Magisterio de la Iglesia
San
Juan Eudes
VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO IV (Continuación)
Y, otra vez: «Vos sois después de Dios, la única esperanza de los pecadores. Por Vos esperemos obtener de Dios, Virgen bienaventurada, el perdón de nuestros pecados; por vuestra mediación esperamos recibir los dones y favores de su Divina Bondad»[131]. Y San Jerónimo: «Tengamos grande veneración a aquella que es la fuente de nuestra salvación»[132]. Y San Juan Damasceno: «Vos habéis venido a este inundo, oh Virgen Santa, para trabajar y cooperar con vuestro Hijo a la salvación de todo el universo»[133]. Escuchemos a San Efrén: «Por ti somos reconciliados con Dios; tú eres la redención de los cautivos; la salvación de todos. Dios te salve, paz, gozo y salud del mundo. Dios te salve mediadora nuestra gloriosísima»[134]. He aquí ahora a San Germán, Patriarca de Constantinopla, que habla de esta manera a la Reina del cielo: «Nadie se salva, sino por ti, ioh Madre de Dios! Nadie es librado de ningún peligro, sino por ti, ¡oh Virgen María! Nadie ¡oh amadísima de Dios! recibe un don de su mano que no pase antes por las vuestras»[135]. Y el Beato Amadeo: «Así como todos los hombres están muertos en Eva, así todos serán vivificados en María; y como el crimen de Eva perdió al mundo, la fe de María lo reparó»[136]. Con razón, dice San Bernardo, todas las criaturas vuelven sus ojos hacia ti: pues en ti, de ti y por ti la dulce mano del Todopoderoso ha rehecho y reparado la obra, que el pecado había arruinado[137]. Por cuya causa este mismo santo la llama: «Inventora de la gracia, mediadora de la salvación, restauradora de los Siglos»[138]. «Lo que fue perdido y condenado por Eva fue salvado por María», dice Inocencio III[139]. Y Ricardo de San Víctor: «María deseó, buscó y obtuvo la salvación de todos; hasta por ella fue obrada la salvación de todos: por esto es llamada la salvación del mundo»[140]. No es que el Salvador, dice San Bernardo, no fuese solo más que suficiente para realizar la obra de nuestra salvación: «Mas como el hombre y la mujer habían sido causa de nuestra ruina, as! era también conveniente que el hombre y la mujer cooperasen a nuestra reparación[141]. Lo cual se realizó, sin embargo, de una manera infinitamente distinta: operando el Hombre-Dios nuestra redención como causa primera y soberana y por sus propios méritos; y cooperando su santa Madre como causa segunda y dependiente de la primera, y por los méritos de su Hijo, y de la manera dicha. Podría hacer hablar aquí sobre este tema a muchos otros Santos Padres e ilustres Doctores. Mas basta lo dicho para mostrar cómo ha obrado Dios nuestra salvación, no solamente in medio terræ, en medio de esta tierra santa de que aquí hablamos, es decir, en el Sagrado Corazón de María, Madre de Jesús; sino también por este mismo Corazón, que cooperó con su divina bondad en todas las maneras susodichas, habiendo recibido una tal plenitud de gracia, dice el Doctor Angélico Santo Tomás, que fue suficiente para cooperar con su hijo a la salvación de todos los hombres[142]. Por lo cual San Buenaventura asegura que su Corazón es la fuente de la salud universal[143]. Entremos en los sentimientos del Santísimo Corazón de Jesús y de María, con respecto a este negocio. Entreguemos nuestro corazón al espíritu de amor, de caridad, de celo, que anima y abrasa a este Divino Corazón para el cumplimiento de esta obra, a fin de cooperar con él por el fervor de nuestras oraciones, por la santidad de nuestras obras y por todas las maneras que nos sea posible, a la salvación de las almas que. le son queridas, y especialmente a la salvación y santificación de la nuestra, no omitiendo ninguna diligencia que podamos nosotros poner para hacerla agradable a los ojos de la Divina Majestad. De este modo imitaremos al amante Corazón de nuestra Santa Madre, en el cual y por el cual la todopoderosa mano de Dios ha obrado nuestra salvación. 4. LOS MODOS DE LA
COOPERACIÓN
Habiendo determinado el Padre Eterno, enviar a su Hijo a este mundo y hacerle hombre, no sólo para salvar a todos los hombres, sino también para hacerlos dioses, pudo no hacerle nacer de una Madre, dándole un cuerpo, desde el momento de la Encarnación, tan perfecto como el que dio al primer hombre, y uniendo este cuerpo hipostáticamente a la persona de su Hijo. Mas el deseo infinito que tiene de manifestarnos las maravillas de su amor, hace que él no se contente con que su Hijo sea hombre; quiere también que sea Hijo del hombre y que tenga una Madre sin padre en la plenitud de los tiempos, así como tiene un Padre sin Madre desde la eternidad. Quiere no solamente elevar la naturaleza humana al más alto trono de la gloria, uniéndole a la naturaleza divina con una unión tan estrecha, que sea igualmente