CAPÍTULO VI
Quinto cuadro, en el cual el Corazón de la Madre de Dios
se nos manifiesta como un Mar
El Corazón admirable de la preciosísima
Virgen no es sólo una fuente como acabamos de ver, sino también un Mar, del
cual el océano que Dios formó en el tercer día de la creación del mundo, es
una hermosa figura; lo cual constituye el quinto cuadro de este bellísimo Corazón.
¿Qué es el mar? Es la reunión de
las aguas, . dice la Sagrada Palabra, o si queréis, es el lugar donde todas las
aguas están reunidas: «Que todas las aguas, que hay bajo el cielo, dijo Dios,
se junten en un lugar»,
y dice a continuación el texto Sagrado: «Y llamó al conjunto de las aguas
mares». ¿Y qué es el Corazón de nuestra, augusta María? Es el lugar donde
están juntas y reunidas las aguas vivas de todas las gracias que salen del
Corazón de Dios como de su primer manantial. ¿No oís a San Jerónimo que
dice: «La gracia está dividida entre los demás santos; pero María posee la
plenitud de la santidad»?.
Por esto San Pedro Crisólogo la llama: lugar donde toda la gracia y la santidad
se halla junta y recogida;
y San Bernardo: mar prodigioso de gracias.
El mar no es avaro de sus aguas; por
el contrario, las comunica con mucho gusto a la tierra por medio de los ríos,
que no salen del océano, sino para volver a entrar en él y no entran sino para
de nuevo salir de él, a fin de regar con sus aguas toda la tierra y hacerla
fecunda en toda clase de frutos: El Corazón de nuestra magnífica reina nada
retiene de las gracias que recibe de la mano liberal de Dios: las remite de
nuevo a su primera fuente y las derrama cuanto es necesario y conveniente sobre
las tierras secas de nuestros corazones, con el fin de hacerlas fructificar para
Dios y para la eternidad.
¡Oh, qué palabras tan hermosas las
de San Bernardo sobre esta materia! María, dice, se hace toda para todos. Su
abundantísima caridad la hace deudora a toda clase de personas. Ha abierto el
seno de su misericordia y su Corazón liberal a todos, para que todos reciban de
su plenitud, el cautivo, redención; el enfermo, curación; el triste y
afligido, consolación; el pecador, perdón; el justo, aumento de gracia; el Ángel,
acrecentamiento de gozo; el Hijo de Dios, la substancia de la carne humana;
finalmente, toda la Santísima Trinidad, gloria y alabanza eterna: y así, de
este modo, el amor y la caridad de su Corazón se haga sentir en el Criador y
las criaturas.
Así, pues, el Corazón de nuestra
admirable María es un Mar; y este Mar, después de Jesucristo, es el primer
fundamento del inundo cristiano. Es un mar de caridad y de amor, pero de amor
fuerte, constante e invariable. Es un mar más sólido que el que soportó a San
Pedro caminando sobre sus aguas a pie enjuto. Es un mar más firme que el
firmamento. Es ese mar del que habla San Juan en los capítulos cuarto y quinto
de su apocalipsis: mar cuyas aguas eran claras, limpias y lucientes como de
vidrio, semejantes al cristal; como fuego e inflamadas, como de fuego; mar que
estaba delante del trono de Dios; mar que llevaba a los santos, los cuales
estaban de pie sobre sus olas, cantando las alabanzas de Dios, como veremos en
la sección siguiente.
Vi, en el cielo, dice San Juan, en
el capítulo cuarto de su Apocalipsis, un trono magnífico y delante del
trono vi un mar de vidrio, semejante
al cristal,
es decir, un mar cuyas aguas eran claras como de vidrio y cristal. Y en el capítulo
quince habla todavía así: Vi un grande y admirable prodigio en el cielo, vi un
mar de vidrio mezclado con fuego, esto
es, un mar cuyas aguas claras como el vidrio estaban mezcladas con fuego. ¿Qué
quiere decir esto?
