Magisterio de la Iglesia
Spiritus Paraclitus
CARTA ENCÍCLICA (Continuación
- 5)
d) Refutación de los adversarios A fuer de hombre celoso en defender la integridad de la fe, luchó denodadamente con los que se habían apartado de la Iglesia, a los cuales consideraba como adversarios propios: «Responderé brevemente que jamás he perdonado a los herejes y que he puesto todo mi empeño en hacer de los enemigos de la Iglesia mis propios enemigos personales» (1). Y en carta a Rufino: «Hay un punto sobre el cual no podré estar de acuerdo contigo: que, transigiendo con los herejes, pueda aparecer no católico»(2). Sin embargo, condolido por la defección de éstos, les suplicaba que hicieran por volver al regazo de la Madre afligida, única fuente de salvación (3), y rezaba por «los que habían salido de la Iglesia y, abandonando la doctrina del Espíritu Santo, seguían su propio parecer», para que de todo corazón se convirtieran (4). c) Exhortación a seguir su ejemplo Necesidad del estudio de la Escritura en nuestros días. Si alguna vez fue necesario, venerables hermanos, que todos los clérigos y el pueblo fiel se ajusten al espíritu del Doctor Máximo, nunca más necesario que en nuestra época, en que tantos se levantan con orgullosa terquedad contra la soberana autoridad de la revelación divina y del magisterio de la Iglesia. Sabéis, en efecto -y ya León XIII nos lo advertía-, qué clase de enemigos tenemos enfrente y en qué procedimientos o en qué armas tienen puesta su confianza. Es, pues, de todo punto necesario que suscitéis para esta empresa cuantos más y mejor preparados defensores, que no sólo estén dispuestos a luchar contra quienes, negando todo orden sobrenatural, no reconocen ni revelación ni inspiración divina, sino a medirse con quienes, ávidos de novedades profanas, se atreven a interpretar las Sagradas Escrituras como un libro puramente humano, o se desvían del sentir recibido en la Iglesia desde la más remota antigüedad, o hasta tal punto desprecian su magisterio que desdeñan las constituciones de la Sede Apostólica y los decretos de la Pontificia Comisión Bíblica, o los silencian e incluso los acomodan a su propio sentir con engaño y descaro. Ojalá todos los católicos se atengan a la regla de oro del santo Doctor y, obedientes al mandato de su Madre, se mantengan humildemente dentro de los límites señalados por los Padres y aprobados por la Iglesia. 4) Las recomendaciones del Papa a) Lectura bíblica diaria de los fieles y sus frutos. Recomendación de la Pía Sociedad de San Jerónimo. Lectura cotidiana de la Biblia. Pero volvamos a nuestro asunto. Así preparados los espíritus con la piedad y humildad, Jerónimo los invita al estudio de la Biblia. Y antes que nada recomienda incansablemente a todos la lectura cotidiana de la palabra divina: «Entrará en nosotros la sabiduría si nuestro cuerpo no está sometido al pecado; cultivemos nuestra inteligencia mediante la lectura cotidiana de los libros santos» (5). No se excluyen las mujeres de esta obligación común. Y en su comentario a la carta a los Efesios: «Debemos, pues, con el mayor ardor, leer las Escrituras y meditar de día y de noche en la ley del Señor, para que, como expertos cambistas, sepamos distinguir cuál es el buen metal y cuál el falso» (6). Ni exime de esta común obligación a las mujeres casadas o solteras. A la matrona romana Leta propone sobre la educación de su hija, entre otros consejos, los siguientes: «Tómale de memoria cada día el trozo señalado de las Escrituras...; que prefiera los libros divinos a las alhajas y sedas... Aprenda lo primero el Salterio, gócese con estos cánticos e instrúyase para la vida en los Proverbios de Salomón. Acostúmbrese con la lectura del Eclesiástico a pisotear las vanidades mundanas. Imite los ejemplos de paciencia y de virtud de Job. Pase después a los Evangelios, para nunca dejarlos de la mano. Embébase con todo afán en los Hechos y en las Epístolas de los Apóstoles. Y cuando haya enriquecido la celda de su pecho con todos estos tesoros, aprenda de memoria los Profetas, y el Heptateuco, y los libros de los Reyes, y los Paralipómenos, y los volúmenes de Esdras y de Ester, para que, finalmente, pueda leer sin peligro el Cantar de los Cantares» (7). Y de la misma manera exhorta a la virgen Eustoquio: «Sé muy asidua en la lectura y aprende lo más posible. Que te coja el sueño con el libro en la mano y que tu rostro, al rendirse, caiga sobre la página santa» (8). Y, al enviarle el epitafio de su madre Paula, elogiaba a esta santa mujer por haberse consagrado con su hija al estudio de las Escrituras, de tal manera que las conocía profundamente y las sabía de memoria. Y añade: «Diré otra cosa que acaso a los envidiosos parecerá increíble: se propuso aprender la lengua hebrea, que sólo parcialmente y con muchos trabajos y sudores aprendí yo de joven y no me canso de repasar ahora para no olvidarla, y de tal manera lo consiguió, que llegó a cantar los Salmos en hebreo sin acento latino alguno. Esto