Magisterio de la Iglesia
Spiritus Paraclitus
CARTA ENCÍCLICA (Continuación
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II. DOCTRINAS BÍBLICAS DE S. JERÓNIMO 1) La naturaleza de la inspiración 6. Lo que es la Biblia. El mismo Espíritu Santo la redactó En lo cual, ciertamente, no encontraréis una página en los escritos del Doctor Máximo por donde no aparezca que sostuvo firme y constantemente con la Iglesia católica universal: que los Libros Sagrados, escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales han sido entregados a la Iglesia (1). Afirma, en efecto, que los libros de la Sagrada Biblia fueron compuestos bajo la inspiración, o sugerencia, o insinuación, o incluso dictado del Espíritu Santo; más aún, que fueron escritos y editados por El mismo; sin poner en duda, por otra parte, que cada uno de sus autores, según la naturaleza e ingenio de cada cual, hayan colaborado con la inspiración de Dios. No sólo afirma, en general, lo que a todos los hagiógrafos es común: el haber seguido al Espíritu de Dios al escribir, de tal manera que Dios deba ser considerado como causa principal de todo sentido y de todas las sentencias de la Escritura; sino que, además, considera cuidadosamente lo que es propio de cada uno de ellos. Y así particularmente muestra cómo cada uno de ellos ha usado de sus facultades y fuerzas en la ordenación de las cosas, en la lengua y en el mismo género y forma de decir, de tal manera que de ahí deduce y describe su propia índole y sus singulares notas y características, principalmente de los profetas y del apóstol San Pablo. Esta comunidad de trabajo entre Dios y el hombre para realizar la misma obra, la ilustra Jerónimo con la comparación del artífice que para hacer algo emplea algún órgano o instrumento; pues lo que los escritores sagrados dicen «son palabras de Dios y no suyas, y lo que por boca de ellos dice lo habla Dios como por un instrumento»(2). 7. Mecanismo psicológico de la inspiración Y si preguntamos que de qué manera ha de entenderse este influjo y acción de Dios como causa principal en el hagiógrafo, se ve que no hay diferencia entre las palabras de Jerónimo y la común doctrina católica sobre la inspiración: Dios, afirma, Jesús mismo por un don de su gracia, ilumina el espíritu del escritor en lo que respecta a la verdad que éste debe transmitir a los hombres "por la virtud de Dios"; mueve, además, su voluntad y le impele a escribir; finalmente, le asiste de manera especial y continua hasta que acaba el libro. De aquí principalmente deduce el Santo la suma importancia y dignidad de las Escrituras, cuyo conocimiento compara a un tesoro precioso (3)21 y a una rica margarita (4)22, y afirma encontrarse en ellas las riquezas de Cristo (5) y «la plata que adorna la casa de Dios» (6). 2) Autoridad suprema de la Escritura 8. Las consecuencias de la inspiración: autoridad divina. De tal manera exaltaba con la palabra y el ejemplo la suprema autoridad de las Escrituras, que en cualquier controversia que surgiera recurría a la Biblia como a la más surtida armería, y empleaba para refutar los errores de los adversarios los testimonios de ellas deducidos como los argumentos más sólidos e irrefragables. Así, a Helvidio, que negaba la virginidad perpetua de la Madre de Dios, decía lisa y llanamente: «Así como admitimos lo que dice la Escritura, desechamos lo que no dice. Si creemos que Dios nació de la Virgen, es porque lo leemos, (en la Escritura). Pero que María perdiese la virginidad después del parto, no lo creemos, porque no lo leemos (en la Escritura)»(7). Y con las mismas armas promete luchar acérrimamente contra Joviniano en favor de la doctrina católica sobre el estado virginal, sobre la perseverancia, sobre la abstinencia y sobre el mérito de las buenas obras: «Contra cada una de sus proposiciones me apoyaré principalmente en los testimonios de las Escrituras, para que no se ande quejando de que se le vence más con la elocuencia que con la verdad»(8). En la defensa de sus que escribió de sus obras contra el mismo hereje agrega: «Parecería ser que se le hubiese suplicado que se rindiese a mí, mientras que sólo se rindió a disgusto y debatiéndose contra la verdad»(9). Sobre la Escritura en general, leemos, en su comentario a Jeremías, que la muerte le impidió terminar: «Ni se ha de seguir el error de los padres o de los antepasados, sino la autoridad de las Escrituras y la voluntad de Dios, que nos enseña»(10). Ved cómo indica a Fabiola la forma y manera de pelear contra los enemigos: «Cuando estés instruido en las Escrituras divinas y sepas que sus leyes y testimonios son ligaduras de la verdad, lucharás con los adversarios, los atarás y llevarás presos a la cautividad y harás hijos de Dios a los en otro tiempo enemigos y cautivos»(11). 