Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VI
Quinto cuadro, en el cual el Corazón de la Madre de Dios
se nos manifiesta como un Mar

   El Corazón admirable de la preciosísima Virgen no es sólo una fuente como acabamos de ver, sino también un Mar, del cual el océano que Dios formó en el tercer día de la creación del mundo, es una hermosa figura; lo cual constituye el quinto cuadro de este bellísimo Corazón.

1. PLENITUD

   ¿Qué es el mar? Es la reunión de las aguas, . dice la Sagrada Palabra, o si queréis, es el lugar donde todas las aguas están reunidas: «Que todas las aguas, que hay bajo el cielo, dijo Dios, se junten en un lugar»[166], y dice a continuación el texto Sagrado: «Y llamó al conjunto de las aguas mares». ¿Y qué es el Corazón de nuestra, augusta María? Es el lugar donde están juntas y reunidas las aguas vivas de todas las gracias que salen del Corazón de Dios como de su primer manantial. ¿No oís a San Jerónimo que dice: «La gracia está dividida entre los demás santos; pero María posee la plenitud de la santidad»?[167]. Por esto San Pedro Crisólogo la llama: lugar donde toda la gracia y la santidad se halla junta y recogida[168]; y San Bernardo: mar prodigioso de gracias[169].

   El mar no es avaro de sus aguas; por el contrario, las comunica con mucho gusto a la tierra por medio de los ríos, que no salen del océano, sino para volver a entrar en él y no entran sino para de nuevo salir de él, a fin de regar con sus aguas toda la tierra y hacerla fecunda en toda clase de frutos: El Corazón de nuestra magnífica reina nada retiene de las gracias que recibe de la mano liberal de Dios: las remite de nuevo a su primera fuente y las derrama cuanto es necesario y conveniente sobre las tierras secas de nuestros corazones, con el fin de hacerlas fructificar para Dios y para la eternidad.

   ¡Oh, qué palabras tan hermosas las de San Bernardo sobre esta materia! María, dice, se hace toda para todos. Su abundantísima caridad la hace deudora a toda clase de personas. Ha abierto el seno de su misericordia y su Corazón liberal a todos, para que todos reciban de su plenitud, el cautivo, redención; el enfermo, curación; el triste y afligido, consolación; el pecador, perdón; el justo, aumento de gracia; el Ángel, acrecentamiento de gozo; el Hijo de Dios, la substancia de la carne humana; finalmente, toda la Santísima Trinidad, gloria y alabanza eterna: y así, de este modo, el amor y la caridad de su Corazón se haga sentir en el Criador y las criaturas[170].

   Así, pues, el Corazón de nuestra admirable María es un Mar; y este Mar, después de Jesucristo, es el primer fundamento del inundo cristiano. Es un mar de caridad y de amor, pero de amor fuerte, constante e invariable. Es un mar más sólido que el que soportó a San Pedro caminando sobre sus aguas a pie enjuto. Es un mar más firme que el firmamento. Es ese mar del que habla San Juan en los capítulos cuarto y quinto de su apocalipsis: mar cuyas aguas eran claras, limpias y lucientes como de vidrio, semejantes al cristal; como fuego e inflamadas, como de fuego; mar que estaba delante del trono de Dios; mar que llevaba a los santos, los cuales estaban de pie sobre sus olas, cantando las alabanzas de Dios, como veremos en la sección siguiente.

2. PUREZA

   Vi, en el cielo, dice San Juan, en el capítulo cuarto de su Apocalipsis, un trono magnífico y delante del trono vi un mar de vidrio, semejante al cristal[171], es decir, un mar cuyas aguas eran claras como de vidrio y cristal. Y en el capítulo quince habla todavía así: Vi un grande y admirable prodigio en el cielo, vi un mar de vidrio mezclado con fuego, esto es, un mar cuyas aguas claras como el vidrio estaban mezcladas con fuego. ¿Qué quiere decir esto?

   Primeramente, un hermoso cristal no tiene mancha, lo cual representa una pureza inmaculada como la pureza del Corazón de María, que jamás fue manchado ni con el más insignificante de todos los pecados. Es un mar que no sufre ninguna suciedad ni corrupción, arrojando y alejando de si toda suerte de inmundicia.