verdadero decir que Dios es Hombre y el Hombre es Dios; sino que la quiso enriquecer de los tesoros incomprensibles, dándoles un Hombre-Dios, y una Madre de Dios. Quiere, ¡oh Bondad inconcebible! que tengamos un Dios por Padre, un Hombre-Dios por hermano, y una Madre de Dios por Madre nuestra. A este fin escogió una Virgen toda inmaculada y toda santa de la raza de Adán, que, se llama María, hija de Joaquín y Ana, para asociarla con Él a su divina Paternidad, y hacerla Madre del mismo Hijo del que Él es Padre. La ha hecho participante de su divina virtud, por la cual Él produce este mismo hijo desde toda la eternidad en su seno adorable, dándole el poder de engendrarle en su seno virginal de ¿una manera tan maravillosa y tan verdadera,, que, lo mismo que este Padre Divino dice a su —Hijo en el día de la eternidad: «Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado yo»[144], esta Divina Madre lo puede decir también en el día de su Encarnación: «Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy dentro de mí»; tu Padre adorable te hace nacer de su Divina Substancia en tu generación eterna, y yo te he hecho nacer de mi propia substancia en tu generación temporal. No tienes nada en tu divinidad que no lo hayas recibido de tu Padre; y no tienes nada en tu humanidad según el cuerpo, que no lo tengas de mí. Toda tu divinidad es de tu Padre, y toda tu humanidad según la carne es mía. Sí, dice San Agustín: «La carne de Jesucristo es la carne de María»[145]. ¿Qué se sigue de aquí? Escuchad: he aquí maravillosas consecuencias: Si la carne de Jesús es la carne de María, ¿quién puede negar que la herida de la lanza que hirió el sagrado costado del Divino Corazón de Jesús, a fin de sacar de él hasta la última gota de su sangre para rescatarnos y para manifestarnos los excesos de su amor, no será la herida del Corazón de María? Si la carne de Jesús es carne de María, ¿quién podrá negar que todas las llagas de que está llena esta santa carne, desde la cabeza hasta los pies, todos los dolores que sufrió, toda la sangre que derramó, y la muerte cruelísima que padeció, no serán las llagas, los dolores, la sangre y la muerte de María? ¿Y quién podrá dudar que esta divina María que no forma más que un solo Corazón y una voluntad con su Hijo Jesús, no habrá ofrecido con Él todas estas cosas a Dios, por el mismo fin que Él las ofreció, es decir, por nuestra redención, y que así, de este modo, no haya Ella cooperado con Él de una manera muy excelente a la obra de nuestra salvación? Es verdad que los méritos infinitos de las lágrimas, de las acciones, de las llagas, de los dolores, de la sangre, y de la muerte del Salvador, por los cuales satisfizo a Dios en rigor de justicia por nuestros pecados, y por los cuales nos adquirió la felicidad eterna, tienen su precio y su valor por la unión hipostática de su carne divina con su Persona adorable; mas también es verdad, que la Bienaventurada Virgen, no solamente nos ha dado esta Santísima Carne, formada de su substancia virginal, sino que también según varios grandes teólogos cooperó con las Tres Divinas Personas en la unión íntima que se realizó entre esta misma carne con la Persona del Verbo en el momento de la Encarnación[146]. Después de todo esto, no os extrañéis si la Santa Iglesia hace resonar por todo el Universo aquellas palabras que dice a Dios en una oración que le dirige después del Nacimiento del Salvador: «Oh Dios, que por la fecunda virginidad de la Bienaventurada María, habéis dado al género humano las glorias y alegrías de la salud eterna». No os extrañéis tampoco de que yo atribuya principalmente al amabilísimo Corazón de esta Madre admirable su cooperación al comienzo, desarrollo y a la consumación de la obra más importante de la salvación eterna, porque ella ha hecho todas las cosas susodichas con un Corazón tan lleno de amor hacia Dios y tan lleno de caridad hacia nosotros, que no ha habido ni habrá jamás nada semejante en todos los corazones humanos y angélicos. ¡Oh Corazón incomparable de Nuestra Divina Madre! ¿Quién podrá sospechar las obligaciones inenarrables que nosotros tenemos para con vuestra ardentísima caridad? ¿Qué lengua será capaz de agradecéroslo dignamente? ¿Qué corazón será capaz de amaros y honraros según lo piden nuestras obligaciones? Esto es algo que no puede ser hecho perfectamente más que por el espíritu, por la lengua y por el corazón de un Dios. ¡Que el espíritu, pues, que la lengua y que el corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os alaben, os bendigan y os amen tanto como Vos merecéis; y que os hagan ser alabado, bendecido, y honrado y amado continuamente y eternamente por todas las criaturas del universo! 5. QUE EL CORAZÓN
SAGRADO DE LA BIEN AVENTURADA VIRGEN ES EL CENTRO DEL MUNDO CRISTIANO
