Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO IV

CAPÍTULO IV
El Corazón de María es el centro de la tierra
en donde Dios ha obrado nuestra salvación
[118]

   La tercera representación del nobilísimo Corazón de la Reina del cielo, es la que se expresa en estas santas palabras: «Dios nuestro Rey ha obrado la salvación en medio de la tierra».

   ¿Cuál es esta tierra, y cuál es el centro de esta tierra?

   Veo muchas clases de tierras en las santas Escrituras, entre las que anoto dos principales: La primera es, la tierra que Dios ha hecho al principio del mundo, y que ha dado al primer hombre y a sus hijos. La segunda, es la tierra que ha sido hecha por el nuevo hombre, Jesucristo Nuestro Señor, al cual se dirigen estas palabras: Señor, habéis bendecido vuestra tierra[119].

1. CENTRO DE NUESTRA REDENCIÓN

   Esta es la tierra, en medio de la cual Dios ha obrado nuestra salvación. Pues San Jerónimo y San Bernardo aplican estas palabras a la bienaventurada Virgen[120]. Mas observad atentamente, que el Espíritu Santo, que las ha pronunciado por boca del Real Profeta, no dice solamente que Dios ha obrado la salvación del universo en esta tierra, sino in medio terræ, o, según otra versión, in intimo terræ, «en el medio, en el Corazón, y en el seno de esta Virgen incomparable». Sí, en medio de esta buena tierra o, por mejor decir, en este bueno y buenísimo Corazón de María, Madre de Jesús, es donde la palabra increada y eterna, que sale del seno de Dios para venir a salvar a los hombres, ha sido recibida y conservada cuidadosamente; donde el trigo de los elegidos, ha sido sembrado abundantemente y donde ha producido fruto centuplicado y mil veces centuplicado. En el medio de esta tierra santa, en esta buenísima María es donde primeramente fue sembrado y derramado este trigo adorable, ya que ella lo recibió en su Corazón antes de recibirlo en sus entrañas. Al instante se extendió por todo el universo, por el aliento poderoso de los predicadores apostólicos animados del Espíritu Santo y se multiplicó infinitamente en los corazones de los verdaderos cristianos.

   De suerte que se puede decir con verdad que Jesús es el fruto, no sólo del vientre, sino del Corazón de María, como también, que todos los fieles son los frutos de este mismo Corazón.

   San Benito, en un sermón que dirigió a sus religiosos sobre el martirio de San Plácido y de sus santos compañeros, que eran sus hijos espirituales, les llama: el fruto de su corazón[121]. ¿Cuánto más se puede decir que los verdaderos cristianos son el fruto del Corazón de su Divina Madre? Porque, así como la fe, la humildad, la pureza, el amor y la caridad de su Corazón la han hecho digna de ser Madre del Hijo de Dios; as! también estas mismas virtudes de su sagrado Corazón le han adquirido la cualidad de Madre de todos los hijos de Dios. Y así como el Padre Eterno le ha dado poder, revistiéndole de su divina virtud por la cual Él engendra a su hijo desde la eternidad en su seno adorable; poder, digo, de concebir este mismo Hijo en su Corazón y en su seno virginal: así también le ha dado poder al mismo tiempo, de formarle y hacerle nacer en los corazones de los hijos de Adán, y hacerles de este modo miembros de Jesucristo, Hijos de Dios. Y así como ella concibió, llevó y llevará eternamente a su hijo Jesús en su Corazón, así también ha concebido semejantemente, ha llevado y llevará por siempre este mismo Corazón a todos los santos miembros de esta Divina Cabeza, como hijos suyos muy queridos, y como fruto de su corazón maternal, del que hace una oblación continua y un sacrificio perpetuo a la Divina Majestad.

2. EL CORAZÓN DE LA CORREDENTORA

   Lo que acabamos de decir arriba, es muy considerable y ventajoso para el Corazón sagrado de la Madre de Jesús. Pero he aquí más todavía: y es que esta maravillosa obra maestra de la salvación de todo el género humano ha sido hecha, no solamente en el Corazón, sino en cierta manera por el Corazón de esta Madre adorable.

