ofrecerle vuestro corazón pidiéndole a un tiempo que lo modele según este Corazón, destruyendo cuanto le desagrada en él, y esculpiendo en él una imagen del Santísimo Corazón de la Madre del Santo de los Santos, a quien os exhorto ofrecer con frecuencia vuestro corazón con idéntico fin.

3. INVOCACIÓN

   ¡Oh Jesús, Hijo único de Dios, Hijo único de María! Bien veis que estoy trabajando en una empresa que escapa infinitamente a mis alcances; pero la he emprendido por amor vuestro y de vuestra dignísima Madre, por la confianza que tengo en la bondad del Hijo y en la caridad de la Madre. Bien sabéis, Salvador mío, que no pretendo otros fines que los de agradaros, y rendiros a Vos y a vuestra divina Madre un insignificante reconocimiento de tantas y tan grandes misericordias como he recibido de vuestro paternal Corazón por intercesión de su benignísimo Corazón. Veis asimismo que de mi parte no soy más que un abismo de indignidad, de ineptitud, de tinieblas, de ignorancia y de pecado, por lo cual renuncio con toda mi alma a cuanto me pertenece; me entrego a vuestro divino espíritu y santa iluminación; me entrego al inmenso amor que tenéis a vuestra querida Madre; me entrego al celo ardentísimo que tenéis por vuestra gloria y por su honor. Sostened y animad mi espíritu, esclareced mis tinieblas, consumid mi corazón, conducid mi mano, dirigid mi pluma, bendecid mi trabajo, y dignaos serviros de él para acrecimiento de vuestra gloria, honor de vuestra bendita Madre, e imprimir en los corazones de los lectores de este libro una devoción sincera a su amabilísimo Corazón.  

 

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