Magisterio de la Iglesia

Il fermo proposito *(Encíclica)


SAN PÍO X
Sobre la Acción Católica (En Italia)
11 de junio de 1905 

Venerables Hermanos: Salud y Bendición apostólica:

1. La necesidad de la colaboración de cada miembro al cuerpo místico.

   El firme propósito que, desde el principio de Nuestro Pontificado, concebimos de querer consagrar todas las fuerzas que la benignidad del Señor se digna concedernos a la restauración de todas las cosas en Cristo, despierta en Nuestro pecho suma confianza en la poderosa gracia de Dios, sin la cual es imposible pensar o emprender aquí en la tierra cosa alguna grande y fecunda para la salvación de las almas. Pero al mismo tiempo sentimos viva, como nunca, la necesidad de ser ayudados concorde y constantemente en la noble empresa por vosotros, Venerables Hermanos, llamados a una parte de Nuestro oficio pastoral, y por todos y cada uno de los clérigos y fieles confiados a vuestra solicitud. Todos, en verdad, estamos llamados a componer en la Iglesia de Dios aquel cuerpo único, cuya cabeza es Cristo; cuerpo apretadamente trabado, como enseña el Apóstol(1), y muy ensamblado en todas sus junturas comunicantes, y ello en virtud de la operación proporcionada de cada miembro, de donde precisamente el cuerpo mismo recibe su propio acrecentamiento, perfeccionándose poco a poco en el vínculo de la caridad. Y si en esta obra de edificación del cuerpo de Cristo(2) es Nuestro primer oficio el enseñar, el señalar el recto camino a seguir y proponer sus medios, así como amonestar y exhortar paternalmente, también es obligación de todos Nuestros hijos dilectísimos, esparcidos por el mundo, acoger Nuestras palabras, cumplirlas primero en sí mismo y ayudar eficazmente a que se cumplan en los demás, cada uno conforme a la gracia recibida de Dios, conforme a su estado y oficio, conforme al celo en que sienta inflamado su corazón.

I. LA ACCIÓN CATÓLICA EN GENERAL

2. Las asociaciones de de la Acción Católica ya existentes y las orientaciones ya dadas.

   Solamente queremos traer aquí a la memoria aquellas múltiples obras de celo en bien de la Iglesia, de la sociedad civil y de las personas particulares, comúnmente designadas con el nombre de Acción Católica, que por la gracia de Dios florecen, en todas partes, y abundan también en nuestra Italia. Bien se os alcanza, Venerables Hermanos, en cuánta estima debemos tenerlas y cuan íntimamente anhelamos verlas afianzadas y promovidas. No sólo en varias ocasiones hemos tratado de ellas en conversaciones con alguno al menos de vosotros y con sus principales representantes en Italia, cuando Nos ofrecían personalmente el homenaje de su devoción y afecto filial; mas también Nos mismo publicamos acerca de este asunto o mandamos publicar con Nuestra autoridad diversos documentos, que ya conocéis. Verdad es que algunos de ellos, como lo requerían las circunstancias para Nos dolorosas, más bien se enderezaban a quitar de en medio obstáculos al desarrollo más expedito de la Acción Católica y condenar ciertas tendencias indisciplinadas que con grave menoscabo de la causa común se iban insinuando. Pero no veía Nuestro corazón la hora de deciros también a todos alguna palabra de paternal aliento y exhortación, con el fin de que en esta materia, libre ya —en lo que a Nos toca— de impedimentos, se prosiga edificando el bien y aumentándolo con toda amplitud. Gratísimo Nos es, por lo tanto, el hacerlo hoy por las presentes Letras para común consuelo, con la seguridad de que Nuestras palabras serán dócilmente oídas y obedecidas por todos.

  a) Campo de la A. C.

3. Abarca toda la vida cristiana y procura bienes sobrenaturales.

   Anchísimo es el campo de la Acción Católica, pues ella de suyo no excluye absolutamente nada de cuanto en cualquier modo, directa o indirectamente, pertenece a la divina misión de la Iglesia. Muy fácil es descubrir la necesidad del concurso individual a tan importante obra, no sólo en orden a la santificación de nuestras almas, sino también respecto a extender y dilatar más y más el Reino de Dios en los individuos, en las familias y en la sociedad, procurando cada cual, en la medida de sus fuerzas, el bien del prójimo con la divulgación de la verdad revelada, con el ejercicio de las cristianas virtudes y con las obras de de caridad o de misericordia espiritual o corporal. Este es aquel andar según Dios, a que nos exhorta San Pablo, de suerte que le agrademos en todo, produciendo frutos de buenas obras, y creciendo en la ciencia divina: "Para que andéis de una manera digna del Señor, procurando serle gratos en todo, dando frutos de toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios"(3).

