Magisterio de la Iglesia
Caritate Christi Compulsi*
PÍO
XI
Venerables Hermanos: salud y bendición apostólica
INTRODUCCIÓN La crisis material y religiosa Introducción La calidad de Cristo Nos impulsó a invitar con Nuestra Encíclica "Nova impendet" del 2 de Octubre pasado(1) a todos los hijos de la Iglesia Católica, y a todos los hombres de corazón, a agruparse en una santa cruzada de amor y de socorro para aliviar en algo las terribles consecuencias de la crisis económica en que se debate la humanidad; y en verdad con admirable y concorde arranque contestó a Nuestro llamado la generosidad y actividad de todos. Mas el malestar ha ido creciendo, el número de los desocupados en todas partes ha aumentado, y de ello aprovechan los partidos de ideas subversivas para intensificar su propaganda; por lo que el orden público se encuentra amenazado cada vez más y el peligro del terror o de la anarquía, se cierne siempre mayor sobre la actual sociedad. En tal estado de cosas, la misma caridad de Cristo Nos estimula a dirigirnos de nuevo a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestros feligreses, a todo el mundo, para exhortar a todos a unirse y a oponerse con todas sus fuerzas a los males que oprimen a toda la humanidad, y a aquellos aun peores que la amenazan. I. LAS CAUSAS DE LA ÚLTIMA CRISIS MUNDIAL 1. La crisis financiera y económica 2. Lamentable estado de cosas. Si recorremos con el pensamiento la larga y dolorosa serie de males que, triste herencia del pecado, han señalado al hombre caído las etapas de su peregrinación terrenal, desde el diluvio en adelante, difícilmente nos encontraremos con un malestar espiritual y material tan profundo, tan universal, como el que sufrimos en la hora actual; hasta los flagelos más grandes, que han dejado ciertamente en la vida y en la memoria de los pueblos huellas indelebles, cayeron ora sobre una nación ora sobre otra. En cambio, ahora la humanidad entera se encuentra tan tenazmente agobiada por la crisis financiera y económica, que cuanto más se agita, tanto más indisolubles parecen sus lazos; no hay pueblo, no hay Estado, no hay sociedad o familia, que en una u otra forma, directa o indirectamente, más o menos, no sientan su repercusión. Los mismos, escasos por cierto en número, que parecen tener en sus manos, junto con las riquezas más grandes, los destinos del mundo; hasta aquellos poquísimos, que con sus especulaciones han sido o son en gran parte la causa de tanto malestar, son ellos mismos con frecuencia sus primeras y más dolorosas víctimas, que arrastran consigo al abismo las fortunas de innumerables otros; verificándose así en modo terrible y en todo el mundo, lo que el Espíritu Santo proclamara para cada uno de los pecadores: Cada cual es atormentado por las mismas cosas con las que ha pecado(2). Lamentable estado de cosas, Venerables Hermanos, que hace gemir Nuestro corazón de padre y Nos hace sentir siempre más íntimamente la necesidad de imitar, en Nuestra pequeñez, el sublime sentimiento del Corazón Sacratísimo de Jesús: Tengo compasión de este pueblo(3) a) AvariciaPero más deplorable aun es la raíz de la cual derivan estas cosas, porque, si es siempre verdad lo que afirma el Espíritu Santo por boca de san pablo, que la ambición es la raíz de todos los males(4), esto vale sobremanera en el caso actual. 3. La causa cíe todos los males. ¿Y no es, acaso, esta ambición de los bienes terrenales la que el Poeta pagano llamara ya con justo desdén la execrable sed de oro(5); no es, acaso, aquel sórdido egoísmo, que con mucha frecuencia preside las mutuas relaciones individuales y sociales; no es, en fin, la ambición, cualquiera sea su especie y forma, la que ha arrastrado al mundo a los extremos que todos vemos y deploramos? b) Egoísmo y sus consecuencias En efecto, de la ambición proviene la mutua desconfianza, que dificulta todo comercio humano; de la ambición, la detestable envidia, que hace considerar como daño propio el provecho de los demás; de la ambición, el individualismo abyecto que todo lo ordena y subordina al propio provecho sin cuidarse de los demás y más aun, hollando cruelmente todos sus derechos. De ahí el desorden y el injusto desequilibrio, por el cual se ven las riquezas de las naciones acumuladas en las manos de muy pocos favorecidos, que regulan a su antojo el mercado mundial, con daño inmenso de las muchedumbres como ya lo hemos manifestado el pasado año en Nuestra Carta Encíclica "Quadragesimo Anno"(6). c) Nacionalismo exagerado Porque abusando del legítimo amor a la patria y llevando a la exageración aquel sentimiento