Magisterio de la Iglesia
Officio Sanctissimo (Fragmento)
Carta a
los Obispos de Baviera
LEÓN
XIII A los Obispos de Baviera No se puede dejar de decir que la educación cristiana de la juventud importa en gran manera al bien de la misma sociedad civil. Es manifiesto que son innumerables y graves los peligros que amenazan al Estado en el cual la enseñanza y el programa de estudios se independizan de la Religión, y lo que desde el momento en que se deja de lado o se desprecia este soberano y divino magisterio que enseña a reverenciar a Dios y sobre este fundamento a creer absolutamente en todas las enseñanzas de la autoridad de Dios, la ciencia humana se precipita, por una pendiente natural, en los más perversos errores del naturalismo y racionalismo. Como consecuencia, el juicio y la apreciación de las ideas y, naturalmente de los actos, desde el momento en que se permiten a todos los hombres, la autoridad pública de los gobernantes se encuentra debilitada; porque sería extraordinario que los que se han compenetrado de esta opinión, la más grave de todas, reconociesen autoridad humana a la que hubieran de someterse. Pues, quebrantados los fundamentos sobre los cuales descansa toda autoridad, la sociedad civil se disuelve y se disipa. No hay ya estado bien organizado y no queda más que el dominio de la fuerza y el crimen. ¿No puede la sociedad, solamente con la ayuda de sus propias fuerzas, conjurar una catástrofe tan funesta? ¿Puede algo sin el auxilio de la Iglesia? La respuesta es clara y obvia para todo espíritu discreto. La misma prudencia política aconseja, dejar a los Obispos y al Clero su parte en la instrucción y educación de la juventud y vigilar cuidadosamente que la nobilísima función de la enseñanza no sea confinada a hombres de una religión lánguida y hueca o a maestros abiertamente alejados de la Iglesia. Sería sobre todo, un abuso intolerable que fueran llamados hombres de esta contextura espiritual a enseñar las ciencias sagradas, las más altas de todas. Leonis PP. XIII |
NOTAS S. Jeron. Hom. de capto Eutropio Nº 6, P.G. 52, 402. (volver)