Magisterio de la Iglesia
Dum Acerbissimas
Carta Encíclica
GREGORIO
XVI
Condenación
de las obras del alemán Jorge Hermes
26 de septiembre de 1835
1. Introducción. - Estado calamitoso de los tiempos Mientras con lágrimas en los ojos execramos las acerbísimas calamidades y daños de la Religión católica que provienen de la terribilísima y larga guerra con que hombres malvados y abiertamente hostiles a la Iglesia, congregándose de todas partes en nutrido escuadrón, se esfuerzan con todo empeño y de todas maneras en aniquilarla y destruirla enteramente si fuera posible, tanto por medio de las armas, calumnias, contumelilas y maledicencias, como con libelos sediciosos y sacrílegos, y mientras deploramos la enorme barbarie de los que enfurecidos con diabólico odio contra los claustros y varones religiosos no dejan de intentar perderlos con con rapiñas, incendios y crímenes, de violar todo lo divino y lo humano, para aumentar las angustias que por esta causa nos afligen, se añade aún algo sobremanera calamitoso y lamentable. Sucede que hay algunos que disimuladamente se atreven a introducirse entre los que con sus escritos combaten por la Religión y despreciando, de hecho, la verdad, puedan más fácilmente seducir y pervertir a los incautos por medio de la filosofía o mejor de sus ficciones filosóficas y de su vana falacia, y engañar luego a los pueblos y ayudar con más seguridad a los enemigos abiertamente hostiles. Por lo que apenas tuvimos noticia de las impías e insidiosas maquinaciones de algunos de estos escritores, no diferimos el denunciar por medio de Nuestras encíclicas y cartas apostólicas sus astutos y depravados planes y condenar sus errores y simultáneamente descubrir sus criminales fraudes con los que, muy taimadamente, procuran destruir por completo la divina constitución de la Iglesia, la disciplina eclesiástica, y aún todo el orden público. Con tristísimos hechos se ha comprobado fehacientemente que ellos, depuesto por último el velo de simulación, han levantado el estandarte de la rebelión contra cualquier potestad constituida por Dios. Pero no es esta sola la gravísima causa de llanto. Pues además de aquellos que, con escándalo de todos los católicos, se entregaron a los rebeldes, para colmo de nuestras amarguras, vemos que se meten también en el estudio teológico quienes por el afán v el ardor de la novedad, aprendiendo siempre y sin llegar jamás al conocimiento de la verdad [2 Tim. 3, 7], son maestros del error, porque no fueron discípulos de la verdad. Y es así que ellos inficionan con peregrinas y reprobables doctrinas los sagrados estudios y no dudan en profanar el público magisterio, si alguno desempeñan en las escuelas y academias, y en fin, es patente que adulteran el mismo depósito sacratísimo de la fe que se jactan de defender. 2. Jorge Hermes. - Sus obras. - El examen. - Su doctrina Ahora bien, entre tales maestros del error, por la fama constante y casi común extendida por Alemania, hay que contar a Jorge Hermes, como quiera que, desviándose audazmente del real camino que la tradición universal y los Santos Padres abrieron en la exposición y defensa de las verdades de la fe, es más, despreciándolo y condenándolo con soberbia, inventa una tenebrosa vía hacia todo género de errores en la duda positiva, como base de toda disquisición teológica, y en el principio, por él establecido, de que la razón es la norma principal y medio único por el que pueda el hombre alcanzar el conocimiento de las verdades sobrenaturales. Lo cual apenas llegó a nuestros oídos junto con muchas denuncias, reclamaciones y pedidos de muchos teólogos de Alemania y sagrados pastores de la Iglesia, para no faltar al oficio del Apostolado a Nosotros confiado y al cargo de custodiar el sacrosanto depósito de la fe, inmediatamente procuramos que las obras de Hermes, fuesen enviadas , como se hizo, a la Santa Sede, para ser examinadas. Son las siguientes (editadas en alemán):
(O sea en castellano):
