CAPÍTULO V
Cuarto cuadro, en el que se representa al Corazón de la Madre de Dios,
como fuente y manantial inagotable de una infinidad de bienes
El cuarto cuadro del bienaventurado
Corazón de la Benditísima Virgen, es otra maravillosa Fuente que Dios
hizo salir de la tierra al principio del mundo, de la cual se nos habla en estos
términos en el capítulo segundo del Génesis: «Una fuente salía de la tierra
que regaba toda la superficie de la tierra».
Porque San Buenaventura nos dice que esta fuente figuraba a la Santísima Virgen.
Mas nosotros podemos también racionalmente decir que es una figura de su Corazón,
el cual es verdaderamente una fuente viva cuyas aguas celestiales riegan no sólo
toda la tierra, sino todas las cosas creadas que hay en la tierra y en el cielo.
Es la fuente sellada de la Santa
Esposa, que su Divino Esposo llama: Fons signatus; porque siempre
estuvo cerrada, no solamente al mundo, al demonio y a toda clase de pecado, sino
hasta a los mismos Querubines y Serafines, a los que toca el conocimiento de
varios tesoros inestimables y secretos maravillosos que Dios ha escondido en
este Corazón y en esta fuente, y que sólo de Él son conocidos.
El corazón del hombre es malo e
inescrutable, dice la divina Palabra; ¿quién le podrá conocer?.
Mas hablemos de otra forma del Corazón de la Reina de todos los Santos, y
digamos: «Santo e impenetrable es el Corazón de María; ¿quién será capaz
de conocerle?; sino sólo Dios, el cual, habiendo encerrado todos sus tesoros,
ha puesto en él su sello, tanto para que nadie entre en él que no le sea
grato, como para mostrarnos que contiene riquezas tan grandes, que sólo a aquel
que le ha creado pertenece saber su cantidad, su calidad y su precio? «Dios la
ha creado para su divino Espíritu, y sólo Dios es quien la conoce y sabe el número
y medida» de las gracias que ha encerrado en esta fuente sellada, de la cual
podemos decir que es: una fuente de luz; una fuente de agua bendita y santa; una
fuente de agua viva y vivificante; una fuente de leche y de miel; una fuente de
vino; una fuente que es el origen de un caudaloso río, mejor de cuatro ríos
maravillosos; una fuente, en fin, que es el manantial de una infinidad de
bienes.
.—
Es una fuente de luz, cuya sombra y figura nos es
manifestada en la reina Esther, que el Espíritu Santo nos pinta, en las Divinas
Escrituras, como una pequeña fuente que se convierte en una grande luz y luego
se transforma en un sol.
Es ésta la fuente del sol, fons solis, de que se hace mención en
el libro de Josué.
Si, el Corazón de María, lo mismo
que su nombre que significa iluminada, iluminadora, y estrella del amor, es una
fuente de luz: pues la Santa Iglesia la contempla y honra como fuente
resplandeciente de la verdadera luz; y la saluda como puerta por la cual entró
la luz divina en el mundo. Sí, el Corazón de María es la fuente del sol, pues
María es la Madre del Sol de justicia, y este divino Sol es el fruto del Corazón
de María como antes se ha dicho.
