CAPÍTULO V
Undécima imagen del santísimo Corazón de la bienaventurada Virgen,
que es el horno de los tres Jóvenes israelitas
1. SÍMBOLO Y
REALIDAD
La undécima imagen del Corazón
admirable de la Santísima Madre de Dios, es este Horno milagroso que se halla
descrito en el capítulo III de la profecía de Daniel. Porque San Juan
Damasceno y muchos otros santos Doctores, nos aseguran que es una figura de la
bienaventurada Virgen y de su Corazón virginal; y que el fuego que ardía en
este horno no era más que una sombra y pintura del celestial que abrasó
siempre el pecho sagrado de la Madre de amor: He aquí sus palabras: ¿No
es verdad, dice, hablando con ella, que este horno que
estaba lleno de un fuego ardiente y
refrescante al mismo tiempo, te representa
con toda verdad, y que era una
excelente figura de este fuego divino
y eterno que escogió tu Corazón para
hacer de él su casa y su morada?’.
Pero tal vez me diga alguno, ¿cómo
es que una cosa tan noble y tan santa como el Corazón de la Reina del cielo,
puede estar representada por este horno de Babilonia, que es obra de la
impiedad y de la crueldad de Nabucodonosor? Mas ¿no sabes tú que en general
todas las cosas que pasaban a los israelitas eran sombras y figuras de las
grandes y maravillosas cosas que debía haber en el Cristianismo y en el Padre
y la Madre de los Cristianos?
Verdad es que este horno era
efecto de la impiedad y del furor de Nabucodonosor; mas el designio de la
Divina Providencia, sin cuyo mandato y permisión nada se puede hacer, era
hacer aparecer allí la grandeza de su poder y las maravillas de su bondad con
la protección milagrosa de sus amigos; como también darnos en este horno una
hermosa imagen del augustísimo Corazón de la Reina del cielo, verdadero
horno de amor y de caridad.
Esta es la cualidad que le
atribuye San Bernardino de Sena,
al declararnos que todas las palabras que pronunció la Madre del Verbo Divino
y que nos relata el Santo Evangelio, son otras tantas llamas de amor que
salieron de este horno de amor. Habló siete veces, dice este Santo Doctor, la
primera vez con el Arcángel Gabriel, cuando le dijo: ¿Cómo puede ser que yo
sea madre de un Hijo estando resuelta a vivir y morir virgen? La segunda vez,
con el mismo Arcángel, cuando le declaró su sumisión a la voluntad de Dios
diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. La
tercera vez, con Santa Isabel, cuando la saludó. La cuarta vez, con la misma
Santa, cuando pronunció este maravilloso cántico de alabanza a Dios: Mi alma
glorifica al Señor, etc. La quinta vez, con su Hijo Jesús cuando al hallarle
en el templo, después de haberle buscado durante tres días, le habló de
esta manera: Hijo mío, ¿por qué has obrado así con nosotros? Tu padre y yo
te estábamos buscando con dolor. La sexta vez, con este mismo Hijo cuando,
para manifestarle la necesidad de los que daban el banquete de las bodas en
Caná de Galilea, le dirigió estas palabras: No tienen vino. La séptima vez,
con los que servían este banquete, cuando les advirtió, refiriéndose a su
Hijo: Haced lo que él os diga.
Estas siete palabras añade San
Bernardino, son como siete llamas, y siete llamas de amor, que salieron del
horno del Corazón de la Madre de Jesús.
La primera es una llama de amor
separante. Porque el amor que arde en el Corazón de la Virgen por la perfecta
pureza de cuerpo y de espíritu, la separa enteramente de todo lo que es
creado, para unirla estrechamente y prolongarla totalmente al que es la pureza
esencial.
La segunda es una llama de amor
transformante, que hizo una transformación maravillosa de la voluntad de
nuestra gloriosa Virgen en la adorabilísima voluntad de Dios.
La tercera es una llama de amor
comunicante, que induce a la Madre del Salvador a visitar a la madre del
Precursor de su Hijo, para derramar su Corazón en el de ella, para comunicar
y tratar con ella las cosas que aprendió del Ángel; y para hacer a la madre
y al hijo participes de la plenitud del espíritu y de la gracia de que ella
estaba repleta, mediante la virtud de su voz, la bendición de las palabras
que le dijo al saludarla, y las conversaciones que con ella tuvo a lo largo de
tres meses.
La cuarta es una llama de amor
jubiloso, que colma el Corazón de la Madre de Dios de un gozo inconcebible, a
vista de las grandes cosas que Dios realizó en ella y que le hizo pronunciar
estas divinas palabras: Mi alma glorifica al Señor,
y mi espíritu está arrebatado en gozo
de Dios mi Salvador.
