Magisterio de la Iglesia

Communium rerum
Carta encíclica


16. Su oración por la Iglesia.

   Igual firmeza de voluntad demuestran sus hechos, sus escritos y especialmente sus cartas, que Nuestro Predecesor PASCUAL decía que "habían sido escritas con la pluma de la caridad"(57). Pero en sus cartas al Pontífice no solamente pide piadosa ayuda y consuelo(58), sino que promete hacer continua oración a Dios. Así por ejemplo, cuando aún era Abad de Beccense escribía a URBANO II estas afectuosas frases: "No cesamos de rogar continuamente a Dios por causa de vuestra tribulación y la de la Iglesia Romana, que es nuestra tribulación y la de todos los verdaderos fieles, para que os acorte los días malos, hasta que sea excavada la fosa al pecador. Y estamos seguros que Dios, aunque nos parezca que tarda en venir en nuestro auxilio, no dejará que gobiernen los pecadores sobre la herencia de los justos, que no abandonará su posesión, y que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella"(59).

   En estas y otras cartas semejantes de ANSELMO encontramos admirable consuelo, no solamente al renovar el recuerdo de un santo tan devoto de esta Sede Apostólica, sino también porque ello Nos trae a la memoria, Venerables Hermanos, vuestras cartas y tantos otros testimonios de vuestra unión con Nosotros en semejantes luchas y aflicciones.

17. Unión actual de obispos y fieles con el Romano Pontífice. 

   Es de admirar ciertamente cómo la unión de los Obispos y de los fieles con el Pontífice Romano se ha venido estrechando cada vez más íntimamente al recrudecer las tempestades desencadenadas en el correr de los siglos contra el nombre cristiano, llegando en nuestros días a hacerse tan unánime y cordial, que sólo puede explicarse por la intervención divina. Es esta unión Nuestro mayor consuelo, así como también es una gloria y una poderosa defensa de la Iglesia. Pero cuanto mejor es el beneficio con tanta mayor razón es envidiado por el demonio y odiado por el mundo, el cual no tiene idea de nada semejante en la sociedad terrena, ni puede explicárselo por medio de sus razones políticas y humanas, ni considera que es el cumplimiento de la sublime oración que Cristo hizo en la última cena.

   Es pues necesario, Venerables Hermanos, que nos esforcemos con todo empeño por custodiar y hacer siempre más íntima y cordial esta unión divina entre la cabeza y los miembros, sin atender a consideraciones humanas, sino teniendo presentes los motivos divinos, para que todos seamos una sola cosa en Cristo. Si tendiéremos con todas nuestras fuerzas a la consecución de este fin, cumpliremos mejor nuestra misión sublime, que consiste en ser continuadores y propagadores de la obra de Cristo y de su reino en la tierra. Por eso la Iglesia sigue repitiendo en el correr de los siglos la amorosa plegaria del divino Esposo, que es también el deseo más ardiente de Nuestro corazón: "Padre Santo, conserva en tu nombre a los que me diste, para que sean una sola cosa como nosotros"(60).

   Pero es necesario este esfuerzo no sólo para oponerse a los asaltos exteriores de aquellos que combaten abiertamente contra la libertad y los derechos de la Iglesia, sino también para obviar los peligros internos, de que antes hicimos mención, al deplorar que existiese cierta clase de hombres que se esfuerzan con astucia por destruir en sus fundamentos la constitución y la esencia misma de la Iglesia, manchar la pureza de la doctrina y trastornar toda su disciplina. Aun en nuestros días continúa avanzando el veneno, que ya ha logrado infiltrarse en muchos miembros del clero, principalmente en los jóvenes, como habíamos dicho, inficionados con esta atmósfera morbosa, por la desmesurada manía de novedad que los precipita al abismo y los sofoca.

18. La ciencia positiva, el progreso material y el agnosticismo moderno

   Además, por una deplorable aberración, sucede que los progresos en las ciencias positivas y en la prosperidad material, buenos por su naturaleza, dan ocasión y pretexto a muchos ingenios débiles, dispuestos al error por las pasiones, p ra levantarse contra la verdad divina con una intolerable soberbia. Estos tales deberían más bien recordar las múltiples equivocaciones y contradicciones frecuentes de los incautos fautores de la novedad, en las cuestiones de orden especulativo y práctico que son más vitales para el hombre, y reconocer en ello el castigo del orgullo humano, que se contradice a sí mismo y se hunde miserablemente, antes de llegar a divisar el puerto de la verdad. Pero ellos, no han sabido aprovecharse ni siquiera de la propia experiencia, para humillarse y cambiar de opinión "y abajar, la soberbia que se levanta contra la ciencia de Dios, sujetando su entendimiento en obsequio de Cristo"(61)

