Magisterio de la Iglesia
Communium rerum
Carta
encíclica
Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica
1. La caridad fuente de la piedad actual del pueblo cristiano.
En
medio la acerbidad de los tiempos y las recientes calamidades que oprimen
de dolor Nuestro corazón, Nos alegra y anima la piedad unánime de todo el pueblo
cristiano que no ha dejado de ser aún "espectáculo para el mundo, los
Ángeles y los hombres(1),
Esta piedad, movida quizá con más ardor a la
vista de los
presentes infortunio s, proviene sin embargo, como de causa única, de la caridad de
Nuestro Señor Jesucristo, Pues, como ninguna virtud digna de este nombre, ha florecido
en el mundo, ni puede florecer sino por Cristo, únicamente a El se han de atribuir
todos
los frutos que de ella se derivan entre los hombres, aun entre aquellos que son más
remisos en la fe o enemigos de la religión; en los cuales si se encuentra algún
vestigio de la verdadera caridad, se debe a la bondad que Cristo trajo a este mundo, y
que no han podido aún arrancar de sí mismos ni de la sociedad cristiana. Motivo: Agradecimiento por las manifestaciones
a propósito del jubileo sacerdotal del Papa. Al comprobar el deseo unánime de los fieles por
consolar al Padre y
aliviar a los hermanos en las calamidades comunes y privadas, sentimos conmover se Nuestro
corazón de tal manera que no hallamos palabras con que expresar
Nuestro agrade cimiento. Y aunque ya muchas veces lo hemos significado en
particular a cada uno, queremos ahora dar a todos públicamente Nuestras más
expresivas acciones de gracias, y en primer lugar a vosotros, Venerables
Hermanos, y por vuestro medio a todos los fieles que se hallan confiados a
vuestros cuidados. Asimismo deseamos declarar públicamente Nuestra
gratitud, por tantas y tan brillantes demostraciones de amor y benevolencia, con
que Nuestros queridísimos hijos celebraron en todo el mundo Nuestro jubileo
sacerdotal. Todo lo cual fue muy grato a Nuestro corazón, no tanto por lo que
se refería a Nosotros, sino más bien por causa de la religión y de la
Iglesia, porque fue un valiente testimonio de fe, y como una demostración pública
del honor debido a Cristo y a la Iglesia, por medio de la veneración de
aquel, a quien el Señor ha colocado para gobernar a su familia. Otras fiestas: Norteamérica, Inglaterra y Francia. Pero también N os han alegrado grandemente otros frutos que de ello se
siguieron. Así, las fiestas con que varias diócesis de Norte Amé rica
celebraron con religiosa solemnidad el primer centenario de su erección, bendiciendo al Señor, por haber
llama do tantas almas a la
luz de la verdad y al seno de la Iglesia Católica; así, el magnífico homenaje
que se tributó nuevamente a Cristo, presente en la divina Eucaristía, por
miles de creyentes y con la asistencia de muchos de Nuestros Venerables
Hermanos y de Nuestro Legado, en la nobilísima isla de Inglaterra; y así
también, el consuelo de la afligida Iglesia de Francia al contemplar los espléndidos
triunfos del augusto Sacramento, especialmente en el santuario de Lourdes,
cuyo quincuagésimo aniversario, celebrado con tanta solemnidad fue para
Nosotros motivo de grande alegría. Por estos y otros hechos, sepan todos y
entiendan los enemigos de la Iglesia, que el esplendor de las ceremonias y el
culto de la Augusta Madre de Dios y los mismos filiales homenajes tributados al
Sumo Pontífice, se refieren en último término a la gloria de Dios: para
que Cristo sea to do, y esté en todas las cosas(2);
de modo que,
establecido el Reino de Dios en la tierra, puedan lograr los hombres la salvación
eterna. 2. Retorno de los hombres a Dios y adhesión de las naciones a
la Iglesia. Este triunfo de Dios sobre la tierra que debe esperarse en los
individuos y en la sociedad, no es otra cosa que el re torno de los hombres a
Dios, mediante Cristo, y a Cristo, mediante la Iglesia, como lo habíamos