   Después que Juan Crisóstomo dijo, hablando del corazón de San Pablo, que es el principio y el comienzo después de Dios, se entiende, de nuestra salvación, ¿quién puede protestar, si se da este elogio al Sagrado Corazón de la Madre de Dios? Ciertamente no carece de razón y fundamento. Pues es ciertamente verdad que no solamente fue quien el primero recibió en su Corazón al Salvador del mundo, cuando salió del corazón de su Padre para venir a trabajar en la tierra la obra de la Redención, y quien en él le ha conservado y conservará eternamente, sino también este Corazón sin par, todo abrasado de amor a Dios y de caridad para con los hombres, ha cooperado siempre en Él en esta grande obra, tanto en su comienzo, como en su desarrollo, como en su término.

   En cuanto al comienzo, hace más de cuatrocientos años que un gran siervo de la Virgen, hombre muy piadoso y gran sabio, dijo que las dos primeras cosas que han dado comienzo a nuestra salvación procedieron de su Sagrado Corazón: a saber, la fe y el consentimiento que dio a la palabra del ángel[122].

   Porque Dios no ha querido cumplir el misterio de la Encarnación, sino por el consentimiento del Divino Corazón de María, misterio que es el fundamento de nuestra salvación, principio de todos los otros misterios que el Hijo de Dios operó para nuestra redención, y la primera fuente de cuantas gracias nos adquirió para librarnos de la esclavitud del pecado y del infierno y para llevarnos al cielo.

   Veamos ahora de qué manera este amante Corazón de la Madre del Amor Hermoso ha cooperado al desarrollo de esta grande obra. Encuentro cinco maneras principales y muy considerables.

   Primeramente por los cuidados, las vigilancias y las penas continuas que el amor y la caridad de que estaba lleno impusieron a esta Divina Madre para conservarnos, alimentarnos y educarnos un Salvador.

   En segundo lugar, por las fervientes oraciones que dirigía sin cesar a Dios, de todo corazón, para la realización de todos los designios que este Adorable Redentor tenía para la salvación de todo el mundo.

   En tercer lugar, por todas las mortificaciones humillación y sufrimientos que sufría, las cuales ella ofrecía al Padre Eterno con un amor ardentísimo y una caridad increíble, en unión de las de su Hijo para el mismo fin para el cual él lo sufría, es decir, para la destrucción del pecado y para la redención de las almas.

   En cuarto lugar, por la estrechísima unión que tenia con su Hijo con el cual, no teniendo más que un solo Corazón, una sola alma, un solo espíritu y voluntad, Ella quería todo lo que Él quería, hacía y sufría en cierto modo con Él y en Él, todo cuanto Él hacía y sufría. De suerte que cuando Él se inmolaba en la cruz por nuestra salud, Ella lo sufría también con Él por el mismo fin! ¡Oh María, exclamaba San Bernardo, qué rica sois! Vos sois más rica que todas las criaturas que hay en la tierra y en el cielo; vos sois lo suficientemente rica para enriquecerlas a todas, pues esta porción de vuestra substancia que vos habéis dado a nuestro Salvador cuando quiso ser Hijo vuestro, es suficiente para pagar las deudas de todo el mundo[123].

   En quinto lugar, el Corazón de la gloriosa María ha contribuido a la obra de nuestra Redención, porque Jesús, que es a la vez la Hostia que ha sido sacrificada por nuestra salvación, y el sacerdote que la ha inmolado, es el fruto del Corazón de esta Bienaventurada Virgen, como antes hemos dicho; porque este mismo Corazón es también el sacrificador que ha ofrecido esta Divina Hostia y el Altar sobre el cual ha sido ofrecida, no una vez solamente, sino mil y mil veces, en el fuego sagrado que arde sin cesar sobre este altar; y porque la sangre de esta adorable víctima, que fue derramada por el precio de nuestro rescate, es una parte de la sangre virginal de la Madre del Redentor, que Ella le dio con tanto amor que pronto estaba a entregarle de todo corazón hasta la última gota por este fin. Dice San Bernardo: «El Padre Eterno, queriendo rescatar el mundo, puso todo el precio de su rescate en las manos y en el Corazón de María»[124].