   Más aún, pasaron del uno al ola extremo, de la presunción al despecho, siguiendo aquel método de filosofía que, dudando de todo, lo envuelve todo en las tinieblas. De aquí procedió el agnosticismo contemporáneo junto con otras absurdas doctrinas del mismo género y una infinidad de sistemas contradictorios entre sí y con la recta razón. Y con esta diversidad de sentencia: "se perdieron en sus disquisiciones, porque creyéndose sabios, fueron hechos necios"(62). Mientras tanto, sus altisonantes discursos, esta nueva ciencia que proponían como venida del cielo y los modernos sistemas, logra atraer a muchos jóvenes y apartarlos del recto camino, en la misma forma que le ocurrió a AGUSTÍN, envuelto por los errores de los maniqueos. Pero acerca de estos funestos maestros de la insensata sabiduría, de sus intenciones, de sus engaños y de sus erróneos y perniciosos sistemas, hablamos extensamente en Nuestra carta Encíclica "Pascendi dominici gregis", del 8 de Septiembre de 1907.

19. Peligros doctrinarios en tiempo de San Anselmo. 

   Baste hacer notar ahora que si los peligros que entonces recordábamos son más graves y más inminentes en nuestros días, no son sin embargo enteramente distintos de los que amenazaban la doctrina de la Iglesia en los tiempos de ANSELMO. Hemos de procurar además encontrar en la obra del Santo Doctor una ayuda y un consuelo semejantes para la tutela de la verdad, como lo encontramos en su fortaleza apostólica, para la defensa de los derechos. 

   Para no recordar ahora detalladamente todas las condiciones intelectuales del clero y del pueblo de aquella época, era entonces singularmente peligroso un doble exceso en el solían incurrir los hombres de aquel tiempo.

   Algunos más ligeros y vanidosos, imbuidos de una erudición superficial, se gloriaban, más de lo que puede creerse, de ese cúmulo de conocimientos. Estos, seducidos por esta vana especie de filosofía y de dialéctica, a la se daba el nombre de ciencia, despreciaban las autoridades sagradas, "con criminal temeridad se atrevían a disputar contra cualquiera de los dogmas que profesa la fe cristiana, y con como absurdo todo aquello que podían comprender antes que confesar con humilde sabiduría que podían existir muchas cosas que ellos eran incapaces de entender. Porque suelen algunos, apenas han comenzado a engreírse con una ciencia que todo lo presume de sí misma, -ignorando que si alguno cree que sabe alggo, no conoce de qué manera lo debe saber-, antes de poseer las alas espirituales mediante la solidez en la fe, levantarse suntuosamente a las cuestiones más alta de la misma fe, De donde proviene mientras se esfuerzan por subir antes de tiempo y por medio del entendimiento, por el mismo entendimiento ven obligados a descender a toda clase errores"(63). Ejemplos semejantes contemplamos también a cada paso en nuestros días.

   Otros, por el contrario, de ánimo tímido y apocado, atemorizados por la caída de muchos que naufragaron en la fe y por el peligro de la ciencia que hincha, pretendían excluir toda filosofía, si no ya toda discusión y estudio razonado sobre la doctrina sagrada.

   Entre ambos excesos se encuentra en medio el uso de la Iglesia, la cual, así como detesta la presunción de los primeros que, "hincha como un odre por el espíritu de vanidad..." (así lo reprendió GREGORIO IX en época posterior), porque "pretenden más de lo justo fundar la fe sobre razones naturales, adulterando la palabra de Dios con las fantasías de los filósofos"(64); así también reprueba la negligencia de los segundos, demasiado ajenos a los estudios racionales y que no se preocupan "de aprovechar, por medio de la fe, en su inteligencia"(65), principalmente cuando deben, por la obligación de su oficio, defender la fe católica contra los errores que se levantan por todas partes.

20. Lumbrera de ciencia sagrada. Sus enseñanzas. 

   Puede decirse que para llevar a cabo esta defensa fue pro movido ANSELMO por Dios, el cual con el ejemplo, con la palabra y con los escritos, mostrase el camino seguro, abriese, para provecho de todos, las fuentes de la sabiduría cristiana, y fuese el guía y la norma de aquellos maestros católicos que después de él "enseñaron las sagradas letras según el método escolástica"(66). Por eso no sin razón se lo ha estimado y tenido siempre como su precursor.

