Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO PRIMERO
CAPÍTULO V

CAPÍTULO V
El Corazón divino de la Madre de Dios

   Si deseáis saber cómo es el Corazón divino de la sacratísima Madre de Dios, dos cosas os son necesarias.

1. PRESUPUESTOS

   La primera es que recordéis lo que se ha dicho arriba, a saber, que hay tres corazones en nuestro Señor Jesucristo, los cuales, sin embargo, no son más que un solo Corazón: su Corazón corporal, que es la porción más noble de su sagrado cuerpo; su corazón espiritual, que es la parte superior de su santa alma, y su corazón divino que es el Espíritu Santo, el cual es el Corazón de su Corazón. Tres corazones que son todos divinos, aunque de diversas maneras.

   Lo segundo, es necesario saber que el Hijo de Dios es el Corazón de su Padre eterno. Este es el sentir de un antiguo Padre de la Iglesia, San Clemente Alejandrino[84]. Pero lo que es infinitamente más digno de notarse, es el lenguaje de este Padre divino, o sea, el nombre que da a su Hijo; puesto que es de él de quien habla a la Santísima Virgen cuando le dice que ella ha herido, o según el texto hebreo y el de los Setenta, que ha robado y arrebatado su corazón, atrayéndole de su seno paternal a su seno virginal[85].

   Esto supuesto puedo deciros primeramente, que el corazón corporal de Jesús es el Corazón de María, porque siendo la carne de Jesús la carne de María, según San Agustín, se sigue necesariamente que el corazón corporal de Jesús es el Corazón de María.

   Puedo deciros en segundo lugar, que el Corazón espiritual de Jesús es también el Corazón de María, por una muy intima unión de espíritu y de voluntad. Si se dijo de los primeros cristianos que no tenían más que un Corazón y una sola alma, cuánto más es esto verdad del Hijo único de María y de su queridísima Madre. Si San Bernardo dice atrevidamente que siendo Jesús su Cabeza, el corazón de Jesús es su, corazón, y que no tiene más que un mismo corazón con Jesús[86]; con mucha más razón la Madre de Dios puede decir: el corazón de mi Cabeza y de mi Hijo es mi corazón, y no tengo más que un solo corazón con él. Esto es también, como lo veremos en seguida, lo que de Ella dijo a Santa Brígida, cuyas revelaciones están muy aprobadas, como se dijo poco ha. Y esto es lo que el Hijo de Dios Ira querido decir a esta misma santa, de esta manera: «Yo, siendo Dios e Hijo de Dios desde toda la eternidad, me he hecho hombre en la Virgen, cuyo corazón era como mi corazón. Por esto puedo decir que mi Madre y Yo hemos obrado la salvación del hombre con un mismo corazón, por decirlo así, en alguna manera, quasi cum uno corde[87]: Yo, por los sufrimientos que he sobrellevado en mi corazón y en mi cuerpo, y Ella, por los dolores y por el amor de su corazón.

   En tercer lugar puedo decir que el corazón divino de Jesús, que es el Espíritu Santo, es el Corazón de María. Porque si este divino Espíritu ha sido dado por Dios a todos los verdaderos cristianos, para ser su espíritu y su corazón, conforme a la promesa que su divina bondad les había hecho por boca del profeta Ezequiel[88], ¿cuánto más a la Reina y a la Madre de los cristianos?

   Y así, he aquí en Jesús tres corazones que no son más que un solo corazón, y un corazón todo divino, del cual se puede decir verdaderamente que es el corazón de la Santísima Virgen.

   Ten por cierto, dice también la Madre de Dios a Santa Brígida, que yo he amado a mi Hijo tan ardientemente, y que él me ha amado tan tiernamente, que Él y yo no éramos más que un Corazón: quasi cor unum ambo fuimus[89]. Pero además de esto yo diría todavía que este mismo Jesús, que es el corazón de su Padre eterno, es igualmente el Corazón de su divina Madre.

   ¿No es acaso el corazón el principio de la vida? ¿Y qué es el Hijo de Dios en su divina Madre, donde ha estado siempre y estará eternamente, sino el Espíritu de su espíritu, el Alma de su alma, el Corazón de su corazón, y el solo principio de todos los movimientos, usos y funciones de su santísima Vida? ¿No oís a San Pablo que nos asegura que no es él quien vive, sino que es Jesucristo quien está viviendo en él[90], y que es la vida de todos los verdaderos cristianos?[91]. ¿Quién puede dudar que él no esté viviendo en su preciosísima Madre, y que no sea la vida de su vida y el Corazón de su corazón, de una manera incomparablemente más excelente que en San Pablo y en los otros fieles?

