Magisterio de la Iglesia

Divinum Illud Munus

LEÓN XIII
Sobre la admirable presencia y virtud
del Espíritu Santo y su culto
9 de mayo de 1897 

1. El Espíritu Santo completa la obra de Jesucristo

   Aquélla divina misión que, recibida del Padre en beneficio del género humano, tan santísimamente desempeñó Jesucristo, tiene como último fin hacer que los hombres lleguen a participar de una vida bienaventurada en la gloria eterna; y, como fin inmediato, que durante la vida mortal vivan la vida de la gracia divina, que al final se abre florida en la vida celestial. Por ello, el Redentor mismo no cesa de invitar con suma dulzura a todos los hombres de toda nación y lengua para que vengan al seno de su Iglesia: Venid a mí todos; Yo soy la vida; Yo soy el buen pastor(1a). Mas, según sus altísimos decretos, no quiso El completar por sí solo incesantemente en la tierra dicha misión; sino que como El mismo la había recibido del Padre, así la entregó al Espíritu Santo para que la llevara a perfecto término. Place, en efecto, recordar las consoladoras frases que Cristo, poco antes de abandonar el mundo, pronunció ante los apóstoles: Os conviene que yo vaya: si yo no partiere, el Paráclito no vendrá a vosotros; mas si partiere, os le enviaré(1).

   Y al decir así, dio como razón principal de su separación y de su vuelta al Padre, el provecho que sus discípulos habían de recibir de la venida del Espíritu Santo; al mismo tiempo que mostraba cómo Este era igualmente enviado por El y, por lo tanto, que de El procedía como del Padre; y que como abogado, como consolador y como maestro concluiría la obra por El comenzada durante su vida mortal. La perfección de su obra redentora estaba providentísimamente reservada a la múltiple virtud de este Espíritu, que en la creación adornó los cielos (2) y llenó el orbe de la tierra (3).

2. El Pontífice imitador del Espíritu Santo

   Y Nos, que constantemente hemos procurado, con auxilio de Cristo Salvador, príncipe de los pastores y obispo de nuestras almas, imitar sus ejemplos, hemos continuado religiosamente su misma misión, encomendada a los Apóstoles, principalmente a Pedro, cuya dignidad también se transmite a un heredero menos digno(4). Guiados por esa intención, en todos los actos de Nuestro Pontificado a dos cosas principalmente hemos atendido y sin cesar atendemos. Primero, a restaurar la vida cristiana así en la sociedad pública como en la familiar, tanto en los gobernantes como en los pueblos; porque sólo de Cristo puede derivarse la vida para todos. Segundo, a fomentar la reconciliación con la Iglesia de los que, o en la fe o por la obediencia, están separados de ella; pues la verdadera voluntad del mismo Cristo es que haya sólo un rebaño bajo un solo Pastor. Y ahora, cuando Nos sentimos cerca ya del fin de Nuestra mortal carrera, place consagrar toda Nuestra obra, cualquiera que ella haya sido, al Espíritu Santo que es vida y amor, para que la fecunde y la madure. Para cumplir mejor y más eficazmente Nuestro deseo, en vísperas de la solemnidad de Pentecostés, queremos hablaros de la admirable presencia y poder del mismo Espíritu; es decir, sobre la acción que El ejerce en la Iglesia y en las almas merced al don de sus gracias y celestiales carismas. 

3. Devoción al Espíritu Santo

   Resulte de ello, como es Nuestro deseo ardiente, que en las almas se reavive y se vigorice la fe en el augusto misterio de la Trinidad, y especialmente crezca la devoción al divino Espíritu, a quien de mucho son deudores todos cuantos siguen el camino de la verdad y de la justicia; pues, como señaló San Basilio, toda la economía divina en torno al hombre, si fue realizada por nuestro Salvador y Dios, Jesucristo, ha sido llevada a cumplimiento por la gracia del Espíritu Santo(5).

4. La Trinidad sustancia del Nuevo Testamento 

   Antes de entrar en materia, será conveniente y útil tratar algo sobre el misterio de la sacrosanta Trinidad. Este misterio, el más grande de todos los misterios, pues de todos es principio y fin, se llama por los doctores sagrados sustancia del Nuevo Testamento; para conocerlo y contemplarlo, han sido creados en el cielo los ángeles y en la tierra los hombres; para enseñar con más claridad lo prefigurado en el Antiguo Testamento, Dios mismo descendió de los ángeles a los hombres: Nadie vio jamás a Dios; el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, El nos lo ha revelado(6).