.—
Es una fuente de agua, pero de agua bendita, santa
y preciosa. Me refiero al agua de tantas y tantas lágrimas como
han salido de esta sagrada fuente, para unirse a las lágrimas del Redentor y
cooperar de este modo con Él a nuestra redención. ¡Oh, cuántos arroyos de lágrimas
han brotado de vuestros ojos de paloma, Virgen Sagrada, de las cuales Vuestro
Corazón amoroso devoto y piadoso fue el manantial! Lágrimas de amor, lágrimas
de caridad, lágrimas de devoción, lágrimas de alegría, lágrimas de dolor y
de compasión. ¿Cuántas veces este abrasado amor, en el que ardía vuestro
Corazón, por un Dios tan amable, os ha hecho derramar arroyos de lágrimas, viéndole
no solamente tan poco amado, sino tan odiado, tan ultrajado, tan deshonrado por
la mayor parte de los hombres, que tienen infinitas obligaciones de servirle? ¿Cuántas
veces vuestra caridad inflamada, por las almas creadas a imagen de Dios, y
rescatadas por la sangre preciosa de vuestro Hijo, os ha hecho deshaceros en lágrimas,
viendo que se pierden a millones por su pura malicia, a pesar de lo que Él hizo
y sufrió para salvarlas? Cuántas veces los santos Ángeles han visto correr
por vuestras sagradas mejillas las santas lágrimas de una sincerísima devoción
en vuestras santas conversaciones con la Divina Majestad: pues el don de lágrimas,
que ha sido concedido a tantos santos, sin duda que no falta a aquella que nos
asegura poseer la plenitud de todos los dones y de todas las gracias que han
sido comunicadas a los santos: ¿Acaso no es también verdad, oh Madre de Jesús,
que la alegría de que fue henchido vuestro Corazón en diversas ocasiones,
mientras vivíais aquí con vuestro Hijo muy amado, ha hecho brotar de vuestros
ojos una dulce lluvia de lágrimas, pero lágrimas de alegría y consuelo: como
cuando se encarnó en vuestras entrañas sagradas; cuando visitasteis a vuestra
prima Isabel; cuando le visteis nacer en Belén; cuando le visteis adorado por
los Santos Reyes; cuando le encontrasteis en el templo entre los Doctores, después
de haberle buscado durante tres días; cuando os visitó después de su
Resurrección; y cuando le visteis subir gloriosamente al cielo?
.—
Es también una fuente de agua viva, es decir, una fuente no sólo
de luz, como hemos visto antes, sino una fuente de gracia. Y esto no nos debe
sorprender, ya que hace tiempo que la Madre del Salvador fue declarada por la
boca de un Arcángel llena de gracia: Gratia plena y
proclamada por el oráculo de la Iglesia Mater gratiæ, Madre de
gracia; Mater divinæ gratiæ, Madre de la Divina gracia.
Está tan llena de gracia, dice el doctor angélico Santo Tomás, que tiene
suficiente para repartir entre todos los hombres.
Sí, su liberalísimo Corazón es
una fuente de agua viva que derrama sus aguas salutares por todos los lados,
sobre las tierras no solamente de los buenos, sino también de los malos, a
imitación del buenísimo y misericordiosísimo Corazón del Padre celestial,
que hace llover sobre justos y pecadores. He aquí por qué el Espíritu Santo
en un lugar, llama a este Corazón amante de la Madre de misericordia fuente de
los jardines.
Y en otro lugar dice que es una fuente que riega el torrente de las espinas.
¿Cuáles son estos jardines y cuál
este torrente de espinas, regados por las aguas de esta hermosa fuente? Los
jardines son todas las santas Ordenes de la Iglesia, en los cuales se lleva una
vida verdaderamente cristiana y santa. Pues éstas son los jardines deliciosos
para el Hijo de Dios, llenos de aquellas flores y frutos que pide la Santa
Iglesia cuando dice: Confortadme con flores, rodeadme con frutos porque
desfallezco de amor. Estos jardines son también todas las almas santas, de
cualquier estado y condición que sean, en las cuales el Divino Esposo tiene sus
delicias, entre las flores hermosas de sus santos pensamientos, deseos y afectos
de que están llenas, y entre los frutos agradables de la práctica de las
virtudes y de las buenas obras. Y no es necesario pensar por esto que ellas le
atribuyan una cosa que no pertenece más que a Dios.
Pues es cierto que Dios es el
primero y soberano manantial de todas las gracias; mas esto no impide que haya
otras fuentes de gracia, según el testimonio de la divina Palabra. De otro
modo, nos habría anunciado en vano el Espíritu Santo por la boca de un
Profeta, que sacásemos con alegría las aguas de la gracia en las fuentes del
Salvador. No dice en la fuente, sino en las fuentes.
