Magisterio de la Iglesia
Principi Apostolorum
CARTA ENCÍCLICA
BENEDICTO
XV
1. El primado Romano reconocido desde los primeros años de la Iglesia. El Fundador divino de la Iglesia, además de mantener al Príncipe de los Apóstoles, Pedro, firmemente adherido a Dios por medio de una fe inmune de todo error (1), le otorgó el insigne atributo de apacentar, como "corifeo del Apostólico coro" (2) y en calidad de común Maestro y Jefe de todos (3), el rebaño de Aquel que edificó (4)su Iglesia sobre la autoridad del sólido, perenne y visible magisterio (5) de Pedro y de sus Sucesores. Sobre esta mística piedra, base de todo el edificio eclesiástico (6), como sobre quicio y centro fundamental, quiso que descansara el armonioso conjunto tanto de la fe católica como de la cristiana caridad. Ya en tiempos muy próximos a los apóstoles, lo expresó con bien cortada pluma Ignacio Teóforo; en efecto, en esas nobles cartas que escribió a la Iglesia en Roma durante su viaje, anunciando su llegada a Roma para su martirio por Cristo, dio testimonio del primado de esa Iglesia por encima de las demás llamándola "Presidente de la universal congregación de la caridad" (7). Esto quería decir no sólo que la Iglesia Universal es la imagen visible de la caridad divina sino también que San Pedro, junto con su primado y su amor por Cristo (afirmado por su triple confesión), permanece como heredero de la Sede Romana. Así pues, las almas de todos los fieles deben ser encendidas por el mismo fuego. Los antiguos Padres, especialmente aquellos que ocuparon las más ilustres sedes del Oriente, puesto que entendieron estos privilegios como propios de la autoridad pontificia, se refugiaban en la Sede Apostólica cada vez que herejías o conflictos internos los aquejaban. Porque sólo ella había prometido seguridad en las crisis extremas. Así lo hizo San Basilio Magno, (8) como también el renombrado defensor del Credo Niceno, Atanasio, (9) lo mismo que Juan Crisóstomo (10). Así pues, estos inspirados Padres de la fe ortodoxa apelaban desde los concilios episcopales al supremo juicio de los Romanos Pontífices, de acuerdo a las prescripciones de los cánones eclesiásticos (11). ¿Quién puede decir que lo querían así de conformidad con el mandato que habían recibido de Cristo? En efecto, para no ser encontrados infieles en su misión, algunos fueron sin miedo al exilio, como por ejemplo Librio, Silverio y Martino. Otros suplicaron vigorosamente por la causa de la fe ortodoxa y por sus defensores que habían apelado al Papa, o por vindicar la memoria de los que habían muerto. Inocencio I (12) es un ejemplo. El mandó a los obispos de Oriente que insertasen el nombre de San Juan Crisóstomo en la lista litúrgica de los Padres ortodoxos que deben ser mencionados durante la misa. 2. En prueba de amor a los pueblos Orientales que salen de la guerra, les da como modelo y Doctor a San Efren. Sin embargo, Nos, que acogemos a la Iglesia Oriental con no menor solicitud y caridad que nuestros predecesores, nos regocijamos sinceramente, ahora que la horrorosa guerra ha terminado (13). Nos alegramos de que muchos en la comunidad oriental hayan conseguido la libertad y hayan arrancado sus posesiones del control de los legos. Ellos están ahora luchando por poner en orden a la nación, de acuerdo con el carácter de su pueblo y las costumbres establecidas de sus antepasados. A ellos proponemos, apropiadamente, un espléndido ejemplo de santidad, erudición, y amor paternal que imitar y cultivar diligentemente. Hablamos de San Efrén de Siria, a quien Gregorio de Nisa comparó con el río Eufrates porque "irrigó con sus aguas la comunidad cristiana para cosechar frutos de fe por cientos" (14). Hablamos de Efrén, a quien alaban todos los inspirados Padres y Doctores ortodoxos, incluyendo a Basilio, Crisóstomo, Jerónimo, Francisco de Sales y Alfonso de Ligorio. Estamos complacidos de unirnos a estos heraldos de la verdad, quienes pese a estar separados uno de otro en cuanto al talento, al tiempo y al espacio, aún así forman una perfecta armonía modulada por "un único y mismo espíritu". 