de justo nacionalismo, que el legítimo orden de la caridad cristiana no sólo no desaprueba sino que regulándolo, lo santifica y le da vida; este mismo egoísmo al insinuarse en las relaciones entre pueblo y pueblo, no hay exceso que no parezca justificado, y lo que entre los individuos sería por todos juzgado reprobable se considera lícito y digno de encomio cuando es ejecutado en nombre de tan exagerado nacionalismo. En lugar de la gran ley del amor y de la fraternidad humana, que abraza a todos los individuos y todos los pueblos, y los enlaza en una sola familia, con un solo Padre que está en los cielos, entra en mala hora el odio que arrastra a todos a la ruina. En la vida pública se pisotean los sagrados principios que eran el sostén de toda convivencia social; se alteran los sólidos fundamentos del derecho y de la lealtad sobre los que debería basarse el Estado, se violan y se cierran las fuentes de aquellas antiguas tradiciones que en la fe en Dios y en la fidelidad a su ley veían las bases más seguras del verdadero progreso de los pueblos. 2. El ateísmo e impiedad modernos 4. El mal más terrible. Aprovechando de tanta estrechez económica y de tanto desorden moral, los enemigos de todo orden social, llámense comunistas o tengan cualquier otro nombre —y es éste el mal más terrible de nuestros tiempos— audazmente se dedican a romper todo freno, a despedazar todo vínculo de ley divina o humana, a empeñar abierta o secretamente la lucha más encarnizada contra la religión, contra Dios mismo, desarrollando el diabólico programa de arrancar del corazón de todos, hasta de los niños, todo sentimiento religioso, porque saben perfectamente que, arrancada del corazón de la humanidad la fe en Dios, podrán conseguir todo lo que quieran. Y así vemos hoy lo que jamás se viera en la historia, a saber: desplegadas al viento sin reparo las banderas satánicas de la guerra contra Dios y contra la religión en medio de todos los pueblos y en todas las partes del mundo. a) El movimiento ateo organizado Nunca han faltado los impíos, ni nunca faltaron tampoco los ateos; pero eran relativamente pocos y raros, y no osaban o no creían oportuno descubrir demasiado abiertamente su impío pensamiento, como parece pretende insinuar el mismo inspirado Cantor de los Salmos, cuando exclama: Dijo el necio en u corazón: Dios no existe(7). El impío, el ateo, uno entre muchos, niega a Dios, su Creador, pero en lo íntimo de su corazón. Hoy, en cambio, el ateísmo ha invadido ya grandes multitudes pueblo: con sus organizaciones se insinúa ya en las escuelas públicas, se manifiesta en los teatros y para difundirse se vale de apropiadas películas cinematográficas, del fonógrafo, de la radio; con sus propias tipografías imprime folletos en todos los idiomas; promueve especiales exposiciones y públicas manifestaciones, ha constituido partidos políticos propios, instituciones comerciales y militares propias. Este ateísmo organizado y militante trabaja incansablemente por medio de sus agitadores, con conferencias e ilustraciones, con todos los medios de propaganda oculta y manifiesta, entre todas las clases, en todas las calles, en todo salón, dando a ésta su nefasta actividad la autoridad moral de sus mismas universidades, y estrechando a los incautos con los potentes vínculos de su fuerza organizadora. Al ver tanta laboriosidad puesta al servicio de una causa tan inicua, Nos viene, en verdad, espontáneo a la mente y a los labios el triste lamento de Cristo: Los hijos de ente siglo son en sus negocios más sagaces que los hijos de la Luz(8). b) Calumniando a la Religión 5. Propaganda infernal. Además, los corifeos de toda esta campaña de ateísmo, sacando partido de la actual crisis económica, con dialéctica infernal, buscan la causa de esta miseria universal. La Santa Cruz de Nuestro Señor, símbolo de humildad y pobreza, es colocada junto con los símbolos del moderno imperialismo, como si la Religión estuviese aliada con esas fuerzas tenebrosas, que tantos males producen entre los hombres. Así intentan, y no sin éxito, el ligar la guerra contra Dios con la lucha por el pan de cada día, con el ansia de poseer un terreno propio, de tener salarios convenientes, habitaciones decorosas, en resumen, un estado de vida que convenga al hombre. Los más legítimos y necesarios deseos, como los instintos más brutales, todo sirve para su programa anti-religioso; como si la ley divina estuviese en contradicción con el bienestar de la humanidad y no fuese por el contrario su única y segura tutela; como si las fuerzas humanas, por los medios de la