¿Cuáles son estas fuentes del
Salvador? Son los Santos Profetas y Apóstoles, los pastores y sacerdotes de su
Iglesia, y todos aquellos a quienes ha establecido para ser dispensadores de sus
divinas gracias. Mas estas son fuentes inferiores y dependientes del soberano
manantial, del cual ellos sacan y reciben sus aguas para comunicarlas a los
jardines, es decir a las almas dispuestas a recibirlas; y para comunicarlas, no
como causas primeras y eficientes o meritorias, especialmente de las gracias
justificantes, lo, cual pertenece sólo a Dios y al Hombre-Dios, sino como
causas segundas que obran dependiendo de la primera; como causas morales, que no
operan físicamente, sino moralmente; como causas instrumentales, que son como
instrumentos en las manos de Dios, pero instrumentos vivos y libres que cooperan
libremente con él en la salvación de los hombres, sea por sus oraciones y sus
lágrimas, sea por sus instrucciones y consejos, sea por el ejemplo de su vida,
o de cualquier otra manera.
Ahora bien, el Corazón de la Madre
de la Gracia es la primera y principal entre estas fuentes, pero con muchas
ventajas y privilegios por encima de ellas.
En primer lugar, por haber recibido
dentro de si con plenitud todas las aguas de la gracia, como ya se ha dicho. En
segundo lugar, por haberla concedido Dios poderes singularísimos que sólo al
corazón de una Madre de Dios pertenecen, con poder para comunicarlos por varias
vías extraordinarias sólo conocidas de Aquel que quiso honrarla con semejantes
prerrogativas.
Mas no solamente es la fuente de los
jardines, cuyas aguas riegan las almas justas y santas; es también la fuente
del torrente de las espinas. Estas espinas son los hombres malvados, cuya
vida está toda ella erizada de las espinas de sus pecados.
Ahora bien, el Corazón de la Madre
de la Misericordia se halla tan lleno de bondad, que hace sentir sus efectos
hasta en el torrente de las espinas, o más bien en las espinas arrastradas por
el torrente al fuego del infierno para allí arder eternamente. Pues las aguas
maravillosas de esta sagrada fuente, viniendo a regar estas espinas muertas e
infructuosas, aptas tan sólo para arder en el fuego eterno, hacen resucitar a
algunas, transformándolas en árboles hermosos, pronto llenos de buenos frutos,
dignos de ser servidos en la fuente del Rey Eterno. La razón de esto es porque
las divinas aguas de esta fuente son no sólo vivientes, sino vivificantes.
De tal suerte que es no sólo una
fuente de agua viva, sino una fuente de vida, y de vida eterna.
No oís a Nuestro Señor que dice
que, cuando el agua de su gracia está en un alma se convierte en una fuente de
vida, y de vida eterna; y que de las entrañas de aquellos que creen en él
brotarán ríos de agua viva. Si esto se cumple en todas las almas y en todos
los corazones que poseen la fe y la gracia del Salvador, ¿qué será del Corazón
de su Divina Madre, más lleno de fe, de gracia y de amor que todos los
corazones de los fieles juntos, sino una fuente de agua viva y vivificante, de
virtud tan admirable, que no solamente conserva la vida en aquellos que ya la
tienen, les preserva de la muerte y los hace inmortales, no solamente fortifica
a los débiles y desfallecidos, no solamente da la salud a los enfermos, sino
que hasta resucita a los muertos? Pues ella es de la naturaleza de las aguas
milagrosas del torrente de que habla Ezequiel que dan la vida a todo cuanto
tocan.
.—
Mas como no es suficiente el dar la vida, si no se la provee del alimento
necesario para alimentarla y sostenerla: este Corazón maternal no sólo es
fuente de agua viva y vivificante, sino también, fuente de leche,
de miel, de aceite y de vino.
De leche y de miel; pues no oís al
Divino Esposo que le habla así: «Tus labios destilan miel, oh Santa Esposa;
miel y leche hay debajo de tu lengua»,
es decir, tus palabras están llenas de dulzura y suavidad, y en consecuencia de
ellas está lleno tu Corazón. Pues estando como están siempre de acuerdo, su
Corazón y su lengua, y existiendo una perfecta conformidad entre sus palabras y
sus sentimientos, si ella tiene leche y miel en la boca, también la tendrá en
su Corazón; y no la tiene bajo la lengua y sobre sus labios, sino en cuanto que
está de ellas lleno su Corazón.
Además no la oís a ella misma que
dice: «Mi espíritu es más dulce que la miel; y la herencia de mi Corazón es
una mansedumbre y suavidad que sobrepasa la de la miel».
