LIBRO SEGUNDO
Contiene el primer fundamento de la
devoción al Corazón admirable de la Santísima Madre de Dios, que es el Corazón
adorable del Padre eterno, el cual nos pone ante la vista doce representaciones
de este Corazón virginal.
CAPÍTULO I
Los símbolos marianos
Todo lo que se ha dicho aquí arriba
debería ser más que suficiente para hacer ver que según Dios no hay nada en
todo el Universo que merezca tanto honor y veneración como el Corazón sagrado
de la santísima Madre de Dios; y que la devoción a este dignísimo Corazón es
una devoción santísima, agradabilísima a su divina Majestad, y utilísima a
todos los cristianos. Pero a fin de aumentar y fortificar más y más esta
devoción en los corazones en que ya se halla arraigada y procurar establecerla
en aquellos que no la tienen todavía, deseo hacer ver ampliamente que esta
devoción no es una cosa sin fundamento y sin razón; antes que está
establecida sobre unos fundamentos tan firmes y tan fuertes, que todos los
poderes de la tierra y del infierno no son capaces de conmoverlos.
El primer fundamento y la primera
fuente de la devoción al santísimo ¡Corazón de la bienaventurada Virgen, es
el Corazón adorable del Padre eterno, y el amor incomparable de que está lleno
este corazón inmenso para con la amabilísima Madre de su Hijo bien-amado. Amor
que le ha llevado a darnos muchísimas bellas figuras y excelentes
representaciones del dignísimo Corazón de esta divina Madre.
Este Padre Todopoderoso, a quien le
son atribuidas especialmente la creación del mundo y la institución y gobierno
de la Ley antigua, le ha agradado darnos a conocer con variedad de figuras y
expresiones en todas las partes del universo y en todos los misterios,
sacrificios y ceremonias de la antigua ley, a Aquél por el que ha hecho y ha
querido rehacer y reparar todas las cosas, que es el fin y la perfección de la
misma ley; esto es lo que le hace llevar en la Escritura los nombres y las
cualidades de cielo, de sol, de lluvia, de rocío, de fuente, de río, de mar,
de tierra, de águila, de león, de cordero, de piedra, de lirio, de viña, de
vino, de trigo, y otras muchas cosas semejantes; puesto que todas estas cosas
son representaciones y figuras de este Hombre-Dios, y de sus diversas cualidades
y perfecciones; como el maná, el cordero pascual, todas las víctimas y todas
las otras cosas de la ley mosaica eran también sombras de Él mismo y de los
misterios que debió obrar en la tierra.
También este Padre divino ha tenido
un singular contento en pintarnos a aquélla que ha elegido desde toda la
eternidad para ser la Madre de este adorable Reparador, tanto en el estado de
este mundo visible como en el de la ley de Moisés. Es aquélla, dice San Jerónimo[95],
que los profetas han predicho largo tiempo antes de su nacimiento, la que han
designado los patriarcas por muchas figuras, y la que los Evangelistas nos han
anunciado. Es aquélla, dice San Ildefonso[96],
en la cual se terminan todas las predicciones de los profetas y todos los
enigmas de las Escrituras: «El Espíritu Santo, dice el mismo Santo Doctor, la
ha predicho por los profetas, la ha anunciado por los divinos oráculos, la dio
a conocer, la ha manifestado por medio de las figuras, la ha prometido por las
cosas que le han precedido, la ha perfeccionado por las que la han seguido»[97].
San Juan Damasceno dice que el paraíso
terrestre, el arca de Noé, la zarza ardiendo, las tablas de la Ley, el Arca del
Testamento, el vaso de oro que conservaba una porción del maná, el candelero
de oro que estaba en el Tabernáculo, la mesa de los panes de la proposición,
la vara de Aarón, el horno de Babilonia, eran también figuras de esta Virgen
incomparable[98].
