Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO III (Continuación)

3. EL CORAZÓN DE CARNE

   El Corazón corporal de la Santísima Virgen, por ser la parte más noble de su sagrado Cuerpo, es digno de una veneración particularísima.

   ¿Sabes, caro lector, por qué me he extendido tanto exponiendo las excelencias de los sagrados miembros del cuerpo virginal de la Madre de Dios, y la veneración a que son acreedores? Para imprimir en tu alma una profunda estima y especialísima devoción en tu corazón hacia el divino Corazón de nuestra Madre admirable, en fuerza de una incontrovertible consecuencia. que arranca de cuanto queda ya dicho. Pues si el Espíritu Santo, el Hijo de Dios y sus. Santos celebran con tan sentidos loores los miembros sagrados del sagrado cuerpo de la Madre del Salvador, ¿no salta invenciblemente a la vista, que su bienaventurado Corazón, la primera y más digna parte de su cuerpo, merece una veneración singularísima? Y ¿no debemos compenetrarnos de los sentimientos de nuestro Guía, Jesús, e imitar el ejemplo que nos da? Si, pues, el hijo primogénito de María, nuestro, jefe y hermano, da muestras de tanto celo para honrar las menores cosas que aparecen en el exterior de su Madre dignísima, ¿quién verá con malos ojos que los demás hijos de esta amorosa Madre, se comporten conforme al espíritu de su Guía, imitando el ejemplo de su hermano, mayor, rindan particular honor a su Corazón materno, y le dediquen una fiesta especial con permiso de la Santa Iglesia?

   ¿Podría objetar alguno que de establecerse tal fiesta habría de hacerse otro tanto con su cabeza, sus ojos, sus manos y sus pies? Pero esta consecuencia no es necesaria.

   Porque, decidme, os ruego, ¿no es cierto que todas las llagas que nuestro Salvador recibió en su santo cuerpo son dignas de veneración y deben adorarse incesantemente por los moradores de cielos y tierra, y sin embargo, la devoción de los fieles se fija principalmente en las cinco llagas de sus manos, pies, y costado, y que la Iglesia celebra en multitud de ocasiones fiestas particulares en honor de estas cinco solamente, con excepción de las demás?

   ¿No es cierto que todos los pensamientos, palabras, acciones, mortificaciones de este divino Salvador, todas sus santas acciones, todos los santos usos que de las partes de su cuerpo y alma hizo, son de un mérito infinito, y que todas estas cosas son dignas de otras tantas solemnidades permanentes y eternas; y que sin embargo la Iglesia no solemniza más que un reducido número de las más señaladas acciones y misterios de su vida?

   ¿Ignoráis acaso que todos los santos miembros de su cuerpo místico que están ya en el cielo, y cuyo número es incalculable, son dignos de tal veneración hasta el punto de no haber ni uno siquiera que no merezca en la tierra una fiesta especial en su honor; y que sin embargo sólo es celebrada con solemnidad la memoria de los principales y más importantes?

   ¿No sabéis que la gloriosa Reina del cielo ha realizado un sin fin de santas acciones, en el transcurso de su vida mortal, las cuales han de ser eterno objeto de alabanza para los ángeles y santos del cielo, y que deben ser consideradas como muy dignas de que se les asignen días especiales consagrados a su honor en la tierra: y que sin embargo no se celebra memoria sino de las más señaladas, como la que conmemora la presentación en el templo, la visitación a su prima Santa Isabel, y la sujeción a la Ley de la Purificación?

   Tampoco debéis perder de vista que en esta soberana Princesa nada hay pequeño, ni en su interior ni en su exterior; antes lo contrario, debéis saber que nada existe en Ella que no sea grande y por consiguiente digno de un grandísimo honor, y digno también de que cielos y tierra se ocupen en celebrarlo con eterna solemnidad, porque es tal su dignidad de Madre de Dios, que es hasta cierto punto infinita y comunica también casi infinita excelencia a cuanto se relaciona con Ella.

