Magisterio de la Iglesia
Annus Iam Plenus
[*]
Encíclica
Benedicto
XV
Sobre
la ayuda que nuevamente se ha de prestar
a los niños más necesitados a causa de la guerra
1 de diciembre de 1920
A los Patriarcas, Primados, Arzobispos y Obispos y demás
Ordinarios en paz y comunión con la Sede Apostólica
Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica
1. El resultado del llamado a la caridad hecho en la anterior Navidad.
Un año completo ha transcurrido desde que, en vísperas de la Pascua de Navidad,
se movieran a compasión, y a la vista de los pobrecitos niños de la Europa
Central, quienes tan horriblemente sufrían de hambre y miseria, que consumidos
de debilidad acababan por perecer. Y a la verdad, Nuestro corazón se inundó de
extraordinario consuelo al ver que no habían caído en el vacío. Nuestros ruegos
inspirados en aquella caridad universal que se extiende a cuantos en sí llevan
la imagen de Dios, sin distinción de nacionalidades ni de razas; consuelo del
que tambié, Venerables Hermanos, participasteis vosotros, los que en tan
benéfica empresa Nos ayudasteis con entusiasmo de manera eficaz. Porque, en
efecto, de todas partes como porfía, comenzaron a llegar grandes sumas de
dinero, para que con él pudiera el Padre común de los fieles, remediar las
necesidades y secar las lágrimas de tantos niños inocentes. Nunca dejaremos de
alabar por ello la benignidad de Dios que se complació en distribuir por
Nuestras manos entre los más abandonados pequeñuelos los grandes recursos de la
beneficencia cristiana. y al llegar a este punto no podemos menos
de tributar un público aplauso a la Sociedad "Save the Children Fund"w, la cual se dedicó con el mayor afán y diligencia a recoger dinero, vestidos y alimentos.
2. Las condiciones presentes no son mejores.
Mas tan grandes son la pobreza y la escasez de todo producidas por la guerra, que la ayuda prestada no ha podido quizás llegar a todos los lugares donde hacía falta, y aun allí donde ha llegado no ha bastado ni con mucho a remediar todas las necesidades. Hemos de añadir que en el año que acaba de pasar desde la publicación de la última Encíclica que os enviamos, Venerables Hermanos, sobre este asunto, no se ha aumentado gran cosa la fortuna de la mayor parte de esas regiones, en las cuales Nos consta, por el contrario, que el pueblo y en especial los niños, sufren cada vez más por la extremada escasez de todo. Y como si esto fuera poco, en algunos países ha vuelto a encenderse la guerra con su necesaria secuela de daños y calamidades de todo género; en otros, donde, desquiciado el orden público, se han cometido enormes y vergonzosas matanzas, innumerables familias han quedado en la miseria, las esposas sin esposos y los hijos sin padres. Tampoco escasean las regiones donde tan difícil
3. Repite el llamado, especialmente a los niños.
Movido, pues, una vez más, por la responsabilidad de la paternidad universal que sobre Nos pesa, y tomando en Nuestros labios aquellas palabras del Divino Maestro: "Me da compasión esta multitud de gentes porque... no tienen qué comer" (2), al aproximarse el día del Nacimiento de Cristo, no podemos menos de lanzar de nuevo un fuerte llamamiento a todos los cristianos, para que Nos den algo con qué aliviar la suerte de tantos niños necesitados y enfermos, cualesquiera que éstos sean. Mas, para que lo hagan con mayor largueza, apelamos a todos aquellos que tengan entrañas de piedad y misericordia, y con especial interés Nos dirigimos a los niños de las ciudades donde reina la abundancia, los cuales podrán con mayor facilidad socorrer a sus hermanitos en Cristo. ¿No consideran acaso como suya propia la fiesta del Nacimiento del Niño Jesús? ¿No están viendo quizás con la imaginación cómo los abandonados niños de remotas regiones les tienden las manos suplicantes, mientras les muestran con la mirada la cuna donde tirita y llora de frío el Divino Infante? ¿Y no es por ventura ese Divino Niño el hermanito mayor de todos? "El cual siendo rico se hizo pobre", y desde su pesebre, como desde cátedra de celestial sabiduría, calladamente nos enseña, no sólo cuánto hemos de estimar la caridad fraterna, sino también cuan necesario es despegar a los hombres, ya desde la primera infancia, del desordenado afecto a los bienes de la tierra, e inducirlos a compartir dichos bienes con los pobres, tanto más próximos a Cristo cuanto más semejantes a El.