4. Los bienes de orden natural. 

   Además de estos bienes, hay otros muchos que pertenecen al orden natural, a los que de por sí no está ordenada directamente la misión de la Iglesia, pero que también se derivan de ella como una natural consecuencia suya. Tan resplandeciente es la luz de la católica revelación, que esparce por todas las ciencias el fulgor de sus rayos; tanta la fuerza de las máximas evangélicas, que los preceptos de la ley natural se arraigan más hondamente y se fortifican; tan grande, en fin, es la eficacia de la verdad y de la moral enseñadas por Jesucristo, que aun el bienestar material de los individuos, de la familia y de la sociedad humana halla en ellas providencial apoyo y vigor. La Iglesia, al predicar a Cristo crucificado, escándalo y locura a los ojos del mundo(4), vino a ser la primera inspiradora y fautora de la civilización, y la difundió doquier que predicaran sus Apóstoles, conservando y perfeccionando los buenos elementos de las antiguas civilizaciones paganas, arrancando a la barbarie y adiestrando para la vida civil los nuevos pueblos, que se guarecían al amparo de su seno maternal, y dando a toda la sociedad, aunque poco a poco, pero con pasos seguros y siempre progresivos aquel sello tan realzado que conserva universalmente hasta el día de hoy. La civilización del mundo es civilización cristiana: tanto es más verdadera, durable y fecunda en preciosos frutos, cuanto es más genuinamente cristiana; tanto más declina, con daño inmenso del bienestar social, cuanto más se sustrae a la idea cristiana. Así que aun por la misma fuerza intrínseca de las cosas, la Iglesia, de hecho, llegó a ser la guardiana y defensora de la civilización cristiana. Tal hecho fue reconocido y admitido en otros siglos de la historia y hasta formó el fundamento inquebrantable de las legislaciones civiles. En este hecho estribaron las relaciones entre la Iglesia y los Estados, el público reconocimiento de la autoridad de la Iglesia en todo cuanto de algún modo toca a la conciencia, la sumisión de todas las leyes del Estado a las divinas leyes del Evangelio, la concordia de los dos poderes, del Estado y de la Iglesia, en procurar de tal modo el bien temporal de los pueblos, que el eterno no padeciese quebranto.

  b) Iglesia y civilización

5. Bienes de la sociedad impedidos.

   No hace falta deciros, Venerables Hermanos, qué linaje de prosperidad y bienestar, de paz y concordia, de respetuosa sumisión a la autoridad y de acertado gobierno se lograría y florecería en el mundo, si se pudiera realizar íntegro el perfecto ideal de la civilización cristiana. Mas, dada la guerra continua de la carne contra el espíritu, de las tinieblas contra la luz, de Satanás contra Dios, no es de esperar tal felicidad, al menos en su plenitud. De ahí que a las pacíficas conquistas de la Iglesia se van haciendo continuos ataques, tanto más dolorosos y funestos cuanto más propende la humana sociedad a regirse por principios adversos al concepto cristiano, y, aun más, a apostatar totalmente de Dios.

6. Pese a las persecuciones la Iglesia logrará restaurarlo todo en Cristo. 

   No por eso hay que perder el ánimo. Sabe la Iglesia que contra ella no prevalecerán las puertas del infierno; mas tampoco ignora que habrá en el mundo opresiones, que sus apóstoles son enviados como corderos entre lobos, que sus seguidores serán siempre el blanco del odio y del desprecio, como de odio y desprecio fue víctima su divino Fundador. Pero la Iglesia marcha adelante imperturbable, y mientras propaga el reino de Dios en donde antes no se predicó, procura por todos medios el reparar las pérdidas sufridas en el reino ya conquistado. Restaurarlo todo en Cristo ha sido siempre su lema, y es principalmente el Nuestro en los perturbados tiempos que atravesamos. Restaurarlo todo, no como quiera, sino en Cristo; lo que hay en el cielo y en la tierra, en El, agrega el Apóstol(5); restaurar en Cristo no sólo cuanto propiamente pertenece a la divina misión de la Iglesia, que es guiar las almas a Dios, sino también todo cuanto se ha derivado espontáneamente de aquella divina misión, en la forma que hemos explicado, esto es, la civilización cristiana con el conjunto de todos y cada uno de elementos que la constituyen.