Quien dice en medio de la tierra, dice el centro de la tierra. Por esto, estando simbolizada por esta tierra, la Bienaventurada Virgen, según se ha dicho, y siendo verdaderamente la tierra santa del mundo santo, quiero decir: el mundo cristiano, el mundo del hombre nuevo, el inundo del divino amor, y de la santa caridad, ¿no podrá acaso decirse, que por medio de esta preciosa tierra que es su Corazón, es el centro de este nuevo mundo? Sin duda ninguna por tres razones: Primeramente, ¿no es verdad que, pues cada cosa mira a su centro como al lugar de su salvación, si es preciso decirlo de su conservación, y de su reposo; y que la salvación de los hombres ha sido obrada en el Corazón de María: todos los cristianos la deben mirar como la fuente de su vida después de Dios, como la causa de su alegría y centro de su felicidad? Esto es conforme al lenguaje de los Santos Padres. He aquí las palabras de San Bernardo que se refieren ciertamente a la persona de la Santa Virgen, pero que pueden ser aplicadas verdaderamente a su corazón: «Con mucha razón es llamada María, el medio de la tierra; pues todos los habitantes del cielo, y los que están en el infierno, y los que nos han precedido, y los que vivimos ahora, y los que nos sigan, y los hijos de sus hijos y toda su posteridad la miran como aquella que después de su Hijo, al ser mediadora entre Dios y los hombres, entre la cabeza y los miembros, entre el Padre y los hijos, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, entre el cielo y la tierra, entre la justicia y la misericordia, es como el medio y el centro del mundo. La contemplan como arca de Dios, arca de alianza y de paz entre Dios y su pueblo, como causa de las cosas buenas, y como la obra y el negocio de todos los siglos pasados, y por venir. Los que están en el cielo, es decir, los Ángeles la contemplan como aquella por quien deben ser reparadas las ruinas que entre ellos causó el pecado; los que están en el infierno, es decir, en el purgatorio, como aquella por cuyo intermedio ellos deben ser rescatados; los que nos han precedido la ven como aquella en quien deben realizarse las antiguas profecías; los que vengan después de nosotros la considerarán como aquélla por cuyo medio podrán ser un día coronados de gloria inmortal»[147]. No solamente pueden estas palabras de San Bernardo ser aplicadas al Corazón de la Madre de Dios, sino que le convienen todavía mejor a su persona: porque la causa es más noble que sus efectos, y su Corazón lleno de humildad es, como veremos en seguida, la causa y el origen de todas las cualidades susodichas de que ella está adornada, y que la hacen digna de ser el objeto, el refugio y como el centro de todas las criaturas que han existido, existen y existirán en el universo. Por lo cual concluyo, primeramente, que este maravilloso Corazón es el medio y el centro del mundo del hombre nuevo. En segundo lugar, digo que es el centro de este inundo nuevo que es el mundo del Divino Amor y de la santa caridad, mundo todo de corazón y de dilección, que no tiene más ley que la ley de la caridad: porque todos los santos moran y todas las divinas caridades que hay en los corazones de los Ángeles y de los hombres, que aman a Dios por si mismo, y que aman al prójimo en Dios y por Dios, se encuentran reunidos en el Corazón de la Madre del Amor Hermoso como en su centro, como si todos los rayos del sol viniesen a reunirse en el fondo de un bello espejo que fuese suficientemente grande para reunirlos a todos. En tercer lugar, os ruego que recordéis lo dicho en el principio de este libro, que la humildísima y purísima Virgen arrebatando y atrayendo a si el Corazón adorable del Padre Eterno, que es su Hijo, ha llegado a ser el Corazón de su Corazón; de tal forma que Jesús es el verdadero Corazón de María. Ahora bien, este amabilísimo Jesús ¿no es el amor y las delicias, el centro y la alegría del cielo y de la tierra? Y en consecuencia ¿no es natural que Jesús, que es el verdadero Corazón de María, sea el centro de todos los corazones de los hombres y de los Ángeles, hacia quien siempre deben estar dirigidos para contemplarle, para continuamente aspirarle y tender a él incesantemente; porque es el lugar de su perfecto reposo y de su soberana felicidad, fuera de la cual no hay para ellos más que confusión, inquietud, angustia, muerte e infierno? ¡Oh Jesús, verdadero Corazón de María, atraed, llevad, arrebatad nuestros corazones a vos. Haced que no amen, no deseen, no busquen, no gusten sino a Vos, que suspiren y tiendan sin cesar hacia Vos, que no tengan reposo ni complacencia sino en Vos, que permanezcan perpetuamente en Vos, que sean consumidos en el horno ardiente de vuestro Divino Corazón, y sean transformados en él para siempre! |
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