Magisterio de la Iglesia

Non abbiamo bisogno

24. Relaciones entre la Iglesia y el Estado en cuanto a la educación de la juventud.

   La Iglesia de JESUCRISTO no ha desconocido jamás los derechos y los deberes del Estado en cuanto a la educación de los súbditos: Nos mismos lo hemos proclamado en Nuestra reciente Encíclica sobre la "Educación Cristiana de la Juventud". Estos derechos y estos deberes son incontestables mientras permanezcan dentro de los límites de la competencia propia del Estado, competencia que a su vez está claramente fijada por las finalidades mismas del Estado, las cuales no son solamente corporales y materiales, pero sí están necesariamente contenidas dentro de las fronteras de lo natural, de lo terrestre, de lo temporal. El divino mandato universal que ha recibido la Iglesia del mismo Jesucristo de una manera incomunicable y exclusiva, se extiende a lo eterno, a lo celestial, a lo sobrenatural, orden de cosas que por una parte es estrechamente obligatorio para toda criatura racional y al que por otra parte, por su esencia, deben subordinarse y coordinarse todos los demás órdenes.

   La Iglesia de Jesucristo se desenvuelve ciertamente dentro de los límites de su mandato, no solamente cuando deposita en las almas los principios y elementos indispensables de la vida sobrenatural, sino también cuando desarrolla esta vida conforme a la oportunidad y a las capacidades, cuando la despierta y por las maneras que juzga más apropiadas aún con la intención de preparar al apostolado jerárquico cooperaciones esclarecidas y valiosas. Es de Jesucristo la solemne declaración de que Él ha venido precisamente a fin de que las almas no sólo tengan un cierto principio, ciertos rudimentos de la vida sobrenatural, sino que posean esta vida en gran abundancia: "Yo he venido para que tengan la vida y la tengan en abundancia"(9). Y Jesucristo mismo ha establecido las bases de la Acción Católica, escogiendo y formando entre sus discípulos y apóstoles los colaboradores de su apostolado divino, ejemplo imitado por los primeros apóstoles, como lo atestigua el sagrado texto.

25. La A. C. es absolutamente indispensable.

   Es, por consiguiente, una pretensión injustificable e incompatible con el nombre y la profesión de católico el pretender que los simples fieles vengan a enseñar a la Iglesia y a su Jefe lo que basta y debe bastar para la educación y la formación cristiana de las almas, y para salvar, para hacer fructificar en la sociedad, principalmente en la juventud, los principios de la fe y su plena eficacia en la vida.

   A la injustificable pretensión acompaña una revelación clarísima de absoluta incompetencia y de ignorancia completa en las materias que tratamos. Los últimos acontecimientos deben abrir los ojos a todo el mundo. Efectivamente, han mostrado hasta la evidencia cuánto se ha perdido en pocos años y cuánto se ha destruido en punto a verdadera religiosidad y educación cristiana y cívica. Sabéis por experiencia, Venerables Hermanos, obispos de Italia, cuán grave y funesto error es el de creer y hacer que la labor desarrollada por la Iglesia en la Acción Católica ha sido reemplazada hasta resultar superflua por la instrucción religiosa en las escuelas y por la presencia de capellanes en las asociaciones de juventud del partido y del régimen. Tanto la una como la otra son ciertamente necesarias: sin ellas, la escuela y las asociaciones en cuestión llegarían inevitablemente y bien pronto, por fatal necesidad lógica y psicológica, a ser instituciones puramente paganas. Aquellas dos cosas son, pues, necesarias, pero no bastan: por la instrucción religiosa y por la acción de los capellanes la Iglesia no puede realizar más que un minimum de su eficacia espiritual y sobrenatural, y esto en un terreno y en un ambiente que no dependen de ella, en donde se está preocupado por muchas otras materias de enseñanza y otra clase de ejercicios, bajo el mando inmediato de autoridades que a menudo son poco o nada favorables, y que no es raro que en ese medio se ejerza una influencia en sentido contrario, tanto por la palabra como por el ejemplo de la vida.

26. Pérdidas en la educación y la religión.

   Decíamos que los últimos acontecimientos han acabado de demostrar, sin duda alguna, todo cuanto ha sido imposible salvar, y se ha perdido y destruido en pocos años en materia de religiosidad y de educación. No decimos solamente de educación cristiana, sino sencillamente moral y cívica.