3. San Efrén y Jerónimo. Esta carta sale a la luz tan poco tiempo después de Nuestra Encíclica que recuerda el decimoquinto centenario del nacimiento de San Jerónimo pues estos dos ilustres hombres tienen mucho en común. Son casi contemporáneos, ambos fueron monjes, ambos vivieron en Siria, y ambos fueron sobresalientes por su estudio y conocimiento de las Escrituras. Con justicia pueden ser comparados con "dos candelabros encendidos" (15), una iluminando hacia Occidente, la otra hacia Oriente. Sus escritos, siendo del mismo espíritu, son igualmente valiosos. Tanto los Padres latinos como los orientales han estado de acuerdo con ambos y los alabado similarmente. 4. Biografía de San Efrén. El lugar de nacimiento de San Efrén puede haber sido Nisibi o Edesa. Lo que es cierto es que estaba unido por la sangre a los mártires de la última persecución (16). Sus padres lo criaron como cristiano. Si no tuvieron las comodidades de una vida acaudalada, sí tuvieron la mucho mayor y más espléndida distinción de que "habían profesado a Cristo en el juicio" (17). En su juventud Efrén, según narra en su pequeño libro de confesiones, era lánguido y negligente al resistir las tentaciones por las que esa edad es usualmente afectada. Era de ánimo impulsivo, fácil a la ira, agresivo, e inmoderado de mente y lenguaje. Pero mientras estuvo en prisión por un cargo falso, empezó a despreciar las cosas humanas y los vacíos goces de este mundo. Por eso, en cuanto fue liberado, Efrén tomó el hábito de monje y por el resto de su vida se dedicó completamente a los ejercicios de piedad y al estudio de las Sagradas Escrituras. Santiago, obispo de Nisibi, uno de los trescientos dieciocho Padres del Concilio de Nicea, quien había establecido una renombrada escuela de exégesis en la ciudad episcopal, se convirtió en su patrono. Él no sólo llenó las expectativas de Santiago con sus diligentes y agudos comentarios a la Biblia, sino que incluso las sobrepasó. Como consecuencia, se convirtió pronto en el más grande comentador de esa escuela, ganándose el título de Doctor de los Sirios. Al poco tiempo tuvo que interrumpir su estudio de la Literatura Sagrada debido a que tropas persas amenazaban la ciudad. Él exhortó a los ciudadanos a una vigorosa resistencia ante los persas. Con el auxilio de las oraciones del obispo Santiago, éstos fueron vencidos; sin embargo, a su muerte, los persas sitiaron nuevamente la ciudad. Esta vez, en el año 363, la ciudad cayó. Puesto que Efrén prefirió el exilio a servir a los infieles, migró a Edesa. Allí ejerció diligentemente las responsabilidades de un doctor eclesiástico. |
NOTAS
(1)
Luc. 22,32. (volver)
2) S. Theod. Stud.,ep. II ad Michaelem Imp. (volver)
(3) S. Cyr. Alex. De Trinitate, dial. IV. (volver)
(4) Mat. 16, 18 (volver)
(5) S. Theod, Stud., ep. II ad Michaelem Imp. (volver)
(6) S. Cyr. Alex., Comment. in Lucam, 22, 32. (volver)
(7) S. Ign. Epist. ad Rom. (volver)
(8) S. Basil. Magno, Epist. Cl. II, ep. 69. (volver)
(9) S. Felicis II Epist. ad Innoc. ep. Rom. (volver)
(10) S. Juan Crisóst., Epist. ad Innoc. ep. Rom. (volver)
(11) Sardic, can 3, 4 y 5. volver)
(12) Theod., P. 5, c. 34. (volver)
(13) El Papa se refiere a la primera guerra mundial que sio libertad del yugo musulmán a algunos de los pueblos orientales. (volver)
(14) S. Greg. Nys. Vita S. Ephrem. c. 1, n. 4. (volver)
(15) Apoc. 11, 4. (volver)
(16) S. Greg. Nys. Vita S. Ephrem. c. 1, n. 4. (volver)
(17) S. Ephrem Confessio, n. 9. (volver)