Magisterio de la Iglesia
Ad catholici sacerdotii
20. Principales temas de su predicación: el espíritu sobrenatural y la caridad
Si se consideran además, una por una, las verdades mismas que el sacerdote debe
inculcar con más frecuencia, para cumplir fielmente los deberes de su sagrado
ministerio, y se pondera la fuerza que en sí encierran, fácilmente se echará
de ver cuán grande y cuán benéfico ha de ser el influjo del sacerdote para la
elevación moral, pacificación y tranquilidad de los pueblos. Por ejemplo,
cuando recuerda a grandes y a pequeños la fugacidad de la vida presente, lo
caduco de los bienes terrenos, el valor de los bienes espirituales para el alma
inmortal, la severidad de los juicios divinos, la santidad incorruptible de
Dios, que con su mirada escudriña los corazones y pagará a cada uno conforme a
sus obras(41).
Nada más a propósito que estas y otras semejantes enseñanzas para templar el
ansia febril de los goces y desenfrenada codicia de bienes temporales, que, al
degradar hoy a tantas almas, empujan a las diversas clases de la sociedad a
combatirse como enemigos, en vez de ayudarse unas a otras en mutua colaboración.
Igualmente, entre tantos egoísmos encontrados, incendios de odios y sombríos
designios de venganza, nada más oportuno y eficaz que proclamar muy alto el
mandamiento nuevo(42)
de Jesucristo, el precepto de la caridad, que comprende a todos, no conoce
barreras ni confines de naciones o pueblos, no exceptúa ni siquiera a los
enemigos. 21. Los frutos de su palabra, en especial en las misiones
Una gloriosa experiencia, que lleva ya veinte siglos, demuestra la grande y
saludable eficacia de la palabra sacerdotal, que, siendo eco fiel y repercusión
de aquella palabra de Dios que es viva y eficaz y más penetrante que cualquier
espada de dos filos, llega también hasta los pliegues del alma y del espíritu(43),
suscita heroísmos de todo género, en todas las clases y en todos los países,
y hace brotar de los corazones generosos las más desinteresadas acciones.
Todos
los beneficios que la civilización cristiana ha traído al mundo se deben, al
menos en su raíz, a la palabra y a la labor del sacerdocio católico. Un pasado
como éste bastaría, sólo él, cual prenda segura del porvenir, si no tuviéramos
más segura palabra(44)
en las promesas infalibles de Jesucristo.
También la obra de las misiones, que de modo tan luminoso manifiesta el poder
de expansión de que por la divina virtud está dotada la Iglesia, la promueven
y la realizan principalmente los sacerdotes, que, abanderados de la ley y de la
caridad, a costa de innumerables sacrificios, extienden y dilatan las fronteras
del reino de Dios en la tierra. 22. Su misión medianera por la oración privada y oficial
Finalmente, el sacerdote, continuando también en este punto la misión de
Cristo, el cual pasaba la noche entera orando a Dios(45)
y siempre está vivo para interceder por nosotros(46),
como mediador público y oficial entre la humanidad y Dios, tiene el encargo y
mandato de ofrecer a El, en nombre de la Iglesia, no sólo el sacrificio
propiamente dicho, sino también el sacrificio de alabanza(47)
por medio de la oración pública y oficial; con los salmos, preces y cánticos,
tomados en gran parte de los libros inspirados, paga él a Dios diversas veces
al día este debido tributo de adoración, y cumple este tan necesario oficio de
interceder por la humanidad, hoy más que nunca afligida y más que nunca
necesitada de Dios. ¿Quién puede decir los castigos que la oración sacerdotal
aparta de la humanidad prevaricadora y los grandes beneficios que le procura y
obtiene?
Si
aun la oración privada tiene a su favor promesas de Dios tan magníficas y
solemnes como las que Jesucristo le tiene hechas(48),
¿cuánto más poderosa será la oración hecha de oficio en nombre de la
Iglesia, amada Esposa del Redentor? El cristiano, por su parte, si bien con
harta frecuencia se olvida de Dios en la prosperidad, en el fondo de su alma
siempre siente que la oración lo puede todo, y como por santo instinto, en
cualquier accidente, en todos los peligros públicos y privados, acude con gran
confianza a la oración del sacerdote. A ella piden remedios los desgraciados de
toda especie; a ella se recurre para implorar el socorro divino en todas las
vicisitudes de este mundanal destierro. Verdaderamente, el sacerdote está
interpuesto entre Dios y el humano linaje: los beneficios que de allá nos
vienen, él los trae, mientras lleva nuestras oraciones allá, apaciguando al Señor
irritado(49).
