Magisterio de la Iglesia
Acerbo nimis
10. Prescripciones para la enseñanza del catecismo. . De lo expuesto hasta aquí puede verse cuál sea la importancia de la
instrucción religiosa del pueblo; debemos, pues, hacer todo lo posible para que
la enseñanza de la Doctrina sagrada, institucion -según frase de Nuestro
predecesor Benedicto XIV- la más útil para la gloria de Dios y la salvación
de las almas
(Const. Etsi minime 13),
se mantenga siempre floreciente, o, donde se la haya descuidado, se restaure.
-Así, pues, Venerables Hermanos, queriendo cumplir esta grave obligación del
apostolado supremo y hacer que en todas partes se observen en materia tan
importante las mismas normas, en virtud de Nuestra suprema autoridad,
establecemos para todas las diócesis las siguientes disposiciones, que mandamos
sean observadas y expresamente cumplidas:
Venerables Hermanos, esto mandamos y establecemos en virtud de
Nuestra autoridad apostólica. Ahora, obligación vuestra es procurar, cada cual
en su propia diócesis, que estas prescripciones se cumplan enteramente y sin
tardanza. Velad, pues, y, con la autoridad que os es peculiar, procurad que
Nuestros mandatos no caigan en olvido, o -lo que sería igual- se cumplan con
negligencia y flojedad. Para evitar esa falta habéis de emplear las
recomendaciones más asiduas y apremiantes a los párrocos, para que no
expliquen el Catecismo sin la previa preparación, y que no hablen el lenguaje
de la sabiduría humana, sino que con sencillez de corazón y con sinceridad
delante de Dios (2 Cor. 1,
12) sigan el ejemplo de Cristo, pues aunque expusiese cosas que
estuvieron ocultas desde la creación del mundo (Mat.
13, 35), sin embargo, las decía todas al pueblo por medio de parábolas,
o ejemplos y sin parábolas no les predicaba (Ibid.
v. 34). Sabemos que lo mismo hicieron los Apóstoles, enseñados por
Jesucristo; y de ellos decía San Gregorio Magno: Pusieron todo cuidado en
predicar a los pueblos ignorantes cosas sencillas y accesibles, y no cosas altas
y arduas (Moral. 17, 26). Y
en las cosas de religión, una gran parte de los hombres de nuestra edad ha de
tenerse por ignorante. . Pero no quisiéramos que nadie, en razón de esta misma sencillez que conviene observar, imaginase que la enseñanza catequística no requiere trabajo ni meditación; al contrario, los pide mayores que cualquier otro asunto. Es más fácil hallar un orador que hable con abundancia y brillantez, que un catequista cuya explicación merezca plena alabanza. Por lo tanto, todos han de tener en cuenta que, por grande que sea la facilidad de conceptos y de expresión de que se hallen naturalmente dotados, ninguno hablará de la doctrina cristiana con provecho espiritual de los adultos ni de los niños, si antes no se prepara con estudio y seria meditación. Se engañan los que, confiados en la inexperiencia y rudeza intelectual del pueblo, creen que pueden proceder negligentes en esta materia. Al contrario; cuanto más incultos los oyentes, mayor celo y cuidado se requiere para lograr que las verdades más sublimes, tan elevadas sobre el entendimiento de la generalidad de los hombres, penetren en la inteligencia de los ignorantes; los cuales, no menos que los sabios, necesitan conocerlas para alcanzar la eterna bienaventuranza. EPÍLOGO 11. Palabras finales
Que, mediando la intercesión de la Inmaculada y Bienaventurada Virgen,
vuestro celo y piadosa industria se exciten con la Bendición Apostólica, que
amorosamente os concedemos a vosotros, a vuestro clero y al pueblo que os está
confiado, y sea testimonio de Nuestro afecto y prenda de los divinos dones.
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