anunciado Nosotros, según el programa de Nuestro Pontificado, al dirigiros
por primera vez Nuestra palabra en la ENCÍCLICA
"E
supremi apostolatus
cathedra"(3),
y como lo hemos declarado luego en diversas
ocasiones. Esperamos confiados este retorno, y para que se verifique cuanto antes,
dirigimos a ello Nuestros intentos y Nuestros deseos, como a un puerto, en donde
se vean apaciguadas aun las tempestades de la vida presente. Y no por otro
motivo, Nos han sido tan gratos los homenajes ofrecidos a la Iglesia en Nuestra
humilde persona, sino porque, con la ayuda de Dios, son indicio de este retorno de las naciones a Cristo y
de una más intensa y pública adhesión a Pedro y a su Iglesia. Este grado de unión con la Sede Apostólica no existió
ciertamente en todas las épocas ni en todas las clases de hombres, en la misma proporción
ni con las mismas manifestaciones exteriores. No obstante, puede afirmarse con toda
verdad, que por disposición especial de la divina Providencia, tanto más estrecha
esta unión, cuanto más adversos, como ocurre en nuestros días, fueron los tiempos, ya
para sana doctrina o la disciplina sagrada o bien para la libertad de la Iglesia.
En otras épocas dieron ejemplo de unión
los santos, al recrudecer las persecuciones contra la grey de Cristo cuando los
vicios corrompían más al mundo, oponiendo providencialmente Dios a estos males, su
virtud y su sabiduría.
3. Octavo centenario de la muerte de San Anselmo.
Entre
estos santos queremos recordar ahora a uno de una manera especial, cuyo octavo
centenario de su gloriosa muerte celebramos este año. Nos referimos a SAN
ANSELMO DE AOSTA, doctor de la Iglesia y
defensor acérrimo de su doctrina y derechos, ya como monje y Abad en las Galias, ya también como
arzobispo de
Cantorbery y Primado de Inglaterra. Y no creemos que será inoportuno, pues de
las fiestas jubilares celebradas con brillante esplendor en honor otros dos santos
doctores de la Iglesia SAN GREGORIO MAGNO y SAN JUAN
CRISÓSTOMO, gloria el uno de
la Iglesia occidental y el otro de la oriental, dirigir Nuestras miradas hacia
otro astro
que, si "se distingue, en claridad"(4) de
los dos anteriores, sin
embargo, emulándolos en sus ascensiones, difunde en torno suyo no menor luz con su
doctrina y con sus ejemplos. Más aún, podría decirse que en cierta forma es
mayor, en cuanto que ANSELMO se
encuentra más cercano a nosotros, por la época,
el lugar, el carácter, los estudios, y porque se asemejan más a nuestros tiempos, su
género de lucha, la forma pastoral que adoptó, y el método de enseñanza que aplicó y
difundió él y sus discípulos, confirmado principalmente por sus escritos, "los
cuales compuso en defensa de la religión cristiana para provecho de
las almas, y que sirvieron luego como norma para todos los teólogos,
que después de él enseñaron las sagradas letras según el método
escolástico"(5). Por tanto, así como en la
oscuridad de la noche, mientras
unas estrellas se ocultan, aparecen otras para iluminar el mundo, así también, para
ilustrar a la Iglesia, a los Padres se suceden los hijos. Entre éstos brilla SAN
ANSELMO como astro de primera magnitud. Lumbrera de santidad y de sabiduría. Ya la verdad, en medio de las
tinieblas de los errores y de los vicios en que le tocó vivir fue
tenido SAN ANSELMO
por los mejores de sus contemporáneos, como una
lumbrera de santidad y de sabiduría. Pues "fue de hecho una de las
principales columnas de la fe, honra y prez de la Iglesia... una gloria del
episcopado, un hombre que superó
a los mejores de su tiempo"(6)
, "Sabio y bondadoso,
orador brillante y de agudo ingenio"(7), su fama llegó a tan alto
grado, que mereció se escribiese de él que nadie en el mundo "habría
podido decir: Anselmo es inferior o semejante mí"(8); por lo cual fue muy acepto
a los reyes, a los príncipes y a los Romanos Pontífices, y fue querido, no solamente por sus hermanos en
religión y por los fieles, "sino aun por sus mismos enemigos"(9).