   Pero es necesario que sepáis que su Corazón virginal —quiero decir, aun el corporal—, es acreedor a una veneración singularísima por las sublimísimas excelencias de que está adornado, y por otras muchas consideraciones que vais a ver en seguida. Por lo tanto, si se celebra una fiesta especial en su honor, no se sigue que haya de establecerse otras fiestas con relación a las distintas partes de su cuerpo.

   ¡Qué gloria y qué honor deseará se rinda al incomparable Corazón de su preciosísima Madre, el Hijo de Dios, que tanta solicitud muestra por las menores cosas que afectan a sus siervos, hasta llegar a asegurarlos que lleva cuenta de todos los cabellos de sus cabezas y que ni uno sólo se desprenderá. Y que coronará con gloria inmortal las menores acciones que se hagan en su servicio!

4. SUS PRERROGATIVAS

   De otras muchas prerrogativas del Corazón corporal de la Santísima Virgen, que le hacen digno de una gran veneración.

   Notad cinco maravillosas prerrogativas del Corazón corporal de nuestra Madre admirable, que le hacen digno objeto de veneración a los Ángeles y a los hombres.

   Es la primera la de ser principio vital de esta Madre divina, principio de todas las funciones de su vida corporal y sensible, tan santa en si misma y en sus acciones; principio de vida de la Madre de Dios; de la vida de la que dio a luz al Hijo de Dios; de la vida de la Reina del cielo y de la tierra; de la vida de quien Dios escogió para dar la vida a. todos los hijos de Adán, precipitados en el abismo de la muerte eterna; de una vida tan noble, en fin, tan digna y tan santa, que es más preciosa delante de Dios que todas las vidas de los hombres y de los ángeles juntos.

   La segunda prerrogativa de este Santo Corazón, es la de haber preparado y ofrecido la sangre virginal de que se formó el sagrado cuerpo del Hombre-Dios, en las purísimas entrañas de su preciosa Madre. Notad, os ruego, cómo no digo que Nuestro Señor Jesús haya sido formado en su Encarnación, en el Corazón de su Madre. Es éste un error que según el Cardenal Cayetano, se originó en su tiempo[64], y que ha sido frecuentemente condenado y rechazado como herejía perniciosa directamente opuesta a la expresión del Ángel: «concebirás en tu seno»[65]. Un error que venía a destruir la divina Maternidad de nuestra Reina, porque si no habla concebido al Hijo de Dios en su virginal seno, no sería realmente Madre suya. Mi afirmación es que su Corazón ha elaborado y prestado la sangre de que se formó su cuerpo.

   Comparten esta afirmación muchos Doctores de nota al decir que si la Santísima Virgen fue presa en un principio de turbación y temor frente a las alabanzas del ángel, su sangre se concentró rápida y abundantemente, como acontece en tales casos, en su Corazón para fortalecerla; y que al asegurarla y declararla el Santo Arcángel Gabriel los grandes planes de Dios sobre ella, este mismo Corazón fue invadido por una gran alegría, que al abrirse y dilatarse como una preciosa rosa, salió de él Sangre hacia las purísimas entrañas, de que el Espíritu Santo se sirvió para formar el sagrado cuerpo del Salvador, juntándolo con la sangre virginal de las mismas entrañas; como era menester para la realización del misterio de la Encarnación.

   Mas para mejor inteligencia de esto, advertid en primer término que los Santos Padres, lo mismo que el Sexto Concilio general habido en Constantinopla, aseguran que la materia que la Santísima Virgen ha dado para formar el cuerpo del Verbo eterno, ha sido su purísima sangre.