   En segundo lugar, el vidrio y el cristal son transparentes y totalmente expuestos a los ojos del que los mire: lo cual denota la simplicidad y sinceridad que no sabe lo que es ocultarse por malicia y simulación, por disfraz y artificio, por duplicidad e hipocresía y es una de las más laudables cualidades de su Corazón fuerte y generoso. Pues el disimular y engañar sólo es propio de corazones cobardes y débiles; en cambio, llenos de fuerza y generosidad son siempre sencillos, francos y sinceros. Tal es el Corazón de la gloriosa Virgen, quien puede decir mucho mejor que San Pablo: nuestra gloria estriba en el testimonio de nuestra conciencia, que nos dice que liemos vivido en este mundo en la simplicidad del corazón, y en la sinceridad de Dios[172].

   En tercer lugar, el vidrio y el cristal no sólo no se oponen a los rayos del sol, ni los rechazan como hacen casi todas las cosas corporales; sino que las reciben en si y de tal forma se penetran de ellos, que se hacen del todo luminosos y transformados en luz. El sol se dibuja e imprime tan perfectamente en ellos, que parece originarse un nuevo sol; y hasta transmiten y comunican la luz que en plenitud reciben del sol, a los lugares y cosas que a ellos están próximos. Así es el Corazón admirable de la Madre de Dios.

   Siempre se mantuvo abierto a las luces celestiales, siempre estuvo lleno y penetrado de ellas de una manera maravillosa e inexplicable.

   Siempre ha sido y será eternamente como un bello espejo de cristal, en el cual forma una perfecta imagen de sí mismo el Sol de Justicia.

   Por esto San Juan le vio en el cielo, como un mar de vidrio semejante al cristal, delante del trono de Dios, y directamente expuesto ante la faz y vista de su Divina Majestad, quien fijos siempre sus ojos en este grande espejo, pinta e imprime en él continuamente una perfecta imagen de si mismo y de todas sus divinas perfecciones.

   No solamente este divino Sol imprime su imagen en este purísimo cristal, sino que lo transforma en sí. Para comprender bien esta verdad, figuraos un gran corazón de cristal, en el cual está encerrado el sol. ¿No es cierto que de tal modo se halla henchido y penetrado en todo lo que él es de sol, de la luz del sol, del calor del sol, de la virtud del sol y de todas las otras excelentes cualidades del sol que ha llegado a ser totalmente luminoso, todo luz, todo transformado en sol, todo sol, y que comunica y derrama por doquier la luz, el calor, la virtud y las influencias del sol?

   ¿Qué es esto? Es solamente una sombra del Corazón de la Madre del Sol eterno. ¿Qué es este Corazón? Es la mansión de este Divino Sol, que ha morado, mora y morará eternamente en este Sagrado Corazón, llenándolo, animándolo, poseyéndolo y transformándolo en sí, y tan perfectamente que hace de él otro sol, con el que sin embargo no forma más que un mismo sol que esparce incesantemente sus rayos, su luz y Su calor por todo el universo.

   A este divino mar es al que dirijo yo ahora mi voz y mi demanda.

   ¡Escuchadme, escuchadme, oh inmenso mar de amor!

   Es una gotita de agua, es decir, el más pequeño y último de todos los corazones, el que pide ser abismado en vuestras olas a fin de perderse enteramente en él y no encontrarse jamás. Oh María, Reina de los corazones consagrados a Jesús, he aquí a esta gotita de agua, a este indignísimo corazón que se presenta y entrega a Vos, para ser sumergido con el vuestro en este océano de amor y de caridad, y para en él perderse por siempre. ¡Ay! Vos ya veis, Madre de Piedad, que estamos aquí abajo en un mar borrascoso de tribulaciones y de tentaciones que nos asaltan por todas partes. ¿Quién podrá subsistir entre tantas furiosas tempestades, tantos escollos, tantos peligros sin naufragar? Dirigid, pues, los ojos de vuestra misericordia sobre nosotros, y que vuestro piadosísimo Corazón tenga compasión de nosotros; que él sea nuestra estrella y gula; que sea nuestra protección y defensa; que sea nuestro apoyo y nuestra fuerza, para que podamos cantar aquel cántico:

   Este divino Corazón es mi luz, es mi ordinario amparo. ¿A quién podré yo temer? Su bondad es la que me sostiene, el firme apoyo de mi vida. Nada hará vacilar mi corazón.