   Escuchemos también lo que dice sobre este punto a Santa Brígida: «Mi Hijo, dice ella, era para mí verdaderamente como si fuera mi corazón. Por esto, cuando salió de mis entrañas al nacer al mundo, me parece que la mitad de mi Corazón salía de mi. Y cuando Él sufría, sentía yo el dolor, como si mi corazón hubiera sobrellevado las mismas penas y sufrimientos, los mismos tormentos que él sufría. Cuando mi Hijo era flagelado y desgarrado a latigazos, mi corazón era flagelado y desgarrado con él. Cuando él me miraba desde la cruz, y cuando yo le miraba, salían dos torrentes de lágrimas de mis ojos; y cuando me vio oprimida de dolor, sintió una angustia tan violenta a vista de mi desolación, que el dolor de sus llagas le parecía amortiguado. Me atrevo a decir, pues, que su dolor era mi dolor, tanto como su Corazón era mi Corazón. Porque, como Adán y Eva vendieran al mundo por una manzana, ¡ni amado Hijo ha querido también que yo haya cooperado con él para rescatarlo con un mismo Corazón»[92].

   Ves, pues, caro lector, cómo el Hijo de Dios es el Corazón y la vida de su divina Madre, pero de una manera la más perfecta que se puede pensar. Porque, si según el lenguaje del Espíritu Santo hablando por boca de San Pablo, este adorable Salvador debe de tal modo vivir en todos sus servidores que hasta su vida se vea manifiestamente en sus cuerpos[93]; ¿quién es capaz de pensar de qué manera y con qué abundancia y perfección comunica su vida divina a Aquélla de quien ha recibido una vida humanamente divina y divinamente humana, puesto que ella ha engendrado y dado a luz un Hombre-Dios? Él está viviendo en su alma y en su cuerpo, y en todas las facultades de su alma y de su cuerpo; y está viviendo todo en ella, es decir, que todo lo que hay en Jesús está viviendo en María. Su Corazón está viviendo en su Corazón, su alma en su alma, su espíritu en su espíritu; la memoria, el entendimiento, la voluntad de Jesús están viviendo en la memoria, en el entendimiento, en la voluntad de María; sus sentidos interiores y exteriores, en sus sentidos interiores y exteriores; sus pasiones en sus pasiones; sus virtudes, sus misterios, sus atributos divinos están viviendo en su corazón. Pero ¿qué digo viviendo? Todas estas cosas han estado siempre en Él, están y estarán viviendo y reinando soberanamente, operando en Él efectos maravillosos e inconcebibles e imprimiendo en Él una imagen viviente de sí mismas. Así es como Jesús es principio de vida en su santísima Madre. Así es como es Corazón de su Corazón y vida de su vida. Así es como nosotros podemos decir verdaderamente que tiene un Corazón todo divino. También Santa Brígida le oyó expresarse así cierto día: «Todas las alabanzas que se tributan a mi Hijo son mis alabanzas, y el que le deshonra me deshonra; porque yo le he amado tan ardientemente y Él me ha amado tan perfectamente, que Él y yo no hemos sido nunca más que un solo Corazón»[94].

3. CONCLUSIONES DE TODO LO QUE SE HA DICHO EN ESTE PRIMER LIBRO

   Ves, caro lector, por todo lo que se ha dicho, aquí arriba, lo que se entiende por el Corazón de la sacratísima Virgen. Ves que hay tres corazones en ella; su corazón corporal, su corazón, espiritual y su corazón divino. Ves que estos tres corazones no son más que uno, porque su corazón espiritual es el alma y el espíritu de su corazón corporal, y porque su corazón divino es el corazón, el alma y el espíritu de su corazón corporal y espiritual. Este corazón admirable es el objeto de la veneración de todos los cristianos. Porque honrar este corazón sagrado, es honrar una infinidad de cosas santas y divinas, que merecen los honores eternos de los hombres y de los ángeles.

   Es honrar todas las funciones de la vida corporal y sensible de la Reina del cielo, cuyo Corazón es el principio de todas ellas: vida que ha sido toda santa en sí misma y en todas sus actividades.

   Es honrar todo el santo uso que ha hecho de todas las pasiones que tienen su asiento en el corazón.