Hugo de San Víctor la encarecía
hablando de esta manera: «Ciertamente, dice, todo lo que hay de laudable y de
excelente en las Escrituras y en todas las criaturas, puede ser empleado en
alabanzas de María, Madre de Dios. Como es, pues, una aurora que precede a la
venida del verdadero sol, es también una flor en belleza, un panal de miel en
dulzura, una violeta en humildad, una rosa en caridad, un lirio en pureza, una
viña que llena la tierra y el cielo de su fruto delicioso, un perfume compuesto
de todas clases de olores aromáticos, cuyo dulcísimo olor se extiende por todo
el universo, una fortaleza inconquistable, una muralla y una torre inexpugnable,
un escudo impenetrable, una columna inquebrantable, una esposa cuya fidelidad es
inviolable, una amiga cuyo amor no tiene igual, una madre cuya fecundidad es
toda divina, una virgen cuya integridad es inmaculada, una señora en poder y
dignidad, una reina en majestad, una oveja en inocencia, un cordero en candor y
pureza, una paloma en sencillez, una tórtola en castidad»[99].
San Bernardo avanza todavía más.
He aquí sus pensamientos: «La soberana Señora de todas las cosas, dice, no es
solamente un cielo y un firmamento, más firme que todos los firmamentos; sino
que tiene muchos otros nombres y es designada y significada por muchas otras
cosas. Es el tabernáculo de Dios, su templo, su mansión, su cámara, su lecho
nupcial, el arca del diluvio, la paloma que lleva el ramo de paz, el arca de la
alianza, la vara milagrosa de Moisés, el vaso de oro lleno de maná, la vara
floreciente de Aarón, el vellocino de lana de Gedeón, la puerta de Ezequiel.
Es la Estrella de la mañana, la aurora que nos anuncia la venida del sol, es
una lámpara ardiente y luciente, la trompeta que anima a los soldados de
Jesucristo al combate y que llena de terror a sus enemigos, una montaña que está
por encima de todas las otras montañas, es la fuente de los jardines, es el
lirio de los valles, es un desierto lleno de misterios y de prodigios, es la
columna de nube y de fuego, es la tierra prometida de donde mana leche y miel.
Es la estrella del mar, es un navío que Dios nos ha dado para pasar con
seguridad el mar peligrosísimo de este mundo, el camino que es necesario seguir
para llegar felizmente al puerto, una divina red de la cual Dios se sirve para
pescar las almas, la viña del Señor, su campo, su granja.
Es el establo sagrado de Belén, el
santo pesebre del niño Jesús. Es el palacio del gran Rey, su gabinete, su
fortaleza, su ejército, su pueblo, su reino, su sacerdote. Es la queridísima
oveja del soberano Pastor, la Madre y la nodriza de sus otras ovejas y de sus
corderos. Es el verdadero paraíso terrestre, el árbol que lleva el fruto de
vida. Es una bellísima y preciosísima túnica de la cual Dios está revestido,
es una perla de precio inestimable. Es el candelabro de oro de la casa de Dios,
la mesa de los panes de la proposición. Es la corona del Rey eterno, su cetro,
el pan que alimenta a sus hijos, el vino que llena sus corazones de alegría, el
aceite que los ilumina, que los repara, que los fortifica. Es el cedro de
Libano, el ciprés de la montaña de Sión, la palma de Cades, la rosa de Jericó,
la hermosa oliva de los campos, el plátano que está plantado a las orillas de
las aguas, el cinamomo y el bálsamo, cuyo olor es tan dulce, la mirra exquisita
y elegida cuyo olor es tan agradable, el incienso que esparce su perfume por
todos los lados. Es el nardo, el azafrán y el azúcar de quien el Espíritu
Santo hace mención en el Capítulo cuarto de los Cantares. Es la hermana y la
esposa, la hija y la Madre a un mismo tiempo.
Y para concluir, en una palabra, es
de ella, por causa de ella, para ella, para quien está hecha toda la Escritura
Santa. Por ella ha sido, hecho todo el mundo. Es la que está llena de la gracia
de Dios, por su mediación el mundo. ha sido rescatado, el Verbo divino se ha
hecho, carne, Dios se ha humillado hasta lo infinito, y el hombre ha sido
exaltado tanto como puede serlo»[100].
Ricardo de San Lorenzo[101]
se extiende todavía más lejos, haciéndonos ver más de cuatrocientas cosas
sacadas de la Escritura Santa y de otras partes, que nos representan a la
persona de la sacratísima Madre de Dios, con sus misterios, sus cualidades y
sus virtudes.