Primeramente, un hermoso cristal no
tiene mancha, lo cual representa una pureza inmaculada como la pureza del Corazón
de María, que jamás fue manchado ni con el más insignificante de todos los
pecados. Es un mar que no sufre ninguna suciedad ni corrupción, arrojando y
alejando de si toda suerte de inmundicia.
En segundo lugar, el vidrio y el
cristal son transparentes y totalmente expuestos a los ojos del que los mire: lo
cual denota la simplicidad y sinceridad que no sabe lo que es ocultarse por
malicia y simulación, por disfraz y artificio, por duplicidad e hipocresía y
es una de las más laudables cualidades de su Corazón fuerte y generoso. Pues
el disimular y engañar sólo es propio de corazones cobardes y débiles; en
cambio, llenos de fuerza y generosidad son siempre sencillos, francos y
sinceros. Tal es el Corazón de la gloriosa Virgen, quien puede decir mucho
mejor que San Pablo: nuestra gloria estriba en el testimonio de nuestra
conciencia, que nos dice que liemos vivido en este mundo en la simplicidad del
corazón, y en la sinceridad de Dios.
En tercer lugar, el vidrio y el
cristal no sólo no se oponen a los rayos del sol, ni los rechazan como hacen
casi todas las cosas corporales; sino que las reciben en si y de tal forma se
penetran de ellos, que se hacen del todo luminosos y transformados en luz. El
sol se dibuja e imprime tan perfectamente en ellos, que parece originarse un
nuevo sol; y hasta transmiten y comunican la luz que en plenitud reciben del
sol, a los lugares y cosas que a ellos están próximos. Así es el Corazón
admirable de la Madre de Dios.
Siempre se mantuvo abierto a las
luces celestiales, siempre estuvo lleno y penetrado de ellas de una manera
maravillosa e inexplicable.
Siempre ha sido y será eternamente
como un bello espejo de cristal, en el cual forma una perfecta imagen de sí
mismo el Sol de Justicia.
Por esto San Juan le vio en el
cielo, como un mar de vidrio semejante al cristal, delante del trono
de Dios, y directamente expuesto ante la faz y vista de su Divina
Majestad, quien fijos siempre sus ojos en este grande espejo, pinta e imprime en
él continuamente una perfecta imagen de si mismo y de todas sus divinas
perfecciones.
No solamente este divino Sol imprime
su imagen en este purísimo cristal, sino que lo transforma en sí. Para
comprender bien esta verdad, figuraos un gran corazón de cristal, en el cual
está encerrado el sol. ¿No es cierto que de tal modo se halla henchido y
penetrado en todo lo que él es de sol, de la luz del sol, del calor del sol, de
la virtud del sol y de todas las otras excelentes cualidades del sol que ha
llegado a ser totalmente luminoso, todo luz, todo transformado en sol, todo sol,
y que comunica y derrama por doquier la luz, el calor, la virtud y las
influencias del sol?
¿Qué es esto? Es solamente una
sombra del Corazón de la Madre del Sol eterno. ¿Qué es este Corazón? Es la
mansión de este Divino Sol, que ha morado, mora y morará eternamente en este
Sagrado Corazón, llenándolo, animándolo, poseyéndolo y transformándolo en sí,
y tan perfectamente que hace de él otro sol, con el que sin embargo no forma más
que un mismo sol que esparce incesantemente sus rayos, su luz y Su calor por
todo el universo.
A este divino mar es al que dirijo
yo ahora mi voz y mi demanda.
¡Escuchadme, escuchadme, oh inmenso
mar de amor!