Estos libros fueran entregados a teólogos peritísimos en la lengua alemana para que fueran diligentísimamente examinados en todas sus partes y eligieran los principales trozos de ellos, aun cuando fuese necesario citar muchas frases según lo exigiera el sentido y las palabras del contexto, y habiéndolas traducido al latín las anotaron cuidadosamente. Todo o cual lo hicieron con gran cuidado y consideración y están ya del todo conformes con la fama. Además los mismos trozos seleccionados juntamente con las notas que contenían las censuras de los teólogos mencionados fueron entregados también a otros maestros de sagrada teología para que hicieran de nuevo el examen de su catolicidad, y todos, con consentimiento unánime, convinieron en que en tales trozos estaban contenidas doctrinas disonantes con los principios de las verdades católicas, se encontraban muchas cosas falsamente disputadas, muchas cosas dichas ambiguamente, vagas, oscuras, artificiosa y convenientemente combinadas para complicar y viciar la inteligencia de los dogmas católicos, y por lo general sacadas de las explicaciones y errores de los acatólicos. Por último, quisimos que todo el asunto fuese entregado para ser discutido y examinado por entero a los Venerables Hermanos, Nuestros Cardenales de la S. R. I. Inquisidores generales de toda la república cristiana. Ellos, pues, considerando con todo empeño, como la gravedad del asunto pedía, después de una madura discusión en la Congregación tenida ante nosotros, juzgaron que el autor se envanecía en sus pensamientos [Rom. 1, 21], y que amontonaba en dichas obras muchas sentencias absurdas, ajenas a la doctrina de la Iglesia Católica sobre todo, acerca de la naturaleza de la fe y la regla de lo que hay que creer, acerca de la Sagrada Escritura, de la Tradición, la revelación y el magisterio de la Iglesia; acerca de los motivos de credibilidad, de los argumentos con que suele establecerse y confirmarse la existencia de Dios, de la esencia de Dios mismo, de su santidad, justicia, libertad y finalidad en las obras que los teólogos llaman ad extra, así como acerca de la necesidad de la gracia, de la distribución de ésta y de los dones, la retribución de los premios y la imposición de las penas; acerca del estado de nuestros primeros padres, el pecado original y las fuerzas del hombre caído; y determinaron que dichos libros debían ser prohibidos y condenados por contener doctrinas y proposiciones respectivamente falsas, temerarias, capciosas, conducentes al escepticismo y al indiferentismo, erróneas, escandalosas, injuriosas para las escuelas católicas, subversivas de la fe divina, que saben a herejía y otras veces fueron condenadas por la Iglesia. 3. Reprobación y condenación Nos, pues, oídas las opiniones de los Cardenales y plenamente consideradas todas las cosas, siguiendo sus consejos y también por propia determinación Nuestra, con la plenitud de la apostólica potestad y por el tenor de las presentes, condenamos y reprobamos los libros predichos, dondequiera y en cualquier idioma, o en cualquier edición o versión hasta ahora impresos o que en adelante, lo que Dios no permita, hayan de imprimirse, exhortando y rogando en el Señor a los Venerables Hermanos Patriarcas, Arzobispos y demás Ordinarios de lugar, que, acordándose del estrecho y durísimo juicio a que los someterá el Príncipe de los Pastores acerca de la instrucción gobierno y custodia de la grey a ellos encomendada, no sólo procuren rechazar los mencionados libros de las clases, sino también aparar con todo cuidado y solicitud a las propias ovejas de tales envenenados pastos. Para que las presentes letras Nuestras lleguen más fácilmente al conocimiento de todos y nadie pueda alegar que las ignora, queremos y decretamos que por alguno de Nuestros funcionarios, según es costumbre, se publiquen y queden fijos ejemplares de ellas en las puertas de la basílica del Príncipe de los Apóstoles, de la Cancillería Apostólica, de la Curia General en el Monte Citatorio y en la cumbre del Campo de Flora en la Urbe. Dado en
Roma, junto a Santa María la Mayor, bajo el anillo del Pescador, el 26
de septiembre de 1835, de Nuestro Pontificado el año quinto.
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