Magisterio de la Iglesia

Mens Nostra (Cont. 4)

Pío XI

IV. MODO DE HACER LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES

19. El Modo.

Mas para que los frutos que hemos enumerado se sigan de los santos Ejercicios, es preciso hacerlos con la debida diligencia; porque, si sólo por rutina o perezosa y negligentemente se practican estos Ejercicios, poco o ningún provecho se obtendrá ciertamente de ellos.

a) Soledad y quietud sin preocupaciones exteriores

   Por lo tanto, es preciso, ante todo, que en la soledad el alma se entregue a las sagradas meditaciones, alejando todos los cuidados y preocupaciones de la vida ordinaria; pues, como claramente enseña el áureo librito «De la Imitación de Cristo»: En el silencio y la soledad aprovecha el alma devota(31). Así, pues, aunque pensamos que las santas meditaciones, con que públicamente se ejercitan las masas, son de alabar y se han de promover con toda pastoral solicitud, como enriquecidas por Dios con múltiples bendiciones, sin embargo, recomendamos principalmente los Ejercicios espirituales practicados en secreto, los que llaman «cerrados», en los que el hombre se aparta con más facilidad del trato con las criaturas y recoge las distraídas facultades de su alma para dedicarse sólo a sí mismo y a Dios, por medio de la contemplación de las verdades eternas.

b) Correspondiente lapso de tiempo

Cierta duración.

   Además, los Ejercicios espirituales genuinos requieren que se invierta en ellos cierto espacio de tiempo. Y aunque, según las circunstancias de las cosas y de las personas, pueden reducirse a pocos días o extenderse a todo un mes, no se han de abreviar demasiado, si se quieren obtener todos los beneficios que prometen los Ejercicios. Porque así como la salubridad de un lugar sólo favorece a la salud del cuerpo cuando se vive allí durante algún tiempo, así el saludable arte de las sagradas meditaciones no ayuda eficazmente al alma si no se ejercita durante cierto tiempo.

c) El mejor método debe emplearse

Método óptimo

   Finalmente, interesa en sumo grado, para hacer bien los Ejercicios espirituales y sacar de ellos el debido fruto, que se practiquen con un método bueno y apropiado.

20. Los ejercicios del método ignaciano.

   Y es cosa averiguada que, entre todos los métodos de Ejercicios espirituales que muy laudablemente se fundan en los principios de la sana ascética católica, uno principalmente ha obtenido siempre la primacía. El cual, adornado con plenas y reiteradas aprobaciones de la Santa Sede, y ensalzado con las alabanzas de varones preclaros en santidad y ciencia del espíritu, ha producido en el espacio de casi cuatro siglos grandes frutos de santidad. Nos referimos al método introducido por San Ignacio de Loyola, al que cumple llamar especial y principal Maestro de los Ejercicios espirituales, cuyo admirable libro de los Ejercicios(32), pequeño ciertamente en volumen, pero repleto de celestial sabiduría, desde que fue solemnemente aprobado, alabado y recomendado por nuestro predecesor, de feliz recordación, Paulo III(33), ya desde entonces, repetiremos las palabras empleadas en cierta ocasión por Nos, antes de que fuésemos elevado a la cátedra de Pedro, «sobresalió y resplandeció como código sapientísímo y completamente universal de normas para dirigir las almas por el camino de la salvación y de la perfección; como fuente inexhausta de piedad muy eximia a la vez que muy sólida, y como fortísimo estímulo y peritísimo maestro para procurar la reforma de las costumbres y alcanzar la cima de la vida espiritual»(34). Y cuando, al comienzo de nuestro pontificado, «correspondiendo a los ardentísimos deseos y votos» de los Prelados de casi todo el orbe católico y de uno y otro rito» por la constitución apostólica Summorum Pontificum, fechada el día 25 de julio de 1922, «declaramos y constituimos a San Ignacio de Loyola celestial Patrono de todos los Ejercicios espirituales y, por consiguiente, de todos los institutos, asociaciones y congregaciones de cualquier clase que ayudan y atienden a los que practican Ejercicios espirituales»(35), casi no hicimos más que sancionar con nuestra suprema autoridad lo que estaba en el común sentir de los pastores y de los fieles: lo cual habían dicho implícitamente, junto con el citado Paulo III, nuestros insignes predecesores Alejandro VII(36), Benedicto XIV(37) y León XIII (38), al tributar repetidos elogios a los Ejercicios ignacianos; los cuales enaltecieron con grandes encomios y aun con el mismo ejemplo de las virtudes que en esta palestra habían adquirido o aumentado todos aquellos que para decirlo como el mismo León XIII florecieron más en la doctrina ascética o en santidad de vida(39), en los cuatro últimos siglos.

Sana doctrina sin falsos misticismo.

