Magisterio de la Iglesia

Spiritus Paraclitus
CARTA ENCÍCLICA (Continuación - 6)
 

Virtud y ciencia bíblica en los clérigos

   En carta a Marcela vuelve a atacar irónicamente esta santa rusticidad de algunos clérigos: «La consideran como la única santidad, declarándose discípulos de pescadores, como si pudieran ser santos por el solo hecho de no saber nada» (1)

   Pero advierte que no sólo estos rústicos, sino incluso los clérigos literatos pecaban de la misma ignorancia de las Escrituras, y en términos severísimos inculca a los sacerdotes el asiduo contacto con los libros santos. Procurad con sumo empeño, venerables hermanos, que estas enseñanzas del santo Doctor se graben cada vez más hondamente en las mentes de vuestros clérigos y sacerdotes; a vosotros os toca sobre todo llamarles cuidadosamente la atención sobre lo que de ellos exige la dignidad del oficio divino al que han sido elevados, si no quieren mostrarse indignos de él: Porque los labios del sacerdote custodiarán la ciencia, y de su boca se buscará la ley, porque es el ángel del Señor de los ejércitos (2). Sepan, pues, que ni deben abandonar el estudio de las Escrituras ni abordarlo por otro camino que el señalado expresamente por León XIII en su encíclica Providentissimus Deus

El Pontificio Instituto Bíblico

   Lo mejor será que frecuenten el Pontificio Instituto Bíblico, que, según los deseos de León XIII, fundó nuestro próximo predecesor con gran provecho para la santa Iglesia, como consta por la experiencia de estos diez años. Mas, como esto será imposible a la mayoría, es de desear que, a instigación vuestra y bajo vuestros auspicios, vengan a Roma miembros escogidos de uno y otro clero para dedicarse a los estudios bíblicos en nuestro Instituto. Los que vinieren podrán de diversas maneras aprovechar las lecciones del Instituto. Unos, según el fin principal de este gran Liceo, de tal manera profundizarán en los estudios bíblicos, que «puedan luego explicarlos tanto en privado como en público, escribiendo o enseñando..., y sean aptos para defender su dignidad, bien como profesores en las escuelas, bien como escritores en pro de la verdad católica» (3), y otros, que ya se hubieren iniciado en el sagrado ministerio, podrán adquirir un conocimiento más amplio que en el curso teológico de la Sagrada Escritura, de sus grandes intérpretes y de los tiempos y lugares bíblicos; conocimiento preferentemente práctico, que los haga perfectos administradores de la palabra divina, preparados para toda obra buena (4).

c) Modo de hacer y fin a que tiende el estudio bíblico

   Aquí tenéis, venerables hermanos, según el ejemplo y la autoridad de San Jerónimo, de qué virtudes debe estar adornado el que se consagra a la lectura y al estudio de la Biblia; oigámosle ahora hacia dónde debe dirigirse y qué debe pretender el conocimiento de las Sagradas Letras. 

La Biblia es ante todo alimento de la vida espiritual propia.

   Ante todo se debe buscar en estas páginas el alimento que sustente la vida del espíritu hasta la perfección; por ello, San Jerónimo acostumbraba meditar en la ley del Señor de día y de noche y gustar en las Santas Escrituras el pan del cielo y el maná celestial que tiene en sí todo deleite (5). ¿Cómo puede nuestra alma vivir sin este manjar? ¿Y cómo enseñarán los eclesiásticos a los demás el camino de la salvación si, abandonando la meditación de las Escrituras, no se enseñan a sí mismos? ¿Cómo espera ser en la administración de los sacramentos «guía de ciegos, luz de los que viven en tinieblas, preceptor de rudos, maestro de niños y hombre que tiene en la ley la norma de la ciencia y de la verdad» (6), si se niega a escudriñar esta ciencia de la ley y cierra la puerta a la luz de lo alto? ¡Cuántos ministros sagrados, por haber descuidado la lectura de la Biblia, se mueren ellos mismos y dejan perecer a otros muchos de hambre, según lo que está escrito: Los niños pidieron pan, y no había quien se lo partiera (7). Está desolada la tierra entera porque no hay quien piense en su corazón (8).

Proporciona argumentos para ilustrar la fe

   De la Escritura han de salir, en segundo lugar, cuando sea necesario, los argumentos para ilustrar, confirmar y defender los dogmas de nuestra fe. Que fue lo que él hizo admirablemente en su lucha contra los herejes de su tiempo; todas sus obras manifiestan claramente cuán afiladas y sólidas armas sacaba de los distintos pasajes de la Escritura para refutarlos. Si nuestros expositores de las Escrituras le imitan en esto, se conseguirá, sin duda, lo que nuestro predecesor en sus letras encíclicas Providentissimus Deus declaraba «deseable y necesario en extremo»: que «el uso de la Sagrada Escritura influya en toda la ciencia teológica y sea como su alma».

La Biblia, sustancia viva de la predicación

   Por último, el uso más importante de la Escritura es el que dice relación con el santo y fructuoso ejercicio del ministerio de la divina palabra. Y aquí nos place corroborar con las palabras del Doctor Máximo las enseñanzas que sobre la predicación de la palabra divina dimos en nuestras letras encíclicas Humani generis. Si el insigne exegeta recomienda tan severa y frecuentemente a los sacerdotes la continua lectura de las Sagradas Letras, es sobre todo para que puedan dignamente ejercer su oficio de enseñar y predicar. Su palabra no tendría ni autoridad, ni peso, ni eficacia para formar las almas si no estuviera informada por la Sagrada Escritura y no recibiese de ella su fuerza y su vigor. «La palabra del sacerdote ha de estar condimentada con la lectura de las Escrituras» (9) . Porque «todo lo que se dice en las Escrituras es como una trompeta que amenaza y penetra con voz potente en los oídos de los fieles» 10. «Nada conmueve tanto como un ejemplo sacado de las Escrituras Santas» (11).

Reglas para el uso: establecer el texto y significado de las palabras y luego el sentido de las sentencias.

   Y lo que el santo Doctor enseña sobre las reglas que deben guardarse en el empleo de la Biblia, aunque también se refieren en gran parte a los intérpretes, pero miran sobre todo a los sacerdotes en la predicación de la divina palabra. 

   Advierte en primer lugar que consideremos diligentemente las mismas palabras de la Escritura, para que conste con certeza qué dijo el autor sagrado. Pues nadie ignora que San Jerónimo, cuando era necesario, solía acudir al texto original, comparar una versión con otra, examinar la fuerza de las palabras, y, si se había introducido algún error, buscar sus causas, para quitar toda sombra de duda a la lección. A continuación se debe buscar la significación y el contenido que encierran las palabras, porque «al que estudia las Escrituras Santas no le son tan necesarias las palabras como el sentido» (12)

 

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NOTAS      
(1) Ep. 27,1,2. (volver)
 

2) Mal 2,7. (volver) 

(3)  Pío X, Litt. apost. Vinea electa, 7 mayo 1909. (volver) 

(4) Cf. 2 Tim 3,17. (volver)   

(5) Tract. de Ps. 147. (volver)  

(6)  Tom 2,19s.  (volver)  

(7)  Tim 4,4. (volver)  

(8) Jer 12 11. (volver)  

(9) Ep. 52,8,1.  (volver)  

(10)  In Am. 3,35.(volver)  

(11)  In ,Zach. 9,15s. volver)  

(12) Ep. 29,1,3.  (volver)