Aquel grande y valeroso
Pontífice GREGORIO VII, le escribió,
cuando aún era Abad, una carta llena de estima y de afecto, en la cual "encomendaba
a sí mismo y a la Iglesia Católica a sus oraciones"(10), También
URBANO II le
escribió una carta en que reconocía su "superioridad en
la piedad y en la ciencia"(11).
PASCUAL II se
dirigió a él en muchas ocasiones y con especial afecto, alabando la reverencia
de su devoción y perseverancia de su piadosa solicitud,
reconociendo asimismo "la autoridad de su vida santa y de su ciencia"(12),
lo
cual le movía a acceder a todos sus pedidos llamándolo abiertamente el más sabio y el
más piadoso de todos los Obispos de Inglaterra.
4. Su humildad, mansedumbre y grandeza.
Sin embargo ANSELMO se
tenía sí
mismo por un hombrecillo despreciable, desconocido, de escasa cultura y de vida pecadora. Pero aunque
sintiese tan bajamente de sí, ello no disminuía
en nada la alteza de sus pensamientos, como suelen pensar los hombres corrompidos moral e
intelectualmente, de los cuales dice la Sagrada Escritura, que "el hombre animal
no prende las cosas que son según
el espíritu de Dios"(13).
Pero lo más admirable es que su magnanimidad y su
invicta constancia, aunque fueron probadas con tantas adversidades, persecuciones y
destierros, estuvo siempre unida a una mansedumbre y amabilidad tales, que lograban apaciguar la
de sus mismos adversarios y ganarse su
voluntad. Así pues, aquellos "cuya causa Anselmo contradecía,
"alababan no obstante su bondad"(14).
Se hallaban por tanto de acuerdo en
él dos cosas que el mundo juzga falsamente
irreconciliables y contradictorias, a saber: la simplicidad con la grandeza, humildad
con la magnanimidad, la fuerza con la suavidad, la ciencia en en fin con la piedad; de
tal manera que, tanto en los comienzos de su vida religiosa como durante todo el
tiempo
de su vida, fue tenido por todos, "de una manera singular, como un modelo de
santidad y de doctrina"(15). 5. Su lucha pública por la justicia y
la verdad.
Este doble mérito de
ANSELMO no se contuvo entre las paredes
domésticas ni en el ámbito de las clases,
sino que como de una palestra militar, salió a mostrarse en campo abierto. Porque habiendo
vivido en tiempos tan difíciles, como antes dijimos, tuvo que sostener
violentas luchas por la justicia y por la verdad. Y sien do él por naturaleza,
más bien propenso a la contemplación y al estudio, se vio inmiscuido en
muchas y graves ocupaciones; y luego, cuando tuvo que atender al gobierno de la
Iglesia, se encontró en medio de la lucha de esa época agitada. Así pues,
siendo de carácter dulce y apacible, por el amor a la sana doctrina y a la
santidad de la Iglesia tuvo que renunciar a la vida tranquila, a la amistad de
los poderosos, al favor de los grandes, a los dulces vínculos con que se
hallaba unido a sus hermanos en religión y a los de más Obispos, sus colegas
en el trabajo, viéndose obligado a luchar con toda clase de adversidades y
preocupaciones. Porque encontró a Inglaterra llena de odios y de peligros, y
hubo de luchar contra reyes y príncipes usurpadores y tiranos de la Iglesia y
de los pueblos, contra los ministros débiles o indignos de desempeñar los
oficios sagrados, contra la ignorancia y los vicios de los grandes y del pueblo,
sin que nunca se disminuyese su ardor, que hizo de él el defensor acérrimo de
la fe, de las costumbres, de la disciplina y libertad de la Iglesia, y por
tanto de su doctrina y de su santidad. Se hizo pues entera mente digno de este