La quinta es una llama de amor
gozoso. Representante de una madre que sólo tiene un hijo, a quien ama
infinitamente; la cual habiéndole perdido y buscado con mucho dolor por
espacio de tres días, después de haberle encontrado y habérsele quejado
amorosamente por la pena que sufrió con su ausencia, goza de un contento
tanto más dulce y más agradable por la posesión de su muy amado tesoro,
cuanto la amargura y la angustia que pasó por su privación fueron más
sensibles.
La sexta es una llama de amor
compasivo ante la indigencia y necesidad del prójimo.
La séptima es una llama de amor
consumativo. Porque hacer exactamente y de todo corazón lo que dice el Hijo
único de María, es la perfección y la consumación de la suma felicidad.
Santa Catalina de Génova,
sintiendo su corazón totalmente inflamado en el amor divino, exclamaba: «¡Oh,
si pudiese decir lo que pasa en mi corazón, al que siento arder y consumirse
interiormente! Lo único que puedo decir es que, si una gotita del amor que
abrasa mi corazón pudiese caer en el infierno, cambiaría el infierno en paraíso,
a los diablos en ángeles y las penas en consuelos». Si el fuego del amor
divino produjo tal incendio en el corazón de esta Santa, piensa lo que haría
en el Corazón de la Reina de todos los Santos.
No estaban más que los tres jóvenes
hebreos en el horno de Babilonia; pero todos los hijos de la Madre de Dios
tienen su morada en el horno de su Corazón, como en un paraíso de delicias,
donde alaban y glorifican a Dios continuamente con su divina Madre y con los
corazones llenos de gozo y de consuelo.
¡Oh, fuego divino que abrasáis
el nobilísimo Corazón de nuestra gloriosa Madre! Venid a los corazones de
todos los hombres; apagad en ellos cualquiera otro fuego; consumid todo lo que
os es contrario; abrasadles, inflamadles, transformadles en vos mismo para que
sean un puro. fuego y una pura llama de amor hacia Aquel que los ha creado
para amarle. Haced que digamos con San Agustín y con sus mismas santas
disposiciones: «¡Oh fuego santo!, ¡qué dulcemente ardes, qué secretamente
luces, y con cuánto deseo quemas! ¡Ay de aquellos que son iluminados y no de
ti; ay de los que arden y no por ti!
Venid, pues, fuegos sagrados;
venid, celestes llamas; venid brasas del cielo; venid torrentes, venid
diluvios de fuego adorable y eterno, fundíos sobre nosotros y sobre todos los
hombres. Encendedlo todo, abrasadlo todo, consumidlo todo.
La quinta es una llama de amor gozoso. Representante de una madre que sólo
tiene un hijo, a quien ama infinitamente; la cual habiéndole perdido y
buscado con mucho dolor por espacio de tres días, después de haberle
encontrado y habérsele quejado amorosamente por la pena que sufrió con
su ausencia, goza de un contento tanto más dulce y más agradable por la
posesión de su muy amado tesoro, cuanto la amargura y la angustia que pasó
por su privación fueron más sensibles.
La sexta es una llama de amor compasivo ante la indigencia y necesidad del
prójimo.
La séptima es una llama de amor consumativo. Porque hacer exactamente y
de todo corazón lo que dice el Hijo único de María, es la perfección y
la consumación de la suma felicidad.
CAPÍTULO
VI
Duodécimo cuadro del Corazón santísimo de María: el Calvario
La duodécima imagen del Sagrado Corazón de la Virgen es el Calvario; esa
imagen nos pone delante de los ojos el estado doloroso del Corazón
crucificado de la Madre del Salvador al tiempo de la pasión de su Hijo.
¿Qué es el Calvario? Una montaña la más ilustre y digna de la Tierra
Santa. ¿Qué es el Corazón de María? El lugar más ilustre y digno de
su cuerpo y de su alma. El Calvario es el monte Moriath en donde Dios mandó
a Abrahám inmolar a su hijo. Y así como el verdadero Salomón ha
establecido su templo y su santo altar en el Corazón de María; así
también sobre este templo y altar ha inmolado Ella a su amadísimo y
adorable Isaac, no sólo en el afecto, sino en la realidad.
El Calvario es el lugar donde la cruz de Jesús ha sido plantada; de igual
modo el primer lugar donde lo ha sido el Corazón Santísimo de María. El
Calvario ha sido regado por la sangre de Jesús; y el Corazón de María,
por el amor y la compasión, ha sido penetrado, henchido de los dolores de
Cristo.
Las espinas han punzado la cabeza adorable de mi Salvador; los clavos han
traspasado sus manos y sus pies; la lanza ha rasgado su Corazón; y todas
las llagas han cubierto el cuerpo del Señor de la cabeza a los pies. Pero
—dice San Agustín,
la Cruz y los clavos fueron a un mismo tiempo del Hijo y de la Madre. Y
San Jerónimo, o mejor San Sofronio de Jerusalén,
dice que «cuantas heridas hubo en el cuerpo de Cristo, otras tantas
existieron en el Corazón de la Madre; cuantas espinas, clavos, golpes
hirieron el cuerpo del Hijo, fueron otras tantas flechas que atravesaron
el Corazón de la Madre. No recibía una herida el cuerpo del Hijo que no
tuviera un eco triste en el Corazón de la Madre.