   Y, ciertamente, la excelencia de la doctrina espiritual, enteramente apartada de los peligros y errores del falso misticismo, la admirable facilidad de acomodar estos Ejercicios a cualquier clase y estado de personas, ya se dediquen a la contemplación en los claustros, ya lleven una vida activa en negocios seculares; la unidad orgánica de sus partes; el orden claro y admirable con que se suceden las verdades que se meditan; los documentos espirituales, finalmente, que, una vez sacudido el yugo de los pecados y desterradas las enfermedades que atacan a las costumbres, llevan al hombre por las sendas seguras de la abnegación y de la extirpación de los malos hábitos(40), a las más elevadas cumbres de la oración y del amor divino: sin duda alguna, tales son todas estas cosas que muestran suficiente y sobradamente la naturaleza y fuerza eficaz del método ignaciano y recomiendan elocuentemente sus Ejercicios.

d) Retiros mensuales

21. Los días de retiro.

   Resta, venerables hermanos, que para conservar y defender el fruto de los Ejercicios espirituales, que con tantas alabanzas hemos encomiado, y renovar su saludable recuerdo, recomendemos encarecidamente una piadosa costumbre que bien puede llamarse breve repetición de los mismos Ejercicios, esto es, el retiro mensual o a lo menos trimestral. Esta costumbre, que usando las mismas palabras de nuestro predecesor, de s. m., Pío Xvemos gustosos introducirse en muchos lugares(41) y que está en vigor principalmente entre las comunidades religiosas y los sacerdotes piadosos del clero secular, deseamos vehementemente que se introduzca entre los mismos seglares, pues realmente cede en no pequeña utilidad de los mismos; sobre todo entre los que, absorbidos por los cuidados de la familia o enredados en negocios, estén impedidos de hacer Ejercicios espirituales; porque con estos retiros podrán suplir, al menos en parte, los deseados provechos de los mismos Ejercicios.

EPÍLOGO

22. Fruto de los ejercicios.

   De este modo, venerables hermanos, si por todas partes y por todas las clases de la sociedad cristiana se difundieren y diligentemente se practicaren los Ejercicios espirituales, seguirá una regeneración espiritual; se fomentará la piedad, se robustecerán las energías religiosas, se extenderá el fructífero ministerio apostólico y, finalmente, reinará la paz en los individuos y en la sociedad.

23. La Navidad y la paz.

   Mientras, sereno el cielo y callada la tierra, la noche alcanzaba la mitad de su curso, en el retiro, lejos del concurso de hombres, el Verbo eterno del Padre, hecho carne, apareció a los mortales y en las regiones etéreas resonó el himno celestial: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad(42). Este pregón de la paz cristiana la paz de Cristo en el reino de Cristo, manifestación del deseo mayor de nuestro corazón apostólico, al que intensamente se dirigen nuestras intenciones y trabajos, herirá profundamente las almas de los cristianos que, apartados del tumulto y de las vanidades del siglo, repasaren en profunda y escondida soledad las verdades de la fe y los ejemplos de Aquel que trajo la paz al mundo y se la dejó como herencia: Mi paz os doy(43).

Deseo y Bendición

   Esta verdadera paz, venerables hermanos, anhelamos de corazón para vosotros en este mismo día en que, por favor de Dios, se cumple el quincuagésimo año de nuestro sacerdocio; y la misma con fervorosas oraciones pedimos a Aquel que es saludado como Príncipe de la paz, al aproximarse la dulcísima fiesta del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, que puede llamarse misterio de paz.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 20 de diciembre de 1929, octavo de nuestro pontificado.

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Contenido del sitio


  • (31) De imit. Chr. 1,20,6. (volver)
  • (32)  Brev. Rom. in festo S. Ign. (31 jul.) 4,4. (volver)
  • (33) Let. ap. Pastoralis officii 31 jul. 1548. (volver)
  • (34)  S. Carlo e gli Esercizi spirituali di S. Ignacio: «S. Carlo Borromeo nel 3.° Centenario dalla Ganonizzazione» n.23 (sept. 1910) 488. (volver)
  • (35)  Const. ap. Summorum Pontificum (25 jul. 1922): AAS 14,420. (volver)
  • (36) Let, ap. Cum sicut (12 oct. 1647). (volver)
  • (37) Let. ap. Quantum secessus (20 marzo 1753); Let. ap. Dedimus sane (16 mayo 1753). (volver)
  • (38)  Ep. Ignatianae commentationes (8 febr. 1900): AL 7,373.  (volver)
  • (39)  Ibíd.  (volver) 
  • (40)  Ep. ap. Pío XI, Nous avons appris (29 marzo 1929) ad Card. Dubois.  (volver)
  • (41)   Exhort. ad cler. cath. Haerent animo (4 agosto 1908): ASS 41,575. (volver)
  • (42)   Lc 2,14.  (volver) 
  • (43)  Jn 14,27.  (volver)