Es una gotita de agua, es decir, el
más pequeño y último de todos los corazones, el que pide ser abismado en
vuestras olas a fin de perderse enteramente en él y no encontrarse jamás. Oh
María, Reina de los corazones consagrados a Jesús, he aquí a esta gotita de
agua, a este indignísimo corazón que se presenta y entrega a Vos, para ser
sumergido con el vuestro en este océano de amor y de caridad, y para en él
perderse por siempre. ¡Ay! Vos ya veis, Madre de Piedad, que estamos aquí
abajo en un mar borrascoso de tribulaciones y de tentaciones que nos asaltan por
todas partes. ¿Quién podrá subsistir entre tantas furiosas tempestades,
tantos escollos, tantos peligros sin naufragar? Dirigid, pues, los ojos de
vuestra misericordia sobre nosotros, y que vuestro piadosísimo Corazón tenga
compasión de nosotros; que él sea nuestra estrella y gula; que sea nuestra
protección y defensa; que sea nuestro apoyo y nuestra fuerza, para que podamos
cantar aquel cántico:
Este divino Corazón es mi luz,
es mi ordinario amparo. ¿A quién podré yo temer? Su bondad es la que me
sostiene, el firme apoyo de mi vida. Nada hará vacilar mi corazón.
.—
Digo en primer lugar que la profundidad de este mar, es la humildad
incomparable del Corazón de la Reina de los Ángeles; humildad tan profunda que
aun siendo ella la primera, la más grande y más elevada en gracia, en gloria,
en poder y en dignidad entre todas las criaturas y a pesar de haber conocido
perfectamente las gracias supereminentes que Dios le hacía, no obstante se
abajaba por debajo de todas las cosas y se miraba y trataba y se alegraba de ser
mirada y tratada como la última, la más vil y más abyecta de todas las cosas
creadas. Por esto siempre conservaba en su Corazón estas tres disposiciones en
las que se funda la verdadera humildad, a saber: una muy baja estima de sí; un
grande Menosprecio del honor y de la alabanza y un grande amor al desprecio y a
la abyección que Ella abrazaba como algo, que le era debido, dirigiendo a Dios
todo honor, y toda gloria, como a quien únicamente pertenece. El fundamento y
el origen de estas tres disposiciones, que estaban fuertemente impresas en su
Corazón, era el perfectísimo conocimiento que de sí misma tenía. Sabía muy
bien que por sí misma nada era y nada podía; sabia muy bien que era hija de Adán,
y por lo tanto que, de no haber sido preservada, en el momento de su inmaculada
concepción, por un milagro de la Divina Bondad, también Ella habría caído en
el abismo del pecado original como los demás hijos de Adán; y que
consiguientemente, teniendo en si la fuente de todos los crímenes de la tierra
y del infierno, es decir, la corrupción del pecado original, habría sido capaz
de todos los desórdenes imaginables.
Con estos conocimientos y estas
luces que eran más grandes y más vivas en ella que en todos los más grandes
Santos mientras vivieron en este inundo, se humillaba más que todos ellos; y en
consecuencia glorificaba a Dios por su humildad, más que todos ellos. Pues
quien se exalta, rebaja a Dios; y al contrario, quien se abaja, exalta a Dios y
cuanto más se abaja más exalta y glorifica a su Dios: «Cuando el corazón del
hombre desciende por una verdadera humildad, al profundo abismo de su nada,
entonces es cuando Dios es más glorificado y engrandecido en él». Esto es lo
que hizo el humildísimo Corazón de la Reina del universo más que todos los
otros corazones de las puras criaturas. Por lo cual atrajo a sí más gracias y
bendiciones que todos los corazones de los hombres y de los Ángeles. De ahí
que la llamen «pozo de aguas vivas».
