Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO II

CAPÍTULO II
El Corazón de María es un cielo

   La primera representación que el Padre eterno nos ha dado del Corazón incomparable de la Hija bien amada de su Corazón es el cielo. Porque este Corazón purísimo es un verdadero cielo, del que los cielos que están sobre nuestras cabezas no son más que sombra y figura. Es un cielo que está levantado por encima de todos los otros cielos. Es este cielo del que el Espíritu Santo habla, cuando dice que el Salvador del mundo ha salido de un cielo que sobrepasa en excelencia a todos los otros cielos, para venir a realizar en la tierra la salvación del universo. Porque formado en el Corazón de esta Madre admirable antes de concebido en sus entrañas, como lo veremos en otro lugar, se puede decir que después de haber estado oculto algún tiempo en este mismo Corazón, como ha estado desde toda la eternidad en el de su Padre, ha salido de allí para manifestarse a los hombres. Pero, así como ha salido del cielo y del seno de su Padre, sin apartarse de él, así también el Corazón de su Madre es un cielo del cual ha salido de tal manera que ha permanecido siempre allí, y permanecerá eternamente.

   San Juan Crisóstomo[103], haciendo el elogio del corazón de San Pablo, no teme decir que es un cielo. ¿Cuánto más se puede atribuir al Corazón todo celestial de la Reina de los Apóstoles?

   El cielo es llamado por excelencia la obra de las manos de Dios; pero el Corazón de la divina María es una obra maestra sin igual de su omnipotencia, de su sabiduría incomprensible y de su bondad infinita.

1. INHABITACIÓN

   Dios ha hecho el cielo para establecer allí especialmente la morada de su divina Majestad. Es verdad que llena el cielo y la tierra de su divinidad; pero mucho más el cielo que la tierra; porque es allí donde ha establecido la plenitud de su grandeza, de su poder y de su magnificencia divina. También se puede decir verdaderamente que el Corazón de la sacratísima Madre de Dios es el verdadero cielo de la Divinidad, de los divinos atributos, y de la Santísima Trinidad, en la cual la divina Esencia, con todas sus divinas perfecciones, y las tres Personas eternas han hecho siempre su morada de una manera admirable.

   Oigo la voz de un Soberano Pontífice[104] que pronuncia que la plenitud de la Divinidad ha hecho su morada en el cuerpo sagrado y en las benditas entrañas de esta Virgen Madre.. Oigo también a un santo Cardenal[105] que habla el mismo lenguaje: María es como un cielo que ha merecido ser el santuario de la plenitud de toda la Divinidad. Porque toda la plenitud de. la Divinidad ha hecho su morada en el cuerpo adorable de Jesucristo, y por consiguiente en el cuerpo virginal de su divina Madre, mientras, en él moró por espacio de nueve meses. Ahora bien, si toda la plenitud de la Divinidad ha morado en el cuerpo santo de la Madre del Redentor durante nueve meses, ¿quién puede dudar que toda la plenitud de la Divinidad ha hecho, también su morada en su divino Corazón, durante este mismo tiempo; puesto que Ella no, residía en su cuerpo sino porque vivía y reinaba antes en su Corazón?

   ¿Pero quién puede dudar que toda la plenitud de la Divinidad no ha morado siempre en su Corazón admirable como en un cielo, no solamente durante estos nueve meses, sino siempre, tanto después como antes, puesto que Jesús, saliendo de las entrañas de María, ha morado siempre en su Corazón, como acabamos de decir, y morará eternamente?

   ¿No oís que dicen: Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará y nosotros vendremos a él es decir, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y haremos en él nuestra morada, es decir en su corazón y en su alma?[106]

   Ahora bien... ¿no confesaréis que nunca nadie ha amado tanto a Jesús como María, y que nadie ha seguido tan fielmente sus divinas palabras? Reconoced, pues, que su Corazón es un cielo, en el cual la Santísima Trinidad ha tenido siempre su residencia, y de una manera más digna y más excelente que en todos los otros corazones que aman a Dios. Todo este gran universo es como la casa de Dios. Y como el primer templo que ha edificado él mismo para ser adorado, alabado y glorificado por todas las criaturas de diversas maneras: ¡Oh Israel, exclama un profeta qué grande es la casa de Dios, y qué vasto y extenso es el lugar del que Dios ha tomado posesión para hacer su morada![107] Ahora bien, la parte más santa de esta casa de Dios, y el lugar más sagrado de este templo, es el cielo, que es el santuario..Mirad desde vuestro santuario, y desde lo más alto de los cielos en que tenéis vuestra morada. De aquí viene que el cielo es llamado, en las divinas Escrituras, el lugar santo de Dios[108].

