CAPÍTULO IV
El Corazón espiritual de la bienaventurada Virgen
El Espíritu Santo,
que acostumbra a comprender muchas cosas en pocas palabras, al hacer una
descripción favorable y honrosa de las principales facultades tanto del cuerpo
como del alma de su divina Esposa, la bienaventurada Virgen, y al querer hacer
el panegírico de su Corazón, emplea muy pocas palabras, pero que contienen una
infinidad de cosas. No dice más que estas tres palabras: «quod
intrinsecus latet»: lo interiormente oculto»[70].
Pero estas tres palabras comprenden todo lo que se puede decir y todo lo que se
puede pensar de más grande y más admirable de este corazón real. Porque ellas
nos declaran que es un tesoro oculto a todos los ojos más esclarecidos del
cielo y de la tierra, y que está lleno de tantas riquezas celestiales que no
hay otro sino sólo Dios, que tenga un conocimiento perfecto de él.
Notad que el Espíritu
Santo no pronuncia estas palabras una sola vez, sino dos veces en un mismo capítulo,
tanto para grabarlas más en nuestro espíritu, y obligarnos a considerarlas con
más atención, como para designarnos el Corazón corporal de la Reina del
cielo, del que acabamos de hablar en el capítulo anterior, y su Corazón
espiritual, del que vamos a hablar aquí.
¿Qué es el corazón
espiritual? Para que lo entendáis es necesario saber que aunque no tengamos más
que un alma, puede sin embargo ser considerada en tres estados diferentes.
El primero y más
bajo es el del alma vegetativa, que tiene mucha semejanza con la naturaleza de
las plantas porque el alma en este estado no tiene otro empleo que el de
alimentar y conservar el cuerpo.
El segundo es el
estado del alma sensible, que nos es común con las bestias. En este estado, hay
dos partes principales: la parte sensitiva y la parte afectiva.
Hemos visto arriba cómo
esta última parte contiene todas las afecciones y pasiones naturales.
La sensitiva
comprende los cinco sentidos exteriores que son bastante conocidos, y los
interiores que son cuatro.
El tercer estado de
esta misma alma es el de la parte intelectual, que es una substancia espiritual
como los ángeles, que no está sujeta a ningún órgano corporal, como son los
sentidos y las pasiones, y que comprende la memoria intelectual, el
entendimiento y la voluntad, con la parte suprema del espíritu que los teólogos
llaman la punta, la cima o eminencia del espíritu, la cual no se conduce por la
luz del discurso y del razonamiento, sino por una simple visión del
entendimiento y por un sencillo sentimiento de la voluntad por los que el espíritu
se somete a la verdad y a la voluntad de Dios
Es esta tercera parte
del alma, la que se llama espíritu, la porción mental, la parte superior del
alma, que nos hace semejantes a los ángeles, y que lleva en sí, en su estado
natural la imagen de Dios y en el estado de gracia su divina semejanza.
Esta parte
intelectual es el corazón y la parte más noble del alma. Porque primeramente
es el principio de la vida natural del alma racional, que consiste en el
conocimiento que puede tener de la Verdad suprema, por la fuerza de la luz
natural de su entendimiento, y en el amor natural que tiene para la soberana
Bondad. Al mismo tiempo estando animada del espíritu de la fe y de la gracia,
es, con él, el principio de la vida sobrenatural del alma, que consiste en
conocer y amar a Dios por una luz celestial y por un amor sobrenatural: «ésta
es la vida eterna: que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero».
En segundo lugar esta
misma parte intelectual es el corazón del alma, porque en ella se encuentra la
facultad y la capacidad de amar, pero de una manera mucho más espiritual, más
noble y más elevada, y con un amor incomparablemente más excelente, más vivo,
más activo, más sólido y más duradero que el que procede del corazón
corporal y sensible.
Y es la voluntad
esclarecida por la luz del entendimiento y la antorcha de la fe, la que es
principio de este amor. Cuando se conduce solamente por la luz de la razón
humana, y cuando no obra más que por su virtud natural, no produce más que un
amor humano y natural que no es capaz de unir al alma con Dios; pero cuando
sigue a la antorcha de la fe, y se mueve empujada por el espíritu de la gracia,
es fuente de un amor sobrenatural y divino que hace al alma digna de Dios.