   Efectivamente: hemos visto en acción una religiosidad que se rebela contra las disposiciones de las superiores autoridades religiosas, y que impone o alienta la rebeldía; hemos visto una religiosidad que se convierte en persecución y que pretende destruir lo que el Jefe supremo de la religión aprecia más íntimamente y tiene más en el corazón; una religiosidad que permite y que deja estallar insultos de palabras y acciones contra la persona del Padre de todos los fieles hasta lanzar contra él los gritos de "abajo" y "muera", verdadero aprendizaje de parricidio. Semejante religiosidad no puede conciliarse de ninguna manera con la doctrina y con las prácticas católicas; mejor pudiéramos decir que es lo más contrario a la una y a la otra.

27. La oposición ataca a los mismos principios de la Iglesia.

   La oposición es tanto más grave en sí misma y más funesta en sus efectos, cuanto que no se traduce solamente en hechos exteriormente perpetrados y consumados, sino también abarca los principios y las máximas proclamadas como constitutivos esenciales de un programa.

   Una concepción que hace pertenecer al Estado las generaciones juveniles enteramente y sin excepción, desde la edad primera hasta la edad adulta, es inconciliable para un católico con la verdadera doctrina católica; y no es menos inconciliable con el derecho natural de la familia; para un católico es inconciliable con la doctrina católica el pretender que la Iglesia, el Papa, deban limitarse a las prácticas exteriores de la religión (la Misa y los Sacramentos) y todo lo restante de la educación pertenezca al Estado...

28. Estas doctrinas erróneas ya han sido señaladas en anteriores ocasiones.

   Las doctrinas erróneas que acabamos de señalar y deplorar se han presentado más de una vez durante los últimos años, y como es notorio Nos no hemos faltado jamás, con la ayuda de Dios, a Nuestro deber apostólico de examinarlas y oponer las debidas observaciones y llamamientos a las verdaderas doctrinas católicas y a los inviolables derechos de la Iglesia de JESUCRISTO y de las almas redimidas con su sangre divina.

   Pero no obstante los juicios, las previsiones y sugestiones que de diversas partes y muy dignas de consideración llegaban a Nos, siempre Nos abstuvimos de llegar a condenaciones formales y explícitas; hasta hemos llegado a creer posible y a favorecer por Nuestra parte compatibilidades y cooperaciones que a otros parecieron inadmisibles. Hemos obrado de este modo porque pensamos, o más bien, porque deseamos que hubiese siempre una posibilidad de poder a lo menos dudar de que Nos teníamos que vernos con afirmaciones y acciones exageradas, esporádicas, de elementos insuficientemente representativos, en suma, con informaciones y acciones imputables, en sus partes censurables, más a las personas y a las circunstancias que a un programa propiamente dicho.

29. Los últimos acontecimientos Nos obligan a hablar.

   Los últimos acontecimientos y las afirmaciones que los han precedido, acompañado y comentado, Nos quitan la posibilidad que habíamos deseado, y debemos decir y decimos que esos católicos solamente lo son por el bautismo y por el nombre, en contradicción con las exigencias del nombre y las mismas promesas del bautismo, puesto que adoptan y desenvuelven un programa que hace suyas doctrinas y máximas tan contrarias a los derechos de la Iglesia de Jesucristo y de las almas, que desconocen, combaten y persiguen a la Acción Católica, es decir, todo lo que la Iglesia y su Jefe tienen notoriamente de más querido y precioso. Nos preguntáis, Venerables Hermanos, lo que se debe pensar a la luz de lo que precede, de una fórmula de juramento que impone a los niños mismos ejecutar sin discusión órdenes que, como hemos visto, pueden mandar contra toda verdad y toda justicia la violación de los derechos de la Iglesia y de las almas, por sí mismos sagrados e inviolables, y servir con todas sus fuerzas, hasta con su sangre, a la causa de una revolución que arranca a la Iglesia las almas de la juventud, que inculca a sus fuerzas jóvenes el odio, las violencias, las irreverencias, sin excluir la persona misma del Papa, como los últimos sucesos lo han abundantemente demostrado.

   Cuando la pregunta debe ponerse en estos términos, la respuesta, desde el punto de vista católico y aun puramente humano, es única y Nos no hacemos otra cosa, Venerables Hermanos, que confirmar la respuesta que vosotros habéis dado ya: Tal juramento, en cuanto tal, no es lícito.