3. AMPLITUD

   1.— Digo en primer lugar que la profundidad de este mar, es la humildad incomparable del Corazón de la Reina de los Ángeles; humildad tan profunda que aun siendo ella la primera, la más grande y más elevada en gracia, en gloria, en poder y en dignidad entre todas las criaturas y a pesar de haber conocido perfectamente las gracias supereminentes que Dios le hacía, no obstante se abajaba por debajo de todas las cosas y se miraba y trataba y se alegraba de ser mirada y tratada como la última, la más vil y más abyecta de todas las cosas creadas. Por esto siempre conservaba en su Corazón estas tres disposiciones en las que se funda la verdadera humildad, a saber: una muy baja estima de sí; un grande Menosprecio del honor y de la alabanza y un grande amor al desprecio y a la abyección que Ella abrazaba como algo, que le era debido, dirigiendo a Dios todo honor, y toda gloria, como a quien únicamente pertenece. El fundamento y el origen de estas tres disposiciones, que estaban fuertemente impresas en su Corazón, era el perfectísimo conocimiento que de sí misma tenía. Sabía muy bien que por sí misma nada era y nada podía; sabia muy bien que era hija de Adán, y por lo tanto que, de no haber sido preservada, en el momento de su inmaculada concepción, por un milagro de la Divina Bondad, también Ella habría caído en el abismo del pecado original como los demás hijos de Adán; y que consiguientemente, teniendo en si la fuente de todos los crímenes de la tierra y del infierno, es decir, la corrupción del pecado original, habría sido capaz de todos los desórdenes imaginables.

   Con estos conocimientos y estas luces que eran más grandes y más vivas en ella que en todos los más grandes Santos mientras vivieron en este inundo, se humillaba más que todos ellos; y en consecuencia glorificaba a Dios por su humildad, más que todos ellos. Pues quien se exalta, rebaja a Dios; y al contrario, quien se abaja, exalta a Dios y cuanto más se abaja más exalta y glorifica a su Dios: «Cuando el corazón del hombre desciende por una verdadera humildad, al profundo abismo de su nada, entonces es cuando Dios es más glorificado y engrandecido en él». Esto es lo que hizo el humildísimo Corazón de la Reina del universo más que todos los otros corazones de las puras criaturas. Por lo cual atrajo a sí más gracias y bendiciones que todos los corazones de los hombres y de los Ángeles. De ahí que la llamen «pozo de aguas vivas»[173]. Así la llama el Espíritu Santo, tanto por la profundísima humildad de su Corazón como por razón de la profundidad y del abismo impenetrable de las gracias, de los dones y de los tesoros celestiales que Dios, que no tiene reserva tratándose de un corazón humilde, ha derramado a manos llenas en este humildísimo Corazón de María. No sólo atrajo a Sí por su humildad todas las gracias del cielo, sino a la fuente misma y al autor de la gracia, como antes hemos dicho. Más aún, hemos dicho una cosa que bien merece ser oída: son las palabras del gran San Agustín, que sobre esto habla así a la bienaventurada Virgen:

   «Decidme, os ruego, oh Santa Madre de todos los Santos, ¿cómo hicisteis nacer en el seno de la Iglesia esta bella flor más blanca que la nieve, este hermoso lirio de los valles? Decidme, os ruego, oh Madre única, ¿por qué mano o por qué virtud de la Divinidad, ha sido formado en vuestras purísimas entrañas este Hijo único, que se gloria de no tener otro Padre sino a Dios? Decidme, os conjuro, por aquel que os hizo merecer el que naciese en Vos, ¿qué bien habéis hecho?, ¿qué presente ofrecisteis?, ¿qué poderes habéis empleado?, ¿de qué mediadores os habéis servido?, ¿qué sufragios y qué favores os han precedido?, ¿qué pensamientos y consejos os ha suministrado vuestro espíritu, para haceros gozar de una tal dicha, que aquel que es la virtud y la sabiduría del Padre que alcanza fuertemente del uno al otro confín y dispone de todo suavemente, que está todo en todo lugar, baya venido a vuestro seno virginal, haya morado en él, y de él haya salido sin sufrir ningún cambio en sí mismo, y sin mancillar en lo más mínimo vuestra virginidad? Decídmelo, pues, por favor, ¿por qué medio habéis llegado a una cosa tan grande? ¿Me preguntáis, responde ella, qué presente he ofrecido para llegar a ser Madre de mi Creador? Mi presente fue la virginidad de mi cuerpo y la humildad de mi Corazón. Por esto mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su Sierva; porque ha visto no un precioso y magnífico vestido, no una cabeza pomposamente adornada y brillante de oro y pedrería, Do unos pendientes de gran precio, sino la humildad de su esclava. Este buen Señor, vino a casa de su sierva, y él, que es humilde y bondadoso, quiso hacer su morada y tomar reposo en el Corazón humilde y bondadoso de aquella a quien se dignó escoger para su Madre»[174].

   Nada tengo que añadir a estas maravillosas palabras de San Agustín. He aquí la profundidad del Mar prodigioso del Corazón de la Madre del Salvador.

   2.— Hablemos ahora de su altura, la cual no es menos admirable en su elevación, que aquélla en su abajamiento. ¿Qué altura es ésta? Es su sublime contemplación. Pero ¿de qué contemplación queréis hablar?, porque los teólogos místicos nos enseñan que hay varias clases. Quiero hablar de aquella que es la más pura, la más excelente, la más agradable a Dios; la cual consiste en contemplar y mirar siempre fijamente, en todo lugar, en todo tiempo, y en todas las cosas, su adorabilísima voluntad, a fin de seguirla en todo, y siempre.

   En esta contemplación el Corazón de la Bienaventurada Virgen estaba incesantemente empleado.

   Este era su estudio, su cuidado, su aplicación perpetua, pues no tenía otras inclinaciones, ni otras intenciones en todos sus pensamientos, palabras, acciones, sufrimientos, y generalmente en todas sus cosas, que la de agradar a su Divina Majestad, y en cumplir su divina voluntad. «Con un gran corazón y un grande afecto». Sobre lo cual se pueden emplear también estas palabras del Espíritu Santo: Accedet homo ad cor altum, et exaltabitur Deus[175]. Pues la expresión cor altum, significa un corazón profundo en humildad, como acabamos de ver; y un corazón elevado por la contemplación y el amor de la divina Voluntad. De suerte que muy bien se les puede explicar de este modo: Cuando el hombre llegue a tener un corazón profundo y elevado, es decir, un corazón abajado y adherido inseparablemente a la santísima voluntad de su Dios, entonces es cuando más honor y gloria puede dar a su Divina Majestad; pues éstos son los dos medios más excelentes para agradarle y glorificarle.

   Mas si tratamos de otra clase de contemplación, cualquiera que ella sea, San Bernardino de Sena nos asegura que la bienaventurada Virgen ha sido más encumbrada y más perfecta en este ejercicio santo, desde el vientre de su madre, que los más altos y santos contemplativos en su edad perfecta; e igualmente que estaba más esclarecida y más unida a Dios, por su contemplación, durmiendo, que cualquier otro despierto, según el testimonio que el Espíritu Santo le hace afirmar por estas palabras que él pone en su boca: «Yo duermo y mi corazón vigila»[176].

   3.— Hablemos ahora de la anchura de nuestro océano, diciendo que consiste en el amor casi sin medida del amabilísimo Corazón de la Madre del Amor Hermoso, con respecto a Dios: amor que la llevaba a amar ardentísima y purísimamente su infinita bondad en todo lugar, en todo tiempo, en todas las cosas: amor que hacia a su Corazón estar siempre presto a hacerlo todo, a sufrirlo todo, a renunciar a todo y a darlo todo por su gloria.