5. Peligros al tratarla

   Así, pues, quien escriba o hable sobre la Trinidad siempre deberá tener ante la vista lo que prudentemente amonesta el Angélico: Cuando se habla de la Trinidad, conviene hacerlo con prudencia y humildad, pues -como dice Agustín- en ninguna otra materia intelectual es mayor o el trabajo o el peligro de equivocarse o el fruto una vez logrado(7). Peligro que procede de confundir entre sí, en la fe o en la piedad, a las divinas personas o de multiplicar su única naturaleza; pues la fe católica nos enseña a venerar un solo Dios en la Trinidad y la Trinidad en un solo Dios.

6. El culto a la Trinidad y sus Personas 

   Por ello Nuestro predecesor Inocencio XII no accedió a la petición de quienes solicitaban una fiesta especial en honor del Padre. Si hay ciertos días festivos para celebrar cada uno de los misterios del Verbo Encarnado, no hay una fiesta propia para celebrar al Verbo tan sólo según su divina naturaleza: y aun la misma solemnidad de Pentecostés, ya tan antigua, no se refiere simplemente al Espíritu Santo por sí, sino que recuerda su venida o externa misión. Todo ello fue prudentemente establecido, para evitar que nadie multiplicara la divina esencia, al distinguir las Personas. Más aún; la Iglesia, a fin de mantener en sus hijos la pureza de la fe, quiso instituir la fiesta de la Santísima Trinidad, que luego Juan XXII mandó celebrar en todas partes; permitió que se dedicasen a este misterio templos y altares y, después de celestial visión, aprobó una Orden religiosa para la redención de cautivos, en honor de la Santísima Trinidad, cuyo nombre la distinguía.

7. De  Él y por Él y en Él

   Conviene añadir que el culto tributado a los Santos y Ángeles, a la Virgen Madre de Dios y a Cristo, redunda todo y se termina en la Trinidad. En las preces consagradas a una de las tres divinas personas, también se hace mención de las otras; en las letanías, luego de invocar a cada una de las Personas separadamente, se termina por su invocación común; todos los salmos e himnos tienen la misma doxología al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; las bendiciones, los ritos, los sacramentos, o se hacen en nombre de la santa Trinidad, o les acompaña su intercesión. Todo lo cual ya lo había anunciado el Apóstol con aquella frase: Porque de Dios, por Dios y en Dios son todas las cosas, a Dios sea la gloria eternamente(8); significando así la trinidad de las Personas y la unidad de naturaleza, pues por ser ésta una e idéntica en cada una se tribute, como a uno y mismo Dios, igual gloria y coeterna majestad. Comentando aquellas palabras, dice San Agustín: No se interprete confusamente lo que el Apóstol distingue, cuando dice "de Dios, por Dios, en Dios"; pues dice "de Dios", por el Padre; "por Dios", a causa del Hijo; "en Dios", por relación al Espíritu Santo(9).

8. Las obras de la Trinidad son invisibles

   Con gran propiedad la Iglesia acostumbra atribuir al Padre las obras del poder; al Hijo, las de la sabiduría; al Espíritu Santo, las del amor. No porque todas las perfecciones y todas las obras ad extra no sean comunes a las tres divinas Personas, pues indivisibles son las obras de la Trinidad, como indivisa es su esencia (10), porque así como las tres Personas divinas son inseparables, así obran inseparablemente(11); sino que por una cierta relación y como afinidad que existe entre las obras externas y el carácter "propio" de cada Persona, se atribuyen a una más bien que a las otras, o -como dicen- "se apropian". Así como de la semejanza del vestigio o imagen hallada en las criaturas nos servimos para manifestar las divinas Personas, así hacemos también con los atributos divinos; y la manifestación deducida de los atributos divinos se dice "apropiación" (12).

   De esta manera el Padre, que es principio de toda la Trinidad(13), es la causa eficiente de todas las cosas, de la Encarnación del Verbo y de la santificación de las almas: "de Dios son todas las cosas": "de Dios", por relación al Padre; el Hijo, Verbo e Imagen de Dios, es la causa ejemplar por la que todas las cosas tienen forma y belleza, orden y armonía, él, que es camino, verdad, vida, ha reconciliado al hombre con Dios: "por Dios", por relación al Hijo; finalmente, el Espíritu Santo es la causa última de todas las cosas, puesto que, así como la voluntad y aun toda cosa descansa en su fin, así El, que es la bondad y el amor del Padre y del Hijo, da impulso fuerte y suave y como la última mano al misterioso trabajo de nuestra eterna salvación: "en Dios", por relación al Espíritu Santo.

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