Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO SEGUNDO
CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VII
Sexto cuadro del santísimo Corazón de la bienaventurada Virgen,
que es el Paraíso Terrenal

   Una de las más expresas figuras que la poderosísima y sapientísima mano del Padre Eterno nos ha trazado del Corazón dichoso de su, muy amada Hija la Preciosísima Virgen, es el Paraíso Terrenal que se nos describe en los capítulos segundo y tercero del Génesis. Es un muy excelente cuadro que su infinita bondad nos ha dado de este buenísimo Corazón. Es un paraíso que representa perfectamente otro paraíso. Es el paraíso del primer hombre, que nos manifiesta excelentemente el paraíso del segundo.

1. DELICIAS DE DIOS

   Comencemos por el nombre. Si consultamos al oráculo divino, veremos que este primer paraíso es llamado «Paraíso de deleite, lugar de placer, jardín de delicias», nombre que perfectamente conviene al Corazón sagrado de la Madre de Dios, verdadero paraíso del nuevo hombre Jesús; Jardín del Bien Amado, Jardín cerrado y doblemente cerrado, Jardín de delicias. Son tres nombres que el Espíritu Santo da al Corazón de su Santa Esposa, y que dicen mucho.

   Primeramente, es el Jardín del Bienamado. Pues no oís cómo este divino Espíritu la hace hablar de este modo: «Que venga mi bienamado a su jardín». ¿Quién es este bien amado del que habla? ¿No es acaso su Hijo Jesús, el único objeto de su amor? ¿Qué jardín es éste, al cual ella le invita a venir, sino su Corazón virginal, según la explicación del sabio, al cual ella le atrajo como ha sido dicho, por su amor, por su humildad? De suerte que el jardín del Bien Amado es el Corazón de la bien amada; el Corazón de María es el Jardín de Jesús.

   En segundo lugar, es un Jardín cerrado, dice, su celestial Esposo. Mas ¿por qué dice dos veces que es un jardín cerrado? No sin misterio: Es para enseñarnos que el Corazón de su queridísima Esposa está absolutamente cerrado a dos cosas: cerrado al pecado, que jamás en él tuvo entrada, lo mismo que a la serpiente que es el autor del pecado; cerrado al mundo y a todas las cosas del mundo, y en general a todo lo que no es Dios, el cual ha estado siempre ocupado, sin dar lugar a cualquier otra cosa.

   Es también para manifestarnos que siempre estuvo doblemente cerrado al pecado, es decir, por dos fuertes murallas; y doblemente cerrado al mundo y a todo lo que no es Dios, por otras dos inquebrantables murallas.

   ¿Cuáles son estas murallas que le cerraron al pecado? Es la gracia extraordinaria que fue concedida a la Santísima Virgen, en el momento de su inmaculada concepción, la cual cerró la entrada de su Corazón y de su alma al pecado original; y es el grandísimo odio al pecado del que siempre estuvo lleno su Corazón, el que cerró su puerta a toda clase de pecado actual.

   ¿Y cuáles son las otras dos murallas, que lo han cerrado también al mundo y a todas las cosas creadas? La primera es el perfecto amor de Dios, del que estuvo siempre tan henchido, que en él nunca hubo lugar para ninguna criatura. La segunda es el perfecto conocimiento que esta divina María tenia de sí misma y de todas las cosas creadas. Pues, como sabía muy bien que por sí misma nada era y nada merecía, así nada se apropiaba, estimándose indigna de todo; y, como conocía clarísimamente que todas las cosas que hay en el inundo nada son, no les daba entrada alguna en su Corazón, que Ella sabía que había sido creado, no para las cosas que no son nada, sino para aquel que lo es todo. He aquí las razones porque el Espíritu Santo dice dos veces que es un Jardín Cerrado.

   El tercer nombre que le da, al contemplarla en su figura que es el primer paraíso, es el de: Jardín de Delicias. Pues en efecto es el jardín de las delicias del Hijo de Dios, y de sus más grandes delicias, después de aquellas de las que ha gozado desde toda la eternidad en el seno y en el Corazón de su Padre.

   Si Vos nos aseguráis, Jesús mío, que vuestras delicias son estar con los hijos de los hombres[179], aunque estén tan llenos de pecados, de ingratitudes, de infidelidades, ¿qué delicias no tendrías en el amabilísimo Corazón de vuestra Santísima Madre, donde jamás habéis visto nada que no os fuese agradable, donde siempre habéis sido alabado y glorificado y amado más perfectamente que en el paraíso de los Querubines y de los Serafines? Ciertamente se puede bien afirmar que después del seno adorable de nuestro Padre eterno, no ha habido ni habrá jamás un lugar tan santo, tan digno de vuestra grandeza y tan lleno de gloria y de contento para vos, como el Corazón virginal de vuestra bienaventurada Madre.