Porque advertid, si os place, cómo
el Padre eterno, no contentándose con representarnos la persona de su Hijo Jesús
en la de Abel, de Noé, de Melquisedec, de Isaac, de Jacob, de José, de Moisés,
de Aarón, de Josué, de Sansón, de Job, de David y de muchos otros santos que
han precedido al tiempo de su venida a la tierra, nos ha querido dar todavía
muchas bellas representaciones en detalle de sus misterios, como el de su divino
matrimonio con la naturaleza humana por el misterio de la Encarnación, de su
Pasión, de su Muerte, de su Resurrección, de su Ascensión: así tampoco no le
bastó figurar y representar a la persona de la queridísima Madre de este amadísimo
Hijo, en la de María, hermana de Moisés y de Aarón, en la de la profetisa Débora,
de la sabia Abigail, de la prudente Thecuita, de la casta y generosa Judit, de
la bella y santa Esther, y de muchas otras parecidas: sino que además de esto,
nos ha querido dar retratos e imágenes singulares de sus misterios, de sus
cualidades, de sus virtudes y también de las demás nobles facultades de su
cuerpo virginal. Lo que se ve en muchos lugares de las Santas Escrituras,
especialmente en el capítulo veinticuatro del Eclesiástico y en el libro de
los Cantares: donde su concepción inmaculada está representada por el lirio
que nace en medio de las espinas sin ser herido; su nacimiento, por el de la
aurora, que señala el fin de la noche y el comienzo del día; su Asunción al
cielo por el arca de la alianza que San Juan vio en el cielo como el testimonio
al capítulo once de su Apocalipsis; la eminencia sublimísima de su dignidad,
de su poder y de su santidad, por la altura de los cedros del Líbano; su
caridad, por la rosa; su humildad por el nardo; su paciencia por la palmera; su
misericordia por el olivo; su virginidad, por la puerta cerrada del templo que
Dios hizo ver al profeta Ezequiel; su cabeza, por el monte Carmelo; sus
cabellos, por la púrpura del rey; sus ojos por los ojos de palomas y por las
piscinas de Hesebon; sus mejillas, por las de la tórtola; su cuello, por la
torre de marfil.
Pero sobre todo, este Padre
celestial ha deseado ponernos delante de nuestros ojos muchas bellas figuras y
maravillosas representaciones de su santísimo Corazón; muchas digo, de tal
manera, para hacernos ver cuán caro y precioso le es este amabilísimo Corazón
por las rarezas, perfecciones y maravillas de que está lleno.
¿Dónde están estas figuras o
estas representaciones de este Corazón admirable de la Madre del amor hermoso?
De entre un gran número de ellas, veo doce excelentísimas: seis en las
principales partes del mundo, es decir, en el cielo; en el sol; en la tierra; en
esta fuente que regaba toda la tierra, de la cual se ha hecho mención en el capítulo
segundo del Génesis; en el mar; y en el paraíso terrestre: y las otras seis en
seis cosas las más considerables que se han visto en este mundo, desde el
tiempo de Moisés hasta Nuestro Señor Jesucristo; es decir, en la zarza
ardiendo que Moisés vio sobre la montaña de Horeb; en el arpa misteriosa del
rey David, de la que se hace mención en tantos lugares de las divinas
Escrituras; en el trono magnífico de Salomón; en el templo maravilloso de
Jerusalén; en este horno prodigioso del que se habla en el capítulo tercero de
Daniel; y en la santa montaña del Calvario.
He aquí doce hermosas
representaciones del Corazón augustísimo de la Reina del cielo. Vamos a verlas
y considerarlas una tras otra, para animarnos a bendecir y alabar la mano del
divino pintor que las ha hecho, a reverenciar y admirar las raras perfecciones
del prototipo de los cuales ellas no son más que las imágenes, y a concebir
una alta estima de la devoción a este sacratísimo Corazón de la Madre de
Dios, como de una devoción solidísima y fundadísima, y cuyo primer fundamento
y el primer origen es el Corazón adorable del Padre eterno que nos ha dado
estos retratos[102].
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