   Es honrar el perfectísimo uso que ha hecho de su memoria, de su entendimiento, de su voluntad y de la parte superior de su espíritu.

   Es honrar una infinidad de cosas grandes e inefables que han sido recibidas en la parte superior de su alma, en su vida interior y espiritual.

   Es honrar el grandísimo amor y la ardentísima caridad de esta Madre del bello amor, con respecto a Dios y a los hombres; y todos los efectos que un tal amor y una tal caridad han producido en sus pensamientos, palabras, oraciones, acciones, sufrimientos, y en el ejercicio de toda clase de virtudes.

   Es honrar el corazón corporal, el corazón espiritual y el corazón divino de Jesús, que son también los corazones o más bien el corazón de María.

   Es dar gloria a este mismo Jesús, que es el corazón de su padre celestial, y que ha querido ser el corazón de su divina Madre.

   Es honrar y glorificar todos los efectos de luz, de gracia y de santidad que este corazón divino de María, que es Jesús, ha obrado en ella, y todas las funciones y movimientos de la vida santa y celestial, de los cuales él ha sido el principio en su alma; como también toda la fidelidad que ella ha aportado de su parte, para cooperar con él en todas las operaciones divinas que ha obrado continuamente en su corazón, durante un tan largo número de años.

   ¡Oh Dios! ¡qué lengua podría declarar, qué espíritu podría concebir, qué corazón podría honrar dignamente tantas cosas grandes y admirables!

   Ahora bien, si la Iglesia que es siempre conducida por el Espíritu Santo, honra tanto las menores cosas que han pertenecido a la Madre de Dios, y si celebra fiesta en honor de un ceñidor que ha llevado sobre sus hábitos, ¿de qué manera deben ser celebradas las alabanzas de su dignísimo y amabilísimo Corazón?

   Como para conclusión de este primer libro, te diré, mi carísimo hermano, que este mismo Jesús, que siendo el corazón de su Padre eterno, ha querido ser el corazón y la vida de su preciosísima Madre, quiere también ser tu corazón y tu vida; y que habiéndote hecho la gracia de ser uno de sus miembros, debe vivir dentro de ti de tal suerte que puedas decir con su apóstol: Jesucristo está viviendo en mí. Este es su designio, éste es su ardentísimo deseo. Él quiere ser el Corazón de tu corazón y el Espíritu de tu espíritu, Él quiere establecer su vida, no solamente en tu alma, sino también en tu cuerpo. Él quiere que todo lo que hay en él viva en ti, que su alma viva en tu alma, su corazón en tu corazón, su Espíritu en tu espíritu; que sus pasiones vivan en tus pasiones, sus sentidos interiores y exteriores en tus sentidos interiores y exteriores; que su memoria, su entendimiento, y su voluntad vivan en tu memoria, en tu entendimiento y en tu voluntad y que en fin, las facultades de su alma y de su cuerpo estén viviendo y reinando en las facultades de su alma y de su cuerpo estén viviendo y reinando en las facultades de tu alma y de tu cuerpo.

   Pero a fin de que esto se haga, es necesario que tú cooperes de tu parte. ¿Qué es necesario hacer para esto? Tres cosas:

   La primera, procurar mortificar en todas las potencias de tu alma y de tu cuerpo todo lo que es desagradable a Dios, según las palabras de San Pablo: nosotros llevamos siempre en nuestro cuerpo la mortificación de Jesús, a fin de que la vida de Jesús sea manifiesta en nuestro cuerpo.

   La segunda, adornar estas mismas potencias con todas las virtudes cristianas.

   La tercera, entregarte frecuentemente al Hijo de Dios, y pedirle que se digne emplear Él mismo la potencia de su brazo para destruir en ti todo lo que le es contrario, y para establecer en su lugar la vida y el reino de todas las facultades de su alma divina y de su santo cuerpo.

 

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NOTAS

  • [84] Strom. 1. 5.

  • [85] Cant. 4. 9.

  • [86] Tract. de Passione Domini, c. 3.

  • [87] Extravag. c. 3.

  • [88] Ezeq., 36, 26.

  • [89]  Rev., 1, 1, e. 8.

  • [90] Gal. 2, 20.

  • [91] Coloss., 3, 4.

  • [92] Oratio 2.- De Asumptione.

  • [93] 2 Cor. 4, 11.

  • [94] Revel., 1. 1, e. 8