   En segundo lugar, tened presente, que son muchos y eminentes los doctores de hoy en día sobre los problemas del cuerpo humano, que fundados en la afirmación de Aristóteles de que es el corazón origen de la sangre, y sobre muchas razones y experimentos, llegan a sostener esta misma idea; y que el corazón dispone de dos cavidades, en una de las cuales se encuentran pequeños orificios por donde circula la sangre en comunicación con las restantes partes del cuerpo. No ignoro tampoco que hay muchos otros doctores —antiguos y modernos— que afirman que el centro productor de la sangre es el hígado. Pero sea de ello lo que fuere sobre el lugar de origen, todos convienen en que la sangre toda del cuerpo humano pasa por el corazón, que en él se perfecciona y transforma, sin que se haga de ella empleo alguno ni en la nutrición del cuerpo, ni en la generación o conservación de la vida, ni en otra función cualquiera, antes de recibir su última transformación en el corazón[66].

   Esto sentado, bien puede afirmarse con toda verdad, o que la purísima sangre de que fue formado el cuerpo adorable de Jesús, en el sagrado seno de María brotó directa e inmediatamente del maternal Corazón de esta Virgen divina, al tiempo de la Encarnación del Hijo de Dios; o, que de no haber brotado inmediatamente, en él tomó partida y origen; y que el, Corazón virginal es su primera fuente. Y que si no ha tomado su primer origen, por él ha pasado y en él ha recibido las cualidades y las convenientes y necesarias disposiciones para ser empleada en la inefable generación y admirable alumbramiento del Niño Dios en las benditas entrañas de la Madre de Dios.

   Por mi parte preferiría la primera de las tres proposiciones, por ser más ventajosa para el divino Corazón de nuestra gloriosa Reina, y por estar respaldada con la autoridad de un sin número de grandes doctores, principalmente en la forma explicada por Cartagena[67], cuando afirma que el Espíritu Santo se sirvió de una porción de la purísima sangre de la Santísima Virgen brotada de su corazón, junto con la sangre virginal de sus benditas entrañas, dispuesta ya a la realización del misterio de la Encarnación,, para formar el cuerpo adorable del Niño Dios..

   ¡Oh Jesús, Hijo de María, Dios de mi corazón, entregado a nosotros por el incomprensible amor del Padre eterno! Vuestro amor infinito os hizo salir del seno del Padre para venir al seno «de vuestra Madre y al centro de nuestras almas. La virtud del amor personal —el Espíritu Santo, os formó en las entrañas virginales. Así fue tan conveniente, oh Dios de amor, que la materia de que había de formarse vuestro santo cuerpo, fuese asumida del Corazón abrasado en caridad de la Madre del amor, para que fueseis, de verdad fruto del vientre y del Corazón de vuestra Madre, como lo sois del seno de vuestro Padre, a quien sea bendición, alabanza y gloría con Vos y el Espíritu Santo.

   La tercera prerrogativa del Corazón corporal de la bienaventurada Madre Virgen es la de ser principio de la vida humana y sensible del Niño Jesús, mientras permanece en las entrañas de María. Pues mientras el niño permanece, en el seno de su madre, el corazón de ésta es totalmente fuente de la vida del niño, como de : su misma vida. ¡Oh Corazón real de la Madre del amor, del que dispuso el Rey de vivos y muertos que su vida estuviese dependiendo por —espacio de nueve meses! ¡Oh incomparable Corazón, que no tienes sino una sola y única vida, con el que es vida del Padre eterno y fuente de toda vida! ¡Oh admirable Corazón, principio de dos vidas tan nobles y tan preciosas: principio de la santísima vida de una Madre de Dios y principio de la vida humanamente divina y divinamente humana de un Hombre-Dios!

   Mas no sólo ha sido principio este maravilloso Corazón de la vida de Jesús, durante los nueve meses que permaneció en el seno virginal, sino que también contribuyó a lo largo de muchos años a la conservación de esta vida tan digna y tan importante, formando y produciendo en los sagrados pechos de la Virgen Madre la purísima leche con que se nutrió este Niño adorable.

   La cuarta prerrogativa de este amabilísimo Corazón es la señalada en las palabras de la Esposa a su divino Esposo —María a Jesús— su hijo y su Padre, su Hermano y esposo a la vez: «nuestro tálamo está cubierto y embalsamado de flores»[68]. ¿Cuál, sino su Corazón, es este lecho, sobre el que el divino Niño Jesús ha reposado dulcemente?