En tercer lugar, la
Sagrada Teología nos enseña que aunque la gracia, la fe, la esperanza y la
caridad difunden sus celestiales influjos y sus divinos movimientos sobre las
otras facultades de la parte inferior del alma, tienen sin embargo su sede
especial y su verdadera y natural morada en la parte superior. De donde se sigue
que esta misma parte es el verdadero corazón del alma cristiana, porque la
divina caridad no puede tener otra mansión que el corazón del alma que la
posee, según estas palabras de San Pablo: «la caridad de Dios se ha difundido
en nuestros corazones».
En cuarto lugar, ¿no
oís a este mismo Apóstol que clama a todos los cristianos: «Puesto que sois
hijos de Dios, él ha enviado el Espíritu de su Hijo a vuestros corazones»;
y que les asegura que él dobla la rodilla delante del Padre de Nuestro Señor
Jesucristo para obtener de él que su Hijo habite en sus corazones?.
Ahora bien... ¿qué es este corazón, os pregunto, sino la parte superior de
vuestra alma puesto que el Dios de gracia y de amor no puede ocupar otro lugar
en un alma cristiana que aquél en que la gracia y la caridad tienen su
residencia?
Todas estas cosas
hacen ver claramente que el verdadero y propio corazón del alma racional, es la
parte intelectual que se llama espíritu, la porción mental, la parte superior.
Siendo esto así, es
claro que el Corazón espiritual de la bienaventurada Virgen, es esa parte
intelectual de su alma que comprende su memoria, su entendimiento, su voluntad y
la más alta cumbre de su espíritu. Este corazón es el que se expresa en estas
primeras palabras de su admirable cántico: «mi alma glorifica al Señor, y mi
espíritu se alegra en Dios mi Salvador».
Porque es al espíritu, que es la primera y la más noble parte del alma, a
quien pertenece primera y principalmente glorificar a Dios y alegrarse en él.
De este Corazón
maravilloso es de quien, por hablar el lenguaje de San Pablo, tengo que decir
grandes cosas;
pero todo lo que de él pudiera decirse por todas las lenguas humanas y angélicas
estaría siempre muy por debajo de sus perfecciones.
Si el Corazón
virginal que está en el pecho sagrado de la Virgen de las vírgenes y que es la
parte más excelente de su santo cuerpo, es tan admirable, como hemos visto poco
ha, ¿cuáles son las maravillas de su Corazón espiritual del que tratamos aquí,
que es la parte más noble de su alma? ¿No es verdad que cuanto la condición
del alma se eleva por encima de la del cuerpo, otro tanto el corazón espiritual
sobresale por encima del corporal? Hemos visto arriba las perfecciones y las
prerrogativas del corazón corporal; ¿pero quién podría comprender y expresar
los dones incomparables y los tesoros inestimables de los que el corazón
espiritual está lleno? Son inconcebibles e indecibles.
Solamente quiero
poneros delante de los ojos un pequeño compendio, para excitaros a bendecir a
aquél que es la fuente de tantas maravillas, a alabar a la que se ha hecho
digna de tantas gracias, y a honrar su sacratísimo Corazón, que les ha
conservado tan fielmente y que ha hecho de ellas un perfectísimo uso.
La divina bondad ha
preservado milagrosamente a este Corazón de la Madre del Salvador,
primeramente, de la mancha del pecado, el cual nunca tuvo parte en ella. Porque
Dios la ha llenado de gracia desde el momento de su creación, y la ha revestido
de una pureza tan grande, que no se puede imaginar otra mayor, más grande,
después de la de Dios. Su divina Majestad la ha poseído tan perfectamente
desde este instante que no ha habido nunca un momento sin ser toda de él, y sin
amarle más puramente que todos los corazones del cielo y de la tierra. Este es
el sentir de muchos grandes teólogos.
En segundo lugar, el
Padre de las luces ha llenado este bello sol de todas las luces más brillantes
de la naturaleza y de la gracia. Porque si se trata de luces naturales, el Padre
de los espíritus ha dado a la que ha elegido para ser la Esposa de su Espíritu
divino, un espíritu natural más claro, más vivo, más fuerte, más sólido, más
profundo, más elevado, más extensivo y más perfecto en todas las formas que
cualquier otro espíritu. Un espíritu digno de la Madre de Dios; digno de la
que debía gobernar la Sabiduría eterna; digno de la que debía ser la
gobernadora de la Iglesia y la Reina regente del universo; digno de la que había
de conversar familiarmente en la tierra con los ángeles del cielo, y lo que es
más, con el Rey de los ángeles, por el espacio de treinta y cuatro años;
digno, en fin, de la más sublime contemplación, y de las más altas funciones
a las que debía de ser dedicada.