Así la llama el Espíritu Santo, tanto por la profundísima humildad de su
Corazón como por razón de la profundidad y del abismo impenetrable de las
gracias, de los dones y de los tesoros celestiales que Dios, que no tiene
reserva tratándose de un corazón humilde, ha derramado a manos llenas en este
humildísimo Corazón de María. No sólo atrajo a Sí por su humildad todas las
gracias del cielo, sino a la fuente misma y al autor de la gracia, como antes
hemos dicho. Más aún, hemos dicho una cosa que bien merece ser oída: son las
palabras del gran San Agustín, que sobre esto habla así a la bienaventurada
Virgen:
«Decidme, os ruego, oh Santa Madre
de todos los Santos, ¿cómo hicisteis nacer en el seno de la Iglesia esta bella
flor más blanca que la nieve, este hermoso lirio de los valles? Decidme, os
ruego, oh Madre única, ¿por qué mano o por qué virtud de la Divinidad, ha
sido formado en vuestras purísimas entrañas este Hijo único, que se gloria de
no tener otro Padre sino a Dios? Decidme, os conjuro, por aquel que os hizo
merecer el que naciese en Vos, ¿qué bien habéis hecho?, ¿qué presente
ofrecisteis?, ¿qué poderes habéis empleado?, ¿de qué mediadores os habéis
servido?, ¿qué sufragios y qué favores os han precedido?, ¿qué pensamientos
y consejos os ha suministrado vuestro espíritu, para haceros gozar de una tal
dicha, que aquel que es la virtud y la sabiduría del Padre que alcanza
fuertemente del uno al otro confín y dispone de todo suavemente, que está todo
en todo lugar, baya venido a vuestro seno virginal, haya morado en él, y de él
haya salido sin sufrir ningún cambio en sí mismo, y sin mancillar en lo más mínimo
vuestra virginidad? Decídmelo, pues, por favor, ¿por qué medio habéis
llegado a una cosa tan grande? ¿Me preguntáis, responde ella, qué presente he
ofrecido para llegar a ser Madre de mi Creador? Mi presente fue la virginidad de
mi cuerpo y la humildad de mi Corazón. Por esto mi alma engrandece al Señor, y
mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su
Sierva; porque ha visto no un precioso y magnífico vestido, no una cabeza
pomposamente adornada y brillante de oro y pedrería, Do unos pendientes de gran
precio, sino la humildad de su esclava. Este buen Señor, vino a casa de su
sierva, y él, que es humilde y bondadoso, quiso hacer su morada y tomar reposo
en el Corazón humilde y bondadoso de aquella a quien se dignó escoger para su
Madre».
Nada tengo que añadir a estas
maravillosas palabras de San Agustín. He aquí la profundidad del Mar
prodigioso del Corazón de la Madre del Salvador.
.—
Hablemos ahora de su altura, la cual no es menos admirable en su elevación, que
aquélla en su abajamiento. ¿Qué altura es ésta? Es su sublime
contemplación. Pero ¿de qué contemplación queréis hablar?, porque los teólogos
místicos nos enseñan que hay varias clases. Quiero hablar de aquella que es la
más pura, la más excelente, la más agradable a Dios; la cual consiste en
contemplar y mirar siempre fijamente, en todo lugar, en todo tiempo, y en todas
las cosas, su adorabilísima voluntad, a fin de seguirla en todo, y siempre.
En esta contemplación el Corazón
de la Bienaventurada Virgen estaba incesantemente empleado.
Este era su estudio, su cuidado, su
aplicación perpetua, pues no tenía otras inclinaciones, ni otras intenciones
en todos sus pensamientos, palabras, acciones, sufrimientos, y generalmente en
todas sus cosas, que la de agradar a su Divina Majestad, y en cumplir su divina
voluntad. «Con un gran corazón y un grande afecto». Sobre lo cual se pueden
emplear también estas palabras del Espíritu Santo: Accedet homo ad
cor altum, et exaltabitur Deus.
Pues la expresión cor altum, significa un corazón profundo en
humildad, como acabamos de ver; y un corazón elevado por la contemplación y el
amor de la divina Voluntad. De suerte que muy bien se les puede explicar de este
modo: Cuando el hombre llegue a tener un corazón profundo y elevado, es decir,
un corazón abajado y adherido inseparablemente a la santísima voluntad de su
Dios, entonces es cuando más honor y gloria puede dar a su Divina Majestad;
pues éstos son los dos medios más excelentes para agradarle y glorificarle.
Mas si tratamos de otra clase de
contemplación, cualquiera que ella sea, San Bernardino de Sena nos asegura que
la bienaventurada Virgen ha sido más encumbrada y más perfecta en este
ejercicio santo, desde el vientre de su madre, que los más altos y santos
contemplativos en su edad perfecta; e igualmente que estaba más esclarecida y más
unida a Dios, por su contemplación, durmiendo, que cualquier otro despierto,
según el testimonio que el Espíritu Santo le hace afirmar por estas palabras
que él pone en su boca: «Yo duermo y mi corazón vigila».