  c) Perennidad y variedad

7. Las fuerzas vivas de la Iglesia introducen un nuevo orden en todo.

   Y por hacer alto en sola esta última parte de la anhelada restauración, bien veis, Venerables Hermanos, cuánto ayudan a la Iglesia aquellas falanges de católicos, que precisamente se proponen el reunir y concentrar en uno todas sus fuerzas vivas, para combatir por todos los medios medios justos y legales contra la civilización anticristiana: reparar a toda costa los gravísimos desórdenes que de ella provienen; introducir de nuevo a Jesucristo en la familia, en la escuela, en la sociedad; restablecer el principio de la autoridad humana. como representante de la de Dios; tomar muy a pecho los intereses del pueblo, u particularmente los de la clase obrera y agrícola, no sólo infundiendo el el corazón de todos la verdad religiosa, único verdadero manantial de consuelo en los trances de la vida, sino cuidando de enjugar sus lágrimas, suavizar sus penas, mejorar su condición económica con bien concertadas medidas; trabajar por conseguir que las leyes públicas se acomoden a la justicia y se corrijan o se destierren las que le son contrarias; defender, finalmente, y mantener con ánimo verdaderamente católico los fueros de Dios y los no menos sacrosantos derechos de la Iglesia.

8. El auxiliar organizado de la Iglesia: la Acción Católica. 

   El conjunto de todas estas obras, alentada y promovidas en gran parte por los seglares católicos y variamente trazadas conforme a las necesidades propias de cada nación y las circunstancias peculiares de cada país, es precisamente lo que con término más especial y ciertamente más noble suele llamarse Acción Católica o Acción de los Católicos. En todo tiempo se empleó ella en ser auxiliar de la Iglesia; auxilio, que la Iglesia acogió siempre con benignidad y bendijo, siquiera se haya desarrollado en muy diversos modos según eran los tiempos.

9. A nuevas necesidades, nuevos métodos y nuevos medios. 

   Conviene ya ahora notar que no todo lo que pudo ser útil y aun lo único eficaz en los siglos pasados sea posible restablecer hoy en la misma forma: radicales son los cambios que con el correr de los tiempos se introducen en la sociedad y en la vida pública y tantas las nuevas necesidades que el cambio de circunstancias suscita continuamente. Pero la Iglesia, en el largo curso de su historia, ha demostrado siempre y en todo caso, con toda claridad, que poseía una maravillosa virtud para adaptarse a las variables condiciones de la sociedad civil, de suerte que, salva siempre la integridad e inmutabilidad de la fe y de la moral, salvos también sus sacratísimos derechos, fácilmente se adapta y se ajusta, en todo cuanto es contingente y accidental, a las vicisitudes de los tiempos y a las nuevas exigencias de la sociedad. La piedad, dice San Pablo, es útil para todo, pues posee promesas divinas, así en orden a los bienes de la vida actual como a los de la futura(6). Por esto también, la Acción católica, aunque varía oportunamente en sus formas exteriores y en los medios que emplea, permanece siempre la misma en los principios que la dirigen y en el fin nobilísimo que pretende. Por lo tanto, para que al mismo tiempo sea verdaderamente eficaz, convendrá advertir con diligencia las condiciones que la misma impone, considerando bien su naturaleza y su fin.

  d) El verdadero católico

10. La reforma fundamental es la de los cristianos mismos.

   Ante todo ha de quedar bien grabado en lo más profundo del corazón que es inútil el instrumento, si no se ajusta a la obra que se trata de realizar. La Acción Católica (como consta con evidencia de los dicho), puesto que intenta restaurarlo todo en Cristo, constituye un verdadero apostolado a honra y gloria del mismo Cristo. Para bien cumplirlo, se requiere la gracia divina, la cual no se otorga al apóstol que no viva unido con Cristo. Sólo cuando hayamos formado la imagen de Cristo en nosotros, entonces podremos con facilidad comunicarla, a nuestra vez, a las familias y a la sociedad. Por cuya causa, los llamados a dirigir o los dedicados a promover el movimiento católico han de ser católicos a toda prueba, convencidos de su fe, sólidamente instruidos en las cosas de religión, sinceramente obedientes a la Iglesia y en particular a esta Suprema Cátedra Apostólica y al Vicario, de piedad genuina, de firmes virtudes, de costumbres puras, de vida tan intachable que a todos sirvan de eficaz ejemplo. Si así no está templado el ánimo, no sólo será difícil que promueva el bien los demás, sino que le será casi imposible proceder con rectitud de intención, y le faltarán fuerzas para sobrellevar con perseverancia los desalientos que lleva consigo todo apostolado, las calumnias de los adversarios, la frialdad y poca correspondencia aún de los hombres de bien, a veces hasta las envidias de los amigos y compañeros de acción, excusables sin género de duda, dada la flaqueza de la humana condición, pero no menos perjudiciales, y causa de discordias, de conflictos, de domésticas disensiones. Sólo una virtud, paciente y firme en el bien, y al mismo tiempo dulce y delicada, es capaz de desviar o disminuir estas dificultades, de modo que la empresa a que se consagran las fuerzas católicas no se ponga en peligro. Tal es la voluntad de Dios, decía San Pedro a los primitivos fieles, que obrando bien tapéis la boca a los hombres ignorantes: "Tal es la voluntad de Dios, que, obrando el bien, amordacemos la ignorancia de los hombres insensatos" (7).