¿Qué más? Los mismos enemigos de la Iglesia, como indicábamos al principio,
demuestran, a su manera, que conocen toda la dignidad e importancia del
sacerdocio católico cuando dirigen contra él los primeros y más fuertes
golpes, porque saben muy bien cuán íntima es la unión que hay entre la
Iglesia y sus sacerdotes. Unos mismos son hoy los más encarnizados enemigos de
Dios y los del sacerdocio católico: honroso título que hace a éste más digno
de respeto y veneración. II. LA SANTIDAD Y LAS VIRTUDES DEL SACERDOTE 1. La excelsa dignidad 23. La dignidad objetiva y las flaquezas Altísima es, pues, venerables hermanos, la dignidad del sacerdote, sin que puedan empañar sus resplandores las flaquezas, aunque muy de sentir y llorar, de algunos indignos; como tales flaquezas no deben bastar para que se condenen al olvido los méritos de tantos otros sacerdotes, insignes por virtud y por saber, por celo y aun por el martirio. Tanto más cuanto que la indignidad del sujeto en manera alguna invalida sus actos ministeriales: la indignidad del ministro no toca a la validez de los sacramentos, que reciben su eficacia de la Sangre sacratísima de Cristo, independientemente de la santidad del sacerdote; pues aquellos instrumentos de eterna salvación (los sacramentos) causan su efecto, como se dice en lenguaje teológico, ex opere operato. 24. Esta dignidad esige la santidad de vida Con todo, es manifiesto que tal dignidad ya de por sí exige, en quien de ella está investido, elevación de ánimo, pureza de corazón, santidad de vida correspondiente a la alteza y santidad del ministerio sacerdotal. Por él, como hemos dicho, el sacerdote queda constituido medianero entre Dios y el hombre, en representación y por mandato del que es único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo Hombre (50).2. La santidad obligatoria 25. La santidad sacerdotal en el Antiguo Testamento, supone santidad mayor en el Nuevo Por esta causa, ya en el Antiguo Testamento mandaba Dios a sus sacerdotes y levitas: «Que sean santos, porque santo soy Yo, el Señor, que los santifica»(53) . Y el sapientísimo Salomón, en el cántico de la dedicación del templo, esto precisamente es lo que pide al Señor para los hijos de Aarón: «Revístanse de santidad tus sacerdotes y regocíjense tus santos»(54). Pues, venerables hermanos, si tanta justicia, santidad y fervor —diremos con San Roberto Belarmino— se exigía a aquellos sacerdotes, que inmolaban ovejas y bueyes, y alababan a Dios por beneficios temporales, ¿qué no se ha de pedir a los que sacrifican el Cordero divino y ofrecen acciones de gracias por bienes sempiternos?(55). Grande es la dignidad de los Prelados —exclama San Lorenzo Justiniano—, pero mayor es su carga; colocados en alto puesto, han de estar igualmente encumbrados en la virtud a los ojos de Aquel que todo lo ve; si no, la preeminencia, en vez de mérito, les acarreará su condenación(56).26. Sus títulos de honor son razones que obligan a la santidad En verdad, todas las razones por Nos aducidas antes para hacer ver la dignidad del sacerdocio católico tienen su lugar aquí como otros tantos argumentos que demuestran la obligación que sobre él pesa de elevarse a muy grande santidad; porque, conforme enseña el Doctor Angélico, para ejercer convenientemente las funciones sacerdotales no basta una bondad cualquiera; se necesita más que ordinaria; para que los que reciben las órdenes sagradas, como quedan elevados sobre el pueblo en dignidad, lo estén también por la santidad(57). 27. El sacrificio de la Misa lo obliga Realmente, el sacrificio eucarístico, en el que se inmola la Víctima
inmaculada que quita los pecados del mundo, muy particularmente requiere en el
sacerdote vida santa y sin mancilla, con que se haga lo menos indigno posible
ante el Señor, a quien cada día ofrece aquella Víctima adorable, no otra que
el Verbo mismo de Dios hecho hombre por amor nuestro. Advertid lo que hacéis,
imitad lo que traéis entre manos(58,
dice la Iglesia por boca del obispo a los diáconos, cuando van a ser ordenados
sacerdotes. 28 Como ministro de los sacramentos y apóstol de la verdad está obligado a la santidad Además,
el sacerdote es el dispensador de la gracia divina, cuyos conductos son los
sacramentos. Sería, pues, bien disonante estar el dispensador privado de esa
preciosísima gracia, y aun que sólo le mostrara poco aprecio y se descuidara
en conservarla. A él toca también enseñar las verdades de la fe; y la
doctrina religiosa nunca se enseña tan autorizada y eficazmente como cuando la
maestra es la virtud. Porque dice el adagio que «las palabras conmueven, pero
los ejemplos arrastran». 29. Doctrina y vida deben estar acordes Al revés, los que dicen y no hacen, se asemejan a los escribas y fariseos, de quienes el mismo divino Redentor, si bien dejando en su lugar la autoridad de la palabra de Dios, que legítimamente anunciaban, hubo de decir, censurándolos, al pueblo que le escuchaba: «En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos; cuantas cosas, pues, os dijeren, guardadlas y hacedlas todas; pero no hagáis conforme a sus obras» Muy al contrario, los trabajos de los pregoneros del Evangelio que antes de todo atienden seriamente a su propia santificación, Dios los bendice largamente. Esos son los que ven brotar en abundancia de su apostolado flores y frutos, y los que en el día de la siega volverán y vendrán con gran regocijo, trayendo las gavillas de su mies (63). |
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