Magisterio de la Iglesia
Notre charge apostolique (Carta)
Venerables Hermanos: Salud y Bendición apostólica: INTRODUCCIÓN Antecedentes sobre el movimiento "Le Sillon"
1. Vigilancia apostólica sobre la naturaleza de la fe y la propagación de errores presentados en lenguaje que carece de claridad, lógica y verdad. Nuestro cargo apostólico nos impone la obligación de velar por la pureza de la fe y la integridad de la disciplina católica y de preservar a los fieles de los peligros del error y del mal, mayormente cuando el error y el mal se presentan con un lenguaje atrayente que, cubriendo la vaguedad de las ideas y el equívoco de las expresiones con el ardor del sentimiento y la sonoridad de las palabras, puede inflamar los corazones en el amor de causas seductoras pero funestas. Tales fueron, no ha mucho, las doctrinas de los seudofilósofos del siglo 18, las de la Revolución (Francesa) y del Liberalismo tantas veces condenadas; tales son aun hoy las teorías de "Le Sillon"; las cuales, no obstante apariencias brillantes y generosas, carecen con harta frecuencia de claridad, de lógica y de verdad, y, por esta parte, no son propias, ciertamente, del espíritu católico y francés. 2. El Papa enjuicia su doctrina, pese al amor y aprecio que siente por sus personas. Hemos titubeado mucho tiempo, Venerables Hermanos, en manifestar pública y solemnemente nuestro juicio acerca de "Le Sillon", habiendo sido preciso, para que Nos decidiéramos a hacerlo, que vuestras preocupaciones vinieran a juntarse a las nuestras; porque Nos amamos a la valiente juventud alistada bajo la bandera de "Le Sillon", y la creemos por muchos conceptos digna de elogio y admiración. Amamos a sus jefes, en quienes, Nos complacemos en reconocer espíritus elevados, superiores a las pasiones vulgares y animados del más noble entusiasmo por el bien, Vosotros los habéis visto, Venerables Hermanos, penetrados de su afecto vivísimo de fraternidad humana, ir al encuentro de los que trabajan y padecen, para sacarlos de la miseria y sostenidos en su sacrificio por el amor a Jesucristo y por la práctica ejemplar de la Religión.
3. Origen y buena obra que realizó "Le Sillon". Era el día de la memorable Encíclica que publicó Nuestro Predecesor, de feliz memoria, León XIII, sobre la condición de los obreros (Rerum Novarum). La Iglesia, por boca de su Cabeza suprema, había vertido sobre los pequeños todas las ternuras de su corazón maternal, y parecía que con vivas ansias convocaba a campeones, cada día más numerosos, de la restauración de la justicia y del orden en nuestra sociedad perturbada, ¿No es verdad que los fundadores de "Le Sillon" venían en la ocasión propicia a poner muchedumbres de jóvenes y creyentes al servicio de la Iglesia para ayudarla a realizar sus deseos y esperanzas? Y en realidad de verdad "Le Sillon" enarboló entre clases obreras el estandarte de Jesucristo, el signo de salvación para os individuos y las naciones, alimentando su actividad social en las fuentes de la gracia, imponiendo respeto de la Religión a las gentes menos favorables, acostumbrando a los ignorantes y a los impíos a oír hablar de Dios, y a menudo, en conferencias de controversia, ante un auditorio hostil, surgiendo, excitado por una pregunta o por un sarcasmo, para confesar su fe denodada y arrogantemente. Estos eran los buenos tiempos de "Le Sillon", este su lado bueno, que explica los alientos y las aprobaciones que ni el Episcopado ni la Santa Sede le regatearon, mientras este fervor religioso pudo velar el verdadero carácter del movimiento sillonista. 4. Las desviaciones doctrinales del movimiento por falta de formación. Porque hay que decirlo, Venerables Hermanos: nuestras esperanzas se han visto en gran parte defraudadas. Llegó un día en que "Le Sillon" descubrió para ojos perspicaces, algunas tendencias alarmantes. "Le Sillon" se extraviaba. ¿Podría suceder otra cosa? Sus fundadores, jóvenes, entusiastas y llenos de confianza en sí mismos, no estaban bastante pertrechados de ciencia histórica, de sana filosofía y de teología sólida ni para afrontar sin peligro los difíciles problemas sociales y que los arrastraba a su actitud y su corazón, ni para precaverse, en el terreno de la doctrina y de la obediencia, contra las infiltraciones liberales y protestantes. 5. El Papa llama la atención a sacerdotes, seminaristas y fieles. No les faltaron consejos; a los consejos sucedieron avisos; pero hemos tenido el sentimiento de ver que avisos y reprensiones se deslizaban sobre sus almas escurridizas sin producir resultado. Las cosas han llegado a tal extremo, que haríamos traición a Nuestro deber si guardáramos silencio por más tiempo. Tenemos obligación de decir la verdad a nuestros queridos hijos de "Le Sillon", a quienes un generoso ardor ha llevado a un camino tan errado como peligroso. Tenemos obligación de decirla a los muchísimos seminaristas y sacerdotes que "Le Sillon" ha apartado, si no de la autoridad, por lo menos de la dirección e influencia de los Obispos; tenemos obligación de decirla, finalmente, a la Iglesia, dentro de la cual "Le Sillon" siembra la discordia y cuyos intereses compromete. I. JUICIO SOBRE "LE SILLON" EN GENERAL
