Magisterio de la Iglesia
Santo Tomás de Aquino
COMENTARIO AL SALMO I
Este Salmo se distingue de todo el resto de la obra, pues no tiene título, sino que es más bien como el título de toda la obra.
David
compuso los Salmos a la manera del que reza, es decir, no conservando
una sola manera, sino según los diversos sentimientos y movimientos del
que reza.
Por
lo tanto, este primer Salmo expresa el sentimiento de un hombre que
eleva sus ojos a la situación entera del mundo, y considera cómo
algunos avanzan y otros caen.
Cristo
fue el primero de los bienaventurados, así como Adán lo fue de los
malvados. Pero se ha de notar que todos concuerdan en una cosa y
difieren en dos. Concuerdan en que todos buscan la felicidad, pero
difieren en la manera de dirigirse hacia ella, y al final de esto, en
que algunos la alcanzan, y otros no.
Así
pues, se divide este Salmo en dos partes. En la primera se describe el
camino de todos hacia la felicidad. En la segunda se describe el final,
allí donde dice: Y será como el árbol, que está plantado a las
corrientes etc.
Sobre
lo primero hace dos cosas. En primer lugar, se refiere al camino de los
malvados, y en segundo lugar al de los buenos, allí donde dice: Sino
que en la ley del Señor está su voluntad etc..
Tres
cosas se han de considerar en el camino de los malos. En primer lugar su
deliberación acerca del pecado, y esto en su pensamiento. En segundo
lugar, su consentimiento y ejecución. Y en tercer lugar el inducir a
otros a algo semejante, y esto es lo peor.
Y
por eso indica en primer lugar el consejo de los malvados, allí donde
dice: Bienaventurado el hombre etc. Y dice: que no anduvo,
pues cuando el hombre delibera, está andando.
En
segundo lugar indica el consentimiento y la ejecución, diciendo: y
en camino de pecadores, es decir, en la operación: "El camino
de los impíos es tenebroso, no saben adónde se tropiezan" (Prov
4). No se paró, es decir, consintiendo, y actuando.
Y
dice de impíos, porque la impiedad es un pecado contra Dios, y de
pecadores, contra el prójimo, y en cátedra; y este tercero
es inducir a otros a pecar. Así pues, en cátedra como un maestro que
enseña a otros a pecar; y por eso dice, de pestilencia, porque
la pestilencia es una enfermedad infecciosa. "Hombres pestilentes
devastan la ciudad" (Prov 29).
Así
pues, quien no camina así no es feliz, sino todo al contrario. Pues la
felicidad del hombre está en Dios: Feliz el pueblo cuyo Dios es el
Señor etc. (Sal 143)
Por
lo tanto el camino recto a la felicidad es en primer lugar que nos
sometamos a Dios, y esto de dos maneras.
Primero
mediante la voluntad, obedeciendo sus mandatos; y por eso dice: Sino
que en la ley del Señor; y esto corresponde de modo especial a
Cristo: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad de Aquel que me ha enviado" (Jn 8). Y conviene
también de modo semejante a toda persona justa. Dice en la ley,
por medio del amor, no bajo la ley por temor: "La ley no ha sido
puesta para el justo" (1Tim 1).
En
segundo lugar mediante el entendimiento, meditando constantemente; y por
eso dice: y en su ley medita día y noche, es decir,
continuamente, o bien a ciertas horas del día y de la noche, o bien
tanto en las circunstancias prósperas y en las adversas.
Y
será como el árbol etc.
En esta parte se describe el final de la felicidad: e indica en primer
lugar su diversidad; en segundo lugar añade su razón, allí donde
dice: Porque conoce el Señor etc.
Sobre
lo primero hace dos cosas. En primer lugar indica el final de los
buenos, y en segundo lugar el de los malos, allí donde dice No así
los impíos etc.
Acerca
del final de los buenos se vale de una comparación; primero la indica,
y luego la adapta, allí donde dice: y todo cuanto él hiciere etc.
Así
pues, toma la comparación del árbol, del que se consideran tres cosas,
a saber, el ser plantado, el dar fruto, y el conservarse.
Para
ser plantado, es necesaria una tierra humedecida por las aguas, pues de
otro modo se secaría; y por eso dice: que está plantado a las
corrientes de las aguas, es decir, junto a las corrientes de las
gracias: "el que cree en mí... de su seno correrán ríos de agua
viva" (Jn 7).
Y
quien tenga sus raíces junto a esta agua fructificará haciendo buenas
obras; y esto es lo que sigue: el cual dará su fruto. "Pero
el fruto del espíritu es caridad, alegría, paz, y paciencia,
generosidad, bondad, fidelidad", etc. (Gál 5).
