Magisterio de la Iglesia

Divinum Illud Munus

17. En el Bautismo y la Confirmación

   Esta regeneración y renovación comienza para cada uno en el Bautismo, Sacramento en el que, arrojado del alma el espíritu inmundo, desciende a ella por primera vez el Espíritu Santo, haciéndola semejante a sí: Lo que nace del Espíritu es espíritu (41). Con más abundancia se nos da el mismo Espíritu en la Confirmación, por la que se nos infunde fortaleza y constancia para vivir como cristianos: es el mismo Espíritu el que venció en los mártires y triunfó en las vírgenes sobre los halagos y peligros. Hemos dicho que "se nos da el mismo Espíritu": La caridad de Dios se difunde en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado(42). Y en verdad no sólo nos llena con divinos dones, sino que es autor de los mismos, y aun El mismo es el don supremo porque, al proceder del mutuo amor del Padre y del Hijo, con razón es don del Dios altísimo

18. Inhabitación por la gracia

   Para mejor entender la naturaleza y efectos de este don, conviene recordar cuanto, después de las Sagradas Escrituras, enseñaron los sagrados doctores, esto es, que Dios se halla presente a todas las cosas y que está en ellas: por potencia, en cuanto se hallan sujetas a su potestad; por presencia, en cuanto todas están abiertas y patentes a sus ojos; por esencia, porque en todas se halla como causa de su ser(43). Mas en la criatura racional se encuentra Dios ya de otra manera; esto es, en cuanto es conocido y amado, ya que según naturaleza es amar el bien, desearlo y buscarlo. Finalmente, Dios por medio de su gracia está en el alma del justo en forma más íntima e inefable, como en su templo; y de ello se sigue aquel mutuo amor por el que el alma está íntimamente presente a Dios, y está en él más de lo que pueda suceder entre los amigos más queridos, y goza de él con la más regalada dulzura.

   Y esta admirable unión, que propiamente se llama inhabitación, y que sólo en la condición o estado, mas no en la esencia, se diferencia de la que constituye la felicidad en el cielo, aunque realmente se cumple por obra de toda la Trinidad, por la venida y morada de las tres divinas Personas en el alma amante de Dios, vendremos a él y haremos mansión junto a él(44), se atribuye, sin embargo, como peculiar al Espíritu Santo. Y es cierto que hasta entre los impíos aparecen vestigios del poder y sabiduría divinos; mas de la caridad, que es como "nota" propia del Espíritu Santo, tan sólo el justo participa.

19. Dones del Espíritu Santo

   Añádase que a este Espíritu se le da el apelativo de Santo, también porque, siendo el primero y eterno Amor, nos mueve y excita a la santidad que en resumen no es sino el amor a Dios. Y así, el Apóstol, cuando llama a los justos templos de Dios, nunca les llama expresamente templos "del Padre" o "del Hijo", sino "del Espíritu Santo": ¿Ignoráis que vuestros miembros son templo del Espíritu Santo, que está en vosotros, pues le habéis recibido de Dios?(45). A la inhabitación del Espíritu Santo en las almas justas sigue la abundancia de los dones celestiales. Así enseña Santo Tomás: El Espíritu Santo, al proceder como Amor, procede en razón de don primero; por esto dice Agustín que, por medio de este don que es el Espíritu Santo, muchos otros dones se distribuyen a los miembros de Cristo(46). Entre estos dones se hallan aquellos ocultos avisos e invitaciones que se hacen sentir en la mente y en el corazón por la moción del Espíritu Santo; de ellos depende el principio del buen camino, el progreso en él, y la salvación eterna. Y puesto que estas voces e inspiraciones nos llegan muy ocultamente, con toda razón en las Sagradas Escrituras alguna vez se dicen semejantes al susurro del viento; y el Angélico Doctor sabiamente las compara con los movimientos del corazón, cuya virtud toda se halla oculta: El corazón tiene una cierta influencia oculta, y por ello al corazón se compara el Espíritu Santo que invisiblemente vivifica a la Iglesia y la une(47).

20. Los siete dones especiales

   Y el hombre justo que ya vive la vida de la divina gracia y opera por congruentes virtudes, como el alma por sus potencias, tiene necesidad de aquellos siete dones que se llaman propios del Espíritu Santo. Gracias a éstos el alma se dispone y se fortalece para seguir más fácil y prontamente las divinas inspiraciones: es tanta la eficacia de estos dones, que la conducen a la cumbre de la santidad; y tanta su excelencia, que perseveran intactos, aunque más perfectos, en el reino celestial. Merced a esos dones, el Espíritu Santo nos mueve y realza a desear y conseguir las evangélicas bienaventuranzas, que son como flores abiertas en la primavera, cual indicio y presagio de la eterna bienaventuranza. Y muy regalados son, finalmente, los frutos enumerados por el Apóstol(48) que el Espíritu Santo produce y comunica a los hombres justos, aun durante la vida mortal, llenos de toda dulzura y gozo, pues son del Espíritu Santo que en la Trinidad es el amor del Padre y del Hijo y que llena de infinita dulzura a las criaturas todas(49). Y así el Divino Espíritu, que procede del Padre y del Hijo en la eterna luz de santidad como amor y como don, luego de haberse manifestado a través de imágenes en el Antiguo Testamento, derramaba la abundancia de sus dones en Cristo y en su cuerpo místico, la Iglesia; y con su gracia y saludable presencia alza a los hombres de los caminos del mal, cambiándoles de terrenales y pecadores en criaturas espirituales y casi celestiales. Pues tantos y tan señalados son los beneficios recibidos de la bondad del Espíritu Santo, la gratitud nos obliga a volvernos a El, llenos de amor y devoción.

