CAPÍTULO V
El Corazón divino de la Madre de Dios
Si deseáis saber cómo
es el Corazón divino de la sacratísima Madre de Dios, dos cosas os son
necesarias.
1.
PRESUPUESTOS
La primera es que
recordéis lo que se ha dicho arriba, a saber, que hay tres corazones en nuestro
Señor Jesucristo, los cuales, sin embargo, no son más que un solo Corazón: su
Corazón corporal, que es la porción más noble de su sagrado cuerpo; su corazón
espiritual, que es la parte superior de su santa alma, y su corazón divino que
es el Espíritu Santo, el cual es el Corazón de su Corazón. Tres corazones que
son todos divinos, aunque de diversas maneras.
Lo segundo, es
necesario saber que el Hijo de Dios es el Corazón de su Padre eterno. Este es
el sentir de un antiguo Padre de la Iglesia, San Clemente Alejandrino.
Pero lo que es infinitamente más digno de notarse, es el lenguaje de este Padre
divino, o sea, el nombre que da a su Hijo; puesto que es de él de quien habla a
la Santísima Virgen cuando le dice que ella ha herido, o según el texto hebreo
y el de los Setenta, que ha robado y arrebatado su corazón, atrayéndole de su
seno paternal a su seno virginal.
Esto supuesto puedo
deciros primeramente, que el corazón corporal de Jesús es el Corazón de María,
porque siendo la carne de Jesús la carne de María, según San Agustín, se
sigue necesariamente que el corazón corporal de Jesús es el Corazón de María.
Puedo deciros en
segundo lugar, que el Corazón espiritual de Jesús es también el Corazón de
María, por una muy intima unión de espíritu y de voluntad. Si se dijo de los
primeros cristianos que no tenían más que un Corazón y una sola alma, cuánto
más es esto verdad del Hijo único de María y de su queridísima Madre. Si San
Bernardo dice atrevidamente que siendo Jesús su Cabeza, el corazón de Jesús
es su, corazón, y que no tiene más que un mismo corazón con Jesús;
con mucha más razón la Madre de Dios puede decir: el corazón de mi Cabeza y
de mi Hijo es mi corazón, y no tengo más que un solo corazón con él. Esto es
también, como lo veremos en seguida, lo que de Ella dijo a Santa Brígida,
cuyas revelaciones están muy aprobadas, como se dijo poco ha. Y esto es lo que
el Hijo de Dios Ira querido decir a esta misma santa, de esta manera: «Yo,
siendo Dios e Hijo de Dios desde toda la eternidad, me he hecho hombre en la
Virgen, cuyo corazón era como mi corazón. Por esto puedo decir que mi Madre y
Yo hemos obrado la salvación del hombre con un mismo corazón, por decirlo así,
en alguna manera, quasi cum uno corde:
Yo, por los sufrimientos que he sobrellevado en mi corazón y en mi cuerpo, y
Ella, por los dolores y por el amor de su corazón.
En tercer lugar puedo
decir que el corazón divino de Jesús, que es el Espíritu Santo, es el Corazón
de María. Porque si este divino Espíritu ha sido dado por Dios a todos los
verdaderos cristianos, para ser su espíritu y su corazón, conforme a la
promesa que su divina bondad les había hecho por boca del profeta Ezequiel,
¿cuánto más a la Reina y a la Madre de los cristianos?
Y así, he aquí en
Jesús tres corazones que no son más que un solo corazón, y un corazón todo
divino, del cual se puede decir verdaderamente que es el corazón de la Santísima
Virgen.
Ten por cierto, dice
también la Madre de Dios a Santa Brígida, que yo he amado a mi Hijo tan
ardientemente, y que él me ha amado tan tiernamente, que Él y yo no éramos más
que un Corazón: quasi cor unum ambo fuimus.
Pero además de esto yo diría todavía que este mismo Jesús, que es el corazón
de su Padre eterno, es igualmente el Corazón de su divina Madre.
¿No es acaso el
corazón el principio de la vida? ¿Y qué es el Hijo de Dios en su divina
Madre, donde ha estado siempre y estará eternamente, sino el Espíritu de su
espíritu, el Alma de su alma, el Corazón de su corazón, y el solo principio
de todos los movimientos, usos y funciones de su santísima Vida? ¿No oís a
San Pablo que nos asegura que no es él quien vive, sino que es Jesucristo quien
está viviendo en él,
y que es la vida de todos los verdaderos cristianos?.