En
su tiempo,
es decir, sólo cuando es momento de obrar. "Mientras tenemos
tiempo, obremos el bien a todos" (Gál 6).
Y
no se seca. Por el contrario, se conserva. Ciertos árboles se conservan
en su substancia, pero no en sus hojas, pero otros se conservan también
en sus hojas: así también los justos, por lo que dice: Y su hoja no
caerá, es decir, no serán abandonados por Dios ni siquiera en las
obras más pequeñas y exteriores. "Pero los justos germinarán
como una hoja verde" (Prov 11).
Luego
cuando dice, Y todo, adapta la comparación: pues los
bienaventurados prosperarán en todo, cuando alcancen el fin deseado en
todo lo que desean, pues los justos llegarán a la felicidad. Oh Señor,
sálvame, oh Señor, dame la prosperidad etc (Sal 117).
Opuesto
es el final de los malvados, que se describe allí donde dice No así
etc. Y sobre esto hace dos cosas. En primer lugar hace una comparación,
y en segundo lugar la adapta, allí donde dice No se levantará.
Pero nota que aquí repite no así y no así dos veces,
para una mayor certeza. "Lo que viste por segunda vez, es juicio de
firmeza" (Gén 41). O bien, no así obran en el camino, y por eso no así reciben al final. "Recibiste bienes en tu vida, y Lázaro asimismo males: pero ahora éste es consolado, y tú atormentado" (Lc 16). Ahora, son propiamente comparados con el polvo, porque poseen tres características que son contrarias a lo que se ha dicho sobre el hombre justo. Primero que el polvo no se adhiere a la tierra, sino que está en la superficie; el árbol plantado, en cambio, ha echado raíces. Asimismo, el árbol es
compacto en sí mismo, y es además húmedo; pero el polvo es en sí
mismo dividido, seco y árido, por lo que se dice que los buenos están
unidos por la caridad como un árbol: Estableced un día solamente
con espesuras, hasta el cornijal del altar (Sal 117); pero
los malos están divididos: "Entre los soberbios siempre hay
contiendas" (Prov 13). Asimismo,
están sin el agua de la gracia: "Eres polvo etc." (Gén
3). Y por eso toda su malicia pasa. "No
perecerá ni un cabello de vuestra cabeza" (Lc 21). Pero
sobre estos malos se dice que serán arrojados completamente de la
faz, esto es, de los bienes superficiales; el viento, es decir la
tribulación, los arroja de la faz de la tierra. "Vi que los que obran la iniquidad, y siembran dolores, y los siegan, han perecido ante el soplo de Dios, y han sido consumidos por el espíritu de su ira" (Job 4). Luego
adapta la comparación, allí donde dice, no se levantarán, pues
son como el polvo. Pero por el contrario, "es necesario que todos
nosotros seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo"
(2Cor 5). Y asimismo, "Todos resucitaremos" (1Cor
15). Ante ello se puede decir que esto puede ser leído de dos maneras.
En efecto, se dice que un hombre resucita propiamente en el juicio,
cuando su causa es vista favorable por la sentencia del juez. Así pues,
éstos no resucitarán, porque no habrá sentencia a su favor en el
juicio, sino más bien en contra; por eso otra variante dice: no podrán
ponerse de pie. Pero
los buenos sí, pues si bien han sido afligidos por el pecado del primer
padre, tendrán una sentencia en su favor. Y
sobre esto dice: no se levantarán en el juicio, es decir,
propiamente, y sobre esto dice Ef 5: "Despierta tú que
duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo"
(Ef 5).
Ahora
bien, ciertos hombres son reparados por el consejo de los buenos, pero
tampoco de este modo se levantan del pecado los malvados.
Así
pues los fieles no se levantarán para ser examinados en el juicio de
discusión. "Quien no cree, ya está juzgado" (Jn 3).
Pero los pecadores no se levantarán en el juicio de los juicios, es
decir, para ser juzgados y no condenados.
Luego
se da la razón por la que éstos no se levantarán en el juicio: Porque
conoce etc. Y habla con propiedad: pues cuando alguien sabe que algo
está echado a perder, lo repara; pero cuando no lo sabe, no lo repara.
Los justos se pierden con la muerte, pero sin embargo Dios los sigue
conociendo. "Dios conoce al que le pertenece" (2Tim 2).
Los conoce con un conocimiento de aprobación, y por eso son reparados.
Pero puesto que no conoce el camino de los impíos con un conocimiento
de aprobación, el camino de los impíos perecerá. Anduve errando
como una oveja que perece: busca a tu siervo, pues no he olvidado tus
mandamientos (Sal 118). Sea su camino tinieblas y
resbaladero (Sal 34). |