moderna técnica, pudieran combatir las fuerzas divinas para introducir un nuevo y mejor orden de cosas. c) Actividad funesta de las sociedades secretas Ahora bien; millones de hombres, en la creencia de luchar por la existencia, se aferran con todo a tales teorías en una total negación de la verdad y gritan contra Dios y la Religión. Y estos asaltos no van solamente dirigidos contra la religión católica, sino contra todos los que aun reconocen a Dios como Creador del cielo y de la tierra, y como absoluto Señor de todas las cosas. Y las sociedades secretas, que están siempre prontas para apoyar la lucha contra Dios y contra la Iglesia, de cualquier lado venga, no cesan de excitar cada vez más este odio insano, que no puede traer ni la paz ni la felicidad a ninguna clase social, sino que conducirá ciertamente todas las naciones a la ruina. Así esta nueva forma de ateísmo, mientras desencadena los más violentos instintos del hombre, con cínico descaro, proclama que no podrá haber ni paz ni bienestar sobre la tierra, mientras no se haya desarraigado hasta el último vestigio de religión, y no se haya suprimido su último representante. Como si con ello pudiere sofocarse el admirable concierto, con el cual lo creado canta la gloria del Creador(9). II. CONTRIBUCIÓN DE LA IGLESIA PARA VENCER LA CRISIS 1. Resolución para la defensa a) Confianza en Dios 6. Defensas supremas. Sabemos, perfectamente, Venerables Hermanos, que serán vanos todos estos esfuerzos y que en la hora por El establecida se levantará Dios y se dispersarán sus enemigos(10); sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán(11); sabemos que Nuestro Redentor, como lo predijo, golpeará la tierra con el cetro de su boca, y con el soplo de sus labios hará morir al ímpío(12) y terrible sobremanera será para esos infelices la hora en que caerán en las manos de Dios vivo(13). Y esta confianza inconcusa en el triunfo final de Dios y de su Iglesia Nos viene, por infinita bondad del Señor, confirmada cada día, por la comprobación consoladora del renunciamiento generoso de innumerables almas hacia Dios en todas las partes del mundo y en todas las clases sociales. Y es verdaderamente un soplo potente del Espíritu Santo el que pasa ahora sobre toda la tierra, atrayendo especialmente las almas juveniles a los más sublimes ideales cristianos, elevándolas por encima de todo respeto humano, adaptándolas a cualquier sacrificio por heroico que sea; un soplo divino que sacude todas las almas aun a su pesar y les hace sentir una interna inquietud, una verdadera sed de Dios, aun a aquellas que no se atreven a confesarlo. b) Cooperación de los laicos También Nuestra invitación a los laicos para participar en el apostolado jerárquico desde las filas de la Acción Católica ha sido dócil y generosamente atendida en todas partes; va creciendo continuamente en las ciudades y en los campos, el número de aquellos que con todas las fuerzas se dedican a la propagación de los principios cristianos y a su aplicación práctica en los actos de la vida publica, mientras al mismo tiempo procuran confirmar sus palabras con los ejemplos de su vida perfecta. Sin embargo, ante tanta impiedad, ante tan grande ruina de las más santas tradiciones, ante el estrago de tantas almas inmortales, ante tantas ofensas a la Divina Majestad no podemos, Venerables Hermanos, dejar de desahogar todo el acerbo dolor que sentimos; no podemos dejar de alzar Nuestra voz, y con toda la energía del pecho apostólico tomar la defensa de los derechos de Dios conculcados, y de los más sagrados sentimientos del corazón humano que tienen tan absoluta necesidad de Dios. Tanto más cuanto que en estas falanges, presas de espíritu diabólico, no se contentan con vociferar, sino que unen todos sus esfuerzos para llevar a cabo cuanto antes sus nefastos designios. ¡Ay de la humanidad, si Dios, tan vilipendiado por sus criaturas, diera, en su justicia, libre curso a esa tormenta devastadora y se sirviera de ella como de un flagelo para castigar al mundo! c) Decisión para Dios y unión de todos los buenos 7. ¡Con Dios o contra Dios! Es, por consiguiente, necesario, Venerables Hermanos, que incansablemente nos pongamos en contra, como muralla para defender la casa de Israel(14), uniendo también nosotros todas nuestras fuerzas en un único y sólido frente compacto contra las malvadas falanges enemigas tanto de Dios como de la humanidad. En efecto, en esta lucha se ventila el problema fundamental del universo y se trata la más importante cuestión sometida a la libertad humana; con Dios o contra Dios; es ésta, nuevamente, la