6. No hay exclusivo orden temporal; todo lo humano está sujeto a la moral y por ende a la autoridad eclesiástica. En primer lugar, conviene censurar severamente la pretensión de "Le Sillon" de sustraerse a la dirección de la autoridad eclesiástica. Los jefes de "Le Sillon" alegan que se mueven en un terreno que no es el de la Iglesia, que sólo se proponen fines del orden temporal, y del orden espiritual; que el sillonista es simplemente un católico dedicado a la causa de las clases trabajadoras, a las obras democráticas, y que saca de la práctica de su fe la valentía de su sacrificio; que, ni más ni menos que los artesanos, los labradores, los economistas y los políticos católicos, está sujeta a las reglas de la moral, comunes a todos, sin depender ni más ni menos que ellos, de una manera especial de la autoridad eclesiástica. 7. Su obra social es moral y religiosa; afirmar lo contrario es un error. Facilísima es la contestación a estos subterfugios. ¿A quién se hará creer que los sillonistas católicos, que los sacerdotes y seminaristas alistados en sus filas no tienen, en su actividad social, más fin que los intereses temporales de las clases obreras? Afirmar de ellos tal cosa, creemos que sería hacerles agravio. La verdad es que los jefes de "Le Sillon" se proclaman idealistas irreductibles; que quieren levantar las clases trabajadoras, levantando primero la conciencia humana; que tienen doctrina social propia y principios filosófico y religiosos propios para reorganizar una sociedad con un plan nuevo: que se han formado un concepto especial de la dignidad humana, de la libertad, de la justicia y de la fraternidad, y que, para justificar sus sueños sociales apelan al Evangelio interpretando a su modo, y lo que es más grave todavía, a un Cristo desfigurado y disminuido. Además enseñan estas ideas en sus Círculos de estudios, las inculcan a sus compañeros y las trasladan a sus obras. Son, por tanto, verdaderos profesores de moral social, cívica y religiosa; y cualesquiera que sean las modificaciones que quieran introducir en la organización del movimiento sillonista, tenemos el derecho de decir que el fin de "Le Sillon", su carácter, su acción, pertenecen al dominio de la moral, que es el dominio propio de la Iglesia, y que, por consiguiente se alucinan los sillonistas cuando creen obrar en un terreno en cuyos linderos expiran los derechos del poder doctrinal y directivo de la autoridad eclesiástica. 8. El católico no debe sustraerse a la disciplina eclesiástica. Aunque sus doctrinas estuvieran exentas de error, fuera con todo eso gravísima infracción de la disciplina católica el sustraerse obstinadamente a la dirección de los que han recibido del cielo la misión de guiar a los individuos y a las sociedades por el recto sendero de la verdad y del bien. Pero el mal es más hondo, ya lo hemos dicho: "Le Sillon", arrebatado por un amor mal entendido a los débiles, se ha deslizado en el error.
9. La doctrina católica y papal sostiene la diversidad de clases. En efecto, "Le Sillon" se propone el mejoramiento y regeneración de las clases obreras. Mas sobre esta materia están ya fijados los principios de la doctrina católica, y ahí está la historia de la civilización cristiana para atestiguar su bienhechora fecundidad. Nuestro Predecesor, de feliz memoria, los recordó en páginas magistrales, que los católicos aplicados a las cuestiones sociales deben estudiar y tener siempre presentes. Él enseñó especialmente que la democracia cristiana debe "mantener la diversidad de clases, propias ciertamente de una sociedad bien consituída, y querer para la sociedad humana aquélla forma y condición que Dios, su Autor, le señaló"(1). Anatematizó una "cierta democracia cuya perversidad llega al extremo de atribuir a la sociedad las soberanía del pueblo y procurar la supresión y nivelación de las clases". Al propio tiempo, León XIII imponía a los católicos el único programa de acción capaz de restablecer y mantener a la sociedad en sus bases cristianas seculares. Ahora bien, ¿qué han hecho los jefes de "Le Sillon"? No sólo han adoptado un programa y una enseñanza diferentes de las de León XIII (y ya sería singular audacia de parte de unos legos erigirse en directores de la actividad social de la Iglesia en competencia con el Soberano Pontífice), sino que abiertamente han rechazado el programa trazado por León XIII, adoptando otro diametralmente opuesto. Además de esto, desechando la doctrina recordada por León XIII acerca de los principios esenciales de la sociedad, colocan la autoridad en el pueblo o casi la suprimen, y tienen por ideal realizable la nivelación de clases. Van, pues, al revés de la doctrina católica, hacia un ideal condenado. 10. Labor encomiable de los "sillonistas", acompañada de exageraciones nocivas. Ya sabemos que se lisonjean de levantar la dignidad humana y la condición, harto menospreciada, de las clases trabajadoras; de procurar que sean justas y perfectas las leyes del trabajo y las relaciones entre el capital y los salarios, de reinar, en fin, sobre la tierra una justicia mejor y mayor caridad; y de promover en la humanidad, con movimientos sociales hondos y fecundos, un progreso inesperado. Nos, ciertamente, no vituperamos esos esfuerzos, que serían a todos visos excelentes si los sillonistas no olvidaran que el progreso de un ser consiste en vigorizar sus facultades naturales con nuevas fuerzas, y en facilitar el ejercicio de su actividad en los límites y leyes de su constitución; pero que si, al contrario, se hieren sus órganos esenciales y se violan los límites de su actividad, se le empuja, no hacia el progreso, sino hacia la muerte. Esto es, sin embargo, lo que ellos quieren hacer de la sociedad humana; su sueño consiste en cambiar sus cimientos naturales y tradicionales y en prometer una ciudad futura edificada sobre otros principios que se atreven a declarar más fecundos, más beneficiosos que aquellos sobre los que descansa la actual sociedad cristiana. 11. Dios y la Iglesia pusieron los cimientos de la sociedad; los católicos deben restaurarlos sin cesar. No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo (2) Y para que no se nos acuse de formular juicios demasiado sumarios y con rigor no justificado acerca de las teorías sociales de "Le Sillon", queremos recordar sus puntos esenciales.
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