Magisterio de la Iglesia
Ad catholici sacerdotii
d) La obediencia 47. La necesidad de la obediencia Pero de esta misma condición del sacerdocio católico, de ser milicia ágil y valerosa, procede la necesidad del espíritu de disciplina, y, por decirlo con palabra más profundamente cristiana, la necesidad de la obediencia: de aquella obediencia que traba hermosamente entre sí todos los grados de la jerarquía eclesiástica, de suerte que, como dice el obispo en la admonición a los ordenandos, la «santa Iglesia aparece rodeada, adornada y gobernada con variedad verdaderamente admirable, al ser consagrados en ella unos Pontífices, otros sacerdotes de grado inferior..., formándose de muchos miembros y diversos en dignidad un solo cuerpo, el de Cristo» (105). Esta obediencia prometieron los sacerdotes a su obispo en el momento de separarse de él, luego de recibir la sagrada unción; esta obediencia, a su vez, juraron los obispos en el día de su consagración episcopal a la suprema cabeza visible de la Iglesia, al sucesor de San Pedro, al Vicario de Jesucristo.48 Los más eximios ejemplos de Jesús obediente En efecto, el divino y Sumo Sacerdote quiso que nos fuese manifiesta de modo singular la obediencia suya absolutísima al Eterno Padre; y por esto abundan los testimonios, tanto proféticos como evangélicos, de esta total y perfecta sujeción del Hijo de Dios a la voluntad del Padre: «Al entrar en el mundo dije: Tú no has querido sacrificio ni ofrenda; mas a mí me has apropiado un cuerpo... Entonces dije: Heme aquí que vengo, según está escrito de mí al principio del libro, para cumplir, oh Dios, tu voluntad» (108). Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado(109). Y aun en la cruz no quiso entregar su alma en las manos del Padre sin antes haber declarado que estaba ya cumplido todo cuanto las Sagradas Escrituras habían predicho de El, es decir, de toda la misión que el Padre le había confiado, hasta aquel último, tan profundamente misterioso, Sed tengo, que pronunció para que se cumpliese la Escritura(110), queriendo demostrar con esto cómo aun el celo más ardiente ha de estar siempre regido por la obediencia al que para nosotros hace las veces del Padre y nos transmite sus órdenes, esto es, a los legítimos superiores jerárquicos.e) La cultura sacerdotal y sus ciencias sagradas y
profanas 49. La ciencia Quedaría incompleta la imagen del sacerdote católico, que Nos tratamos de poner plenamente iluminada a la vista de todo el mundo, si no destacáramos otro requisito importantísimo que la Iglesia exige de él: la ciencia. El sacerdote católico está constituido maestro de Israel 50. Sobre todo debe dominar las ciencias teológicas
El sacerdote debe tener pleno conocimiento de la doctrina de la fe y de la moral
católica; debe saber y enseñar a los fieles, y darles la razón de los dogmas,
de las leyes y del culto de la Iglesia, cuyo ministro es; debe disipar las
tinieblas de la ignorancia, que, a pesar de los progresos de la ciencia profana,
envuelven a tantas inteligencias de nuestros días en materia de religión.
Nunca ha estado tan en su lugar como ahora el dicho de Tertuliano: «El único
deseo de la verdad es, algunas veces, el que no se la condene sin ser conocida»(116).
Es también deber del sacerdote despejar los entendimientos de los errores y
prejuicios en ellos amontonados por el odio de los adversarios. Al alma moderna,
que con ansia busca la verdad, ha de saber demostrársela con una serena
franqueza; a los vacilantes, agitados por la duda, ha de infundir aliento y
confianza, guiándolos con imperturbable firmeza al puerto seguro de la fe, que
sea abrazada con un pleno conocimiento y con una firme adhesión; a los embates
del error, protervo y obstinado, ha de saber hacer resistencia valiente y
vigorosa, a la par que serena y bien fundada. 51. Profundización de sus conocimientos teológicos Es menester, por lo tanto, venerables hermanos, que el sacerdote, aun engolfado ya en las ocupaciones agobiadoras de su santo ministerio, y con la mira puesta en él, prosiga en el estudio serio y profundo de las materias teológicas, acrecentando de día en día la suficiente provisión de ciencia, hecha en el seminario, con nuevos tesoros de erudición sagrada que lo habiliten más y más para la predicación y para la dirección de las almas(117). 52. Ciencias y cultura general
Debe, además, por decoro del ministerio que desempeña, y para granjearse, como
es conveniente, la confianza y la estima del pueblo, que tanto sirven para el
mayor rendimiento de su labor pastoral, poseer aquel caudal de conocimientos, no
precisamente sagrados, que es patrimonio común de las personas cultas de la época;