mismo puede verse hoy en su santa hija Eustoquio» (9). Ni olvida a Santa Marcela, que también dominaba perfectamente las Escrituras (10). Frutos de la lectura. ¿Quién no ve las ventajas y goces que en la piadosa lectura de los libros santos liban las almas bien dispuestas? Todo el que a la Biblia se acercare con espíritu piadoso, fe firme, ánimo humilde y sincero deseo de aprovechar, encontrará en ella y podrá gustar el pan que bajó de los cielos y experimentará en sí lo que dijo David: Me has manifestado los secretos y misterios de tu sabiduría (11), dado que esta mesa de la divina palabra «contiene la doctrina santa, enseña la fe verdadera e introduce con seguridad hasta el interior del velo, donde está el Santo de los Santos» (12). Por lo que a Nos se refiere, venerables hermanos, a imitación de San Jerónimo, jamás cesaremos de exhortar a todos los fieles cristianos para que lean diariamente sobre todo los santos Evangelios de Nuestro Señor y los Hechos y Epístolas de los Apóstoles, tratando de convertirlos en savia de su espíritu y en sangre de sus venas. Un sitio para el Evangelio en cada hogar. Y así, en estas solemnidades centenarias, nuestro pensamiento se dirige espontáneamente a la Sociedad que se honra con el nombre de San Jerónimo; tanto más cuanto que Nos mismo tuvimos parte en los principios y en el desarrollo de la obra, cuyos pasados progresos hemos visto con gozo y auguramos mayores para lo porvenir. Bien sabéis, venerables hermanos, que el propósito de esta Sociedad es divulgar lo más posible los Evangelios y los Hechos de los Apóstoles, de tal manera que ninguna familia carezca de ellos y todos se acostumbren a su diaria lectura y meditación. Deseamos ardientemente que esta obra, tan querida por su bien demostrada utilidad, se propague y difunda en vuestra diócesis con la creación de sociedades del mismo nombre y fin agregadas a la de Roma. Hay que multiplicar las ediciones. En este mismo orden de cosas, resultan muy beneméritos de la causa católica aquellos que en las diversas regiones han procurado y siguen procurando editar en formato cómodo y claro y divulgar con la mayor diligencia todos los libros del Nuevo Testamento y algunos escogidos del Antiguo; cosa que ha producido abundancia de frutos en la Iglesia de Dios, siendo hoy muchos más los que se acercan a esta mesa de doctrina celestial que el Señor proporcionó al mundo cristiano por medio de sus profetas, apóstoles y doctores (13). b) Estudio bíblico de los sacerdotes. La ciencia bíblica es indispensable al sacerdote. Mas, si en todos los fieles requiere San Jerónimo afición a los libros sagrados, de manera especial exige esto en los que «han puesto sobre su cuello el yugo de Cristo» y fueron llamados por Dios a la predicación de la palabra divina. Con estas palabras se dirige a todos los clérigos en la persona del monje Rústico: «Mientras estés en tu patria, haz de tu celda un paraíso; coge los frutos variados de las Escrituras, saborea sus delicias y goza de su abrazo... Nunca caiga de tus manos ni se aparte de tus ojos el libro sagrado; apréndete el Salterio palabra por palabra, ora sin descanso, vigila tus sentidos y ciérralos a los vanos pensamientos» (14). Y al presbítero Nepociano advierte: «Lee a menudo las divinas Escrituras; más aún, que la santa lectura no se aparte jamás de tus manos. Aprende allí lo que has de enseñar. Procura conseguir la palabra fiel que se ajusta a la doctrina, para que puedas exhortar con doctrina sana y argüir a los contradictores» (15). Y después de haber recordado a San Paulino las normas que San Pablo diera a sus discípulos Timoteo y Tito sobre el estudio de las Escrituras, añade: «Porque la santa rusticidad sólo aprovecha al que la posee, y tanto como edifica a la Iglesia de Cristo con el mérito de su vida, otro tanto la perjudica si no resiste a los contradictores» Dice el profeta Malaquías, o mejor, el Señor por Malaquías: Pregunta a los sacerdotes la ley. Forma parte del excelente oficio del sacerdote responder sobre la ley cuando se le pregunte. Leemos en el Deuteronomio: Pregunta a tu padre, y te indicará; a tus presbíteros, y te dirán. Y Daniel, al final de su santísima visión, dice que los justos brillarán como las estrellas, y los inteligentes, es decir, los doctos, como el firmamento. ¿Ves cuánto distan entre sí la santa rusticidad y la docta santidad? Aquéllos son comparados con las estrellas, y éstos, con el cielo» (16).
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NOTAS
(1)
Dial. e. Pelag., prol.2.
(volver)
2) Contra Ruf. 3,43. (volver)
(3) In Mich. 1,10ss. (volver)
(4) In Is. 1,6, cap.16,1-5. (volver)
(5) In Tit. 3,9. (volver)
X(6) In Eph. 4,31. (volver)
(7) Ep. 107,9.12. (volver)
(8) Ep. 22,17,2; cf. ibíd., 29,2. (volver)
(9) Ep. 108,26. (volver)
(10) Ep. 127,7(volver)
(11) Ps. 50,8. volver)
(12) Imit. Chr. 4,11,4. (volver)
(13) Imit. Chr. 4,11,4. (volver)
(14) Ep. 125,7,3; 11,1. (volver)
(15) Ep. 52,7,1. (volver)
(16) Ep. 53,3ss. (volver)