   De modo que bien podía decir: «Mi Corazón está siempre puesto en Dios, mi Corazón está siempre presto».

   4.— Mas ¿pensáis acaso que la longitud de este océano es menor que su anchura? De ninguna manera, como a continuación veremos.

   ¿Qué longitud es ésta? Es su caridad hacia todos los hombres que han existido, existen y existirán en los siglos pasados, presentes y venideros. Es una caridad que se extiende de un extremo a otro del mundo, y desde el comienzo de los siglos hasta su fin; más, usando palabras del Espíritu Santo, de una eternidad a otra: Pues esta caridad sin límites impulsó a la Madre de! Redentor a ofrecer e inmolar a su Hijo cuando estaba al pie de su Cruz, por todos los que habían de existir hasta el fin de los siglos. Y si hubiese habido hombres desde toda la eternidad, que hubiesen tenido necesidad de redención, por ellos también lo habría ofrecido lo mismo que por los demás. Y si Ella hubiese morado para siempre en este mundo, y también hubiese sido necesario para la salvación de las almas, hacer este sacrificio eternamente, eternamente lo habría hecho; tan cierto es que la caridad de su Corazón no tiene términos ni límites, y que la longitud de este mar nada desdice de su anchura. Pues su anchura es su amor a Dios, y su longitud su caridad hacia los hombres. Ahora bien, este, amor y esta caridad no son sino una misma cosa en el Corazón de la Madre de amor, pues Ella no ama más que a Dios en sus criaturas más que por el amor que ella dirige al Creador.

   Oigo a San Pablo que exclama: en el ardor de su caridad y de su celo por las almas: «Mi corazón se ha dilatado y extendido para en él meteros a todos, ¡oh Corintios!»[177]. Sobre lo cual habla así San Juan Crisóstomo: «Nada hay más dilatado dice él, que el corazón de San Pablo. No es de maravillar que tuviese un tal corazón para los fieles, puesto que su caridad se extendía también a todos los infieles y a todo el mundo. Era de una capacidad tan grande este corazón, que encerraba en si las ciudades, los pueblos y las naciones enteras»[178]. No obstante sería hacer una grande injuria al respeto que este divino Apóstol tiene a la sacrosanta Madre de Dios, el comparar su caridad a la de Ella, puesto que la caridad de su Corazón maternal sobrepasa tanto a la de los corazones de los Ángeles y de los Santos, como su dignidad en cierta manera infinita de Madre de Dios, a la que es proporcionada, excede a todas las dignidades de la tierra y del cielo. No hagamos, pues, comparación entre una cosa en cierto modo infinita y otra finita.

   He aquí la profundidad, la altura, la longitud y la anchura del mar inmenso del Corazón admirable de la Reina del cielo, que consisten en su humildad profundísima, en su altísima contemplación, en su caridad extendida a todos los hombres y en su grandísimo amor a Dios.

   Entreguémonos de todo corazón al Espíritu divino, que estableció todas estas virtudes en el Corazón sagrado de nuestra muy honrada Madre, de una manera tan excelente, para imitarla tanto como podamos, con la gracia de su hijo Jesucristo Nuestro Señor, y por medio de su santa intercesión.

   ¡Bienaventurados quienes lo hagan: Bienaventurados los que se pierdan en este mar de amor, de caridad, de humildad y de abandono de si mismos a la divina Voluntad!

 

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NOTAS

  • [166] Gen. 1, 6.

  • [167] Pseudo-Jerónimo, De Asumptione.

  • [168] Sermo 1, 46.

  • [169] Sermo De B. Virgine.

  • [170] In Signum magnum.

  • [171] Apoc. 4, 6.

  • [172] 1 Cor. 4, 12.

  • [173] Cant. 4, 15.

  • [174] Pseudo Agustín, Sermo 2 De Nativit.

  • [175] Salmo 69, 7.

  • [176] Sermo 13 De exaltatione B. Virginis.

  • [177] 2 Cor. 6, 11.

  • [178] In Rom., e. 16; Homil. 32.