   De aquí viene, Salvador mío, que después que Ella os ha invitado a venir a su jardín, esto es a su Corazón, diciéndoos: Veniat Dilectus in hortum suum, Vos le hayáis respondido: «He venido a mi jardín Hermana mía, Esposa mía; en él he recogido mi mirra con mis aromas», es decir, he recogido todas las mortificaciones y angustias de vuestro Corazón, y todos los actos de virtud que ha practicado por mi amor, a fin de conservarlos en mi Corazón, y cifrar en ellos mi alegría y mi gloria eternamente: «En él también he comido mi miel, y en él he bebido mi vino y mi leche»[180] es decir, encuentro tantas delicias en este paraíso que mi eterno Padre me ha dado, que me parece que tengo en él un continuo festín, y un festín de miel, de vino y de leche.

   Esto por lo que se refiere al nombre.

   ¿Queréis ahora saber quién fue el que hizo el paraíso terrenal? Escuchad la divina Palabra: ‘Fue Dios, fue el Señor quien plantó por su propia mano el paraíso de delicias desde el comienzo del mundo».

   Fue su infinita bondad para con el primer hombre la que le obligó a hacer este primer paraíso para él y para su posteridad, con el objeto de hacerles pasar, en caso de haber sido obedientes, de un paraíso terrestre y temporal a otro celestial y eterno.

   De igual manera, el amor incomparable del eterno Padre al segundo Adán, es decir a su hijo Jesús, fue el que le hizo crear este segundo Paraíso para él y para sus verdaderos hijos, los cuales permanecerán en él eternamente con su buen Padre, quien desde ahora les hace y les liará por siempre participantes de las santas y divinas delicias que él posee. Por esto, después que ha dicho a su dignísima Madre que ha venido a su jardín para comer en él su miel y beber su vino y su leche, se dirige a sus mismos hijos y les dice: «Comed y bebed conmigo, amigos, y embriagaos, carísimos»[181].

2. RECREO DE DIOS

   Qué significa el caminar de las tres Personas eternas por las tres alamedas del Paraíso? He aquí su sentido: El Padre se pasea por la primera, que figura la memoria, para excitar a su Hija predilecta a acordarse no sólo de todas las gracias que ella recibió de su bondad, sino también de todos los bienes que otorgó a todas las creaturas, para bendecirle y darle gracias continuamente por ello. El Hijo se pasea por la segunda alameda, que designa al entendimiento, para iluminarlo con sus luces celestiales y hacerle conocer su adorabilísima voluntad en todas las cosas de su santísima Madre, a fin de que la siga en todo y en todas partes. El Espíritu Santo se pasea por la tercera alameda, que es la voluntad, para animarla a ejercitar incesantemente su amor a Dios y su caridad con las creaturas de Dios.

   Además, este santo caminar de estas tres adorables Personas por nuestro verdadero Paraíso terrestre y celestial al mismo tiempo, es decir, por el Corazón de nuestra incomparable, María, representa las impresiones y comunicaciones que, en un grado altísimo, hicieron de sus divinas perfecciones a este mismo Corazón: el Padre, de su poder; el Hijo, de su sabiduría; el Espíritu Santo, de su bondad. Por una participación eminentísima del poder del Padre, este Corazón maternal de nuestra dignísima Madre tiene todo poder para ayudar, favorecer y llenar a sus verdaderos hijos de toda suerte de bienes; por una comunicación abundantísima de la sabiduría del Hijo, sabe una infinidad de medios y de invenciones para hacerlo; y por una impresión fortísima de la bondad del Espíritu Santo, está todo él lleno de caridad y de benignidad para quererlo hacer.

   En fin, la divina Misericordia y las tres Personas de la santísima Trinidad reciben un contento singular al caminar sobre las violetas de que están cubiertos estos cuatro paseos, porque no hay nada que contente tanto a su Divina Majestad como la humildad, y sobre todo la humildad del Corazón de la más digna y de la más elevada de todas sus creaturas.

   Cuando Dios camina sobre estas violetas, ellas se abajan, después se vuelven a levantar y quedan más hermosas. Es para hacernos ver que cuantas más gracias concedió Dios a este mismo Corazón por la impresión y comunicación de sus divinas perfecciones, tanto más él se abajó por su humildad, a vista de su nada; y luego se levantó por el amor a Dios, a vista de su bondad; y así quedó más agradable a su Divina Majestad. Cierto que es cosa grande en nuestra humildísima María, el ser Virgen; es cosa más grande el ser Virgen y Madre al mismo tiempo; es cosa grandísima el ser Virgen y Madre de un Dios. Pero lo que es admirable sobre todas las cosas es, que siendo tan grande como era, y elevada en alguna manera infinitamente sobre todas las cosas creadas por su dignidad en cierto modo infinita de Madre de Dios, se humilló siempre por debajo de todas las creaturas, creyéndose la más pequeña y la última de todas. ¡Oh humildad maravillosa del Corazón de María!