  e) Límites de la A. C.

11. La Acción Católica debe emprender obras morales y materiales de trascendencia social.

   Importa, además, precisar bien las empresas en que se han de emplear con toda energía y constancia las fuerzas católicas. Deben ser de tan evidente importancia, tan adecuadas a las necesidades de la sociedad actual, tan conformes a los intereses morales y materiales, especialmente del pueblo y de las clases desheredadas, que al paso que excitan fervorosos alientos en los promovedores de la Acción Católica por el copioso y seguro provecho que de suyo prometen, sean, al mismo tiempo, fácilmente comprendidas y bien acogidas por todos. Precisamente, porque los graves problemas de la vida social moderna exigen una solución pronta y segura, se despierta en todos un vivísimo anhelo de saber y conocer los varios modos de proponer aquellas soluciones en la práctica. Las discusiones en uno u otro sentido se multiplican hoy cada vez más y se propagan fácilmente mediante la prensa. Es, por lo tanto, de perentoria necesidad que la Acción Católica, aprovechándose del momento oportuno, saliendo a la palestra con gallardía, presente su solución y la haga valer con una propaganda firme, activa, inteligente, disciplinada, tal que directamente se oponga a la propaganda de los enemigos. Es de todo punto imposible que la bondad y la justicia de los principios cristianos, la recta moral profesada por los católicos, el pleno desinterés de las cosas propias, no deseando clara y sinceramente sino el verdadero, sólido y supremo bien del prójimo, en fin, la evidente capacidad de promover mejor que otros los verdaderos intereses económicos del pueblo; es imposible, repitámoslo, que estos motivos no hagan mella en el entendimiento y corazón de cuantos los oyen, y no acrecienten las filas, hasta formar un ejército fuerte y compacto, dispuesto a resistir valientemente a la corriente contraria, y hacerse respetar por el enemigo.

12. Soluciones prácticas de la cuestión social. 

   Esta suprema necesidad la advirtió muy bien Nuestro Predecesor, de s. m., León XIII, cuando señaló, especialmente en la memorable encíclica Rerum novarum y en otros documentos posteriores, la materia sobre la que debía versar principalmente la Acción católica, esto es, la solución práctica, conforme a los principios cristianos, de la cuestión social. Siguiendo Nos estas prudentes normas, por Nuestro Motu Proprio del 18 de diciembre de 1903, dimos a la Acción Popular Cristiana, que abraza en sí todo el movimiento social católico, un ordenamiento fundamental que fuese la regla práctica del trabajo común y el lazo de la concordia y caridad. Aquí, pues, y para este fin santísimo y urgentísimo, han de agruparse y solidarizarse todas las obras católicas, variadas y múltiples en la forma, pero todas igualmente enderezadas a promover con eficacia el mismo bien social.

13. Concordia en las obras sociales.

   Mas a fin de que esta Acción social se mantenga y prospere con la debida cohesión de las varias obras que la componen, importa sobremanera que los católicos procedan con ejemplar concordia entre sí; la cual, por otra parte, no se logrará jamás, si no hay en todos unidad de propósitos. Sobre esta necesidad no puede haber ningún linaje de duda; tan claros y evidentes son los documentos dados por esta Cátedra Apostólica, tan viva es la luz que han derramado con sus escritos los más insignes católicos de todos los países; tan loable es el ejemplo, que muchas veces aun Nos mismos hemos propuesto, de católicos de otras naciones, los cuales, precisamente por esta cabal concordia y unidad de inteligencia, en corto tiempo alcanzaron frutos fecundos y muy consoladores.

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