CAPÍTULO III
Novena imagen del santísimo Corazón de la gloriosa Virgen,
que es el trono real de Salomón
Entre las muchas, hermosas y
excelentes cualidades que el Espíritu Santo atribuye a la bienaventurada
Virgen, he aquí una muy digna de consideración. Es la que se contiene en
estas palabras del salmo ochenta y seis, que muchos santos Doctores y hasta
toda la Iglesia aplican a esta misma Virgen: Gloriosa dicta sunt de te,
civitas Dei. «Oh ciudad de Dios, grandes y gloriosas cosas se han dicho
de ti». Pues si ella es el palacio del Rey de los Reyes, ¿qué habrá que
decir de su Corazón, sino que es el Trono imperial de este mismo Rey?
Esto supuesto, digo en primer
lugar, que la cúspide del trono de Salomón, es la pureza, la santidad, el
amor y la caridad del Corazón regio de la Madre de Dios. Porque esto es lo más
excelente y sublime que hay en este divino Corazón; esto es lo que más la
acerca a Dios; esto es lo que más estrechamente la une a Dios; esto es lo que
la hace más semejante al Corazón adorable de su Divina Majestad. Su pureza
la separa de todo lo que está por debajo de Dios. Porque, el que dice una
cosa pura, dice una cosa que no está mezclada con otras cosas que le sean
inferiores; quien dice oro puro, dice oro que no está mezclado con otros
metales; quien dice vino puro, dice vino que no está mezclado con otros
licores; quien dice un corazón puro, dice un corazón desprendido no sólo
del pecado y de todo lo que tiende al pecado, sino también de todo lo que está
por debajo de él, es decir, de todas las cosas terrestres y temporales, de
todas las cosas creadas, y en una palabra, de todo lo que no es Dios; porque
el corazón humano es de una naturaleza tan noble y tan excelente, que le
eleva sobre todas las cosas, ya que no ha sido creado más que para Dios, para
ser poseído por Dios y para poseer a Dios, y que no hay nada sino sólo Dios,
que le pueda saciar: Coeteris occupari potest, impleri
non potest: «Con todas las demás cosas puede estar ocupado,
impedido, pero no lleno».
La pureza, pues, del Corazón de
la Virgen inmaculada la separa y aleja de todo lo que está por debajo de
Dios. Su pureza, además, la coloca cerquísima de Dios: Incorruptio facit
esse proximum Deo. Su Santidad la une a Dios infinísimamente.
Su amor y su caridad la transforman en Dios, la deifican en algún modo y la
hacen conforme y semejante al Corazón de Dios, que es el amor y la caridad
misma.
Digo en segundo lugar, que, como
la cúspide de la parte anterior del trono significa el amor y la caridad que
reinaban en grado sumo en el Corazón de la Madre de Dios, mientras estaba en
este mundo, así la cúspide de la parte posterior que es redonda, representa
el amor y la caridad que reinarán eterna y sumamente en este Corazón
admirable.
Jamás se hizo una obra semejante
en todos los reinos del universo, dice la Escritura santa, hablando del trono
de Salomón: Non est factum tale opus in
universis regnis. También podemos decir nosotros con razón del
Corazón de la Madre de Jesús, que después del Corazón de su Hijo, jamás
hubo ni habrá otro semejante a él en toda suerte de perfecciones, y que la
mano todopoderosa de Dios jamás hizo ni hará otro corazón tan admirable y
tan amable.
Acerquémonos, pues, con respeto,
humildad y confianza, a este trono de gracia y de misericordia, y todo lo que
pidamos al Hijo por el Corazón santísimo de su bienaventurada Madre, nos lo
concederá.
Que reine en nosotros con la
virtud de tu espíritu, con la fuerza de tu amor y con la efusión de tu
bondad. Lo queremos de todo corazón y te lo pedimos con toda la tensión de
nuestra alma. Reina en nuestros corazones; reina en nuestros cuerpos; reina en
todas las potencias de nuestras almas; reina en todos nuestros sentidos
interiores y exteriores, y en todas nuestras pasiones; reina en nuestros
pensamientos, en nuestros proyectos y en nuestros afectos, en nuestras
palabras, en nuestras acciones y en todas las pertenencias y dependencias de
nuestro ser y de nuestra vida. Haz que reine allí tu poder, tu sabiduría, tu
bondad, tu misericordia, tu santidad y todas tus divinas perfecciones. Haz que
reine allí tu humildad, tu pureza, tu obediencia, tu paciencia, tu odio al
pecado y al mundo, tu cariño a la cruz, tu caridad para con los hombres, tu
celo por la salvación de las almas, tu afecto a la Iglesia, tu amor a tu
santa Madre, tu amor a tu Padre eterno y todas tus demás santas virtudes. En
f i n, reina en todo lo que hay en nosotros y es nuestro absoluta, única,
eternamente y de la manera que te sea más agradable; y haz que nuestro corazón
sea el trono eterno de tu adorable voluntad, y que el trono —de un tan
grande y santo Rey jamás sea manchado con las inmundicias del pecado, sino
que siempre esté adornado y siempre resplandeciente con el oro purísimo de
tu divino amor.
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