.—
Hablemos ahora de la anchura de nuestro océano, diciendo que consiste en el
amor casi sin medida del amabilísimo Corazón de la Madre del Amor Hermoso, con
respecto a Dios: amor que la llevaba a amar ardentísima y purísimamente su
infinita bondad en todo lugar, en todo tiempo, en todas las cosas: amor que
hacia a su Corazón estar siempre presto a hacerlo todo, a sufrirlo todo, a
renunciar a todo y a darlo todo por su gloria.
De modo que bien podía decir: «Mi
Corazón está siempre puesto en Dios, mi Corazón está siempre presto».
.—
Mas ¿pensáis acaso que la longitud de este océano es menor que su anchura? De
ninguna manera, como a continuación veremos.
¿Qué longitud es ésta? Es su
caridad hacia todos los hombres que han existido, existen y existirán en los
siglos pasados, presentes y venideros. Es una caridad que se extiende de un
extremo a otro del mundo, y desde el comienzo de los siglos hasta su fin; más,
usando palabras del Espíritu Santo, de una eternidad a otra: Pues esta caridad
sin límites impulsó a la Madre de! Redentor a ofrecer e inmolar a su Hijo
cuando estaba al pie de su Cruz, por todos los que habían de existir hasta el
fin de los siglos. Y si hubiese habido hombres desde toda la eternidad, que
hubiesen tenido necesidad de redención, por ellos también lo habría ofrecido
lo mismo que por los demás. Y si Ella hubiese morado para siempre en este
mundo, y también hubiese sido necesario para la salvación de las almas, hacer
este sacrificio eternamente, eternamente lo habría hecho; tan cierto es que la
caridad de su Corazón no tiene términos ni límites, y que la longitud de este
mar nada desdice de su anchura. Pues su anchura es su amor a Dios, y su longitud
su caridad hacia los hombres. Ahora bien, este, amor y esta caridad no son sino
una misma cosa en el Corazón de la Madre de amor, pues Ella no ama más que a
Dios en sus criaturas más que por el amor que ella dirige al Creador.
Oigo a San Pablo que exclama: en el
ardor de su caridad y de su celo por las almas: «Mi corazón se ha dilatado y
extendido para en él meteros a todos, ¡oh Corintios!».
Sobre lo cual habla así San Juan Crisóstomo: «Nada hay más dilatado dice él,
que el corazón de San Pablo. No es de maravillar que tuviese un tal corazón
para los fieles, puesto que su caridad se extendía también a todos los
infieles y a todo el mundo. Era de una capacidad tan grande este corazón, que
encerraba en si las ciudades, los pueblos y las naciones enteras».
No obstante sería hacer una grande injuria al respeto que este divino Apóstol
tiene a la sacrosanta Madre de Dios, el comparar su caridad a la de Ella, puesto
que la caridad de su Corazón maternal sobrepasa tanto a la de los corazones de
los Ángeles y de los Santos, como su dignidad en cierta manera infinita de
Madre de Dios, a la que es proporcionada, excede a todas las dignidades de la
tierra y del cielo. No hagamos, pues, comparación entre una cosa en cierto modo
infinita y otra finita.
He aquí la profundidad, la altura,
la longitud y la anchura del mar inmenso del Corazón admirable de la Reina del
cielo, que consisten en su humildad profundísima, en su altísima contemplación,
en su caridad extendida a todos los hombres y en su grandísimo amor a
Dios.
Entreguémonos de todo corazón al
Espíritu divino, que estableció todas estas virtudes en el Corazón sagrado de
nuestra muy honrada Madre, de una manera tan excelente, para imitarla tanto como
podamos, con la gracia de su hijo Jesucristo Nuestro Señor, y por medio de su
santa intercesión.
¡Bienaventurados quienes lo hagan:
Bienaventurados los que se pierdan en este mar de amor, de caridad, de humildad
y de abandono de si mismos a la divina Voluntad!
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