Magisterio de la Iglesia

Quadragesimo anno

I - FRUTOS DE LA ENCÍCLICA "RERUM NOVARUM"

   Al dar principio al punto propuesto en primer lugar, nos vienen a la mente aquellas palabras de San Ambrosio: "No hay deber mayor que el agradecimiento",(17) y sin podernos contener, damos a Dios Omnipotente las más rendidas gracias por los inmensos beneficios que la Encíclica de León XIII ha traído a la Iglesia y a la sociedad humana. Si quisiéramos recordar, aunque fuera de corrida, estos beneficios, tendríamos que traer a la memoria casi toda la historia de estos últimos cuarenta años en lo que se refiere a la vida social. Con todo, pueden fácilmente reducirse a tres puntos principales, siguiendo las tres clases de intervención, que Nuestro Predecesor anhelaba para realizar su gran obra restauradora.

1. La obra de la Iglesia

   Primeramente, lo que había de esperarse de la Iglesia, lo indicó egregiamente el mismo León XIII: "La Iglesia, dice, es la que saca del Evangelio las doctrinas que pueden resolver completamente el conflicto, o por lo menos, hacerlo más suave, quitándole toda aspereza; ella procura no sólo iluminar la inteligencia sino también regir la vida y las costumbres de cada uno conforme a sus preceptos; ella promueve la mejora del estado de los proletarios con muchas instituciones utilísimas"(18).

a) En el campo doctrinal

   Ahora bien, la Iglesia, de ningún modo dejó recónditos en su seno tan preciosos tesoros, sino que los utilizó copiosamente para el bien común de la ansiada paz social. La doctrina que en materia social y económica contenía la Encíclica "Rerum Novarum", el mismo León XIII y sus sucesores la proclamaron repetidas veces, ya de palabra, ya en sus escritos; y cuando hizo falta, no cesaron de urgirla y adaptarla convenientemente a las condiciones de tiempo y de estado de las cosas, guiados constantemente por su caridad paternal y solicitud pastoral en defensa principalmente de los pobres y de los débiles(19). No de otra manera se comportaron los Obispos, que asidua y sabiamente expusieron la misma doctrina, la ilustraron con sus comentarios y cuidaron de acomodarla a las diversas circunstancias del lugar, según la mente y las enseñanzas de la Santa Sede(20).

   Nada tiene, pues, de extraño que muchos varones doctos, eclesiásticos y seglares, bajo la guía y magisterio de la Iglesia, hayan emprendido con diligencia el desarrollo de la ciencia social y económica, según las necesidades de nuestra época; les guiaba principalmente el empeño de que la doctrina absolutamente inalterada e inalterable de la Iglesia satisficiera más eficazmente a las nuevas necesidades.

   Y así, por el camino que enseñó y la luz que trajo la Encíclica de León XIII, brotó una verdadera ciencia social católica, y de día en día la fomentan y enriquecen con su trabajo asiduo esos varones esclarecidos que llamamos cooperadores de la Iglesia. Los cuales no la dejan escondida en sus reuniones eruditas sino que la sacan a la plena luz del día; magníficamente lo demuestran las cátedras instituidas y frecuentadas con gran utilidad, en las Universidades Católicas, Academias, Seminarios, los congresos sociales o "semanas" tantas veces celebrados, los círculos de estudios organizados y llenos de frutos consoladores, tanto escritos, finalmente, sanos y oportunos, divulgados por todas partes y por todos los medios.

   Pero no quedan reducidos a estos límites los beneficios que trajo el documento de León XIII; la doctrina contenida en la Encíclica "Rerum Novarum" se fue adueñando casi sin sentir, aun de aquellos que apartados de la unidad católica no reconocen el poder de la Iglesia; así los principios católicos en materia social fueron poco a poco formando parte del patrimonio de toda la sociedad humana, y ya vemos con alegría que las eternas verdades tan altamente proclamadas por Nuestro Predecesor de esclarecida memoria, con frecuencia se alegan y se defienden no sólo en libros y periódicos católicos, sino aun en el seno de los parlamentos(21) y ante los tribunales de justicia.

   Más aun: cuando después de cruel guerra los jefes de las naciones más poderosas trataron de volver a la paz, por la renovación total de las condiciones sociales, entre las normas establecidas para regir en justicia y equidad el trabajo de los obreros(22), sancionaron muchísimas cosas que se ajustan perfectamente a los principios y avisos de León XIII, hasta el punto de parecer extraídas de ellos. Ciertamente, la Encíclica "Rerum Novarum" quedaba consagrada como documento memorable, al cual con justicia pueden aplicarse las palabras de Isaías: "Enarbolará un estandarte entre las naciones"(23).

b) En el campo de las aplicaciones

   Entre tanto, mientras abierto el camino por las investigaciones científicas, los mandatos de León XIII penetraban las inteligencias de los hombres, procedióse a su aplicación práctica. Primeramente, con viva y solícita benevolencia se dirigieron los cuidados a elevar la clase de aquellos hombres, que en el inmenso incremento de las industrias modernas aun no había obtenido un lugar o grado adecuado en el comercio humano, y, por lo tanto, yacía casi olvidada y despreciada: la clase de los obreros(24); a ellos dedicaron inmediatamente sus más celosos afanes, siguiendo el ejemplo de los Obispos, sacerdotes de ambos cleros, que, aun hallándose ocupados en otros ministerios pastorales, obtuvieron también en este campo frutos magníficos en las almas. El constante trabajo emprendido para empapar el ánimo de los obreros en el espíritu cristiano, ayudó en gran manera a hacerles conscientes de su verdadera dignidad y a que, propuestos claramente los derechos y las obligaciones de su clase, progresaran legítima y prósperamente, y aun pasaran a ser guías de los otros.