   He aquí cómo este Corazón ha cooperado al desarrollo de la obra de nuestra Redención. Falta estudiar lo que ha hecho y hace continuamente por el perfeccionamiento de esta obra.

3. EL CORAZÓN DE LA INTERCESORA

   Habiendo venido el Hijo de Dios a la tierra, y habiendo nacido en un establo y muerto sobre una cruz, para cumplir la obra que el Padre había puesto en sus manos: es decir, para aniquilar el pecado, y librar las almas de su tiranía, para nacer, vivir y reinar en ellas, y para reinar y glorificar en ellas a su Padre; no se realiza esta obra sino en la medida que estas cosas se ejecutan. Por esto, así como Él tiene un deseo incomprensible de que su obra se realice, también desea infinitamente destruir el pecado, salvar a las almas, verse viviendo y reinando en ellas, y establecer en ellas el reino de su Padre. Por este fin se desvela y trabaja continuamente tanto por si mismo como por su cuerpo místico, que es su Iglesia. Por este fin emplea incesantemente ante su Padre, las oraciones e intercesiones de toda la Iglesia triunfante, los cuidados y vigilancias de la Iglesia militante, el uso de los Sacramentos que en Ella ha establecido, todas las funciones eclesiásticas que se ejercen, todas las buenas obras que se hacen, todas las vigilias, ayunos, y mortificaciones que en ella se practican y todos los sudores y trabajos de los obreros evangélicos que cooperan con Él a la salvación de las almas. Por esta razón la divina palabra los llama ayudadores de Dios[125]; los cooperadores de la verdad eterna[126]. De suerte que todos los ángeles y santos del cielo y todos los. verdaderos cristianos que están en la tierra, cooperan con el Salvador cada uno según la medida de su gracia y el uso que hace de ella, en la consumación de su obra; de tal forma que. cada uno puede decir a su manera con San Pablo, que cumple lo que falta a la Pasión y a los. otros Misterios del Redentor; porque les falta el que su fruto y efectos sean aplicados a las almas.

   Mas el Sagrado Corazón de la Dignísima Madre de Jesús, coopera él sólo más eficazmente y más ventajosamente a la perfección de su obra, que todos los santos juntos del cielo y de la tierra.

   En la tierra cooperó de cinco maneras principales como acabamos de ver. También coopera en el cielo de cinco modos principales.

   En primer lugar, en cuanto que el odio inconcebible que tiene contra el pecado, la caridad indecible que tiene para todas las almas, y el amor ardentísimo hacia el Padre Eterno y hacia su hijo Jesús, animan e impelen a esta Divina Madre a rogar sin cesar por la ruina de la tiranía del infierno, por la libertad de las almas. que tiene cautivas, y por el establecimiento del Reino de Nos en ellas.

   En segundo lugar, por el santo uso de esta misma caridad hacia las almas, de la que está lleno si, corazón, le hacen hacer en su favor, de varios grandes privilegios y poderes señalados, que Dios le ha dado, para ayudarlos poderosamente en el negocio de su salvación, de varios modos extraordinarios que no conoceremos sino en el cielo.

   En tercer lugar, por la oblación perpetua que hace de todo su corazón al Padre Eterno, con su Hijo Jesús, de los sufrimientos de la muerte y de todos los estados y misterios de este mismo Hijo como de cosa propia; siendo como era su amadísimo Hijo todo de Ella, y no siendo sino uno, con Él, por el espíritu, por el corazón y la voluntad, de una manera más perfecta que cuando vivían juntos en la tierra.

   En cuarto lugar, por el empleo que hace con, su amor increíble, del poder especial que tiene para formar, hacer nacer, hacer vivir a su Hijo Jesús en los corazones de todos los fieles; formación, nacimiento y vida que son el fruto principal de su pasión y de su muerte, el cumplimiento de sus designios y la consumación de su obra.