   Seguramente harán esto muy bien y perfectamente los hombres cristianos, si cada día se empeñaren más en conocerle, amarle y suplicarle: a ese fin tiende esta exhortación dirigida a los mismos, tal como surge espontánea de Nuestro paternal ánimo.

21. Ignorancia de la existencia del Espíritu Santo
      Consejos a los predicadores

   Acaso no falten en nuestros días algunos que, de ser interrogados como en otro tiempo lo fueron algunos por San Pablo, "si habían recibido el Espíritu Santo", contestarían a su vez: Nosotros, ni siquiera hemos oído si existe el Espíritu Santo (50). Que si a tanto no llega la ignorancia, en una gran parte de ellos es muy escaso su conocimiento sobre El; tal vez hasta con frecuencia tienen su nombre en los labios, mientras su fe está llena de crasas tinieblas. Recuerden, pues, los predicadores y párrocos que les pertenece enseñar con diligencia y claramente al pueblo la doctrina católica sobre el Espíritu Santo, mas evitando las cuestiones arduas y sutiles, y huyendo de la necia curiosidad que presume indagar los secretos todos de Dios. Cuiden recordar y explicar claramente los muchos y grandes beneficios que del Divino Dador nos vienen constantemente, de forma que sobre cosas tan altas desaparezca el error y la ignorancia, impropios de los hijos de la luz. Insistimos en esto no sólo por tratarse de un misterio, que directamente nos prepara para la vida eterna y que, por ello, es necesario creer firme y expresamente, sino también porque, cuanto más clara y plenamente se conoce el bien, más intensamente se le quiere y se le ama. Esto es lo que ahora queremos recomendaros: Debemos amar al Espíritu Santo, porque es Dios: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fortaleza(51)

22. Amor al Espíritu Santo

   Y ha de ser amado, porque es el Amor sustancial eterno y primero, y no hay cosa más amable que el amor; y luego tanto más le debemos amar cuanto que nos ha llenado de inmensos beneficios que, si atestiguan la benevolencia del donante, exigen la gratitud del alma que los recibe. Amor éste, que tiene una doble utilidad, ciertamente no pequeña. Primeramente, nos obliga a tener en esta vida un conocimiento cada día más claro del Espíritu Santo: El que ama, dice Santo Tomás, no se contenta con un conocimiento superficial del amado, sino que se esfuerza por conocer cada una de las cosas que le pertenecen intrínsecamente y así entra en su interior, como del Espíritu Santo, que es amor de Dios, se dice que examina hasta lo profundo de Dios(52). En segundo lugar, que será mayor aún la abundancia de sus celestiales dones, pues como la frialdad hace cerrarse la mano del donante, el agradecimiento la hace ensancharse. Y cuídese bien de que dicho amor no se limite a áridas disquisiciones o a externos actos religiosos; porque debe ser operante, huyendo del pecado, que es especial ofensa contra el Espíritu Santo. Cuanto somos y tenemos, todo es don de la divina bondad que corresponde como propia al Espíritu Santo; luego el pecador le ofende al mismo tiempo que recibe sus beneficios, y abusa de sus dones para ofenderle, al mismo tiempo que, porque es bueno, se alza contra El multiplicando incesantes sus culpas.

23. Templos del Espíritu Santo

   Añádase, además, que, pues el Espíritu Santo es espíritu de verdad, si alguno falta por debilidad o ignorancia, tal vez tenga alguna excusa ante el tribunal de Dios; mas el que por malicia se opone a la verdad o la rehuye comete gravísimo pecado contra el Espíritu Santo. Pecado tan frecuente en nuestra época, que parecen llegados los tristes tiempos descritos por San Pablo, en los cuales, obcecados los hombres por justo juicio de Dios, reputan como verdaderas las cosas falsas, y al príncipe de este mundo, que es mentiroso y padre de la mentira, le creen como a maestro de la verdad: Dios les enviará espíritu de error para que crean a la mentira(53): en los últimos tiempos se separarán algunos de la fe, para creer en los espíritus del error y en las doctrinas de los demonios(54). Y por cuanto el Espíritu Santo, según arriba hemos dicho, habita en nosotros como en su templo, repitamos con el Apóstol: No queráis contristar al Espíritu Santo de Dios, que os ha consagrado(55). Para ello no basta huir de todo lo que es inmundo, sino que el hombre cristiano debe resplandecer en toda virtud, especialmente en pureza y santidad, para no desagradar a huésped tan grande, puesto que la pureza y la santidad son las propias del templo. Por ello exclama el mismo Apóstol: Pero ¿es que no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno osare profanar el templo de Dios, será maldito de Dios, pues el templo debe ser santo y vosotros sois este templo(56); amenaza tremenda, pero justísima.