Si es necesario
hablar de las luces sobrenaturales, este corazón luminoso de la sapientísima
Virgen ha estado tan lleno, que el docto Alberto el Grande, nutrido en la
escuela de la Madre de Dios, dice elogiosamente con muchos otros santos
doctores, que ella no ha ignorado nada; sino que ha tenido todas las especies de
ciencia infusa, y en un grado mucho más eminente que todos los más sabios espíritus
que han existido.
Estos santos Padres aseguran:
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Que ha tenido un conocimiento perfectísimo de la divina Esencia, de las
perfecciones divinas, y del misterio inefable de la Santísima Trinidad; y que
también ha visto a Dios en su esencia y en sus personas divinas, en el instante
de su concepción inmaculada y en el momento de la Encarnación del Hijo de Dios
en ella. Y no hay por qué extrañarse si la Reina de los santos ha gozado de
este privilegio, puesto que según San Agustín y muchos otros ha sido concedido
a Moisés y a San Pablo.
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Que ha conocido perfectamente el misterio de la Encarnación.
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Que ha tenido conocimiento de las infinitas gracias que Dios le ha otorgado, y
también de su predestinación eterna. Porque si un San Francisco y muchos otros
santos han estado ciertos de su salvación por revelación divina, cuánto más
la que es Madre del Salvador, sobre todo si se considera particularmente que el
Hijo de Dios no ha hecho ninguna gracia a ningún santo que no la haya
comunicado más excelentemente a su santísima Madre.
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Que ha tenido conocimiento y visión de las almas y de los ángeles en su propia
especie. Porque si ha visto la esencia de Dios, ¿qué dificultad hay en creer
que haya visto la de las almas y la de los ángeles? Y si San Pablo en su
arrobamiento al tercer cielo, ha visto las Jerarquías celestes, de las cuales
ha dado conocimiento a su discípulo San Dionisio Areopagita, ¿puede uno tener
dificultad en creer que la Reina del cielo y la Soberana de los ángeles no ha
sido privada de este favor?
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Que no ha ignorado ninguna de las cosas «que pertenecen» a la vida presente y
que puedan ayudar a perfeccionarla, sea por medio de la acción, sea por el de
la contemplación.
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Que Dios la ha manifestado todas las cosas que le debían acontecer, porque ya
que ha hecho esta gracia a algunos de sus servidores, ¿como no había de
hacerla a su preciosísima Madre?
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Que Dios la ha hecho ver por revelación todas las cosas que conciernen al
estado de la vida gloriosa y bienaventurada de que gozan los habitantes del
cielo.
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Que ha tenido ciencia infusa por medio de la cual la ha ¡¡echo conocer todas
las cosas naturales que existen en el universo. Porque si esta luz ha sido dada
al primer hombre con tan gran perfección que ha conocido todas las propiedades
de todos los animales que existen en la tierra, de todos los pájaros que
existen en el aire y de todos los peces que están en la mar, por medio de la
cual él ha puesto los nombres que a cada uno le convenía; y si el conocimiento
de todas las obras de Dios, desde la tierra hasta el cielo, desde el hisopo
hasta el cedro de Líbano, ha sido dado a Salomón por una ciencia infusa: la
Madre de aquél que es la luz eterna y que encierra en sí todos los tesoros de
la ciencia y de la sabiduría de Dios, ¿habrá sido privada de estos dones y
luces; aquélla, como digo, en la que la divina Bondad ha acumulado todos los
favores que ha repartido a los otros?
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Que no ha ignorado tampoco lo que pertenece a las artes tanto mecánicas como
liberales; sino que las sabia en tanto que le eran necesarias y convenientes
para si y para el prójimo, para la acción y para la contemplación.
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Que ha tenido revelaciones casi continuas, y las más altas que jamás hayan
existido. Por esta razón San Andrés de Candia la llama fuente inagotable de
divinas iluminaciones;
y San Lorenzo Justiniano, que sus revelaciones debían sobrepasar tanto a las de
los santos, que las gracias que ella había recibido sobresaliesen por encima de
las que les habían sido comunicadas.
