Magisterio de la Iglesia
Caritate Christi Compulsi (Continuación - 02)
9. Llamado mundial a una campaña de piedad. ¿Y qué motivo más digno de nuestra plegaria, y más relacionado con la persona adorable de Aquél, que es el único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hecho hombre(20), que implorarle la conservación sobre la tierra de la fe en el solo Dios vivo y verdadero? Oración privada. Tal ruego lleva ya en sí una parte de su cumplimiento; porque donde un hombre ruega, allí se une a Dios, y mantiene, por tanto, por decirlo así, sobre la tierra la idea de Dios. El hombre que ruega, con misma humilde posición, ya profesa ante el mundo su fe en el Creador y Señor de todas las cosas; al reunirse con los demás en oración común reconoce con ello que no sólo el individuo, sino también la sociedad humana tiene sobre sí, en forma absoluta, un Supremo Señor. Oración litúrgica. ¡Qué espectáculo no es para los cielos y para la tierra, la Iglesia en oración! Desde siglos, sin interrupción, desde una a otra medianoche, se viene repitiendo sobre la tierra la divina salmodia de los cantos inspirados; no hay hora del día que no esté santificada por su liturgia especial; no hay un solo período, pequeño o grande de la vida, que no tenga un lugar en el agradecimiento, en la alabanza, en la oración, en la reparación de la plegaria común del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Así la plegaria misma asegura la presencia de Dios entre los hombres, como lo prometió el Divino Redentor: Donde dos o tres personas se hallan congregadas en mi nombre, allí me hallo yo en de ellas(21) La oración quita el obstáculo dando el recto concepto de los bienes ríales. La oración, además, quitará de en medio, precisamente, la causa misma de las actuales dificultades, más arriba indicadas por Nos, a saber: la insaciable ambición de los bienes terrenales. El hombre que ruega mira arriba, es decir, a los bienes del cielo que medita y desea, todo su ser se hunde en la contemplación del admirable orden creado por Dios, que no conoce el frenesí de los acontecimientos ni se pierde en fútiles competencias de siempre mayor velocidad; y entonces, casi por sí solo, se restablecerá aquel equilibrio entre el trabajo y el descanso que con grave daño di la vida física, económica y moral, falta en absoluto a la moderna sociedad. Y si aquellos que por la superproducción industrial han caído en la desocupación y en la miseria, quisieran dar el tiempo conveniente a la oración, el trabajo y la producción volverían bien pronto a sus límites razonables, y la lucha que ahora divide a la humanidad en dos grandes campos de combate por los intereses transitorios, quedaría absorbida en la noble contienda por la adquisición de bienes celestiales y eternos. 10. Prepara para los santos deseos de paz del alma y de las naciones. En esta forma se abriría camino también a la tan suspirada paz, como muy brillantemente lo señala San Pablo, en la página donde une precisamente el precepto de la oración con los santos deseos de paz y de la salvación de todos los hombres. Recomiendo, pues, en primer lugar, que se hagan súplicas, oraciones, votos, acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en alto puesto, a fin de que tengamos una vida quieta y tranquila en el ejercicio de toda piedad honestidad. Esto, en efecto, es cosa buena y agradable a los ojos de Dios, Salvador nuestro, el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen conocimiento de la verdad(22). Pídase la paz para todos los hombres, y especialmente para aquellos que en la sociedad humana tienen las graves responsabilidades del gobierno; ¿cómo podrán dar paz a sus pueblos si no la tienen consigo mismos?, y es precisamente la oración la que según el Apóstol, debe traernos el regalo de la paz; la oración que se dirige al Padre celestial, que es el Padre de todos los hombres; la plegaria que es la expresión común de los sentimientos de familia, de aquella gran familia que se extiende más allá de los confines de cualquier país y de cualquier continente. Hombres que en toda nación ruegan mismo Dios por la paz sobre la tierra, no pueden ser al mismo tiempo portadores de discordia entre los pueblos; hombres que se dirigen en su plegaria a la Divina Majestad no pueden fomentar aquel imperialismo nacionalístico que de cada pueblo hace su propio Dios: hombres que miran al Dios de la paz y de la caridad(23) que a El recurren por medio de Cristo, que es nuestra paz(24), no encontrarán descanso hasta que la paz, que no puede dar el mundo, descienda del Dador de todo bien, sobre los hombres de buena voluntad(25). La paz sea con vosotros(26), fue el