Magisterio de la Iglesia
Satis cognitum (Continuación)
No hay que creer que la sumisión de los mismos súbditos a dos autoridades implique confusión en la administración . Tal sospecha nos está prohibida en primer término por la sabiduría de Dios que ha concebido y establecido por sí mismo la organización de ese gobierno. Además, es preciso notar que lo que turbaría el orden y las relaciones mutuas, sería la coexistencia, en una sociedad, de dos autoridades del mismo grado y no se sometería la una a la otra. Pero la autoridad del Pontífice es soberana, universal y del todo independiente; la de los Obispos está limitada de una manera precisa y no es plenamente independientemente. Lo inconveniente sería que dos Pastores estuviesen colocados en un grado igual de autoridad sobre el mismo rebaño. Pero que dos superiores, uno de ellos sometido al otro, estén colocados sobre los mismos súbditos, no es un inconveniente, y así un mismo pueblo está gobernado de un modo inmediato por su Párroco, por el Obispo y por el Papa (1). Los Pontífices romanos, que saben cuál es su deber, quieren más que nadie la conservación de que lo que está divinamente instituido en la Iglesia, y por esto del mismo modo que defienden los derechos de su propio poder con el celo y vigilancia necesarios, así también han puesto y pondrán constantemente todo su cuidado en mantener incólume la autoridad de los Obispos. Y más aún; todo lo que se tributa a los Obispos en orden al honor ya la obediencia, lo miran como si a ellos mismos le fuere tributado. Mi honor es el honor de la Iglesia universal. Mi honor es el pleno vigor de la autoridad de mis hermanos. No me siento verdaderamente honrado sino cuando se tributa a cada uno de ellos el honor que le es debido (2) En todo lo que precede. Nos hemos trazado fielmente la imagen y figura de la Iglesia según su divina constitución. Nos hemos insistido acerca de su unidad, y hemos declarado cuál es su naturaleza y por qué principio su divino Autor ha querido asegurar su conservación. Todos los que por un insigne beneficio de Dios tienen la dicha de haber nacido en el seno de la Iglesia católica y de vivir en ella escucharán nuestra voz Apostólica, No tenemos ninguna razón para dudar de ello. Mis ovejas oyen mi voz (Juan, 10, 27). Todos ellos habrán hallado en esta Carta medios para instruirse más plenamente y para adherirse, con un amor más ardiente, cada uno a sus propios Pastores, y por éstos al Pastor supremo, a fin de poder continuar con mayor seguridad en el aprisco único, y recoger una mayor abundancia de frutos saludables. 62. A los que están fuera de la Iglesia. Pero fijando nuestras miradas en el autor y consumador de la fe, Jesús (Hebr. 12, 2), cuyo lugar Ocupamos y por quien Nos ejercemos el poder, aunque sean débiles Nuestras fuerzas para el peso de esta dignidad y de este cargo Nos sentimos que su caridad inflama Nuestra alma y emplearemos no sin razón, estas palabras que Jesucristo decía de sí mismo: Tengo otras ovejas que no están en este aprisco,. es preciso también que yo las conduzca y escucharan mi voz (Juan, 10, 16). No rehúsen, pues, escucharnos y mostrarse dóciles a Nuestro amor paternal, todos aquellos que detestan la impiedad, hoy tan extendida, que reconocen a Jesucristo, que le confiesan Hijo de Dios y Salvador del género humano, pero que, sin embargo, viven errados y apartados de su Esposa. Los que toman el nombre de Cristo es necesario que lo tomen todo entero. Cristo todo en- tero es una cabeza y un cuerpo, la cabeza es el Hijo único de Dios,. el cuerpo es su Iglesia: es el esposo y la esposa, dos en una sola carne. Todos los que tienen respecto de la cabeza un sentimiento diferente del de las Escrituras, en vano se encuentran en todos los lugares don- de se halla establecida la Iglesia, porque no están en la Iglesia. E igualmente todos los que piensen como la Sagrada Escritura respecto de la cabeza, pero que no viven en comunión con la autoridad de la Iglesia, no están en la Iglesia (3). Nuestro corazón se dirige también con sin igual ardor a aquellos a quienes el soplo contagioso de la impiedad no ha envenenado del todo, y que, por lo menos experimentan el deseo de tener por Padre al Dios verdadero, creador de la tierra y del cielo. Reflexionen y comprendan bien que no pueden en manera alguna contarse en el número de los hijos de Dios, si no vienen a reconocer por hermano a Jesucristo y por madre a la Iglesia. 64. Dios por Padre y la Iglesia por Madre. A todos, pues., Nos dirigimos con grande amor estas palabras que tomamos a San Agustín: Amemos al Señor, nuestro Dios, amemos a su Iglesia, a El cual padre, a ella cual madre. Que nadie diga: Sí, voy aun a los ídolos, consulto a los poseídos y a los hechiceros, pero, no obstante, no dejo la Iglesia de Dios, soy católico. Permanecéis adheridos a la madre, pero ofendéis al padre. Otro dice poco más o menos: Dios no lo permita, no consulto a los hechiceros, no interrogo a los poseídos, no practico adivinaciones sacrílegas, no voy a adorar a los demonios, no sirvo a los dioses de piedra, pero soy del partido de Donato: ¿De qué os sirve no ofender al padre que vengará a la madre a quien ofendéis? ¿De qué os sirve confesar al Señor, honrar a Dios, alabarle, reconocer a su Hijo, proclamar que está sentado a la diestra del Padre, si blasfemáis de su Iglesia? Si tuvieseis un protector, a quien tributaseis todos los días el debido obsequio, y ultrajaseis a su esposa con una acusación grave, ¿os atreveríais ni aun a entrar en la casa de ese hombre? Tened, pues, mis muy amados, unánimemente a Dios por vuestro padre, y por vuestra madre a la Iglesia (4). Confiando grandemente en la misericordia de Dios, que pueda tocar con suma eficacia los corazones de los hombres y formar las voluntades más rebeldes avenir a El, Nos encomendados, con vivas instancias, a su bondad a todos aquellos a quienes se refiere Nuestra palabra. y como prenda los dones celestiales, y en testimonio de Nuestra benevolencia os concedemos, con grande amor en el Señor, a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro Clero ya vuestro pueblo la Bendición Apostólica.
Dado en Roma, en San Pedro, a 29 de Junio del año 1896, décimo- noveno de Nuestro Pontificado. NOTAS 2) S. Greg. Epist. 1, VIII, ep. 30 ad Eulog. P.L. 77, 933. i 146 Juan 10, 27. (volver) (3) S. Agust. Contra Donat. ep. sive de Unitate Eccl. c. IV, n. 7, P.L. 43; 395. (volver) S. Agust. Enarr. in Psal. 88 serm. II, n. 14. P.L. 33, 1140 (volver) |