   No tardaron éstos en obtener más seguramente mayores recursos para la vida; no sólo se multiplicaron las obras de beneficencia y caridad según los consejos del Pontífice, sino que, además siguiendo el deseo de la Iglesia y generalmente bajo la guía de los sacerdotes, nacen por doquier nuevas y cada día más numerosas asociaciones de auxilios y socorro mutuo para obreros, artesanos, campesinos y asalariados de todo género.

2. Lo que hizo el poder civil

   Por lo que atañe al poder civil, León XIII sobrepasó audazmente los límites impuestos por el liberalismo; el Pontífice enseñó sin vacilaciones que no puede limitarse la autoridad civil a ser mero guardián del derecho y del recto orden, sino que debe trabajar con todo empeño para que "conforme a la naturaleza y a la institución del Estado, florezca por medio de las leyes y de las instituciones la prosperidad, tanto de la comunidad cuando de los particulares"(25). Ciertamente, no debe faltar a las familias ni a los individuos una justa libertad de acción, pero con tal que quede a salvo el bien común y se evite cualquier injusticia. A los gobernantes toca defender a la comunidad y a todas sus partes(26); pero al proteger los derechos de los particulares, deben tener principal cuenta de los débiles y de los desamparados. "Porque la clase de los ricos se defiende por sus propios medios y necesita menos de la tutela pública; mas el pueblo indigente, falto de riquezas que le aseguren, está peculiarmente confiado a la defensa del Estado. Por esto el Estado debe abrazar con cuidado y providencia peculiares a los asalariados que forman parte de la clase pobre en general"(27).

   Ciertamente, no hemos de negar que algunos de los gobernantes, aún antes de la Encíclica de León XIII, hayan provisto a las más urgentes necesidades de los obreros, y reprimido las más atroces injusticias que se cometían con ellos. Pero resonó la voz apostólica desde la Cátedra de Pedro en el mundo entero, y, entonces, finalmente, los gobernantes, más conscientes del deber, se prepararon a promover una más activa política social.

   En realidad, la Encíclica "Rerum Novarum", mientras vacilaban los principios liberales que hacía tiempo impedían toda obra eficaz de gobierno, obligó a los pueblos mismos a favorecer con más verdad y más intensidad la política social; animó a algunos excelentes católicos a colaborar útilmente en esta materia con los gobernantes, siendo frecuentemente ellos los promotores más ilustres de esa nueva política en los parlamentos; más aun, sacerdotes de la Iglesia, empapados totalmente en la doctrina de León XIII, fueron quienes en no pocos casos propusieron al voto de los diputados las mismas leyes sociales recientemente promulgadas y quienes decididamente exigieron y promovieron su cumplimiento(28).

   El fruto de este trabajo ininterrumpido e incansable es la formación de una nueva legislación, desconocida por completo en los tiempos precedentes, que asegura los derechos sagrados de los obreros, nacidos de su dignidad de hombres y de cristianos; estas leyes han tomado a su cargo la protección de los obreros, principalmente de las mujeres y de los niños; su alma, salud, fuerza, familia, casa, oficina, salarios, accidentes del trabajo; en fin, todo lo que pertenece a la vida y familia de los asalariados. Si estas disposiciones no convienen puntualmente, ni en todas partes ni en todas las cosas, con las amonestaciones de León XIII, no se puede negar que en ellas se encuentra muchas veces el eco de la Encíclica "Rerum Novarum", a la que debe atribuirse, en parte bien considerable, que la condición de los obreros haya mejorado.

3. La acción de las partes interesadas

   Finalmente, el providentísimo Pontífice enseña que los patronos y los mismos obreros pueden especialmente ayudar a la solución "por medio de instituciones ordenadas a socorrer oportunamente a los necesitados y atraer una clase a la otra"(29). Afirma que entre estas instituciones ocupan el primer lugar las asociaciones ya de solo obreros, ya de obreros y de patronos, y se detiene a elogiarlas y recomendarlas, explicando con sabiduría admirable su naturaleza, razón de ser, oportunidad, derechos, obligaciones y leyes(30).

   Estas enseñanzas vieron la luz en el momento más oportuno; pues, en aquella época los gobernantes de ciertas naciones, entregados completamente al liberalismo, favorecían poco las asociaciones de obreros, por no decir que abiertamente las contradecían; reconocían y acogían con favor y privilegio asociaciones semejantes para las demás clases; y sólo se negaba con gravísima injusticia el derecho nativo de asociación a los que se hallaban más necesitados de ella para defenderse de los atropellos de los poderosos; y aun en algunos ambientes católicos había quienes miraban con malos ojos los intentos de los obreros de formar tales asociaciones, como si tuvieran cierto resabio socialista o revolucionario(31).

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