saludo pascual del Señor a sus Apóstoles y primeros discípulos; y este saludo de bendición, desde aquellos tiempos primitivos hasta nuestros días, jamás ha faltado en la sagrada liturgia de la Iglesia, y hoy, más que nunca, debe confortar y reanimar de nuevo los exacerbados y oprimidos corazones humanos. b) La penitencia 11. La primera predicación de Jesús avivaba el espíritu de penitencia. Mas a la oración hay que agregar también la penitencia, el espíritu de penitencia, la práctica de la penitencia cristiana. Así nos lo enseña el Divino Maestro, cuya primera predicación fue, precisamente, la penitencia: Empezó Jesús a predicar y decir: Haced penitencia(27). Así nos lo enseña también toda la tradición cristiana, toda la historia de la Iglesia; en las grandes calamidades, en las grandes tribulaciones del Cristianismo, cuando era más urgente la necesidad de la ayuda de Dios, los fieles espontáneamente, o, lo que era más frecuente, siguiendo el ejemplo y la exhortación de sus sagrados Pastores, han echado mano de las dos valiosísimas armas de la vida espiritual: la oración y la penitencia. Por aquel sagrado instinto, del que casi inconscientemente se deja guiar el pueblo cristiano cuando no ha sido extraviado por los sembradores de cizaña y que por otra parte no es otra cosa que aquel sentimiento de Cristo(28), de que nos habla el Apóstol, los fieles siempre han experimentado en tales casos la necesidad de purificar sus almas del pecado mediante la contrición de corazón, con el sacramento de la reconciliación; y de aplacar la Divina Justicia aun con externas obras de penitencia. Penitencia como medio de expiación. Bien sabemos y con vosotros, Venerables Hermanos, deploramos, que en nuestros días la idea y el nombre de expiación y de penitencia, en muchos han perdido en gran parte la virtud de suscitar aquellos arranques del corazón y aquellos heroísmos de sacrificio que otrora sabían infundir, mostrándose a los ojos de los hombres de fe como marcados por un carácter divino a imitación de Cristo y de sus Santos: ni faltan quienes quieran eliminar las mortificaciones externas, como cosas de tiempos remotos; sin hablar del moderno hombre autónomo, que desprecia la penitencia como expresión de índole servil, y es así lógico que cuanto más se debilite la fe en Dios, tanto más se confunda y desvanezca la idea de un pecado original y de una primitiva rebelión del hombre contra Dios, y, por tanto, se pierda aun más el concepto de la necesidad de la penitencia y de expiación. Pero nosotros, Venerables Hermanos, debemos, en cambio, por Nuestra obligación pastoral, tener bien en alto estos nombres y estos conceptos y conservarlos en su verdadero significado, en su genuina nobleza y más todavía en su práctica y necesaria aplicación a la vida cristiana. 12. Separación inadmisible. A ello nos incita la defensa misma de Dios y de la Religión, que venimos amparando, porque la penitencia es por su naturaleza un reconocimiento y restablecimiento del orden moral en el mundo, fundado en la ley eterna, es decir, en Dios vivo. Quien da a Dios la cumplida satisfacción por el pecado, reconoce en ello la santidad de los supremos principios de la moral, su fuerza interior de obligación, y la necesidad de una sanción contra sus violaciones. Renovación del espíritu
penitencial a fin de
El peligro de separar moral y religión. Y es en verdad uno de los más peligrosos errores de nuestra época el haber pretendido separar la moral de la religión, quitando así la solidez de toda base para cualquier legislación. Error intelectual éste, que podía quizás pasar desapercibido y aparecer menos peligroso cuando se limitaba a pocos y la fe en Dios era aún patrimonio común de la humanidad y tácitamente se presumía también aceptada por aquellos que no hacían de ella profesión declarada. La penitencia como arma contra impiedad. Mas hoy, cuando el ateísmo se difunde entre las masas del pueblo las consecuencias prácticas de ese error se tornan terriblemente tangibles y entran en el campo de la tristísima realidad. En lugar de las leyes morales que se desvanecen junto con la pérdida de la fe en Dios, se impone la fuerza violenta que pisotea todo derecho. La lealtad y corrección de antaño en el proceder y en el comercio mutuo, tan celebrada hasta por los retóricos y poetas del paganismo, da lugar ahora a las especulaciones sin conciencia tanto en los negocios propios como en los ajenos. Y, en efecto, ¿cómo puede mantenerse un contrato cualquiera, y qué valor puede tener un tratado, donde falta toda garantía de conciencia? ¿Y cómo se puede hablar de garantía de conciencia, donde se ha perdido toda fe en Dios, todo temor de Dios? Desaparecida esta base, cualquier ley moral cae con ella, y no hay remedio alguno que pueda impedir la gradual, pero inevitable ruina de los pueblos, de las familias, del Estado, de la misma civilización humana. Restauración del orden moral, poniendo freno
