Magisterio de la Iglesia

Acerbo nimis


V. LAS NORMAS

10. Prescripciones para la enseñanza del catecismo.

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   De lo expuesto hasta aquí puede verse cuál sea la importancia de la instrucción religiosa del pueblo; debemos, pues, hacer todo lo posible para que la enseñanza de la Doctrina sagrada, institucion -según frase de Nuestro predecesor Benedicto XIV- la más útil para la gloria de Dios y la salvación de las almas (Const. Etsi minime 13), se mantenga siempre floreciente, o, donde se la haya descuidado, se restaure. -Así, pues, Venerables Hermanos, queriendo cumplir esta grave obligación del apostolado supremo y hacer que en todas partes se observen en materia tan importante las mismas normas, en virtud de Nuestra suprema autoridad, establecemos para todas las diócesis las siguientes disposiciones, que mandamos sean observadas y expresamente cumplidas:  

  •    I. Todos los párrocos, y en general cuantos ejercen cura de almas, han de instruir, con arreglo al Catecismo, durante una hora entera, todos los domingos y fiestas del año, sin exceptuar ninguno, a todos los niños y niñas en lo que deben creer y hacer para alcanzar la salvación eterna.

  • II. Los mismos han de preparar a los niños y a las niñas, en épocas fijas del año, y mediante instrucción que ha de durar varios días, para recibir dignamente los sacramentos de la Penitencia y Confirmación.

  • III. Además, han de preparar con especial cuidado a los jovencitos y jovencitas para que, santamente, se acerquen por primera vez a la Sagrada Mesa, valiéndose para ello de oportunas enseñanzas y exhortaciones, durante todos los días de Cuaresma, y si fuere necesario, durante varios otros después de la Pascua.

  • IV. En todas y cada una de las parroquias se erigirá canónicamente la asociación, llamada vulgarmente Congregación de la Doctrina Cristiana. Con ella, principalmente donde ocurra ser escaso el número de sacerdotes, los párrocos tendrán colaboradores seglares para la enseñanza del Catecismo, que se ocuparán en este ministerio, así por celo de la gloria de Dios, como por lucrar las santas indulgencias con que los Romanos Pontífices han enriquecido esta asociación.

  • V. En las grandes poblaciones, principalmente donde haya Facultades mayores, Institutos y Colegios, fúndense escuelas de religión para instruir en las verdades de la fe y en las prácticas de la vida cristiana a la juventud, que frecuente las aulas públicas, en las que no se mencionan las cosas de religión.

  • VI. Porque, en estos tiempos, la edad madura, no menos que la infancia, necesita la instrucción religiosa, los párrocos y cuantos sacerdotes tengan cura de almas, además de la acostumbrada homilía sobre el Santo Evangelio, que han de hacer todos los días de fiesta en la misa parroquial, escojan la hora más oportuna para que concurran los fieles -exceptuando la destinada a la doctrina dde los niños- y den la instrucción catequística a los adultos, con lenguaje sencillo y acomodado a su inteligencia. Para ello se servirán del Catecismo del Concilio de Trento, de tal modo que, en el espacio de cuatro a cinco años, expliquen cuanto se refiere al Símbolo, a los Sacramentos, al Decálogo, a la Oración y a los Mandamientos de la Iglesia.

   Venerables Hermanos, esto mandamos y establecemos en virtud de Nuestra autoridad apostólica. Ahora, obligación vuestra es procurar, cada cual en su propia diócesis, que estas prescripciones se cumplan enteramente y sin tardanza. Velad, pues, y, con la autoridad que os es peculiar, procurad que Nuestros mandatos no caigan en olvido, o -lo que sería igual- se cumplan con negligencia y flojedad. Para evitar esa falta habéis de emplear las recomendaciones más asiduas y apremiantes a los párrocos, para que no expliquen el Catecismo sin la previa preparación, y que no hablen el lenguaje de la sabiduría humana, sino que con sencillez de corazón y con sinceridad delante de Dios (2 Cor. 1, 12) sigan el ejemplo de Cristo, pues aunque expusiese cosas que estuvieron ocultas desde la creación del mundo (Mat. 13, 35), sin embargo, las decía todas al pueblo por medio de parábolas, o ejemplos y sin parábolas no les predicaba (Ibid. v. 34). Sabemos que lo mismo hicieron los Apóstoles, enseñados por Jesucristo; y de ellos decía San Gregorio Magno: Pusieron todo cuidado en predicar a los pueblos ignorantes cosas sencillas y accesibles, y no cosas altas y arduas (Moral. 17, 26). Y en las cosas de religión, una gran parte de los hombres de nuestra edad ha de tenerse por ignorante.  

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   Pero no quisiéramos que nadie, en razón de esta misma sencillez que conviene observar, imaginase que la enseñanza catequística no requiere trabajo ni meditación; al contrario, los pide mayores que cualquier otro asunto. Es más fácil hallar un orador que hable con abundancia y brillantez, que un catequista cuya explicación merezca plena alabanza. Por lo tanto, todos han de tener en cuenta que, por grande que sea la facilidad de conceptos y de expresión de que se hallen naturalmente dotados, ninguno hablará de la doctrina cristiana con provecho espiritual de los adultos ni de los niños, si antes no se prepara con estudio y seria meditación. Se engañan los que, confiados en la inexperiencia y rudeza intelectual del pueblo, creen que pueden proceder negligentes en esta materia. Al contrario; cuanto más incultos los oyentes, mayor celo y cuidado se requiere para lograr que las verdades más sublimes, tan elevadas sobre el entendimiento de la generalidad de los hombres, penetren en la inteligencia de los ignorantes; los cuales, no menos que los sabios, necesitan conocerlas para alcanzar la eterna bienaventuranza.

EPÍLOGO

11. Palabras finales

    Séanos permitido, Venerables Hermanos, deciros al terminar esta Carta, lo que dijo Moisés: El que sea del Señor, júntese conmigo (Ex. 32, 26). Observad, os lo rogamos y pedimos, cuán grandes estragos produce en las almas la sola ignorancia de las cosas divinas. Tal vez hayáis establecido, en vuestras diócesis, muchas obras útiles y dignas de alabanza, para el bien de vuestra grey; pero, con preferencia a todas ellas, y con todo el empeño, afán y constancia que os sean posibles, cuidad esmeradamente de que el conocimiento de la Doctrina cristiana penetre por completo en la mente y en el corazón de todos. Comunique cada cual al prójimo -repetimos con el apóstol San Pedro- la gracia según la recibió, como buenos dispensadores de los dones de Dios, los cuales son de muchas maneras (1 Pet. 4, 10).  

   Que, mediando la intercesión de la Inmaculada y Bienaventurada Virgen, vuestro celo y piadosa industria se exciten con la Bendición Apostólica, que amorosamente os concedemos a vosotros, a vuestro clero y al pueblo que os está confiado, y sea testimonio de Nuestro afecto y prenda de los divinos dones.

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Dado en Roma, junto a San Pedro, el 15 de abril de 1905, segundo año de Nuestro Pontificado.

Magisterio de San Pío X

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