otro elogio del ya citado Papa PASCUAL: "Gracias sean dadas a Dios,
porque en ti permanece siempre la autoridad propia del Obispo, y porque aunque
vivas entre bárbaros no cesas de anunciarles la verdad, ni por
temor a la violencia de los tiranos, ni por conservar el favor de los pode rosos,
y sin temor a la hoguera ni la guerra". y
en otra ocasión: "Nos ale gramos, porque con la ayuda de Dios, ni las
amenazas te perturban, ni las promesas te hacen mudar de propósito"(16). Por todo esto es muy justo que
tam bién Nosotros,
Venerables Hermanos, luego de transcurridos ocho siglos, nos gocemos como
Nuestro Predecesor PASCUAL,
y haciéndonos eco de sus palabras demos asimismo las
gracias a Dios. Deseamos igualmente exhortaros a que fijéis vuestra vista en este
ejemplo de doctrina y de santidad, el cual partiendo de Italia, brilló durante más
de tres años en Francia y por más de quince en Inglaterra, y fue un baluarte común
y
una gloria para toda la Iglesia. 6. Su unión con Cristo y ron su Iglesia. Además,
si grande fue ANSELMO "en obras y en palabras", es decir,
en la
ciencia y en la vida, en la contemplación y en la acción; si en la paz y en
la guerra consiguió espléndidos triunfos para la Iglesia y notables provechos para la
sociedad civil: todo se debe a la íntima unión con Cristo y con la Iglesia que
tuvo durante toda vida y en todo el tiempo de su magisterio. Imitación del modelo. Si grabamos todas estas cosas
en nuestra memoria, Venerables Hermanos, en la solemne conmemoración de tan eximio Doctor,
encontraremos en ello preclaros ejemplos que admirar y que imitar. De esta consideración obtendremos también
nosotros con abundancia,
la fuerza y el consuelo necesarios en el cuidado afanoso del gobierno de la
Iglesia y de la salud de las almas, de modo que no descuidemos nuestra
obligación de cooperar con todo empeño para que todas las cosas sean restauradas en Cristo
y para que Cristo "sea
formado en todas las almas"(17),
principalmente en aquéllas que son
la esperanza del sacerdocio, para sostener constantemente la doctrina de la Iglesia, para
defender con valor la libertad de la Esposa Cristo, la santidad de sus
derechos divinos y la plenitud en fin, de aquellos auxilios que exige la defensa
del sacro Pontificado. Tiempos calamitosos. Porque veis muy bien, Venerables
Hermanos, -y lo habéis deplorado muchas veces juntamente con Nosotros-, cuán
lamentables son los tiempos en que vivimos y cuán adversas las condiciones en que
nos encontramos. Además de los públicos
infortunios que N os han producido profundo pesar, se ha aumentado nuestro dolor a
causa de las calumnias levantadas contra el clero, a quien se acusa de haberse
mostrado indolente en las presentes calamidades obstaculizando
la benéfica labor de la Iglesia en favor de los hijos desolados y despreciando
su solicitud y providencia maternales. |
NOTAS
(1) I Cor. 4, 9. (volver)
(2) Coloss. 3, 11. (volver)
(3) Encíclica del 4 de Oct. de 1903.
(volver)
(4) 1 Coro 15. 41.
(volver)
(5) Brev.
Rom., día 21 de Abril. (volver)
(6) Poema
de la muerte de Anselmo. (volver)
(7) Epitafio
(volver)
(8) Poema de la muerte de Anselmo. (volver)
(9) Ibid. (volver)
(10)
Brev.
om. 21 abril. (volver)
(11)
Libro III de las cartas de San Anselmo, 74 y 42.
volver)
(12) ICor. 2, 14.
(volver)
(13) ICor. 2, 14. (volver)
(14) Poema
a la muerte de Anselmo.
(volver)
(16) Libro
III de las cartas de San Ambrosio, cartas 44 y 71. (volver)
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