13. Arma saludable para frenar las pasiones Es, por tanto, la penitencia un arma saludable, que está puesta en las manos de los intrépidos soldados Cristo, que quieren luchar por la defensa y el restablecimiento del orden moral del universo. Es arma que va directamente a la raíz de todos los males, a saber: a la concupiscencia de las riquezas materiales y de los placeres disolutos de la vida. Mediante sacrificios voluntarios, mediante prácticos renunciamientos, quizá dolorosos, mediante las varias obras de penitencia, el cristiano generoso sujeta las bajas pasiones que tienden a arrastrarlo a la violación del orden moral. Mas si el celo de la ley divina y la caridad fraterna son en él tan grandes como deben serlo, entonces no sólo se da al ejercicio de la penitencia por sí y por sus pecados, sino que se impone también la expiación de los pecados ajenos, a imitación de los Santos, que con frecuencia se hacían heroicamente víctimas de reparación por los pecados de generaciones enteras; más aún, a imitación del Divino Redentor, que se hizo Cordero de Dios que quitq el pecado del mundo(29). Extirpando la discordia. ¿No hay acaso, Venerables Hermanos, en este espíritu de penitencia, también un dulce misterio de paz? No hay paz para los impíos(30), dice el Espíritu Santo, porque viven en continua lucha y oposición con el orden de la naturaleza establecido por su Creador. Solamente cuando se haya restablecido este orden, cuando todos los pueblos lo reconozcan fiel y espontáneamente y lo confiesen; cuando las internas condiciones de los pueblos y las externas relaciones con las demás naciones se funden sobre esta base, sólo entonces será posible una paz estable sobre la tierra. Mas no bastarán a crear esta atmósfera de paz duradera ni los tratados de paz, ni los más solemnes pactos, ni los convenios o conferencias internacionales, ni los más nobles y desinteresados esfuerzos de cualquier hombre de Estado, si antes no se reconocen los sagrados derechos de la ley natural y divina. Ningún dirigente de la economía pública, ninguna fuerza organizadora podrá llevar jamás las condiciones sociales a una pacífica solución, si antes en el mismo campo de la economía no triunfa la ley moral basada en Dios y en la conciencia. Este es el valor fundamental de todo valor, tanto en la vida política como en la vida económica de las naciones; ésta es la moneda más segura, considerada la más firme, por la que las demás serán también estables ya que están garantizadas por la inmutable y eterna ley de Dios. 14. El eco de un cántico. También para los hombres individualmente es la penitencia base y vehículo de paz verdadera, alejándolos de las riquezas terrenales y caducas, elevándolos hacia los bienes eternos, dándoles aún en medio de las privaciones y adversidades una paz que el mundo con todas sus riquezas y placeres no puede darles. Uno de los cánticos más serenos y jubilosos que jamás se oyera en este valle de lágrimas ¿no es acaso el célebre "Cántico al Sol" de san francisco? Pues bien; quien lo compuso, quien lo escribió, quien lo cantó, era uno de los más grandes penitentes, el Pobrecito de Asís, que nada absolutamente poseía sobre la tierra y llevaba en su cuerpo extenuado los dolorosos estigmas de su Señor Crucificado. Reconciliación con Dios. Por consiguiente, la oración y la penitencia son las dos poderosas fuerzas espirituales que en este tiempo nos ha dado Dios para que le reconduzcamos la humanidad extraviada que vaga sin guía por doquiera; fuerzas espirituales, que deben disipar y reparar la primera y principal causa de toda rebelión y de toda revolución: es decir, la rebelión contra Dios. Pero los mismos pueblos están llamados a decidirse por una elección definitiva: o ellos se entregan a estas benévolas y benéficas fuerzas espirituales, y se vuelven, humildes y contritos, a su Señor, Padre de misericordia; o se abandonan, junto con lo poco que aún queda de felicidad sobre la tierra, en poder de! enemigo de Dios, a saber: al espíritu de la venganza y de la destrucción. No Nos queda, pues, otra cosa sino invitar a esta pobre humanidad que ha derramado tanta sangre, que ha abierto tantas tumbas, que ha destruido tantas obras, que ha privado de pan y de trabajo a tantos hombres, no Nos queda, repetimos, sino invitarla con las tiernas palabras de la sagrada Liturgia: ¡Conviértete al Señor tu Dios!