IV

30. Graves preocupaciones de la hora presente.

   Y henos aquí ante muy graves preocupaciones. Comprendemos que son las vuestras, Venerables Hermanos, las vuestras especialmente, obispos de Italia. Nos nos preocupamos sobre todo de un gran número de Nuestros hijos jóvenes de ambos sexos inscritos como miembros efectivos con ese juramento. Nos compadecemos profundamente de tantas conciencias atormentadas por dudas, tormentos y dudas de las cuales llegan a Nos indudables testimonios, precisamente respecto a este juramento, y sobre todo, después de los hechos sucedidos.

   Conociendo las múltiples dificultades de la hora presente y sabiendo que la inscripción en el partido y el juramento son para un gran número la condición misma de su carrera, de su pan y de su sustento, Nos hemos buscado un medio que diese la paz a las conciencias, reduciendo al minimum posible las dificultades exteriores. os parece que este medio para los que están ya inscritos en el partido podría ser hacer delante de Dios y de su propia conciencia esta reserva: Salvo las leyes de Dios y de la Iglesia, o también: Salvo los deberes del buen cristiano, con el firme propósito de declarar exteriormente esta reserva si la necesidad se presentase.

   Quisiéramos, además, hacer llegar Nuestro ruego al lugar de donde parten las disposiciones y las órdenes, ruego de un Padre que quiere cuidar las conciencias de tan gran número de hijos suyos en Jesucristo, a fin de que esta reserva fuese introducida en la fórmula del juramento, a no ser que se haga todavía cosa mejor, mucho mejor, es decir, que se omita el juramento, que es siempre un acto de religión y que no está ciertamente en su lugar, en la cédula de inscripción de un partido.

31. Debemos mostrar claridad y firmeza en Nuestro hablar.

   Hemos procurado hablar con calma y serenidad y al mismo tiempo con claridad total. Sin embargo, no podemos menos de preocuparnos de las incomprensiones posibles. No Nos referimos, Venerables Hermanos, a vosotros, unidos siempre y ahora más que nunca a Nos por el pensamiento y el sentimiento, sino a quienquiera que sea. Por todo lo que acabamos de decir, Nos no entendemos condenar el partido y el régimen como tales.

   Hemos querido señalar y condenar todo lo que en el programa y acción del partido hemos visto y comprobado ser contrario a la doctrina y a la práctica católica, y, por lo tanto, inconciliable con el nombre y la profesión de católicos. Nos hemos cumplido un deber preciso del ministerio apostólico para con todos aquellos de Nuestros hijos que pertenecen al partido, a fin de que puedan ponerse en regla con su conciencia de católicos.

32. Hemos hecho una obra útil.

   Nos creemos, por otra parte, que hemos hecho una obra útil a la vez al partido mismo y al régimen. ¿Qué interés puede tener, en efecto, el partido en un país católico como Italia en mantener en su programa ideas, máximas y prácticas inconciliables con la conciencia católica? La conciencia de los pueblos, como la de los individuos, acaba siempre por volver a sí misma y buscar las vías perdidas de vista y abandonadas por un tiempo más o menos largo.

   Y que no se diga que Italia es católica, pero anticlerical, aunque lo entendemos solamente en una medida digna de particular atención. Vosotros, Venerables Hermanos, que vivís en las grandes y pequeñas diócesis de Italia en contacto continuo con las buenas poblaciones de todo el país, sabéis y veis todos los días de qué manera son, si no se las engaña y no se las extravía, y cuán lejos están de todo anticlericalismo. Todo el que conoce un poco íntimamente la historia de la Nación sabe que el anticlericalismo ha tenido en Italia la importancia y la fuerza que le confirieron la masonería y el liberalismo que la gobernaban. En nuestros días, por lo demás, el entusiasmo unánime que unió y transportó de alegría a todo el país hasta un extremo jamás conocido en los días de los convenios de Letrán, no hubiera dejado al anticlericalismo medios de levantar la cabeza, si al día siguiente de estos convenios no se le hubiera evocado y alentado. En los últimos acontecimientos, disposiciones y órdenes se le ha hecho entrar en acción y se le ha hecho cesar, como todos han podido ver y comprobar. Y sin duda alguna hubiera bastado y bastaría siempre para conservarle la centésima o la milésima parte de las medidas aplicadas a la Acción Católica y coronadas recientemente de la manera que todo el mundo sabe.