es decir, que debe ser hombre moderno, en el buen sentido de la palabra, como es
la Iglesia, que se extiende a todos los tiempos, a todos los países, y a todos
ellos se acomoda; que bendice y fomenta todas las iniciativas sanas y no teme
los adelantos, ni aun los más atrevidos, de la ciencia, con tal que sea
verdadera ciencia. En todos los tiempos ha cultivado con ventaja el clero católico
cualesquiera campos del saber humano; y en algunos siglos de tal manera iba a la
cabeza del movimiento científico, que clérigo era sinónimo de docto. La
Iglesia misma, después de haber conservado y salvado los tesoros de la cultura
antigua, que gracias a ella y a sus monasterios no desaparecieron casi por
completo, ha hecho ver en sus más insignes Doctores cómo todos los
conocimientos humanos pueden contribuir al esclarecimiento y defensa de la fe
católica. De lo cual Nos mismo hemos, poco ha, presentado al mundo un ejemplo
luminoso, colocando el nimbo de los Santos y la aureola de los Doctores sobre la
frente de aquel gran maestro del insuperable maestro Tomás de Aquino, de aquel
Alberto Teutónico a quien ya sus contemporáneos honraban con el sobrenombre de
Magno y de Doctor universal. 53. Ha de existir también la especialización en las ciencias entre el clero
Verdad es que en nuestros días no se puede pedir al clero semejante primacía
en todos los campos del saber: el patrimonio científico de la humanidad es hoy
tan crecido, que no hay hombre capaz de abrazarlo todo, y menos aún de
sobresalir en cada uno de sus innumerables ramos. Sin embargo, si por una parte
conviene con prudencia animar y ayudar a los miembros del clero que, por afición
y con especial aptitud para ello, se sienten movidos a profundizar en el estudio
de esta o aquella arte o ciencia, no indigna de su carácter eclesiástico,
porque tales estudios, dentro de sus justos límites y bajo la dirección de la
Iglesia, redundan en honra de la misma Iglesia y en gloria de su divina Cabeza,
Jesucristo, por otra todos los demás clérigos no se deben contentar con lo que
tal vez bastaba en otros tiempos, mas han de estar en condiciones de adquirir,
mejor dicho, deben de hecho tener una cultura general más extensa y completa,
correspondiente al nivel más elevado y a la mayor amplitud que, hablando en
general, ha alcanzado la cultura moderna comparada con la de los siglos pasados. 54. Las excepciones en que la santidad y sencillez sacerdotal confundieron a los sabios Es verdad que, en algún caso, el Señor, que juega con el universo (118), ha querido en tiempos bien cercanos a los nuestros elevar a la dignidad sacerdotal —y hacer por medio de ellos un bien prodigioso— a hombres desprovistos casi completamente de este caudal de doctrina de que tratamos; ello fue para enseñarnos a todos a estimar en más la santidad que la ciencia y a no poner mayor confianza en los medios humanos que en los divinos; en otras palabras: fue porque el mundo ha menester que se repita de tiempo en tiempo en sus oídos esta salvadora lección práctica: «Dios ha escogido a los necios según el mundo para confundir a los sabios..., a fin de que ningún mortal se gloríe ante su presencia»(119). Así, pues, como en el orden natural con los milagros se suspende, de momento, el efecto de las leyes físicas, sin ser abrogadas, así estos hombres, verdaderos milagros vivientes en quienes la alteza de la santidad suplía por todo lo demás, en nada desmienten la verdad y necesidad de cuanto Nos hemos venido recomendando.55. Para guiar la Acción Católica se necesita con mayor razón virtud y ciencia Esta necesidad de la virtud y del saber, y esta obligación, además, de llevar una vida ejemplar y edificante, y de ser aquel buen olor de Cristo (120) que el sacerdote debe en todas partes difundir en torno suyo entre cuantos se llegan a él, se hace sentir hoy con tanta mayor fuerza y viene a ser tanto más cierta y apremiante cuanto que la Acción Católica, este movimiento tan consolador que tiene la virtud de impulsar las almas hacia los más altos Ideales de perfección, pone a los seglares en contacto más frecuente y en colaboración más íntima con el sacerdote, a quien, naturalmente, no sólo acuden como a director, sino aun le toman también por dechado de vida cristiana y de virtudes apostólicas. |
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NOTAS (105)
Pont. Rom. de ordinat. presbyt. (106)
Cant. de los Cant., 6, 3-9 (107)
Filip., 2. 8. (108)
Heb
10,5-7. (109)
Jn 4,34. (110)
Jn 19,28. (111)
Jn 3,10. (112)
Mt 28,19. (113)
Rom 1,14. (114)
Mal 2,7. (115)
Os 4,6. (116)
Apolog. c.l. (117)
Cf. CIC (1917) c.129.
(118)
Prov 8,31. (119)
1 Cor 1,27.29.