3) Inerrancia absoluta. Lo que San Jerónimo enseña recoge León XIII Absolutamente libre de todo error toda la Biblia Ahora bien: San Jerónimo enseña que con la divina inspiración de los libros sagrados y con la suma autoridad de los mismos va necesariamente unida la inmunidad y ausencia de todo error y engaño; lo cual había aprendido en las más célebres escuelas de Occidente y de Oriente, como recibido de los Padres y comúnmente aceptado. Y, en efecto, como, después de comenzada por mandato del pontífice Dámaso la corrección del Nuevo Testamento, algunos «espíritus de cortos alcances» le echaran en cara que había intentado «enmendar algunas cosas en los Evangelios contra la autoridad de los mayores y la opinión de todo el mundo», respondió en pocas palabras que no era de mente tan obtusa ni de ignorancia tan crasa que pensara habría en las palabras del Señor algo que corregir o no divinamente inspirado(12). Completando la primera visión de Ezequiel sobre los cuatro Evangelios, advierte: «Admitirá que todo el cuerpo y el dorso están llenos de ojos quien haya visto que no hay nada en los Evangelios que no luzca e ilumine con su resplandor el mundo, de tal manera que hasta las cosas consideradas pequeñas y despreciables brillen con la majestad del Espíritu Santo»(13). Y lo que allí afirma de los Evangelios confiesa de las demás «palabras de Dios» en cada uno de sus comentarios, como norma y fundamento de la exégesis católica; y por esta nota de verdad se distingue, según San Jerónimo, el auténtico profeta del falso(14).31 Porque «las palabras del Señor son verdaderas, y su decir es hacer»(15). Y así, «la Escritura no puede mentir»(16) y no se puede decir que la Escritura engañe(17) ni admitir siquiera en sus palabras el solo error de nombre(18). Añade asimismo el santo Doctor que «considera distintos a los apóstoles de los demás escritores» profanos; «que aquellos siempre dicen la verdad, y éstos en algunas cosas, como hombres, suelen errar»(19), y aunque en las Escrituras se digan muchas cosas que parecen increíbles, con todo, son verdaderas (20); en esta «palabra de verdad» no se pueden encontrar ni cosas ni sentencias contradictorias entre sí, «nada discrepante, nada diverso»(21), por lo cual, «cuando las Escrituras parezcan entre sí contrarias, lo uno y lo otro es verdadero aunque sea diverso»(22). Estando como estaba firmemente adherido a este principio, si aparecían en los libros sagrados discrepancias, Jerónimo aplicaba todo su cuidado y su inteligencia a resolver la cuestión; y si no consideraba todavía plenamente resuelta la dificultad, volvía de nuevo y con agrado sobre ella cuando se le presentaba ocasión, aunque no siempre con mucha fortuna. Pero nunca acusaba a los hagiógrafos de error ni siquiera levísimo, «porque esto decía es propio de los impíos, de Celso, de Porfirio, de Juliano»(23). En lo cual coincide plenamente con San Agustín, quien, escribiendo al mismo Jerónimo, dice que sólo a los libros sagrados suele conceder la reverencia y el honor de creer firmemente que ninguno de sus autores haya cometido ningún error al escribir, y que, por lo tanto, si encuentra en las Escrituras algo que parezca contrario a la verdad, no piensa eso, sino que o bien el códice está equivocado, o que está mal traducido, o que él no lo ha entendido; y añade: «¡Y no creo que tú, hermano mío, pienses de otro modo; no puedo en manera alguna pensar que tú quieras que se lean tus libros, como los de los profetas y apóstoles, de cuyos escritos sería un crimen dudar que estén exentos de todo error»(24). 9. Enseñanzas que se confirman por León XIII. Con esta doctrina de San Jerónimo se confirma e ilustra maravillosamente lo que nuestro predecesor, de feliz memoria, León XIII dijo declarando solemnemente la antigua y constante fe de la Iglesia sobre la absoluta inmunidad de cualquier error por parte de las Escrituras: «Está tan lejos de la divina inspiración el admitir error, que ella por sí misma no solamente lo excluye en absoluto, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad con que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea autor de ningún error». Y después de aducir las definiciones de los concilios Florentino y Tridentino, confirmadas por el Vaticano I, añade: «Por lo cual nada importa que el Espíritu Santo se haya servido de hombres como de instrumentos para escribir, como si a estos escritores inspirados, ya que no al autor principal, se les pudiera haber deslizado algún error. Porque El de tal manera los excitó y movió con su influjo sobrenatural para que escribieran, de tal manera los asistió mientras escribían, que ellos concibieran rectamente todo y sólo lo que El quería, y lo quisieran fielmente escribir, y lo expresaran aptamente con verdad infalible; de otra manera, El no sería el autor de toda la Sagrada Escritura»(25). |
NOTAS
(1) Conc.
Vat. I, ses.3, const.: de
fide catholica c.2. (volver)
(2) Tract. de Ps. 88.(volver)
(
3) In Mt. 13,44; Tract. de Ps. 77. (volver)(
4) In Mt. 13 45ss. (volver)(
5) Quaest. in Gen., praef. (volver)2(
6) In Agg. 2,lss.; cf. In Gal. 2,10, etc. (volver)(7) Adv. Hel. 19. (volver)
(8)) Adv. Iovin. 1,4. (volver)
(9) Ep. 49, al. 48,14,1. (volver)
(10) In Ier. 9, l2ss. (volver)
(11
) Ep. 78,30 (al. 28) mansio. (volver)(12) Ep. 27,1, ls. (volver)
(13) In Ez. 1,15ss. (volver)
(14) In Mich. 2,Ils; 3,5ss. (volver)
(15) In Mich. 4,lss. (volver)
(16) In Ier. 31,35ss. (volver)
(17) In Nah. 1,9. (volver)
(18) Ep. 57 7,4. (volver)
(19) Ep. 82 7,2. (volver)
(20) Ep. 72,2,2. (volver)
(21) Ep. 18,7,4; cf. Ep. 46,6,2. (volver)
(22) Ep. 36,11,2. (volver)
(23) Ep. 57,9,1. (volver)
(24) S. Aug., Ad Hieron., inter epist. S. Hieron. 116,3. (volver)
(25) Litt. enc. Providentissimus Deus. (volver)