Magisterio de la Iglesia

Ab Apostolici Solii 

10. Su deber de profesión y de defensa de su fe y de obras cristianas. Prensa

   Su deber es el de permanecer en el puesto, mostrarse a vistas claras verdaderos católicos por sus creencias y obras, conforme a su fe, y esto, tanto por la gloria de la fe como por la del Sumo Jefe, cuya bandera seguimos; y para no tener la inmensa desgracia de no ser reconocidos como soldados fieles en el día final por el Jefe supremo, el cual ha dicho que el que no está con  él, está contra él. Sin ostentación y sin timidez, demos pruebas del verdadero valor que nace de la conciencia al cumplir un sagrado deber respecto a Dios y a los demás hombres. A esta franca profesión de fe deben unir los católicos una perfecta docilidad y filial amor para con la Iglesia; su sincero cariño para con los Obispos y una absoluta devoción y obediencia al Romano Pontífice.

   En suma: reconocerán cuán necesario sea abstenerse de todo aquello es obra de las sectas, o que de ellas recibe favor o impulso, y que está contaminado del espíritu anticristiano que las anima, y darse luego con actividad, con valor y constancia a la obra católica, a las asociaciones y a las instituciones bendecidas por la Iglesia, en encargadas y sostenidas por los Obispos y el Romano Pontífice. Y puesto que el principal instrumento de que se sirven los enemigos es la prensa, en gran parte inspirada y sostenida por ellos, conviene que los católicos opongan la buena la mala prensa, para defender la verdad, para la tutela de la Religión y para el sostenimiento de los derechos de la Iglesia.

11. La prensa

   Y como el deber de la prensa católica es descubrir las pérfidas intenciones de las sectas, ayudar y secundar la acción de los sagrados Pastores, defender y promover las obras católicas, así es deber de los fieles sostenerla eficazmente, ya sea negando o retirando todo favor a los periódicos pervertidos, ya concurriendo directamente cada uno, en la medida en  que pueda, a hacerla vivir y prosperar en lo cual creemos que hasta ahora no se hace bastante en Italia. A este fin, los documentos que Nos hemos dado todos los católicos, especialmente la Encíclica Humanum genus y la otra Sapientiae christianae, deben ser particularmente enseñados e inculcados a los católicos de Italia. Que si por permanecer fieles a estos deberes hubira que hacer algún sacrificio, acuérddense que "desde los días de Juan, el Bautista hasta el presente, el reino de Dios padece fuerza, y hombres esforzados lo arrebatan"(2), y quien a sí propio se ama y ama a sus propias cosas más que a JESUCRISTO, no es digno de Él(3).

   El ejemplo de tantos invictos campeones, que generosamente y en todo tiempo lo sacrificaron todo; la ayuda singular de la gracia que hace suave el yugo de Jesucristo, y ligera su carga(4), deben servirles poderosamente para templar el valor y sostenerles en la gloriosa campaña.

12. Los peligros de la falta de Religión en el aspecto social y político

   No habíamos considerado hasta ahora las presentes condiciones de las cosas en Italia más que en el concepto religioso, como que éste es para Nos principalísimo y eminentemente propio por razón del oficio apostólico que sostenemos. Pero es tan necesario y propio de la obra considerarlo bajo el aspecto social y político, a fin de que vean los italianos que no sólo es el amor de la religión, sino también el más sincero y el más noble amor de la patria el que debe movernos a oponernos a los impíos conatos de las sectas. Basta observar, para convencerse, los acontecimientos que se preparan en Italia en el orden social y político en que las personas se empeñan sin disimulo en combatir sin tregua el Catolicismo y al Papado.

   Ya la prueba del pasado es de por sí demasiado grande y muy elocuente. Esto que en este primer período de su nueva vida se advierte en Italia por la moralidad pública y privada, por el orden y tranquilidad interior, por la prosperidad y riqueza nacional, es aún más notable por aquellos hechos que Nos podemos aducir. Los mismos que, aun teniendo interés en ocultarlo, por la verdad, no los ocultan.

   Nos diremos sólo que en las condiciones presentes, por una triste pero verdadera necesidad, las cosas no podrán andar de otra manera: la secta masónica, por cuanto ostenta un espíritu de beneficencia y de filantropía, no puede ejercer más que una influencia funesta; y decimos funesta, porque  combate y tiende a destruir la Religión de Cristo, verdadera bienhechora de la humanidad.

Influjo benéfico de la Religión. 