2. SANTIDAD

   Pero no temo decir que el Corazón de la Santísima Virgen es un cielo mucho más santo, y en el que Dios hace su morada más santamente que en este primer cielo. Porque sé por la divina palabra que los cielos no son puros delante de los ojos de Dios; pero me atrevo a decir con San Anselmo[109], «que el Corazón de la Reina de los ángeles es tan puro, que después de la divina pureza, no se puede concebir una más grande». Los cielos han sido manchados por el pecado del soberbio Lucifer, y de los ángeles réprobos, pero jamás ningún pecado, ni original ni actual, ha tenido entrada en el Corazón Inmaculado de la humildísima María.

   Aunque Dios sea el soberano Monarca del cielo y de la tierra, no reina por tanto absolutamente y perfectamente más que en el cielo: Es aquí donde ha puesto el trono de su imperio, dice el Hijo de Dios[110]. Por esto el cielo se llama, Según la divina palabra, «reino de Dios» «regnum Dei», reino de los cielos, «regnum cælorum»; porque Dios vive allí soberanamente.

   Pero nadie puede dudar que él reina más magníficamente en el Corazón de la Reina del cielo. Porque, además de que no ha reinado siempre perfectamente en el cielo —la rebelión de los ángeles apóstatas se lo impidió, y de que su imperio ha sido siempre absoluto y sin obstáculo en este Corazón virginal; es cosa mucho más gloriosa a su divina majestad reinar en el Corazón de la que es la soberana Emperatriz de todo el mundo, y que sobrepasa en dignidad, en santidad y potencia todo lo que hay de grande y de santo en el universo, que reinar en todos los corazones de los hombres y de los ángeles.

3. GLORIA

   La santa Iglesia hace resonar todos los días por toda la tierra este divino cántico en alabanza de la Santísima Trinidad: «Sanctus, sanctus, sanctus Dominus Deus Sabaoth. Santo, santo, santo Señor Dios de los ejércitos. Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de vuestra gloria». Esta gloria, sin embargo, no brilla ni aparece tanto en la tierra como en el cielo; porque es aquí donde Dios manifiesta claramente su gloria y su grandeza.

   Pero yo proclamo que el Corazón de la Madre del amor es un cielo más lleno de majestad de la gloria de Dios que todos los cielos. Sí, es un cielo en el que Dios ha sido, es y será eternamente adorado, alabado y glorificado más santamente y más perfectamente que en todas las criaturas que están en la tierra y en el cielo, porque esta preciosísima Virgen le ha adorado siempre, alabado y glorificado según toda la extensión de gracia que habla en su alma y en su Corazón. Ahora bien, la gracia que le ha sido dada desde el momento de su Concepción era más excelente, según muchos grandes Doctores, que toda otra gracia que ha sido siempre comunicada, sea al Ángel en el cielo, sea al hombre en la tierra.

   Es verdad que su divina Majestad ha hecho cosas grandes y maravillosas en esta más alta y noble parte del mundo, que es el cielo, y en todos sus habitantes. ¿Pero quién podrá comprender los efectos admirables de luz, de gracia, de amor y de santidad que todos los divinos atributos y las Tres Personas eternas han obrado en el Corazón sagrado de la Madre de Dios? De esto hablaremos ampliamente en el libro quinto.

   Oigo la divina Palabra que dice que el Espíritu de Dios ha adornado los cielos de ricos ornamentos[111]; es decir, del sol, de la luna y de las estrellas. Pero ha adornado y enriquecido nuestro nuevo cielo, quiero decir el Corazón de nuestra Reina, de un sol infinitamente más brillante, que es el amor divino; de una luz incomparablemente más luminosa, que es la fe; y de un ejército de estrellas mucho más brillantes, que son todas las virtudes.

   Pero esto, que dice San Bernardo de esta sagrada Virgen, lo podemos decir de su Corazón virginal, a saber, que es un cielo y un firmamento en el que Dios ha puesto el verdadero sol, la verdadera luna y las verdaderas estrellas; es decir, Jesucristo, que hace continuamente su morada; y la Iglesia, de quien es también su cabeza de muchos modos, y que está más santamente y ventajosamente que en el corazón de San Pablo, quien asegura a los fieles llevarlos en su corazón[112]; y un número incontable de gracias y de prerrogativas[113].

   El cielo es llamado en las divinas Escrituras «el riquísimo tesoro de Dios». Pero haremos ver en otra parte que el Corazón de la Reina del cielo es el tesoro de los tesoros de la divina Majestad, en el que ella ha encerrado riquezas inmensas.

   Este Corazón admirable es un cielo empíreo, es decir, un cielo todo de fuego y de llamas; porque ha estado siempre incendiado de fuego y de llamas de un amor todo celestial y de un amor más ardiente y más santo que todo el amor de los serafines y de los más grandes santos que están en el cielo empíreo.

4. CIELO DE LOS CIELOS

   Es el cielo de los cielos, que no está hecho más que para Dios solo. Porque es la preciosa herencia y la rica porción del Señor el cual siempre la ha poseído perfectísimamente. Sí, el santísimo Corazón de la Reina de los Ángeles es el cielo del cielo por tres grandes razones.