elección que debe decidir el destino de la humanidad; en la política, en las finanzas, en la moralidad, en las ciencias, en las artes, en el Estado, en la sociedad civil y doméstica, en Oriente y en Occidente, en todas partes asómase este problema como decisivo por las consecuencias que de él se derivan. De manera que los mismos representantes de una concepción totalmente materialista del mundo ven siempre reaparecer delante de ellos la cuestión de la existencia de Dios que creían ya suprimida para siempre, y se ven obligados a reanudar su discusión. Por ello, pues, conjuramos en el Señor, tanto a los individuos como a las naciones, a deponer ante tales problemas y en estos momentos de tan encarnizadas luchas vitales para la humanidad, ese mezquino individualismo y abyecto egoísmo, que ciega aún las inteligencias más perspicaces y hace fracasar cualquier noble iniciativa, por poco que esta salga de los estrechos límites del restringidísimo cerco de sus pequeños particulares intereses; únanse todos, aún con graves sacrificios, para salvarse a sí mismos y salvar a la humanidad. En tal unión de ánimos y de fuerzas deben ser naturalmente los primeros quienes se glorían del nombre de cristianos, recordando la gloriosa tradición de los tiempos apostólicos, cuando la multitud de los creyentes formaba un solo corazón y una sola alma(15); mas concurran leal y cordialmente también todos los otros que todavía admiten un Dios y le adoran, para alejar de la humanidad el grave peligro que amenaza a todos. Porque, en efecto, el creer en Dios es la base indestructible de todo orden social y de toda responsabilidad sobre la tierra: y por ello todos los que no quieren la anarquía y el terror deben enérgicamente empeñarse en que los enemigos de la religión no alcancen el objetivo que tan abiertamente han proclamado. d) Creación de condicionen humanas 8. Medios humanos y ayuda divina. Sabemos. Venerables Hermanos, que en esta lucha por la defensa de la religión se deben usar también todos los medios humanos legítimos que están en Nuestra mano. Por esto, Nos, siguiendo las huellas luminosas de Nuestro Predecesor León XIII, de santa memoria con Nuestra Encíclica "Quadragesimo Anno"(15b) hemos con toda energía reclamado un más equitativo reparto de los bienes de la tierra y hemos indicado los medios más eficaces que debieran devolver la salud y la fuerza al cuerpo social enfermizo, dando tranquilidad y paz a sus dolientes miembros. Porque la irresistible aspiración a alcanzar una conveniente felicidad, aun sobre la tierra, ha sido puesta por el Creador de todas las cosas en el corazón del hombre; y el Cristianismo ha reconocido siempre y promovido con todo empeño los justos esfuerzos de la verdadera cultura y del sano progreso para el perfeccionamiento y el desarrollo de la humanidad. 2. Las armas de combate del cristiano Pero, frente a este odio satánico contra la religión, que recuerda al misterio de iniquidad de que habla San Pablo(16), los solos medios humanos y las providencias de los hombres no bastan: y Nos, Venerables Hermanos, creeríamos ser indignos de Nuestro apostólico ministerio si no tratáramos de señalar a la humanidad los maravillosos misterios de luz que esconden en sí ellos solos la fuerza para subyugar a las tinieblas. Cuando el Señor, descendiendo de los esplendores del Tabor, devolvió la salud al joven maltratado por el demonio, que sus discípulos no habían podido curar, a la humilde pregunta de éstos: ¿Por qué causa no lo hemos podido nosotros echar?, contestó con las memorables palabras: Esta casta no se arroja sino mediante la oración y el ayuno(17) a) La oración y espíritu sobrenatural Plácenos, Venerables Hermanos, que estas divinas palabras se deben aplicar exactamente a los males de nuestros tiempos, que sólo por medio de la oración y de la penitencia pueden ser conjurados. Teniendo presente, pues, nuestra condición de seres esencialmente limitados y absolutamente dependientes del Ser Supremo, recurramos, antes que nada, a la oración. Sabemos por la fe cuál sea el poder de la oración humilde, confiada, perseverante; a ninguna otra obra piadosa fueron jamás acordadas por el Omnipotente Señor tan amplias, tan universales, tan solemnes promesas como a la oración: Pedid y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad y os abrirán. Porque todo aquel que pide recibe; y el que busca, halla; y al que llama se le abrirá(18). En verdad, en verdad os digo, que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo concederá(19). |
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