De donde se deduce que su Corazón es una verdadera fuente de leche y de miel,
cuyos arroyos discurren incesantemente derramándose en los corazones de sus
verdaderos hijos; para verificar estas palabras del Espíritu Santo: «Seréis
llevados a los pechos y acariciados sobre el regazo, como una madre acaricia a
su hijito».
Felices quienes no pongan óbice a la eficiencia de esas palabras, por lo que a
ellas toca. Felices quienes no se hagan sordos a la voz de esta dulcísima
Madre, que llama continuamente: «Desead hijos míos, desead, como niños recién
nacidos, la leche de la inteligencia y de la inocencia, a fin de que crezcáis
poco a poco, y os fortifiquéis por este alimento en aquel que es vuestra salud».
Venid, a comer mi miel y a beber de mi leche, a fin de que gustéis y veáis cuán
dulce y delicioso es servir y amar a aquel que me ha hecho tan dulce y amable a
sus hijos, y cuán lleno está mi Corazón de ternura y de sinceridad para con
aquellos que me aman: «Yo amo a los que me aman».
Ved, pues, cómo el Corazón de esta
Madre del Amor Hermoso es fuente de leche y de miel para todos sus hijos,
especialmente para los aun débiles, tiernos y delicados, incapaces de un
alimento más sólido.
.—
Es también una fuente de aceite, esto es de misericordia para todos los
miserables. Es además una fuente de vino, para dar vigor y fuerza a los
necesitados; para alegrar a los que están tristes y afligidos, según estas
palabras divinas: «Dad vino a los que están en amargura de Corazón»,
para alegrar a los que consuelan a los demás por espíritu de caridad, y sobre
todo para embriagar del vino del amor sagrado a los que trabajan en la salvación
de sus prójimos. A ellos es a quienes esta Madre amorosa, toda abrasada en el
celo de la salvación de las almas, clama fuertemente: Venid hijos míos, venid
los amados de mi corazón, venid a sacar el vino celestial del amor divino en la
fuente del Corazón de vuestra Madre, bebed saboreándolo, pues no puede haber
exceso. «Bebed y embriagaos»,
queridos, «id a este purísimo vino, que es padre de la virginidad y de todas
las santas vírgenes;
de este mismo vino del que están siempre embriagados los Serafines; de este
mismo vino que embriagó a los Apóstoles de mi Hijo; de este vino que también
a Él le embriagó santamente, cuando en un exceso de amor hacia nosotros, le
hizo olvidar las grandezas de su divinidad, y le indujo a anonadarse en las
bajezas de una cueva y en las ignominias de una cruz.
Embriagaos con Él de este vino
delicioso para olvidar y despreciar lo que el mundo ama y estima, para no amar y
estimar más que a Dios, y para emplearos con todas vuestras fuerzas en
establecer en las almas el reino de su amor y de su gloria; de este modo seréis
los hijos predilectos de su Corazón y del Mío.
Es un grande motivo de consuelo para
los cristianos, el saber que ellos no tienen más que una Madre con su adorable
cabeza Jesús; que esta divina Madre tiene todo poder en el cielo y en la
tierra; y que tiene tanta bondad, que su Corazón maternal es para ellos una
fuente de luz, una fuente de agua viva, una fuente de vida eterna, una fuente de
leche y miel, una fuente de vino, de vino celestial y angélico.
Más aún, aquí hay otra cosa digna
de grande admiración, y que conviene maravillosamente a esta fuente milagrosa.
Y es el ser el manantial de un gran río, que se divide en otros cuatro, los
cuales se extienden por todas las partes del universo, para regarlo con sus
aguas vivas y saludables. Esto es lo que se figuraba en la fuente que Dios hizo
brotar de la tierra, en la creación del mundo, la cual era el origen de un río
que producía otros cuatro. ¿Qué río es éste, os ruego, que nace en esta
divina fuente del Corazón de María? ¿Acaso no es su Hijo Jesús? Sin duda
ninguna, pues Él es el fruto de su Corazón, como antes lo hemos visto. Podemos
además añadir, que este río que tiene su origen en esta fuente, es la
abundantísima caridad de este corazón generoso, la cual se divide en cuatro ríos
que riegan todo el mundo: de los cuales el primero es un río de consuelo; el
segundo, un río de santificación; el tercero, un río de compasión y de
justificación; el cuarto, un río de alegría y de glorificación.