24. Peticiones al espíritu Santo

   Por último, conviene rogar y pedir al Espíritu Santo, cuyo auxilio y protección todos necesitamos en extremo. Somos pobres, débiles, atribulados, inclinados al mal: luego recurramos a El, fuente inexhausta de luz, de consuelo y de gracia.

   Sobre todo, debemos pedirle perdón de los pecados, que tan necesario nos es, puesto que es el Espíritu Santo don del Padre y del Hijo, y los pecadores son perdonados por medio del Espíritu Santo como por don de Dios(57), de cuyo espíritu manifiestamente se dice en el Misal: Él es remisión de todos los pecados(58). Cuál sea la manera conveniente para invocarle lo aprendamos de la Iglesia, que suplicante se vuelve al mismo Espíritu Santo y lo llama con los nombres más dulces de padre de los pobres, dador de los dones, luz de los corazones, consolador benéfico, huésped del alma, aura de refrigerio; y le suplica encarecidamente que limpie, sane y riegue nuestras mentes y nuestros corazones, y que conceda a todos los que en El confiamos el premio de la virtud, el feliz final de la vida presente, el perenne gozo en la futura. Ni cabe pensar que estas plegarias no sean escuchadas por aquel de quien leemos que ruega por nosotros con gemidos inenarrables(59)

   En resumen, debemos suplicarle con confianza y constancia para que diariamente nos ilustre más y más con su luz y nos inflame con su caridad, disponiéndonos así por la fe y por el amor a que trabajemos con denuedo por adquirir los premios eternos, puesto que El es la prenda de nuestra heredad.(60).

25. Derecho de la celebración de la novena del Espíritu Santo

   Ved, Venerables Hermanos, los avisos y exhortaciones Nuestras sobre la devoción al Espíritu Santo, y no dudamos que por virtud principalmente de vuestro trabajo y solicitud, se han de producir saludables frutos en el pueblo cristiano. Cierto que jamás faltará Nuestra obra en cosa de tan gran importancia; más aún, tenemos la intención de fomentar ese tan hermoso sentimiento de piedad por aquellos modos que juzgaremos más convenientes a tal fin. Entre tanto, puesto que Nos, hace ahora dos años, por medio del Breve Provida Matris, recomendamos a los católicos para la solemnidad de Pentecostés algunas especiales oraciones a fin de suplicar por el cumplimiento de la unidad cristiana, Nos place ahora añadir aquí algo más. Decretamos, por lo tanto, y mandamos que en todo el mundo católico en este año, y siempre en lo por venir, a la fiesta de Pentecostés preceda la novena en todas las iglesias parroquiales y también aun en los demás templos y oratorios, a juicio de los Ordinarios.

26. Indulgencias para su novena

   Concedemos la indulgencia de siete años y otras tantas cuarentenas por cada día a todos los que asistieren a la novena y oraren según Nuestra intención, además de la indulgencia plenaria en un día de la novena, o en la fiesta de Pentecostés y aun dentro de la octava, siempre que confesados y comulgados oraren según Nuestra intención. Queremos igualmente también que gocen de tales beneficios todos aquellos que, legítimamente impedidos, no puedan asistir a dichos cultos públicos, y ello aun en los lugares donde no pudieren celebrarse cómodamente -a juicio del Ordinario- en el templo, con tal que privadamente hagan la novena y cumplan las demás obras y condiciones prescritas. Y Nos place añadir del tesoro de la Iglesia que puedan lucrar nuevamente una y otra indulgencia todos los que en privado o en público renueven según su propia devoción algunas oraciones al Espíritu Santo cada día de la octava de Pentecostés hasta la fiesta inclusive de la Santísima Trinidad, siempre que cumplan las demás condiciones arriba indicadas. Todas estas indulgencias son aplicables también aun a las benditas almas del Purgatorio.

27. Epílogo

   Y ahora Nuestro pensamiento se vuelve a donde comenzó, a fin de lograr del divino Espíritu, con incesantes oraciones, su cumplimiento. Unid, pues, Venerables Hermanos, a Nuestras oraciones también las vuestras, así como las de todos los fieles, interponiendo la poderosa y eficaz mediación de la Santísima Virgen. Bien sabéis cuán íntimas e inefables relaciones existen entre ella y el Espíritu Santo, puesto que es su Esposa inmaculada. La Virgen cooperó con su oración muchísimo así al misterio de la Encarnación como a la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles. Que Ella continúe, pues, realzando con su patrocinio nuestras comunes oraciones, para que en medio de las afligidas naciones se renueven los divinos prodigios del Espíritu Santo, celebrados ya por el profeta David: Manda tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra(61).

   Como presagio de los celestiales dones y testimonio de Nuestra benevolencia, os concedemos amantísimamente en el Señor, a vosotros, Venerables Hermanos, y a vuestro clero y pueblo la Bendición apostólica.

Dado en Roma, el 9 de mayo de 1897, vigésimo de Nuestro Pontificado.

León XIII, Papa.

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