Magisterio de la Iglesia

San Juan Eudes

VIVA JESÚS Y MARÍA
LIBRO TERCERO
CAPÍTULO III

CAPÍTULO III
Novena imagen del santísimo Corazón de la gloriosa Virgen,
que es el trono real de Salomón

   Entre las muchas, hermosas y excelentes cualidades que el Espíritu Santo atribuye a la bienaventurada Virgen, he aquí una muy digna de consideración. Es la que se contiene en estas palabras del salmo ochenta y seis, que muchos santos Doctores y hasta toda la Iglesia aplican a esta misma Virgen: Gloriosa dicta sunt de te, civitas Dei. «Oh ciudad de Dios, grandes y gloriosas cosas se han dicho de ti». Pues si ella es el palacio del Rey de los Reyes, ¿qué habrá que decir de su Corazón, sino que es el Trono imperial de este mismo Rey?

1. PUREZA Y SANTIDAD

   Esto supuesto, digo en primer lugar, que la cúspide del trono de Salomón, es la pureza, la santidad, el amor y la caridad del Corazón regio de la Madre de Dios. Porque esto es lo más excelente y sublime que hay en este divino Corazón; esto es lo que más la acerca a Dios; esto es lo que más estrechamente la une a Dios; esto es lo que la hace más semejante al Corazón adorable de su Divina Majestad. Su pureza la separa de todo lo que está por debajo de Dios. Porque, el que dice una cosa pura, dice una cosa que no está mezclada con otras cosas que le sean inferiores; quien dice oro puro, dice oro que no está mezclado con otros metales; quien dice vino puro, dice vino que no está mezclado con otros licores; quien dice un corazón puro, dice un corazón desprendido no sólo del pecado y de todo lo que tiende al pecado, sino también de todo lo que está por debajo de él, es decir, de todas las cosas terrestres y temporales, de todas las cosas creadas, y en una palabra, de todo lo que no es Dios; porque el corazón humano es de una naturaleza tan noble y tan excelente, que le eleva sobre todas las cosas, ya que no ha sido creado más que para Dios, para ser poseído por Dios y para poseer a Dios, y que no hay nada sino sólo Dios, que le pueda saciar: Coeteris occupari potest, impleri non potest: «Con todas las demás cosas puede estar ocupado, impedido, pero no lleno».

   La pureza, pues, del Corazón de la Virgen inmaculada la separa y aleja de todo lo que está por debajo de Dios. Su pureza, además, la coloca cerquísima de Dios: Incorruptio facit esse proximum Deo. Su Santidad la une a Dios infinísimamente. Su amor y su caridad la transforman en Dios, la deifican en algún modo y la hacen conforme y semejante al Corazón de Dios, que es el amor y la caridad misma.

   Digo en segundo lugar, que, como la cúspide de la parte anterior del trono significa el amor y la caridad que reinaban en grado sumo en el Corazón de la Madre de Dios, mientras estaba en este mundo, así la cúspide de la parte posterior que es redonda, representa el amor y la caridad que reinarán eterna y sumamente en este Corazón admirable.

   Jamás se hizo una obra semejante en todos los reinos del universo, dice la Escritura santa, hablando del trono de Salomón: Non est factum tale opus in universis regnis. También podemos decir nosotros con razón del Corazón de la Madre de Jesús, que después del Corazón de su Hijo, jamás hubo ni habrá otro semejante a él en toda suerte de perfecciones, y que la mano todopoderosa de Dios jamás hizo ni hará otro corazón tan admirable y tan amable.

   Acerquémonos, pues, con respeto, humildad y confianza, a este trono de gracia y de misericordia, y todo lo que pidamos al Hijo por el Corazón santísimo de su bienaventurada Madre, nos lo concederá.

2. REINADO

   Que reine en nosotros con la virtud de tu espíritu, con la fuerza de tu amor y con la efusión de tu bondad. Lo queremos de todo corazón y te lo pedimos con toda la tensión de nuestra alma. Reina en nuestros corazones; reina en nuestros cuerpos; reina en todas las potencias de nuestras almas; reina en todos nuestros sentidos interiores y exteriores, y en todas nuestras pasiones; reina en nuestros pensamientos, en nuestros proyectos y en nuestros afectos, en nuestras palabras, en nuestras acciones y en todas las pertenencias y dependencias de nuestro ser y de nuestra vida. Haz que reine allí tu poder, tu sabiduría, tu bondad, tu misericordia, tu santidad y todas tus divinas perfecciones. Haz que reine allí tu humildad, tu pureza, tu obediencia, tu paciencia, tu odio al pecado y al mundo, tu cariño a la cruz, tu caridad para con los hombres, tu celo por la salvación de las almas, tu afecto a la Iglesia, tu amor a tu santa Madre, tu amor a tu Padre eterno y todas tus demás santas virtudes. En f i n, reina en todo lo que hay en nosotros y es nuestro absoluta, única, eternamente y de la manera que te sea más agradable; y haz que nuestro corazón sea el trono eterno de tu adorable voluntad, y que el trono —de un tan grande y santo Rey jamás sea manchado con las inmundicias del pecado, sino que siempre esté adornado y siempre resplandeciente con el oro purísimo de tu divino amor.

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