   Es un aventajado privilegio el del discípulo predilecto de Jesús el haberse reclinado sólo una vez sobre su adorable pecho, del que sacó maravillosas ilustraciones y secretos. Mas ¡cuántas veces no se reclinó el divino Salvador en el seno y en el Corazón de su queridísima Madre! ¡Qué abundancia de ilustraciones, de gracias y bendiciones volcaría este sol eterno —fuente de luces y gracias—, en aquel Corazón maternal sobre el que reposó centenares de veces! ¡En aquel Corazón que jamás ofreció obstáculo a la gracia divina; en aquel Corazón que estaba siempre presto a recibirlas; en aquel Corazón al que amaba por encima de todos los corazones, y del que recibía más amor que de todos los corazones de los Serafines! ¡Qué unión, qué comunicaciones, qué correspondencias, qué abrazos entre estos dos Corazones, entre estas dos hogueras de amor inflamadas de continuo al soplo divino del Espíritu Santo!

   ¡Oh Salvador mío!; paréceme oír vuestra invitación a toda alma fiel a que os ponga como sello sobre su corazón!, como vuestra Madre hizo excelentemente, grabándoos sobre su corazón como imagen viviente de vuestra vida, de vuestras costumbres y virtudes. Y no contento con esto, Vos mismo habéis querido poneros como sello sobre su Corazón, para cerrarlo a cuanto no seáis vos, y constituiros en absoluto soberano y dueño único suyo. Vos mismo habéis quedado impreso sobre este Corazón maternal de una manera digna del amor de tal Hijo al Corazón de tal Madre. Que os amen y bendigan eternamente todos los espíritus del cielo y de la tierra, por los incontables favores con que habéis colmado a este Corazón admirable.

5 LAS PASIONES DEL CORAZÓN DE MARÍA

   Y aquí tenemos la quinta prerrogativa de este Corazón divino: ser altar santo donde se realiza un grande y perenne sacrificio de todas las pasiones naturales que en el corazón tienen asiento, donde se halla la parte concupiscible del alma junto con la irascible, de que ha dotado Dios al hombre y demás animales para ayudarles y estimularles a odiar, temer, huir, combatir y destruir las cosas que les son contrarias y perjudiciales; y a amar, desear, esperar, buscar y perseguir cuanto les sea conveniente y provechoso.

   Estas dos partes o dos pasiones capitales encierran otras once, que vienen a ser otros tantos soldados a las órdenes de dos capitanes, o si preferís, otras tantas armas e instrumentos de que ellos se sirven para los fines indicados.

   Cinco pertenecen a la parte irascible: la esperanza y la desconfianza, el ardimiento y el temor, y la ira.

   Las seis restantes se refieren a la parte concupiscible y son: el amor, el odio, el deseo, la fuga, la alegría y la tristeza.

   Tras la rebelión del hombre contra los mandamientos de Dios, las pasiones todas se volvieron contra él, precipitándose en tal desorden que en lugar de quedar sometidas enteramente a la voluntad, reina de todas las facultades anímicas, la hacen corrientemente esclava suya; y en vez de ser centinelas del corazón, en que moran, y conservar la paz y tranquilidad, son de ordinario tan viles verdugos que llegan a dilacerarle y llenarle de turbación y guerra.

   No ocurre así con las pasiones del Corazón de la Reina de los ángeles, siempre sometidas a la razón y a la divina voluntad, que dominaba soberanamente sobre todas las partes de su cuerpo y alma.