   ¡Oh humildad santa, que podría decir cuán agradable eres al que ama tanto los corazones humildes y odia tanto los soberbios! Tú eres, humildad divina, la que proporcionaste un paraíso de delicias a mi Jesús en el Corazón de su sacratísima Madre. Tú eres también la que haces que él habite y tenga sus delicias en todos los corazones que son verdaderamente humildes: como por el contrario, el demonio habita en los corazones soberbios.

   Sí, querido hermano, tú que lees esto, sabes que si la verdadera humildad está en tu corazón, éste es un paraíso para Jesús que pone en él su deliciosa morada. Pero si en él hay orgullo, es un infierno Heno de horror y de maldición donde residen los diablos. Y por tanto, teme, detesta, huye de la vanidad y la arrogancia: ama, desea, practica la humildad en todas las maneras posibles y graba en tu corazón estas palabras del Espíritu Santo: «Humíllate en todas las cosas, y hallarás gracia ante Dios, ya que él es honrado por los humildes»[182].

3. LA NUEVA EVA Y EL ARBOL DE LA VIDA

   Veo allí en primer lugar el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal, que están plantados en el centro, y muchos otros árboles que producen toda clase de frutos agradables a la vista y deleitables al gusto. Pero vernos otros árboles incomparablemente mejores en nuestro segundo Jardín, de los cuales, los primeros no son más que sombras.

   Allí no vemos el verdadero Árbol de la vida, que es Jesús, el Hijo único de Dios, a quien su Padre plantó en el centro de este divino Paraíso, es decir, en el Corazón virginal de su santísima Madre, cuando el Ángel le dijo: Dominus tecum: «El Señor es contigo»: Lo cual explica San Agustín de esta manera: «El Señor es contigo, para estar en tu Corazón primeramente, después para estar en tu vientre virginal; para llenar el seno de tu alma, y después para llenar tus entrañas purísimas»[183].

   ¿No es el fruto de este Árbol de la vida quien nos devolvió la vida y la vida eterna, el que hablamos perdido al comer otro fruto que nos había sido presentado por una mujer que se llamaba Eva? Y este fruto de vida ¿no nos fue dado por manos de otra mujer, toda divina que se llama María? Habla San Bernardo: «¿Qué decías, Adán?». «La mujer que me hablas dado, me dio el fruto del árbol, y comí». «Esas palabras más bien que disminuir, aumentan tu falta». «Cambia, pues, esa mala excusa en un grito, de acción de gracias, y di»: «Señor, la mujer que me diste me dio el fruto del árbol de la vida, y comí, y mi boca la halló más dulce que la miel, porque tú me has dado la vida con este precioso fruto Y a continuación, el mismo santo exclama: «Oh Virgen maravillosa y dignísima de todo honor! ¡Oh mujer, que merece una veneración singularísima! ¡Oh mujer admirable, más que todas las mujeres, que reparaste la falta de tus padres, y diste la vida a aquellos de tu raza que vendrían después de ti»[184].

   Ese es el primer árbol que vemos en nuestro segundo Paraíso, más celestial que terreno.

   Tampoco vemos allí al árbol de la ciencia del bien y del mal, puesto que el Corazón luminosísimo y esclarecidísimo de la Madre de Dios, que es la casa del Sol, como se ha dicho, y que llevó siempre en si a aquel en el que están escondidos todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría de Dios, fue henchido de la ciencia de los Santos, de la ciencia y de la sabiduría del Santo de los santos, que le hizo conocer perfectamente el bien que es Dios y le dio un conocimiento clarísimo del sumo mal que es el pecado. Mas porque ella no conoció el pecado como lo conocieron Adán y Eva, trasgrediendo el mandato de Dios, sino que lo conoció en la luz de Dios y como Dios lo conoce, aborreciéndolo como Dios lo aborrece, el fruto de este árbol no fue para ella funesto y mortal, como lo fue para el primer hombre y la primera mujer, el del árbol de la ciencia del bien y del mal que había en el primer paraíso.

   De suerte que, como Dios dijo a Adán después de su pecado, pero en un sentido que se dirigía a su confusión y condenación: He aquí a Adán que ha llegado a ser uno de nosotros, que sabe el bien y el mal: lo mismo se podría decir de nuestra preciosísima Virgen, pero en un sentido que redunda en su alabanza y gloria: He aquí a María que ha llegado a ser semejante a nosotros, que conoce el bien y el mal como nosotros lo conocemos, que usa de este conocimiento como nosotros usamos, y que por este medio es santa y perfecta como nosotros somos santos y perfectos.