Oh Reina mía, dice San Buenaventura,
Vos no estabais solamente junto a la cruz de vuestro Hijo; sino que
estabais con Él en la misma Cruz; sufríais con Él, erais con Él
crucificada. No hay más que esta diferencia: que lo que Él sufre en su
cuerpo, Vos lo sufrís en vuestro Corazón. Todas las llagas que lleva en
todo su cuerpo, están reunidas en vuestro Corazón; porque la espada del
dolor ha traspasado vuestra alma. Vuestro Corazón Virginal, Oh Soberana mía,
ha sido rasgado por la lanza, traspasado por los clavos y las espinas,
cargado de oprobios, ignominias y maldiciones, embriagado por la hiel y el
vinagre. Oh venerabilísima Señora, ¿por qué queréis ser inmolada por
nosotros? ¿La pasión del Salvador no es suficiente para nuestra salvación?
¿Es necesario que la Madre sea también crucificada con el Hijo? Oh Corazón
dulcísimo que sois todo amor, ¿es necesario que seáis todo transformado
en dolor?
Miro vuestro Corazón, Oh amadísima Señora, y ya no veo amor, sino hiel
amarguísima, mirra y absintio.
Veo a mi Redentor crucificado —dice el Santo Abad Premonstratense,
sufriendo, agonizando, muriendo y muerto sobre el Calvario; pero al mismo
tiempo lo contemplo en sus sufrimientos, agonía y muerte en el Corazón
de su Madre. Viviendo, vive con su Hijo; cuando muere, también muere con
Él. El Hijo es crucificado en su cuerpo, dice el Santo Patriarca de
Venecia,
y la Madre lo es en su Corazón. ¿Pues qué? —nos dice San Bernardo,
¿Cristo pudo morir en el cuerpo, y la Virgen no tuvo que con-morir en el
Corazón?
En el Calvario, el Hijo único de María, por un exceso de bondad
incomprensible, nos ha hecho un don inestimable, cuando hablando a cada
uno de nosotros en la persona de San Juan; y dirigiéndose a su Madre, nos
dijo: «He ahí a tu Madre». Allí ha sido también donde esta Madre de
Jesús, que no tiene más que un solo sentimiento y un solo amor con su
Hijo, se nos ha dado con un solo Corazón y un solo amor, para ser nuestra
verdadera Madre; y habiendo ella recibido estas palabras de su Hijo en su
Corazón maternal, han hecho eco con las de su hijo, para decirnos
derechamente a cada uno de nosotros: he aquí a tu Madre. De suerte que si
Jesús nos dice: he ahí a tu Madre, María nos dice también: he aquí a
tu Madre.
Que cada uno de nosotros diga también con Jesús a esta buena Madre: he
aquí a tu Hijo. Que desee honraros, amaros e imitaros como a su Madre. ¡Miradme,
por favor, oh amabilísima Madre! Amadme, obrad conmigo, protegedme,
conducidme, como a vuestro hijo, aunque sea infinitamente indigno de esta
cualidad.
Veis, pues, mi amado lector, cómo el Calvario es una excelente imagen del
Corazón Sagrado de la Madre del Salvador.
¿Queréis que vuestro corazón tenga alguna semejanza con el Corazón de
vuestra Madre? Poned en su centro la Cruz de su Hijo Jesús; o más bien,
suplicadle que la ponga Él mismo y que imprima en él un grande amor por
la misma Cruz; él os hará abrazar, amar y sufrir todas las cruces que os
sobrevengan, con espíritu de humildad, de paciencia, de sumisión a la
divina voluntad; y con las demás santas disposiciones con las cuales el
Hijo de María y la Madre de Jesús han llevado su pesada Cruz.
Pero es necesario que sepáis que, así como el Corazón de la Virgen
bienaventurada ha sufrido una infinidad de angustias y tribulaciones, así
también está lleno de caridad y de compasión hacía los corazones
afligidos; y Dios le ha dado un poder particular de consolarlos. Recurrid
a Él en todas vuestras penas con humildad y confianza; y sentiréis los
efectos de la bondad incomparable y del poder maravilloso del Corazón
benignísimo de vuestra caritativa Madre.
Bendito seáis, oh Padre celestial, Pintor divino, por estos doce cuadros
que nos habéis dado del Corazón Sagrado de nuestra Madre gloriosa.
Complaceos, os rogamos, en añadir un último cuadro en nuestros propios
corazones: imprimid en ellos una semejanza perfecta del amor, de la
caridad, de la humildad, de la pureza, y de todas las demás virtudes de
este Santísimo Corazón, para que los corazones de los hijos sean
semejantes al Corazón de la Madre; y para que os amen y os glorifiquen
eternamente con Ella.
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