   Y, si fueron deificadas estas mismas pasiones en el Corazón divino de N. S. Jesucristo, también fueron santificadas en eminente modo en el Corazón de su preciosísima Madre. Tanto más cuanto que el sagrado fuego del divino amor que ardía día y noche en el horno ardiente de este corazón virginal, ha sido de tal forma purificado, consumido y transformado en sí mismo a las antedichas pasiones que, como dicho celeste fuego no tenía otro objeto que a sólo Dios, hacia el cual se abalanzaba incesantemente con un ardor y una impetuosidad sin igual; en la misma forma tales pasiones estaban siempre orientadas hacia Dios, ni se ocupaban más que en Dios, ni eran empleadas más que para servicio de Dios, que las poseía, invadía, las animaba y abrasaba maravillosamente, haciendo de ellas un perenne sacrificio a la Santísima Trinidad.

   Porque a mi se me aparece el purísimo cuerpo de la Madre de Dios, como un templo sagrado, el templo más augusto que existir haya podido, después del templo de la santa humanidad de Jesús. Para ¡ni su Corazón virginal es el altar santo de este templo. El amor divino, el gran sacerdote que ofrece a Dios sacrificios agradabilísimos a su divina Majestad. La Voluntad divina le procura las víctimas innúmeras que en este altar han de ser sacrificadas; entre las cuales paréceme distinguir las once pasiones, sacrificadas por la espada flamígera que este gran sacerdote sostiene en su mano, es decir, por la virtud del amor divino; allí, en el celeste fuego que arde sobre este altar, son consumidas y transformadas, siendo así a la par inmoladas a la Santísima Trinidad en sacrificio de alabanzas, de gloria y de amor.

   Allí se consume y transforma el amor humano en amor divino, cuyo único objeto es sólo Dios.

   Allí es destruido y transformado el humano y natural odio hacia cualquier creatura, en un odio sobrenatural y divino orientado contra el pecado y cuanto al pecado respecta.

   Allí es aniquilado todo deseo, y convertido en un simple y purísimo deseo de cumplir en todo y por encima de todo la Voluntad divina.

   En este altar se aniquila toda aversión a cosas que el amor propio, la sensualidad, el orgullo del hombre rechazan, como la mortificación, la privación de comodidades de la vida, el desprecio y la abyección, quedando transformada en una diligente huida de las ocasiones de ofender a Dios, junto con los honores, las alabanzas, las satisfacciones sensuales, y cuanto puede satisfacer a la ambición, al amor propio y a la propia voluntad.

   En él queda muerta toda vana alegría por las cosas caducas y perecederas de este mundo, y por los éxitos que tanto colman la inclinación del hombre, viéndose transformada en una alegría santa por todo cuanto es conforme al beneplácito divino.

   En él son reprimidas las tristezas nacidas de cosas contrarias a la naturaleza y a los sentidos, trocándose en una saludable tristeza que se origina tan sólo de cuanto es ofensa a Dios.

   En él se extinguen toda esperanza y pretensión de riquezas, placeres y honores de la tierra, y toda confianza en sí mismo o en cualquier otra cosa criada, y se trueca en la esperanza única de bienes eternos y en la sola confianza en la bondad divina.

   En este altar se aniquila totalmente toda desconfianza del poder divino, de su bondad, de la verdad de las palabras y fidelidad a sus promesas, viéndose trocada en una gran desconfianza de sí mismo y de cuanto no sea Dios, que hace que la Virgen fidelísima jamás se apoye en sí misma ni en cosa alguna creada, sino en el solo poder y misericordia de Dios. Pues tiene bien conocidas aquellas palabras: «Desgraciados los que se abandonan a la dejadez y descorazonamiento, en vez de confiar en Dios, pues se hacen indignos de su amparo»[69].

   En él son destruidas la osadía y la intrepidez por emprender cosas relacionadas con el mundo, o, tratándose de cosas buenas, pero lo verifican sin el designio de Dios, y sin haberlo consultado n i haber tomado consejo su espíritu, pasando a ser una fuerza divina que le impele a combatir denodadamente y vencer triunfalmente las dificultades y los obstáculos que se le opongan en el cumplimiento del mandato de Dios.