   Todos saben hasta qué punto y de qué manera ha influido saludablemente la Religión en la sociedad. Es incontestable que la sana moral pública y privada es el honor y la fuerza de los Estados; pero es igualmente incontestable que sin Religión no puede haber buena moral, ni pública ni privada. De la familia, sólidamente constituida sobre las bases naturales de una vida piadosa, nace el incremento y la fuerza de la sociedad. Sin Religión y sin moral, el consorcio doméstico no tiene estabilidad, y los vínculos de la familia se relajan y disuelven. La prosperidad de los pueblos y de las naciones viene de Dios y de su bendición.

   Si un pueblo no sólo no la reconoce como procedente de Dios, antes bien contra Él se subleva y la soberanía de su espíritu le dice que nada hay de nuevo fuera de él, la fortuna que obtenga no será sino un simulacro de prosperidad condenado a desvanecerse tan pronto como plazca al Señor confundir la soberbia y la audacia de sus enemigos.

13. Se detallan la necesidad y obra de la Religión

   La Religión es la que, penetrando en el fondo de la conciencia de cada uno, le hace sentir la fuerza del deber y le impulsa a seguirlo. La Religión es la que da a los príncipes sentimiento de justicia y de amor para sus súbditos; que rinde y sujeta fiel y sinceramente a sus partidarios; que hace rectos y buenos a los legisladores, justos e incorruptibles a los magistrados, valerosos hasta el heroísmo a los soldados, diligentes y probos a los administradores. La Religión es la que hace reinar la concordia y el afecto entre los cónyuges, el amor y el respeto entre los padres y los hijos, que inspira a los pobres el respeto a sus bienhechores, y a los ricos el recto uso de sus rentas. De esta sumisión a los deberes y de este respeto a los derechos de los demás nace el orden, la paz, la tranquilidad, que son tanta parte de la prosperidad de un pueblo y de un Estado. Suprimida la Religión, desaparecerían con ella al mismo tiempo todos esos bienes de la sociedad.

   Para Italia la pérdida sería mucho más sensible. Sus mayores glorias y grandezas, por las cuales gozó del primado durante largo tiempo entre 1as naciones cultas, son inseparables de la Religión, la cual le proporcionó, le inspiró, le aseguró los favores y le ayudó y dirigió a ese incremento. Por las públicas franquicias hablan sus Comunes, por las glorias militares hablan tantas empresas memorables contra los enemigos declarados del nombre cristiano; por la ciencia hablan las Universidades fundadas, favorecidas y privilegiadas por la Iglesia; por las artes hablan infinitos monumentos de todos géneros, de los cuales está sembrada con profusión toda Italia; por las obras en favor de los miserables, de los desgraciados, de los obreros, hablan tantas fundaciones de la caridad cristiana, tantos asilos abiertos para toda suerte de indigencia y de infortunio, y las asociaciones y corporaciones que han crecido bajo la égida de la Religión.

   La virtud y la fuerza de la Religión son inmortales, porque vienen de Dios, tiene tesoros para hacer el bien, remedios eficacísimos para los necesitados de todos los tiempos y de cualquier época, a los cuales atiende admirablemente. Lo que ha sabido y podido hacer en otros tiempos, es capaz de hacer todavía con una fuerza siempre nueva y vigorosa. Quitar por tanto, a Italia la Religión, es destruir de un golpe la fuente más fecunda de tesoros y socorros inestimables.

Peligro socialista, es vencido por la Religión. 

   Además, uno de los más grandes y formidables peligros que corre la sociedad presente es la agitación socialista, que amenaza destruirla hasta en sus cimientos. No permanece inmune Italia de tanto peligro, y, si bien otras naciones están más infestadas que Italia de este espíritu subversivo y de desorden, no es menos cierto, sinbargo, que este espíritu se va esparciendo y propagando cada día con mayor intensidad. Es tal su naturaleza, tanto el poder de su organización, tanta la audacia y atrevimiento de sus propósitos, que se hace preciso reunir todas las fuerzas conservadoras para detener su marcha e impedir con éxito su triunfo. De estas fuerzas, la primera y principalísima con que debe contarse es con la que pueden dar la Religión y la Iglesia. Sin éstas, resultarán inútiles o insuficientes las leyes más severas, los rigores de los tribunales y la misma fuerza armada.