33. El porvenir Nos inspira graves preocupaciones.

   Más graves preocupaciones nos inspira el porvenir próximo. En una asamblea oficial y solemne, después de los últimos acontecimientos tan dolorosos para Nos y para los católicos de toda Italia y del mundo entero, se hizo oír esta protesta: "Respeto inalterado para la Religión, su Jefe supremo, etc.". ¡Respeto inalterado, ese mismo respeto sin cambio que hemos experimentado!, es decir, ese respeto que se manifestaba por medidas de policía aplicadas de una manera tan fulminante, precisamente la víspera de Nuestro cumpleaños, ocasión de grandes manifestaciones de simpatía por parte del mundo católico y también del mundo no católico; es decir, ese mismo respeto que se traía por violencias e irreverencias que se perpetraban sin dificultad alguna! ¿Qué podemos, pues, esperar o, mejor dicho, que es lo que no hemos de temer? Algunos se han preguntado si esa extraña manera de hablar y de escribir en tales circunstancias, inmediatamente después de tales hechos, ha estado enteramente exenta de ironía, de una bien triste ironía; por lo que a Nos toca, preferimos excluir esta hipótesis.

   En el mismo contexto y en inmediata relación con el respeto inalterado, por consiguiente dirigido a la misma persona, se hacía alusión a refugios y protecciones otorgadas al resto de los adversarios del partido y se ordenaba a los dirigentes de los 9.000 fascios de Italia que se inspirasen para su acción en estas normas directivas. Más de uno de vosotros ha experimentado ya, y de ello Nos ha enviado lamentables noticias, el efecto de tales insinuaciones y de tales órdenes en la reincidencia de odiosas vigilancias, delaciones, amenazas y vejámenes. ¿Qué nos prepara, pues, el porvenir? ¿Qué es lo que Nos no hemos de esperar (y no decimos temer, porque el temor de Dios elimina el temor de los hombres), si, como tenemos motivo para creerlo, existe el designio de no permitir que nuestros jóvenes católicos se reúnan, ni aun silenciosamente, bajo pena de severas sanciones para los que los dirigen?

   ¿Que nos prepara y con qué nos amenaza el porvenir, Nos preguntamos de nuevo?

V

34. Exhortación a los Obispos italianos.

   En este extremo de dudas y de previsiones, a las cuales los hombres Nos han reducido, es precisamente donde toda preocupación se desvanece y Nuestro espíritu se abre a las más confiadas y consoladoras esperanzas, porque el porvenir está en las manos de Dios, y Dios está con nosotros. Si Dios está con nosotros ¿quién estará contra nosotros?(10).

   Un signo y una prueba sensible de la asistencia y el favor divino lo vemos ya y lo experimentamos en vuestra asistencia y vuestra cooperación, Venerables Hermanos. Si estamos bien informados, se ha dicho recientemente que ahora que la Acción Católica está en manos de los obispos, no hay nada que temer. Y hasta aquí todo va bien, muy bien, como si antes hubiera alguna cosa que temer y como si antes, desde el principio, no hubiese sido la Acción Católica esencialmente diocesana y dependiente de los obispos, como lo hemos indicado más arriba. También por esto principalmente. Nos hemos tenido siempre la más absoluta confianza de que Nuestras normas directivas se seguían y se secundaban. Por este motivo, además de la promesa infalible del socorro divino, estamos y estaremos siempre confiados y tranquilos aun cuando la tribulación, y digamos la verdadera palabra: la persecución, deba continuar e intensificarse. Sabemos que vosotros sois, y vosotros lo sabéis también, Hermanos Nuestros en el episcopado y en el apostolado. Nos sabemos, y vosotros sabéis, Venerables Hermanos, que sois los sucesores de los apóstoles, que SAN PABLO llamaba en términos de una vertiginosa sublimidad, "gloria Christi" la gloria de Cristo(11), vosotros sabéis que no ha sido un hombre mortal, ni siquiera un jefe de Estado o de un Gobierno, sino el Espíritu Santo quien os ha colocado entre la porción del rebaño que PEDRO os asigna para que le dirijáis la Iglesia de Dios. Estas santas y sublimes cosas y otras más que a vosotros se refieren, Venerables Hermanos, evidentemente las ignora o las olvida el que os llama a vosotros, obispos de Italia, funcionarios del Estado; porque de los funcionarios del Estado os distinguís claramente y separáis por la fórmula del juramento que debéis prestar al Monarca y que se precisa previamente con estas palabras: Como corresponde a un obispo católico.