   Todo temor de pobreza, de dolor, de menosprecio, de muerte y de todos los otros males temporales que los hombres de carne y sangre suelen experimentar; como también todo temor de un Dios mercenario y servil, es ahogado y cambiado en el sólo temor amoroso y filial de desagradarle por poco que sea, o de no hacer algo para agradarle más.

   Toda cólera e indignación sea contra cualquier creatura y para cualquier motivo sujeto, es extinguida completamente y transformada en una justísima y divina cólera contra toda especie de pecado, que le pone en disposición de convertirse en polvo y ser sacrificada mil veces para aniquilar el menor de todos los pecados, si tal fuera el agrado de Dios.

   Así este gran sacerdote, que es el amor divino, sacrifica a la adorabilísima Trinidad, sobre el santo altar del Corazón de María, todas sus pasiones, inclinaciones y sentimientos de amor, de odio, de deseo, de fuga o de aversión, de alegría, de tristeza, de esperanza, de desconfianza, de atrevimiento, de temor y de cólera.

   Y este sacrificio se realiza desde el primer instante en que este santo Corazón ha comenzado a moverse en su pecho virginal, es decir. desde el primer instante de la vida de esta Virgen inmaculada; y continúa incesantemente hasta el último suspiro realizándose siempre, cada vez con más amor y santidad. ¡Oh grande y admirable sacrificio, y maravillosamente agradable al Dios de los corazones! ¡Oh bienaventurado Corazón de la Madre del amor, por haber servido de altar a este divino sacrificio!

   ¡Bienaventurado Corazón por no haber amado ni deseado nada más que a Aquél que es únicamente amable y deseable! ¡Bienaventurado Corazón, por haber puesto toda su alegría y todo su contentamiento en amar y honrar a Aquél que es sólo capaz de contentar el corazón humano; y por no haber tenido nunca más tristeza que la que se originaba de las ofensas que sabía se hacían contra su divina Majestad!

   Bienaventurado Corazón que nunca odió nada, ni huyó nada, ni temió nada más, que lo que podía herir los intereses de su Bien-amado; y que nunca se encolerizó más que contra lo que se oponía a su gloria !

   ¡Bienaventurado Corazón, que de tal manera ha sido cerrado a todas las pretensiones de la tierra y del propio interés que nunca ninguna tuvo lugar en él; que no ha tenido menos confianza en Dios que desconfianza en si mismo; y que, estando armado de la firme esperanza que tenía en la divina Bondad, y de una santa generosidad, nunca ha cedido a las dificultades y obstáculos que el infierno y el mundo le han suscitado para impedirle avanzar en las vías del amor sagrado; sino que los ha superado siempre con una fuerza invencible y una constancia infatigable!

   ¡Bienaventurados los corazones de los verdaderos hijos de María, que procuran conformarse al Corazón santísimo de su buenísima, Madre! ¡Bienaventurados los corazones que son otros tantos altares sobre los que el amor divino realiza un continuo sacrificio de todas sus pasiones consumiéndolas en su fuego y transformándolas en las de Jesús y María; es decir, haciendo que estos mismos corazones sepan amar Y odiar, desear y huir, alegrarse y entristecerse, desconfiar y confiarse, ser atrevidos y temerosos, y tener indignación y cólera, no al modo de los hijos del siglo y de los hombres de carne y sangre; sino al modo del Hijo de Dios, de la Madre de Dios, y de sus verdaderos hijos. ¡Oh Jesús, hacednos esta gracia, yo os conjuro por el amabilísimo Corazón de vuestra dignísima Madre y por todas las bondades de vuestro adorable Corazón!

 

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NOTAS

  • [64] In 3, 31, 5.

  • [65] Luc. 1, 31.

  • [66] El lector moderno advertirá fácilmente que San Juan Eudes se mueve dentro de las teorías de su tiempo: en las que, por lo demás, no se detiene demasiado.

  • [67] De B. Virgine, 1. 5. Hom. 14.

  • [68] Cant. 1. 5.

  • [69] Eccl. 2, 15.