   Primeramente, ¿no es verdad que su Hijo Jesús es el verdadero cielo de la Santísima Trinidad, puesto que el Espíritu Santo nos asegura que toda la plenitud de la divinidad hace su morada en él? Ahora bien, ¿no hemos visto poco antes que este mismo Jesús ha hecho siempre y hará eternamente su morada en el bienaventurado Corazón de su dignísima Madre? De lo cual no hay que extrañarse, puesto que según la divina Palabra, está morando desde esta vida en los corazones de todos los que creen en él con una fe viva y perfecta. —Concluid, pues, que siendo un cielo este amabilísimo Salvador, y no teniendo morada más gloriosa, ni deliciosa después del seno adorable de su Padre eterno, que el Corazón y de su divina Madre, que es otro cielo, es un cielo que mora en otro cielo; y así el Corazón de la Madre de Jesús es el cielo del cielo.

   En segundo lugar, es el cielo de los cielos, porque la preciosísima Virgen considerada en su persona es un verdadero cielo. Es la cualidad que el Espíritu Santo le da en estas palabras, según el sentir de un sabio y piadoso autor: Dominus de cœlo in terram aspexit[114]; es decir, según la explicación de este autor, el Señor que hace su morada en la bienaventurada Virgen, como en un cielo, ha dirigido sus ojos de misericordia a la tierra, es decir, a los pecadores. Esta Virgen maravillosa es un cielo, como dice el mismo autor, porque, todo lo que vive bajo el cielo, en el orden de la naturaleza recibe la del influjo de los cielos, así la santa Iglesia nos anuncia que la vida de la gracia nos es dada por la bienaventurada Virgen. Ahora bien, si esta incomparable Virgen es un cielo, y nuestro cielo en el mundo de la gracia, porque después de Dios ella es la fuente de nuestra vida sobrenatural, se puede decir bien que su Corazón es el cielo del cielo, en cuanto que es principio tanto de la vida corporal y espiritual que ha habido en la tierra, según hemos visto poco antes, como de la eterna que hay en el cielo, según veremos a continuación.

   En tercer lugar, este Corazón maravilloso es el cielo de los cielos, porque según las palabras de San Bernardo alegadas arriba, contiene en sí toda la Iglesia, que es llamada en la Escritura el Reino de los cielos, y que todos los hijos de la Iglesia, como acabamos de decir, reciben por su medio la vida de la gracia. Sí; San Pablo asegura a los cristianos de su tiempo que están alojados en sus entrañas.

   ¿Quién es el que osará desmentir a San Bernardino de Siena, cuando asegura que la preciosísima Virgen lleva a todos sus hijos en su Corazón, como una buenísima Madre? ¿Y quién es el que me contradirá si digo, después de esto, que llevará eternamente a todos los habitantes del cielo en este mismo Corazón, que es por consiguiente el cielo de los cielos, y un verdadero paraíso para todos los Bienaventurados, todo lleno de alegría y de delicias, para ellos, a causa del amor inconcebible de que este Corazón maternal está encendido para cada uno de ellos? Por causa de lo cual cantarán por siempre. Oh santa Madre de Dios, vuestra caridad sin límites ha dilatado de tal manera vuestro Corazón maternal, que es como una gran ciudad, o más bien como un cielo inmenso que está lleno de consolaciones inefables y de alegrías inenarrables para vuestros hijos bienamados, de quienes será la bienaventurada morada por toda la eternidad[115].

   Así es como el Corazón amabilísimo de nuestra divina Madre es un cielo, y un cielo empíreo, y el cielo de los cielos. ¡Oh cielo más elevado, extenso y más vasto que todos los cielos! ¡Oh cielo, que lleva en si al que los cielos no son capaces de contener! ¡Oh cielo más lleno de alabanza, de gloria y de amor por Dios, que este cielo admirable que es la mansión de la beatitud eterna! ¡Oh cielo en que el Rey de los cielos reina más perfectamente que en todos los otros cielos! ¡Oh cielo en el que la Santísima Trinidad hace su morada más dignamente y obra cosas más grandes que en el cielo empíreo!

 

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NOTAS

  • [103] In Act., e. 28, Homil. 55.

  • [104]  Inocencio M, Sermo 2 De Assumptione.

  • [105] S. Pedro Damián, Sermo 3 De Nativitate.

  • [106] Juan, 14, 23.

  • [107] Baruch, 3, 24.

  • [108]  Salmo 67, 6.

  • [109] De Conceptione, C. 18,

  • [110] Mat. 5, 34.

  • [111] Job, 26, 13.

  • [112] Filip. 1, 7.

  • [113] Super Salve Sermo 3.

  • [114] Salmo 101, 20.

  • [115] Sermo 6, a. 22, e. 2.