¿Quién puede dudar que él no esté viviendo en su preciosísima Madre, y que
no sea la vida de su vida y el Corazón de su corazón, de una manera
incomparablemente más excelente que en San Pablo y en los otros fieles?
Escuchemos también
lo que dice sobre este punto a Santa Brígida: «Mi Hijo, dice ella, era para mí
verdaderamente como si fuera mi corazón. Por esto, cuando salió de mis entrañas
al nacer al mundo, me parece que la mitad de mi Corazón salía de mi. Y cuando
Él sufría, sentía yo el dolor, como si mi corazón hubiera sobrellevado las
mismas penas y sufrimientos, los mismos tormentos que él sufría. Cuando mi
Hijo era flagelado y desgarrado a latigazos, mi corazón era flagelado y
desgarrado con él. Cuando él me miraba desde la cruz, y cuando yo le miraba,
salían dos torrentes de lágrimas de mis ojos; y cuando me vio oprimida de
dolor, sintió una angustia tan violenta a vista de mi desolación, que el dolor
de sus llagas le parecía amortiguado. Me atrevo a decir, pues, que su dolor era
mi dolor, tanto como su Corazón era mi Corazón. Porque, como Adán y Eva
vendieran al mundo por una manzana, ¡ni amado Hijo ha querido también que yo
haya cooperado con él para rescatarlo con un mismo Corazón».
Ves,
pues, caro lector, cómo el Hijo de Dios es el Corazón y la vida de su divina
Madre, pero de una manera la más perfecta que se puede pensar. Porque, si según
el lenguaje del Espíritu Santo hablando por boca de San Pablo, este adorable
Salvador debe de tal modo vivir en todos sus servidores que hasta su vida se vea
manifiestamente en sus cuerpos;
¿quién es capaz de pensar de qué manera y con qué abundancia y perfección
comunica su vida divina a Aquélla de quien ha recibido una vida humanamente
divina y divinamente humana, puesto que ella ha engendrado y dado a luz un
Hombre-Dios? Él está viviendo en su alma y en su cuerpo, y en todas las
facultades de su alma y de su cuerpo; y está viviendo todo en ella, es decir,
que todo lo que hay en Jesús está viviendo en María. Su Corazón está
viviendo en su Corazón, su alma en su alma, su espíritu en su espíritu; la
memoria, el entendimiento, la voluntad de Jesús están viviendo en la memoria,
en el entendimiento, en la voluntad de María; sus sentidos interiores y
exteriores, en sus sentidos interiores y exteriores; sus pasiones en sus
pasiones; sus virtudes, sus misterios, sus atributos divinos están viviendo en
su corazón. Pero ¿qué digo viviendo? Todas estas cosas han estado siempre en
Él, están y estarán viviendo y reinando soberanamente, operando en Él
efectos maravillosos e inconcebibles e imprimiendo en Él una imagen viviente de
sí mismas. Así es como Jesús es principio de vida en su santísima Madre. Así
es como es Corazón de su Corazón y vida de su vida. Así es como nosotros
podemos decir verdaderamente que tiene un Corazón todo divino. También Santa
Brígida le oyó expresarse así cierto día: «Todas las alabanzas que se
tributan a mi Hijo son mis alabanzas, y el que le deshonra me deshonra; porque
yo le he amado tan ardientemente y Él me ha amado tan perfectamente, que Él y
yo no hemos sido nunca más que un solo Corazón».
3.
CONCLUSIONES DE TODO LO QUE SE HA DICHO EN ESTE PRIMER LIBRO
Ves, caro lector, por
todo lo que se ha dicho, aquí arriba, lo que se entiende por el Corazón de la
sacratísima Virgen. Ves que hay tres corazones en ella; su corazón corporal,
su corazón, espiritual y su corazón divino. Ves que estos tres
corazones no son más que uno, porque su corazón espiritual es el alma y el espíritu
de su corazón corporal, y porque su corazón divino es el corazón, el alma y
el espíritu de su corazón corporal y espiritual. Este corazón admirable es el
objeto de la veneración de todos los cristianos. Porque honrar este corazón
sagrado, es honrar una infinidad de cosas santas y divinas, que merecen los
honores eternos de los hombres y de los ángeles.