No han de faltar por cierto a los niños de países ricos alimentos y vestidos para sus compañeros desvalidos, especialmente en las próximas Pascuas de Navidad, cuando tantos regalitos y aguinaldos reciben de sus padres para pasar felices las tradicionales fiestas. ¿Y cómo podríamos imaginarnos que sean tan ruines de espíritu que ni siquiera se determinen a enviarnos una pequeña parte de su peculio, para ayudar con él a restablecer las fuerzas y salud de los niños desvalidos? ¡Oh qué contento y felicidad se proporcionarían a sí mismos, si realmente lograran que aquellos hermanitos suyos privados de todo auxilio y bienestar pasasen las próximas Pascuas con mayor desahogo y alegría! Pues así como el Niño Jesús en aquella feliz noche de su nacimiento, retribuyó a los pastores que le presentaron rústicos dones para remediar la pobreza en que nacía, colmándolos de felicidad con su encantadora sonrisa y sobretodo iluminándolos con la luz de la fe, así también premiará con celestiales bendiciones y gracias a todos los niños que por amor a Él contribuyan a aliviar la miseria y el dolor de sus hermanos pequeñuelos, la mayor obra que pueden realizar y el más grato don que le pueden ofrecer en estas Pascuas. Por eso con toda el alma exhortamos a los padres cristianos, a quienes el Padre celestial impuso el gravísimo deber de informar a sus hijos en la caridad y demás virtudes, para que aprovechen esta fausta ocasión para excitar y fomentar en las tiernecitas almas de sus pequeñuelos, sentimientos de humanidad y de piadosa conmiseración. Y aquí Nos place presentar un ejemplo digno de imitarse. Recordamos en efecto, que el año pasado numerosos niños de nobles familias romanas, se presentaron ante Nos, trayéndonos el óbolo que por iniciativa de sus padres habían reunido ellos mismos a costa de no pocos sacrificios y privaciones.
Caridad especialmente grata al Niño Jesús.
Hemos dicho que esta obra de caridad y beneficencia será sumamente grata para el Niño Jesús. Y a la verdad ¿por qué "Belén" significa "Casa de Pan", sino porque allí había de nacer Cristo, quien, preocupándose de nuestra debilidad, no sólo quiso dársenos en alimento de nuestras almas, sino que también nos enseñó a pedir diariamente a su Padre celestial el alimento espiritual y corporal con estas palabras: "El pan nuestro de cada día dánosle hoy"(3)? ¡Oh, cómo se dilataría Nuestro corazón si supiéramos de cierto que durante estas Pascuas de Navidad no ha de haber casa alguna privada de alegría y de solaz, ni un sólo niño cuyo corazoncito sufra por ver sufrir a su madre, ni una sola madre que contemple con ojos cuajados de lágrimas de dolor a sus hijitos.
4. Exhortación del Papa a Obispos y fieles. Su óbolo personal.
Así pues, Venerables Hermanos, lo mismo que el año pasado, ponemos esta obra,
para que la llevéis a acabo, en vuestras manos, especialmente en las de aquéllos
de vosotros que viven en países donde reina mayor paz y abundancia. Y como
sabemos cuán compenetrados debéis estar con aquellas palabras de Cristo Nuestro
Señor: "Quien recibe a uno de mis pequeñuelos en mi nombre a mí me recibe"(4).
os rogamos que nada dejéis por hacer para que la liberalidad y munificencia de
los fieles, que tenéis bajo vuestra jurisdicción, responda a la magnitud de las
necesidades. Por lo tanto, es Nuestra voluntad que ya desde
ahora indique cada uno de vosotros en su diócesis que el día veintiocho de este mes, consagrado a los Santos Inocentes, o, si se prefiere, el primer día festivo siguiente, se ha de realizar una colecta para sustentar a los niños más necesitados a causa de la guerra, e incite sobre todo a los niños a cooperar con su limosna. Procurad después con toda diligencia remitir el dinero así recaudado bien a Nos mismo, o bien a la Sociedad "Save the Children en Fund", ya mencionada. Por lo que a Nos toca, para mover a todos los fieles no sólo con meras exhortaciones verbales, sino también con Nuestro ejemplo, destinamos para esta santísima obra de caridad la suma de cien mil liras. Bendición Apostólica.
Entre tanto, Venerables Hermanos, tanto a vosotros como a todo vuestro clero y pueblo, como auspicio de la celestial recompensa y en prueba de Nuestra benevolencia paternal, os impartimos con el mayor afecto la bendición apostólica.
Dado en Roma, cabe San Pedro, el día 1º de diciembre del año 1920, séptimo de
Nuestro Pontificado. B
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NOTAS