14. Luz en las tinieblas y fuerza de la Religión para convertir. 

   Así como en otro tiempo, contra la dominación bárbara no sirvió la fuerza material, sino la virtud de la Religión cristiana, que penetrando en el espíritu de los vencedores, les quitó la ferocidad, y la aspereza de sus costumbres y les hizo obedientes a la voz de la verdad y de la ley evangélica; así contra las iras de la multitud desenfrenada ninguna fuerza será eficaz sin la virtud saludable de la Religión, la cual, haciendo brillar en inteligencias la luz de la verdad, e infiltrando en los corazones los preceptos de la moral de JESUCRISTO les haga sentir la voz de la conciencia y del deber, y ponga freno a los ímpetus de las pasiones. Combatir, por tanto, a
la Religión, es privar a Italia del auxiliar más poderoso para luchar con un enemigo que cada día es más formidable y amenazador.

Amenaza política

   Pero no es esto todo; como en el orden social la guerra hecha a la Religión es funestísima
Italia, así en el orden político la enemistad con la Santa Sede y con el Romano Pontífice es para Italia fuente y origen de gravísimos daños; y aunque no sea precisa la demostración para completar Nuestro pensamiento, resumiremos en breves frases las conclusiones. La guerra hecha al Papa quiere decir para Italia división profunda entre la Italia oficial y la gran parte
los italianos verdaderamente católicos, y cualqui
er división es debilidad; quiere decir, privación del favor del concurso la parte más genuinamente conservadora; esto es, sostener en el seno de la nación un conflicto religioso, que no sólo no contribuye al bien público, que lleva en sí mismo los gérmenes funestos de los males y de gravísimos castigos.

15. La benevolencia con la Religión redundaría en provecho de Italia en el exterior e interior

   En cuanto al exterior, el conflicto con la Santa Sede, además de privar a Italia del prestigio del esplendor que la circundaría seguramente de vivir en paz con el Pontificado; la enemistad con todos los católicos del mundo, la impone inmensos sacrificios, y en cualquier ocasión puede proporcionar a los enemigos un arma para volverla contra ella.

   ¡He aquí el bienestar y la grandeza que esperan a Italia, que teniendo la dicha en su mano hace cuanto puede para abatir la Religión católica y el Pontificado, siguiendo las inspiraciones de las sectas!

   Si, por el contrario, se rompiese toda solidaridad y conveniencia con las sectas, y se otorgara a la Religión y a la Iglesia, como la más poderosa fuerza social, verdadera libertad y el pleno ejercicio de sus derechos, ¡qué feliz cambio se operaría en los destinos de Italia! Los daños y los peligros que lamentamos, y que son el resultado de la guerra a la Religión y a la Iglesia, no sólo cesarían al terminar la lucha, sino que volverían a florecer sobre el selecto suelo de la Italia católica la gloria y la grandeza de que la Religión y la Iglesia han sido siempre fecundas.

   Por su divina virtud se reformarían las costumbres públicas y privadas, y los vínculos de la familia, y los ciudadanos, bajo el influjo religioso, experimentarían más vivo el sentimiento del deber y mayor resolución para cumplirle.

   Las cuestiones sociales, que ahora tienen tan preocupados los ánimos, re cibirán la mejor y más completa de las soluciones con la aplicación práctica de los preceptos de caridad y justicia evangélicas; la libertad pública, imposibilitada de degenerar en licencia, serviría únicamente para el bien, y llegaría a ser verdaderamente digna del hombre; las ciencias, por la verdad de que la Iglesia es maestra, y las artes por la potente inspiración que la Religión recibe de lo alto, y que tiene el secreto de comunicar a todos los espíritus, recibirían nuevo impulso y nuevas excelencias.

   Hecha la paz con la Iglesia, quedará cimentada la unidad religiosa y concordia civil, cersará la división entre los católicos fieles a la Iglesia y a Italia, la cual adquirirá de esta suerte un poderoso elemento de orden y de conservación.

   Atendidas las justas demandas del Romano Pontífice, reconocidos sus soberanos derechos y colocado en condiciones de verdadera y efectiva independencia, los católicos de las demás partes del mundo no tendrían ya motivo para considerar a Italia como enemiga de su Padre común: ellos, que, no por ajeno impuso, sino por sentimiento de fe y dictamen del deber, alzan unánimemente su voz para reivindicar la dignidad y la libertad del Pastor supremo de las almas.