   Vengamos a la quinta manera por la cual su amante Corazón coopera con su Hijo Jesús a la consumación de su obra. Y lo hace distribuyendo a los hombres con grandísima caridad los frutos de la Vida, de la Pasión y de la Muerte de su Hijo, es decir, las gracias y bendiciones que Él les habla merecido durante el transcurso de su vida mortal y pasible, de los que en su Corazón maternal, como depositario, guarda; porque, así como ella conservó en su Corazón todos los misterios que su Hijo obró aquí abajo para nuestra Redención, así también su adorable Redentor ha depositado en el Corazón de su queridísima Madre todas las riquezas que adquirió y todos los bienes eternos que reunió durante los treinta y cuatro años de su permanencia en este mundo. Dice San Bernardo: «El Salvador ha derramado a manos llenas, sin medida y sin límites todos sus tesoros en su seno»[127]. Ha querido que sea la tesorera de sus dones y de sus gracias y resuelto no dar nada de ellas a quien quiera que sea, sino por su medio, pasando por sus manos. Es también San Bernardo el que nos anuncia esta verdad[128].

   Todas estas cosas nos manifiestan claramente que, así como el amabilísimo Corazón de la Madre del Salvador coopera con Él de varias formas al comienzo y al desarrollo de la obra de nuestra salvación, coopera también de diversas maneras a su cumplimiento. Por esto, lo que San Juan Damasceno dice del vientre sagrado de la Reina de las Vírgenes, se puede decir con mayor razón de su corazón virginal, llamándole: «Comienzo, medio y fin de toda clase de bienes»[129].

   De ahí que San Agustín, San Jerónimo, San Juan Damasceno, San Efrén, San Germán, Patriarca de Constantinopla, San Bernardo y varios otros santos Padres y señalados Doctores la llamen ayuda y cooperadora, con su Hijo, de nuestra Redención, la fuente de nuestra Salvación, la esperanza de los pecadores, la mediadora de nuestra reconciliación y nuestra paz con Dios, redención de los cautivos, alegría y salud del mundo; y aseguran que en Ella, de Ella, y por Ella, Dios ha rehecho y reparado todas las cosas; que nadie se salva sino por ella y que Dios no otorga ninguna gracia a nadie sino por ella. He aquí sus propias palabras. Dice San Agustín: «La Madre del género humano llenó el mundo de pena y de miseria: la Madre de nuestro Señor ha traído la salud al mundo. Eva es la madre y el origen del pecado: María es el manantial, la madre de la gracia. Eva nos causó la muerte: María nos dio la vida. Aquélla nos hirió, ésta nos curó»[130].

 

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NOTAS

  • [118] Hemos leído a San Juan Eudes, quien, antes, a través del simbolismo del Cielo, nos ha dado la doctrina de la inhabitación de Dios en el Corazón de María; después. a través del simbolismo del Sol, nos le ha presentado Como luz Y vida de las almas, Ahora, con ocasión de un texto escriturario, y tomando como simbolismo la Tierra, desarrolla Magníficamente toda la doctrina de la Corredención Mariana. Sin detenernos demasiado en el simbolismo, penetremos en su contenido dogmático.  

  • [119]  Salmo 82, 2.

  • [120] In Pentec. sermo 2.

  • [121] Cit. por Sumo en la Vita S. Placidi.

  • [122] K De S. Lorenzo, De Laudibus, 1. 2, p. 2.

  • [123] Cit. por Ricardo de S. Lorenzo, 1. 3.

  • [124] In Signum Magnum.

  • [125] 1 Cor. 3, 9.

  • [126] 3 Juan, 8.

  • [127] Deprecatio ad B. Virginem.

  • [128] Sermo 3 De Vigilia Nativit. Domini.

  • [129] Oratio 1.- De Dormítione.

  • [130] Sermo 18, De Sanctis.