   No pretendemos afirmar con esto que el santo DOCTOR DE AOSTA haya llegado desde el primer momento a lo más elevado de la especulación teológica o filosófica, ni que haya obtenido una fama igual a la de los dos eximios maestros, SANTO TOMÁS y SAN BUENAVENTURA. Los frutos que luego se siguieron de la sabiduría de éstos últimos, no maduraron sino con el tiempo, y mediante el concurso y el trabajo de muchos doctores. El mismo ANSELMO, tan modesto, como es propio de los verdaderos sabios, al mismo tiempo que docto y de agudo ingenio, no publicó ninguno de sus escritos a no ser que se ofreciese la ocasión, o se viese obligado a ello por la superior autoridad. Por lo demás, declara en ellos "que si ha escrito algo que deba ser corregido, no se opone a que se efectúe la enmienda"(67); más aún, cuando se trata de una cuestión controvertida y que no pertenece al depósito de la fe, no quiere que el discípulo "se adhiera a ella de tal manera que a toda costa la defien da, si es que alguno pudiere probar la falsedad de esas opiniones y establecer las contrarias con argumentos mejores; lo cual, si ocurriere, dice, no negarás que ello nos ayudó por lo menos para el ejercicio de la discusión"(68).

   Sin embargo ANSELMO logró mucho más de lo que él mismo u otros habrían esperado de sí. Fue tanto lo que adelantó, que la gloria de los doctores que luego vinieron, y aun la del mismo TOMÁS DE AQUINO, no oscureció la fama de su precursor, aunque el angélico doctor no haya aceptado muchas de las conclusiones de aquél, o bien las haya refundido enteramente y con más precisión. Pero ANSELMO tiene el mérito de haber abierto el camino a la especulación, de haber disipado los temores de los que vacilaban, de haber apartado los peligros de los incautos y los daños que provenían de los que cavilaban exageradamente, que son justamente llamados por él: "aquellos dialécticos de nuestros días, mejor dicho, los que son herejes por la dialéctica"(69), en los cuales la razón era esclava de la imaginación y de la vanidad.

   Contra estos últimos hace notar que "aunque se debe exhortar a todos que entren con grandísimo cuidado en las cuestiones de la Sagrada Escritura, es tos dialéctico de nuestros días... deben ser alejados por completo de la discusión de los asuntos espirituales". Y la razón que luego añade es muy oportuna para los que hoy día los imitan, repitiendo los mismos errores: "Porque en sus almas, la razón, que debe ser la reina y el juez de todas las cosas que hay en el hombre, se encuentra de tal manera enredada por las imágenes materiales que no puede verse libre de ellas, ni es capaz de distinguir entre éstas, aquellas cosas que solamente ella debe contemplar"(70).

21. La Razón y la Fe. Estudios filosóficos y teológicos

   Ni son menos oportunas en nuestros tiempos a que .c palabras con que critica a esos f filósofos, "los cuales, como no pueden, entender aquello que creen, disputan contra la verdad de la misma fe confirmada por los Santos Padres; como si los murciélagos y los búhos, que únicamente ven el cielo por la noche, disputasen de los rayos del sol del medio día, con las águilas que lo miran de hito hito"(71). Por lo tanto, condena aquí y lo mismo en otro lugar(72), la perversa opinión de aquellos, que exagerando campo de la filosofía, le atribuían derecho de invadir los dominios de la teología. El egregio doctor, oponiéndose a esta insensatez, señala muy bien los límites propios de cada una de estas ciencias, e insinúa suficientemente cual debe ser el oficio de la razón respecto de las cosas de la fe: "Nuestra fe,  se ha de defender por medio de la razón contra los impíos. Pero, ¿en forma y hasta dónde? Nos lo dicen palabras que se siguen: "Hay que mostrarles a éstos, por medio de razón cómo nos desprecian contra  razón(73). Por tanto, el principal  de la filosofía es demostrar cuán forme a la razón es nuestra fe, y lo que a ello se sigue, a saber, el creer a la autoridad divina que nos propone misterios profundísimos, los cuales, debido a los múltiples indicios de credibilidad "son enteramente dignos de fe".