   Crecería para Italia el respeto y consideración de los demás países de vivir en armonía con la Sede Apostólica, la cual ha hecho experimentar a los italianos de un modo especial los beneficios de su presencia entre ellos; así, con los tesoros de la fe que se difundirá siempre de este centro de bendición y de salud, harán que también, se difunda entre todas las gentes grande y respetado el nombre italiano, Italia reconciliada con el Pontífice y fiel a su Religión, estaría dispuesta para emular dignamente sus antiguas glorias, y en todo aquello que constituye el verdadero progreso de nuestra edad recibiría nuevo estímulo para adelantar en su glorioso camino.

   Y Roma, ciudad católica por excelencia, predestinada por Dios para centro de la Religión de Cristo, y Sede de su Vicario, que fue base de la estabilidad y grandeza de aquélla a través de tantos siglos, y de tan varios acontecimientos, repuesta bajo el pacífico y paternal cetro del Romano Pontífice, volvería a ser lo que la hicieron la Providencia y los siglos, no mera capital de un Reino particular, sino dividida entre dos diversos y soberanos poderes, dualismo contrario a su historia, sino la digna capital del mundo católico, engrandecida con la Majestad de la Religión, y maestra y ejemplo de moralidad y de civilización de los pueblos.

16. Los verdaderos amigos de Italia

   No son éstas, Venerables Hermanos, vanas ilusiones, sino una esperanza apoyada en el más sólido y veraz fundamento. La aserción que desde hace tiempo se viene divulgando, de que los católicos y el Pontífice son enemigos de Italia y casi otros tantos aliados de los partidos subversivos, no es más que una gratuita injuria y grosera calumnia esparcida por arte de las sectas para facilitarse el camino y despejarlo de los obstáculos que se oponen a su execranda obra de descatolizar a Italia.

   La verdad que resulta clarísima de cuanto hemos dicho anteriormente, es que los católicos son los mejores amigos del propio país y que dan prueba de fuerte y veraz amor, no solamente a su Religión, sino a su Patria, diferenciándose en esto enteramente de las sectas, consagrándola su espíritu y sus obras, haciendo todos los esfuerzos porque Italia no pierda, antes bien conserve vigorosamente la fe; no combata a la Iglesia, sino que sea hija fiel de ella; no hostigue al Pontificado, sino que se reconcilie con él.

17. Exhortación a la colahoración de todos

   Cooperad todos, Venerables Hermanos, a fin de que la luz de la verdad se haga camino en medio de la multitud, y que ésta llegue a comprender finalmente dónde se encuentra todo bien y todo cuanto verdaderamente le interesa y persuadirse que sólo en la fidelidad con la Religión y en la paz con la Iglesia y el Romano Pontífice, se puede esperar para Italia un porvenir digno de su glorioso pasado.

    A esto queremos que dirijáis vuestros pensamientos; y no Nos dirigimos a los afiliados a las sectas, los cuales con propósito deliberado tratan de basar sobre la ruina de la Religión católica el nuevo asiento de la Península sino a los otros que, sin acoger esas ideas, ayudan a la obra de aquellos cooperando a su política, y particularmente a los jóvenes, tan fáciles de caer en el error por efecto de inexperiencia o por dominio del sentimiento. Queremos que todos se persuadan de que el camino que se está recorriendo es fatal para Italia y al denunciar ahora de nuevo el peligro, no Nos mueve más que la conciencia del deber y el amor a la Patria.

Invocación y Bendición

Mas para iluminar las inteligencias y hacer eficaces Nuestros esfuerzos, es preciso invocar, ante todo, la ayuda del cielo; a Nuestra común acción vaya unida, Venerables Hermanos, la plegaria general, constante, fervorosa, que haga dulce violencia al Corazón de Dios y vuelva propicio a nuestra Italia, librándola de esa plaga que sería la más terrible de todas: la pérdida de la Fe. Pongamos de mediadora cerca de Dios a la gloriosísima Virgen MARÍA, la invicta Reina del Rosario, que tanto poder tiene sobre las fuerzas del infierno y tantas veces ha hecho sentir a Italia los efectos de su maternal predilección. Recurramos a los Santos Apóstoles PEDRO y PABLO, que conquistaron para la fe esta tierra bendita, que santificaron con sus esfuerzos y bañaron con su sangre.

   Recibid, entre tanto que llega la ayuda que pedimos, en muestra de Nuestro especialísimo afecto, la Apostólica bendición, que desde lo íntimo de Nuestra alma os enviamos a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro Clero y al pueblo italiano.

   Dado en Roma, cerca de San Pedro, el 15 de Octubre de 1890, año décimotercio de Nuestro Pontificado.
                     LEON PAPA XIII.

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