   Vemos todavía otros muchos árboles en nuestro nuevo Jardín, es decir, en el Corazón de nuestra divina María, totalmente cargados de excelentes frutos agradabilísimos a la vista y deliciosísimos al gusto del que los plantó. ¿No son éstos los frutos de que habla a su Predilecto, cuando le dice: «Venga mi Predilecto a su jardín y coma el fruto de sus manzanos»? Su fe, su esperanza, su caridad, su sumisión a la divina Voluntad, son otros tantos árboles plantados en su — Corazón, que produjeron una infinidad de hermosos frutos. Su pureza virginal, ¿no es un árbol celestial que dio el fruto de los frutos, el Rey de las Vírgenes, y después tantos millones de santas Vírgenes como ha habido, hay y habrá en la Iglesia de Dios? Su celo ardentísimo por la gloria de Dios y la salvación de las almas, ¿no es un árbol divino que dio tantos frutos cuantas son las almas a cuya salvación ella ha cooperado?

4. EXHORTACIÓN

   Como conclusión de este capítulo, después de haberte puesto ante los ojos al Corazón bienaventurado de la Madre de Dios como el Paraíso de las delicias del Hombre-Dios, te diré. querido hermano, que es absolutamente necesario que tú corazón sea o un infierno dé suplicios para ti, o un paraíso de delicias para ti y para Jesús.

   Escoge, pues, hermano; porque en tu mano está hacer de tu corazón un paraíso o un infierno. Si deseas hacer de él no un infierno, sino un paraíso, tienes que practicar tres cosas:

   La primera, es echar fuera de él a la serpiente y al hombre viejo, es decir, a todos los enemigos de Dios.

   La segunda, considerar al Corazón virginal de tu dignísima Madre, como al primer Paraíso de las delicias de Jesús, y como al modelo y ejemplar de muchos otros paraísos que él quiere tener en los corazones de sus verdaderos hijos, y especialmente en el tuyo; y por consiguiente, examinar cuidadosamente la forma y el estado de este sagrado Jardín, para preparar tú uno semejante en tu corazón; volver a ver y a estudiar lo que se dijo antes, tocante a lo que esta Santísima Virgen hizo con las tres potencias de su alma, con sus sentidos interiores y exteriores y con sus pasiones, a fin de hacer tú lo mismo con las tuyas, en cuanto te sea posible con la gracia de su Hijo; plantar en el centro de tu jardín el árbol de la vida que es Jesús, y hacer de tal suerte por la fidelidad y la perseverancia, que quede allí arraigado tan profundamente que jamás pueda ser separado de allí; plantar también allí el árbol de la ciencia del bien y del mal, ejercitándote en el conocimiento de Dios que te lleve a amarle, y en el conocimiento del pecado que te lleve a odiarlo; y plantar además los santos árboles de la fe, de la esperanza y de la caridad, de la sumisión a la voluntad de Dios, del celo por su gloria y por la salvación de las almas, que producen abundantemente frutos de toda suerte de buenas obras. También plantar allí las flores de todas las demás virtudes, especialmente el cultivo del temor de Dios, sólo el cual es capaz de cambiar tu corazón en un paraíso de bendición[185], la violeta de la humildad, el lirio de la pureza, la rosa de la caridad y el clavel de la misericordia: «La gracia, dice el Espíritu Santo[186], es decir, la misericordia y compasión de las miserias del prójimo, es un paraíso de bendiciones para los que la ejercitan». Más, regar todos estos árboles y todas estas flores con las aguas vivas de la gracia y de la devoción, que debes sacar de la fuente de los santos Sacramentos, de la oración y de la lectura de libros de piedad.

   La tercera cosa que tienes que hacer, después de todo eso, te lo declara Dios en estas palabras: «Guarda tu corazón con todo el cuidado y la diligencia posibles, porque él es el principio de la vida». Para ello, ponlo confiadamente en las manos de Dios; porque si lo guardas en las tuyas, seguro que lo perderás; y pídele que ponga a la puerta de este paraíso un querubín, con una espada resplandeciente en su mano, es decir: la ciencia y el conocimiento de ti mismo, verdadera madre de la humildad, que es el guardián de todos los tesoros del cielo en un corazón—, con el verdadero amor de Dios, que es una espada cortante de dos filos, que corta la cabeza del amor propio y del amor al mundo, que son dos fuentes envenenadas con todas las aguas pestíferas del infierno, que harían morir todos los árboles y todas las flores de tu jardín, si entrasen en él.

   Si procuras hacer estas tres cosas, que son fáciles con la gracia de Dios, que no la niega a los que se la piden, tu corazón será un paraíso delicioso para Jesús, el cual nos asegura que sus delicias son estar con los hijos de los hombres; y para ti un paraíso de paz, de reposo y de dulzura increíble.

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