    Muy diverso es el fin peculiar de la teología cristiana, la cual se funda sobre el hecho de la revelación divina y confirma en la fe a aquellos que confiesan gozarse con el nombre de cristianos; es decir, "que ningún cristiano debe poner en duda lo que la Iglesia católica cree con el corazón y confiesa de palabra, sino que conservando sino siempre firmísimamente la misma fe, amándola y viviendo según ella, debe con humildad procurar, en cuanto le fuere posible, investigar las razones de lo que cree. Si puede entenderlo, dé gracias Dios; de lo contrario, no ataque lo que no comprende, sino abaje humildemente la cabeza"(74)

   Por tanto, cuando los teólogos indagan o los fieles buscan razones respecto de la fe, ello no es para basar en ellas la fe, la cual tiene por fundamento la autoridad de Dios que lo ha revelado; a saber, como dice SAN ANSELMO: "así como el recto orden exige que creamos en los altísimos misterios de la fe cristiana, antes de pretender discutirlos con nuestra razón: así también, parece que es falta, si luego de haber sido confirmados en la fe, no nos esforzamos por comprender aquello que creemos"(75). Se refiere aquí ANSELMO a aquella inteligencia de que habla el CONCILIO VATICANO(76); pero como el mismo santo dice en otro lugar: "Aunque después de los Apóstoles, muchos nuestros Santos Padres y Doctores, dicen tantas y tan grandes cosas de la razón de nuestra fe... no han podido, sin embargo decir todo lo que habrían dicho, si hubiesen vivido durante más tiempo; y por otra parte, la razón de la verdad es tan amplia y tan profunda, que no puede ser agotada por los mortales, y además, el Señor no cesa de partir los dones de su gracia en su Iglesia, con la cual ha prometido estar hasta el fin de los siglos. Y omitiendo ahora otros lugares donde la Sagrada Escritura nos invita a investigar la razón, aquél en donde nos dice: "si no creyereis, no comprenderéis", nos indica claramente su intención de hacer extensivo este asunto a la inteligencia, ya que nos enseña la manera de progresar en ella". Ni ha de hacerse caso omiso de la razón que añade en último término, a saber, "que entre la fe y la visión, se encuentra en medio la inteligencia que podemos tener en esta vida de los misterios, y por tanto, cuanto más adelantar e alguno en ésta, tanto más se acercará a aquélla, que todos anhelamos"(77).

22. Solidez en los estudios y males que se pueden seguir de la falta de ésta

   Con estos y semejantes principios estableció ANSELMO los fundamentos só lidos de los estudios filosóficos y teológicos; los mismos fueron por él pro puestos como régimen de los estudios para el futuro, los cuales después otros sapientísimos varones, príncipes de la escolástica, y en primer término SANTO TOMÁS DE AQUINO, acrecentaron, ilustraron y perfeccionaron para gran glo ria y defensa de la Iglesia.

   Gustosamente hemos hecho mención de este mérito de ANSELMO, Venerables Hermanos, porque nos dieron la ocasión que deseábamos de exhortaros a que procuréis conducir nuevamente a la juventud, sobre todo del clero, a las salubérrimas fuentes de la sabiduría cristiana, abiertas primero por el doctor de Aosta, y enriquecidas luego sobremanera por SANTO TOMÁS DE AQUINO. Sobre lo cual deseamos que no se echen en olvido las instrucciones de N uestro Predecesor LEÓN XIII, de feliz memoria(78), y las Nuestras, sobre las cuales hemos insistido tantas veces, y principalmente en la ya mencionada Encíclica "Pascendi dominici gregis" del día 8 de septiembre de 1907. Con demasiada claridad se confirma cada día más por la triste experiencia el daño y la ruina ocasionados por el descuido de estos estudios, o por haberlos realizado sin un método fijo y seguro, como quiera que no pocos, aun entre el clero, antes de haber obtenido la suficiente idoneidad y preparación para ello, se arrogaron el derecho de discutir "las más altas cuestiones de la fe"(79). Deplorando esto junto con ANSELMO que remos repetir sus serias recomendaciones: "Nadie pues, se entregue temerariamente a las intrincadas cuestiones de las cosas divinas si no ha adquirido primero, con la solidez de la fe, la estabilidad en sus costumbres y en la cien cia, no sea que discurriendo con incauta ligereza por los múltiples desvíos de los sofismas, se vea enredado en errores de los cuales le sea luego muy difícil librarse"(80). Si a esta ligereza se añaden luego los incentivos de las pasiones, como suele acontecer, síguese entonces la ruina total de los estudios serios y de la integridad de la doctrina. Porque hinchados con esa necia soberbia que lamenta SAN ANSELMO en los dialécticos herejes de su tiempo, desprecian la autoridad de la Sagrada Escritura y de los Santos Padres y Doctores, respecto de los cuales por el contrario, un talento más modesto repetiría las respetuosas palabras de ANSELMO: "Ni en nuestros tiempos, ni en el futuro, esperamos ver otros semejantes a ellos en la contemplación de la verdad"(81)