35. Agradecimiento por las oraciones y sacrificios de la Iglesia Universal.

   Y es también para Nos un grande, un infinito motivo de esperanza que el inmenso coro de plegarias que la Iglesia de Cristo eleva desde todos los puntos del mundo hacia su Divino Fundador y hacia su Santa Madre por su Jefe visible, el sucesor de los Apóstoles, exactamente como cuando hace veinte siglos la persecución hería la persona misma de PEDRO, oraciones de pastores y de pueblos, del Clero y de los fieles, de los religiosos y de las religiosas, de los adultos y de los jóvenes, de los niños y de las niñas, oraciones en todas las formas más perfectas y eficaces, santos sacrificios y comuniones eucarísticas, súplicas, adoraciones, reparaciones, inmolaciones espontáneas, sufrimientos cristianamente padecidos de los cuales todos estos días e inmediatamente después de los tristes acontecimientos Nos llegaban los ecos consoladores de todas partes, nunca tan consoladores como en este día solemne consagrado a la memoria de los Príncipes de los Apóstoles, en que la divina bondad ha querido que pudiésemos acabar esta Encíclica.

36. La oración lo puede todo.

   A la oración todo le es divinamente prometido; si ella no Nos obtiene la serenidad y la tranquilidad del orden, obtendrá para todos la paciencia cristiana, el valor santo, la alegría inefable de sufrir algo con Jesús y por Jesús, con la juventud y por la juventud que le es tan querida, hasta la hora oculta en el misterio del Corazón divino, infaliblemente la más oportuna para la causa de la verdad y del bien. Y puesto que de tantas oraciones debemos esperarlo todo, y puesto que todo es posible a este Dios que todo ha prometido a la oración, Nos tenemos la segura esperanza que Él iluminará a los espíritus con la luz de la verdad y volverá las voluntades hacia el bien. Y así a la Iglesia de Dios, que no disputa nada al Estado de lo que al Estado pertenece, se le dejará de discutir lo que le corresponde, la educación y la formación cristiana de la juventud, no por concesión humana, sino por mandato divino, y que ella, por consiguiente, debe siempre reclamar y reclamará siempre con una insistencia y una intransigencia que no pueden cesar ni doblarse, porque no proviene de ninguna concesión, porque no proviene de un concepto humano o de un cálculo humano o de humanas ideologías, que cambian con los tiempos y los lugares, sino de una disposición divina e inviolable.

37. Bienes que se seguirán si se obedece a esta Encíclica.

   Lo que también Nos inspira gran confianza es el bien que provendrá incontestablemente del reconocimiento de esta verdad y de este derecho. Padre de todos los hombres redimidos con la sangre de Cristo, el Vicario de este Redentor que después de haber enseñado y ordenado a todos el amor de los enemigos moría perdonando a los que le crucificaban, no es ni será jamás enemigo de nadie; así harán sus verdaderos hijos los católicos que quieran permanecer dignos de tan grande nombre; pero no podrán jamás adoptar o favorecer máximas y reglas de pensamiento y de acción contrarias a los derechos de la Iglesia y al bien de las almas, y por el mismo hecho contrarias a los derechos de Dios.

   ¡Cuán preferible sería en vez de esta irreductible división de los espíritus y de las voluntades, la pacífica y tranquila unión de las ideas y de los sentimientos! Esta no podría menos de traducirse en una fecunda cooperación de todos para el verdadero bien a todos común; sería acogida con el aplauso simpático de los católicos del mundo entero, en lugar de su censura y del descontento universal que ahora se manifiesta. Nos pedimos al Dios de las misericordias, por intercesión de su Santa Madre, que recientemente nos sonreía entre los esplendores de su conmemoración muchas veces centenaria, y de los santos Apóstoles SAN PEDRO y SAN PABLO, que Nos conceda a todos ver lo que Nos conviene hacer y que a todos Nos dé la fuerza para ejecutarlo.

   Roma, en el Vaticano, en la solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, 29 de junio de 1931.

Pius pp. XI

CONTÁCTENOS:

Contenido del sitio


NOTAS