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Que su ocupación ordinaria, fuera de la oración, era según S. Agustín,
S. Ambrosio,
y San Gregorio de Nisa,
la lectura de la Escritura Santa, que entendía perfectamente por una luz infusa
del Espíritu Santo.
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En fin, que sabia a la perfección toda la Teología y todos los misterios que
comprende.
¿Pero quién podría
decir el uso santo que ha hecho de todos estos sus conocimientos? Verdad es lo
que dice San Pablo: que la ciencia cuando no se junta con el espíritu de piedad
y humildad, es madre de la vanidad y del orgullo. Pero también es verdad que es
fuente de muchas grandes virtudes, cuando está animada del espíritu de Dios, y
especialmente cuando es Dios mismo quien la da por infusión; porque entonces él
quita el veneno que se podría infiltrar, y da la gracia de usarla santamente.
Tal ha sido la
ciencia de la Sacratísima Virgen. De tal manera ha hecho un santísimo uso que
no la ha empleado más que para excitarse a amar a Dios más ardientemente, para
procurar la salvación de las almas con más fervor, para odiar el pecado más
fuertemente, para humillarse más profundamente, para despreciar más todo lo
que el mundo estima, y estimar y abrazar con más afecto las cosas que el mundo
aborrece, es decir, la pobreza, la abyección y el sufrimiento. En fin, que
nunca ha tenido la menor complacencia en las luces que Dios le ha dado, nunca ha
tenido ningún apego, nunca se ha preferido por esto a nadie; sino que siempre
las ha remitido a Dios tan puras como habían salido de su fuente.
En fin, querido
lector, ¿quieres saber lo que es el Corazón espiritual de la Madre de Jesús?
Es el Corazón de la
Madre del amor hermoso que ha atraído a sí, por la fuerza de su humildad y de
su amor, el Corazón del Padre eterno, es decir, su Hijo amadísimo, para ser el
Corazón de su Corazón, como lo veremos a continuación.
Es este Corazón
benditísimo una fuente inagotable de dones, de favores y de bendiciones para
todos los que aman verdaderamente a esta Madre del amor y que honran con afecto
su amabilísimo Corazón: «Yo amo a los que me aman».
Para este Corazón
real y maternal de nuestra gran Reina y de nuestra buenísima Madre es para
quien tenemos infinitas obligaciones, como lo veremos a lo largo de esta obra.
Es, en fin, este
Corazón quien ha amado y glorificado a Dios más que todos los corazones de los
hombres y de los ángeles; por lo cual nunca se sabrá honrar como lo merece.
¡Qué honor merecen
tantas cosas grandes y admirables! ¡Qué honor merece el Corazón, es decir, la
parte más noble del alma santa de la Madre de Dios! ¡Qué alabanzas merecen
todas las facultades de este divino Corazón de la Madre Virgen, es decir, su
memoria, su entendimiento, su voluntad, la parte más íntima de su espíritu,
que nunca ha tenido otro uso más que para Dios, y por el impulso del Espíritu
Santo!
¡Qué respeto se
debe a su santa memoria que nunca se ha ocupado más que de los favores
indecibles que había recibido de la divina liberalidad, y de las gracias que
ella derrama incesantemente sobre todas las criaturas, para agradecérselas
continuamente!
¡Qué veneración a
su entendimiento que estaba siempre empleado en considerar y meditar los
misterios de Dios y sus divinas perfecciones, a fin de honrarlas e imitarlas!
¡Qué veneración a
su voluntad, que estaba perpetuamente absorta en el amor de su Dios!
¡Qué honor merece
la parte suprema de su espíritu, que noche y día estaba aplicada en contemplar
y glorificar a su divina Majestad de una manera tan excelente!
En fin, de qué
alabanzas es digno este Corazón maravilloso de la Madre del Salvador, que nunca
tuvo en sí nada que haya sido desagradable por poco que sea; que está tan
repleto de luz y tan lleno de gracia; que posee a perfección todas las
virtudes, todos los dones, todos los frutos del Espíritu Santo y todas las
bienaventuranzas evangélicas, como lo veremos en otra parte. ¡Y que está
adornado de tantas otras excelencias!
¿No confesarás,
querido lector, que, aun cuando el cielo y la tierra y todo el universo se
ocupasen eternamente y con todas sus fuerzas en celebrar las alabanzas de este
Corazón admirable, y en dar gracias a Dios por haberle colmado de tantas
maravillas, no podrían hacerlo nunca de un modo digno?
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