   Ni hacen mayor aprecio de la autoridad de la Iglesia y del Sumo Pontífice que se esfuerzan por volverlos al buen camino, a pesar de que en sus palabras se muestran muy generosos en declarar su sujeción a ellos, porque esperan que defendiéndose en esta forma obtendrán crédito y protección. Apenas pueden entreverse fundadas esperanzas de que éstos vuelvan al recto camino ya que niegan la obediencia a aquel a quien "la divina Providencia ha entregado... como a señor y padre de toda la Iglesia que peregrina en la tierra, la custodia de la vida y de la fe cristianas y el gobierno de la Iglesia, y por tanto, donde quiera que surja en la Iglesia algo en contra de la fe católica, a nadie pertenece con más justicia el enmendarlo, que a su autoridad; ni nadie con más seguridad puede corregir el error, como su prudencia"(82). y ojalá que estos pobres extraviados que tienen siempre prontas las hermosas palabras de sinceridad, de conciencia, de experiencia religiosa, de fe sentida y vivida, comprendiesen los sabios consejos de ANSELMO y procediesen según su ejemplo y doctrina, y sobre todo, ojalá que grabasen profundamente en sus corazones estas palabras: "En primer lugar debe purificarse el corazón por medio de la fe... y se han de iluminar los ojos mediante la observancia de los preceptos del Señor... y con humilde obediencia a los testimonios de Dios debemos hacemos pequeños para conseguir la sabiduría... Quitadas la fe y la obediencia a los mandamientos divinos, no sólo se ve impedida la inteligencia de llegar a comprender las verdades más elevadas, sino que aún pierde a veces el talento concedido, y hasta la misma fe, si se descuida la buena conciencia"(83).

23. Exhortación final. 

   Por lo tanto, si estos hombres inquietos continúan obstinados en esparcir los motivos de disensiones y de errores, en disipar el patrimonio de la doctrina sagrada de la Iglesia, en impugnar la disciplina, en despreciar las costumbres más venerables, "siendo una especie de herejía pretender destruirlas"(84), y en abatir desde sus fundamentos la misma constitución divina de la Iglesia; con tanto mayor cuidado debemos nosotros, Venerables Hermanos, vigilar y alejar de nuestra grey, sobre todo de su parte más delicada, que es la juventud, una peste tan perniciosa. Esta gracia pedimos incesantemente a Dios, interponiendo el valioso patrocinio de su Augusta Madre, y la intercesión de los bienaventurados habitantes de la Iglesia triunfante, especialmente de SAN ANSELMO, astro resplandeciente de cristiana sabiduría, guardián incorrupto y valiente defensor de todos los sagrados derechos de la Iglesia. Al mismo queremos dirigirnos con las palabras, que cuando aún vivía en la tierra, le escribió Nuestro Santo Predecesor GREGORIO VII: "Como quiera que el olor tus buenas obras ha llegado hasta nosotros, damos gracias a Dios y te abrazamos de corazón en el amor de Cristo, teniendo por cierto que merced a tus ejemplos ha progresado la Iglesia Dios, y que por tus oraciones y las de los que son semejantes a ti, podrá ser  también librada de los peligros que la amenazan viniendo en su ayuda la misericordia de Cristo. Asimismo, pedimos a tu caridad que ruegues asiduamente a Dios a fin de que aunque salve a su Iglesia, y a Nosotros, que aunque indignos la gobernamos, de los inminentes ataques de herejes, y para que a éstos, abandonando sus errores, los conduzca al camino de la verdad"(85).

   Sostenidos con estos auxilios y confiados en vuestra correspondencia, a todos vosotros, Venerables Hermanos, al clero y al pueblo entregado a cada de vosotros, os impartimos con todo afecto en el Señor Nuestra bendición apostólica como prenda de la gracia divina y testimonio de Nuestra especial benevolencia.

   Dado en Roma, junto a San Pedro, en la festividad de SAN ANSELMO, día 21 de abril de 1909, en el año sexto de Nuestro Pontificado.

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