El primero es para las almas de la
Iglesia purgante a las cuales la caridad increíble del Corazón piadoso de la
Madre de Dios procura muchas consolaciones y alivios.
El segundo es para las almas justas
y fieles de la Iglesia militante, que, por esta misma caridad del Corazón de su
buenísima Madre, reciben una infinidad de luces, de gracias y bendiciones de la
divina bondad para su santificación.
El tercero es para todas las almas
infieles que están en estado de perdición, entre los cuales se encuentran los
paganos, los judíos, heréticos y malos católicos, para los que este Corazón
bondadosísimo está lleno de una misericordia inconcebible que obliga a esta
piadosísima Madre a tener compasión de ellos, a interponerse por ellos ante su
Hijo, a pedir sin cesar su conversión, a impetrar de Él muchas gracias a este
fin, y a obtener efectivamente la salvación de muchos.
El cuarto río es para todos los
habitantes de la Iglesia triunfante; de éste se ha dicho: «Hay un río muy
abundante, cuyas aguas alegran la santa ciudad de Dios».
Oh, Dios: ¡Cuántas maravillas! ¡Oh
Corazón admirable, cuántas cosas grandes deben ser dichas y pensadas de Vos!
¡Oh fuente de luz, fuente de gracia, fuente de agua viva y vivificante, fuente
de leche, de miel y de vino; fuente, manantial de un grande, mejor de cuatro ríos;
fuente que es el origen de todo cuanto de raro, precioso, deseable y amable hay
en la Madre de Dios, en toda la casa de Dios, que es su Iglesia, y en el
Hombre-Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor! ¡Oh, qué honor, qué veneración,
qué devoción será debida a un Corazón, que es un abismo de gracia, de
santidad y de milagros!
Veo también en un lugar del
Evangelio de San Juan que vuestra bondad infinita hacia los hombres, encendiendo
en vuestro Corazón un deseo infinito de comunicarles a todos esta agua viva, os
hizo exclamar en alta voz un día en el templo de Jerusalén y en medio de una
gran multitud: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba.
Lo que hicisteis entonces Señor mío,
lo hacéis aún todos los días. Pues os veo no sobre la fuente de Jacob, sino
en medio de esta divina fuente de que hablamos, y os oigo exclamar
incesantemente; Si alguno tiene sed, que venga
a mí y beba. Venid a mí vosotros todos los que estáis
cargados, fatigados y alterados en el camino de este mundo, lleno de trabajos y
de miserias: y venid a mí aquí, es decir, a la fuente, no de Jacob, sino del
Corazón de mi dignísima Madre, donde me hallaréis; pues en él he establecido
mi morada para siempre.
Yo he hecho esta bella fuente, y con
mucho más amor hacia mis hijos, que aquella que hice al principio del mundo
para los hijos de Adán.
¡Oh, quién me diera una voz tan
fuerte que pudiera oírse por los cuatro extremos del universo para gritar a los
oídos de todos los hombres que hay en el mundo: «Vosotros todos los que tenéis
sed venid a beber de las bellas y buenas aguas de nuestra milagrosa fuente; y
aunque no tengáis dinero apresuraos sin embargo, venid y comprar sin dinero
vino y leche de esta fuente».
¡Oh, Señor, Jesús, tened piedad
de tanta miseria, os lo pido por el Sacratísimo Corazón de vuestra Santísima
Madre. Dadnos esta agua viva de la que está rebosante esta fuente bendita.
Apagad totalmente en nuestros corazones la perniciosísima sed de todas las
cosas del mundo. Encended en ellas una sed ardiente de agradaros, amaros y de
cifrar todas nuestras delicias y nuestro soberano bien en seguir en todo y
siempre vuestra adorable voluntad a ejemplo de este divino Corazón que no ha
tenido jamás otro contentamiento que el de contentaros ni otra gloria que
glorificaros, ni otro paraíso que cumplir todos vuestros santos deseos.
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