(31). EPÍLOGO 1. La fiesta del Sagrado Corazón en espíritu de expiación 15. El mundo en derredor del Corazón de Jesús. ¿Y qué ocasión más oportuna Nosotros podríamos indicaros, oh Venerables Hermanos, para tal unión de plegarias y reparaciones, que la próxima fiesta del Sagrado Corazón de Jesús? El verdadero espíritu de tal solemnidad, como lo hemos ampliamente demostrado hace cuatro años, en Nuestra Carta Encíclica "Misserentisimus Redemptor"(32) es precisamente el espíritu de amorosa reparación y por ello hemos querido que en tal día de cada año y para siempre se rinda, en todas las iglesias del mundo, público acto de reparación por tantas ofensas que hieren a ese Divino Corazón. Sea, pues, este año la la fiesta del Sagrado Corazón para toda la Iglesia, una santa emulación de reparación y de impetración. Acudan numerosos los fieles a la mesa eucarística, acudan al pie de los altares a adorar al Salvador del mundo bajo el velo del Sacramento, que vosotros, Venerables Hermanos, procuraréis esté en ese día solemnemente expuesto en todas las Iglesias; desahoguen en aquel Corazón misericordioso, que ha conocido todas las penas del corazón humano, el desborde de su dolor, la firmeza de su fe, la confianza de su esperanza, el ardor de su caridad. Ruéguenle, interponiendo el poderoso patrocinio de María Santísima, Mediadora de todas las gracias, por sí y por sus familias, por su patria, por la Iglesia; ruéguenle por el Vicario de Cristo en la tierra y por los demás pastores, que con El soportan el formidable peso del gobierno espiritual las almas; ruéguenle por los hermanos creyentes, por los hermanos extraviados, por los incrédulos, por los infieles; y, finalmente, por los mismos enemigos de Dios y de la Iglesia, para que se conviertan. Manténgase después el espíritu de oración y de reparación intensamente vivo y activo en todos los fieles durante toda la octava, privilegio litúrgico del que Nos hemos querido fuese enriquecida esta fiesta: háganse durante estos días, en la forma que cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, según las circunstancias locales, creyera oportuno prescribir o aconsejar, públicas rogativas y otros devotos actos de piedad según las intenciones brevemente mencionadas más arriba: a fin de alcanzar misericordia y hallar el auxilio de la gracia, para ser socorridos en el oportuno(33). 16. Octava tic oración y reparación Sea ella en realidad para todo el pueblo cristiano una octava de reparación y de santa tristeza; sean días de mortificación y de plegaria. Absténgase los fieles de espectáculos y diversiones aun lícitas; prívense los más acomodados, voluntariamente, en espíritu de austeridad, de alguna cosa del acostumbrado método de vida, aún cuando este fuera moderado; antes bien prodiguen a los pobres el fruto de aquella economía, ya que la limosna es también un óptimo medio para aplacar la Divina Justicia y atraerse las divinas misericordias. 2. Exhortación especial a los pobres y necesitados Y los pobres, y todos aquellos que en este tiempo se encuentran bajo la dura prueba de la falta de trabajo y de pan, ofrezcan con igual espíritu de penitencia, con mayor resignación, las privaciones que les son impuestas por los difíciles tiempos y por la condición social que la Divina Providencia les ha señalado en sus inescrutables pero siempre amorosos designios; acepten ánimo humilde y confiado, de la mano de Dios, los efectos de la pobreza agravados por las estrecheces en se agita actualmente la humanidad, elévense más generosamente hasta divina sublimidad de la Cruz de Cristo, reflexionando que si el trabajo es uno de los mayores valores de la vida, ha sido, sin embargo, el amor de un Dios paciente el que ha salvado al mundo; confórtense en la seguridad de que sus sacrificios y penas cristianamente soportados concurrirán eficazmente a apresurar la hora de la misericordia y de la paz. El Corazón Divino de Jesús no podrá dejar de conmoverse por las preces y por los sacrificios de su Iglesia y terminará por decir a su Esposa que gime a sus pies bajo el peso de tantas penas y de tantos males: Grande es tu fe. hágase conforme tú lo deseas(34). 17. Bendición Apostólica. Con esta fe, avalorada por el recuerdo de la Cruz, sagrada señal y precioso instrumento de nuestra santa redención, de la que hoy celebramos la gloriosa invención, a vosotros, Venerables Hermanos, a vuestro clero y pueblo, a todo el orbe católico, impartimos con paternal afecto la Apostólica Bendición. Dado en Roma, en San Pedro, en la fiesta de la Invención de la Santa Cruz, 3 de Mayo del año 1932, undécimo de Nuestro Pontificado. PIO PAPA XI. |
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