Es honrar todas las
funciones de la vida corporal y sensible de la Reina del cielo, cuyo Corazón es
el principio de todas ellas: vida que ha sido toda santa en sí misma y en todas
sus actividades.
Es honrar todo el
santo uso que ha hecho de todas las pasiones que tienen su asiento en el corazón.
Es honrar el perfectísimo
uso que ha hecho de su memoria, de su entendimiento, de su voluntad y de la
parte superior de su espíritu.
Es honrar una
infinidad de cosas grandes e inefables que han sido recibidas en la parte
superior de su alma, en su vida interior y espiritual.
Es honrar el grandísimo
amor y la ardentísima caridad de esta Madre del bello amor, con respecto a Dios
y a los hombres; y todos los efectos que un tal amor y una tal caridad han
producido en sus pensamientos, palabras, oraciones, acciones, sufrimientos, y en
el ejercicio de toda clase de virtudes.
Es honrar el corazón
corporal, el corazón espiritual y el corazón divino de Jesús, que son también
los corazones o más bien el corazón de María.
Es dar gloria a este
mismo Jesús, que es el corazón de su padre celestial, y que ha querido ser el
corazón de su divina Madre.
Es honrar y
glorificar todos los efectos de luz, de gracia y de santidad que este corazón
divino de María, que es Jesús, ha obrado en ella, y todas las funciones y
movimientos de la vida santa y celestial, de los cuales él ha sido el principio
en su alma; como también toda la fidelidad que ella ha aportado de su parte,
para cooperar con él en todas las operaciones divinas que ha obrado
continuamente en su corazón, durante un tan largo número de años.
¡Oh Dios! ¡qué
lengua podría declarar, qué espíritu podría concebir, qué corazón podría
honrar dignamente tantas cosas grandes y admirables!
Ahora bien, si la
Iglesia que es siempre conducida por el Espíritu Santo, honra tanto las menores
cosas que han pertenecido a la Madre de Dios, y si celebra fiesta en honor de un
ceñidor que ha llevado sobre sus hábitos, ¿de qué manera deben ser
celebradas las alabanzas de su dignísimo y amabilísimo Corazón?
Como para conclusión
de este primer libro, te diré, mi carísimo hermano, que este mismo Jesús, que
siendo el corazón de su Padre eterno, ha querido ser el corazón y la vida de
su preciosísima Madre, quiere también ser tu corazón y tu vida; y que habiéndote
hecho la gracia de ser uno de sus miembros, debe vivir dentro de ti de tal
suerte que puedas decir con su apóstol: Jesucristo está viviendo en mí. Este
es su designio, éste es su ardentísimo deseo. Él quiere ser el Corazón de tu
corazón y el Espíritu de tu espíritu, Él quiere establecer su vida, no
solamente en tu alma, sino también en tu cuerpo. Él quiere que todo lo que hay
en él viva en ti, que su alma viva en tu alma, su corazón en tu corazón, su
Espíritu en tu espíritu; que sus pasiones vivan en tus pasiones, sus sentidos
interiores y exteriores en tus sentidos interiores y exteriores; que su memoria,
su entendimiento, y su voluntad vivan en tu memoria, en tu entendimiento y en tu
voluntad y que en fin, las facultades de su alma y de su cuerpo estén viviendo
y reinando en las facultades de su alma y de su cuerpo estén viviendo y
reinando en las facultades de tu alma y de tu cuerpo.
Pero a fin de que
esto se haga, es necesario que tú cooperes de tu parte. ¿Qué es necesario
hacer para esto? Tres cosas:
La primera, procurar
mortificar en todas las potencias de tu alma y de tu cuerpo todo lo que es
desagradable a Dios, según las palabras de San Pablo: nosotros llevamos siempre
en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús
sea manifiesta en nuestro cuerpo.
La segunda, adornar
estas mismas potencias con todas las virtudes cristianas.
La tercera,
entregarte frecuentemente al Hijo de Dios, y pedirle que se digne emplear Él
mismo la potencia de su brazo para destruir en ti todo lo que le es contrario, y
para establecer en su lugar la vida y el reino de todas las facultades de su
alma divina y de su santo cuerpo.
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