Magisterio de la Iglesia

Ubi arcano

17. Medios especiales: Misión de los obispos y su cooperación

   Esperando que todos los buenos han de concurrir con su apoyo a esta obra, Nos dirigimos en primer lugar a vosotros, Venerables Hermanos, a quienes nuestro mismo Je fe y Cabeza, JESUCRISTO, que a Nos con fió el cuidado de toda su grey, llamó: a una parte y la más excelente en Nuestra solicitud; a vosotros, puestos por el Espíritu  Santo para regir la Iglesia de Dios(46); a vosotros honrados de manera principal con el ministerio de la reconciliación, y corno embajadores en nombre de Cristo(47), hechos partícipen de su mismo magisterio divino y dis pensadores de los misterios de Dios(48) y por lo mismo llamados sal de la tie rra y luz del mundo(49), doctores y pa dres de los pueblos cristianos, verda deros dechados de la grey(50), destina dos a ser llamados grandes en el reino de los cielos(51); a vosotros todos, en fin, que sois corno los miembros principales y corno los lazos de oro con que se levanta compacto y bien unido todo el cuerpo de Cristo(52), que es la Iglesia fundada en la solidez de la Piedra.

Insinuación de la Reapertura del Concilio Vaticano. 

   Una nueva y recien te prueba de vuestra insigne diligencia y actividad la tuvimos cuando con la ocasión al principio mencionada, del Congreso Eucarístico de Roma y de las fiestas centenarias de la Sagrada Con gregación de Propaganda Fide, vinisteis muchísimos de todas las partes del mundo a esta santa ciudad al sepulcro de los Apóstoles. Aquella reunión de Pastores, dignísima por su concurso y autoridad, Nos sugirió la idea de convocar a su tiempo en esta misma ciu dad,Cabeza del orbe católico, una so lemne asamblea de la misma clase para hallar reparo oportuno a las ruinas causadas en tan grande convulsión de la sociedad, y se aumenta la dulce esperanza de esta reunión con la proxi midad de las alegres solemnidades del Año Santo.

   No por eso, sin embargo, Nos atreve mos por ahora a emprender la reaper tura de aquel Concilio Ecuménico, que en Nuestra juventud dio comienzo la Santidad de Pío IX, pero que no pu do llevarse a efecto sino en parte, aunque era muy importante. Y la razón a que también Nos, como el célebre cau dillo de Israel, estamos como pendientes de la oración, esperando que la bondad y misericordia de nuestro Dios Nos de a conocer más claramente los designios de su voluntad.

18. Obra insigne del clero. Exhortación a superarse. 

   Mientras tanto, aun que sabemos muy bien que no hay necesidad de estimular vuestro celo y actividad, antes que son dignos de los mayores elogios, sin embargo, la conciencia del cargo apostólico y de Nues tros deberes de padre para con todos, Nos advierte y casi Nos fuerza a infla mar con Nuestros ardores el ya encen dido celo de todos vosotros, de manenra que venga a suceder que cada uuo de vosotros ponga cada día mayor afán y empeño en el cultivo de aquella parte de la grey del Señor que le cupo en suerte apacentar.

   Y a la verdad cuántas cosas y cuán excelentes y cuán oportunas hayan sido sabiamente proyectadas, y felizmente iniciadas, y con gran provecho llevadas a cabo, y cuanto las circunstancias lo permitían gloriosamente terminadas, entre el Clero y el pueblo fiel, por ini ciativa y a impulso de Nuestros Prede cesores y vuestro, lo sabemos por la fama pública propagada por la prensa y confirmada por otros documentos y por las notícias a Nos llegadas, bien de vosotros, bien de otros muchos; y de ello damos cuantas gracias podemos a Dios.

El cuadro de las aetividades pasto rales. 

   Entre estas obras admiramos especialmente las muchas y muy pro videnciales instituciones para instruir a los hombres con sanas doctrinas y para imbuirlos en la virtud y en santi dad; lo mismo las asociaciones de cle rigos y seglares, o las llamadas pias uniones, con el fin de sostener y llevar adelante las misiones entre infieles, de propagar el reino de Cristo Dios, y pro curar a los pueblos bárbaros la salva ción temporal y eterna; ya también las congregaciones de jóvenes, que han cre cido en número y en devoción singular a la Santísima Virgen, y especialmente la la Sagrada Eucaristia, junto,con una fe, nna pureza y un amor fraterno muy acrisolados. Añádanse las asociaciones, tanto las de hombres como las de mujeres, particularmente las eucaristicas, que procuran honrar el augusto Sacramento con cultos más frecuentes y solemnes y con muy magnificas procesione por las calles de las ciudades; y también con la reunión de Congresos muy concurridos, regionales, nacionales e internacionales, con representan tes de casi todos los pueblos, donde todos se muestran admirablemente unidos en la misma fe, en el mismo culto, oración y participación de los bienes celestiales.

Apostolado, caridad y Acción Cató lica. 

   A esta piedad atribuimos el espí ritu de sagrado apostolado, mucho más extendido que antes, es decir, aquel celo ardentísimo de procurar, primero con la oración frecuente y con el buen ejemplo, luego con la propaganda de palabra y por escrito, y también con las obras y socorros de la caridad, que de nuevo se tributen al Corazón divino de Cristo Rey, lo mismo que en los corazo nes de los individuos que en la familia  y en la sociedad, el amor, el culto y el imperio que le son debidos.

   A eso se encamina también el buen certamen diríamos pro aris et focis(53), que se ha de emprender, y la batalla que se ha de trabar en muchos frentes en favor de los derechos de la sociedad religiosa y doméstica, de la Iglesia y de la familia, derivados de Dios y de la naturaleza, sobre la educación de los hijos. A esto, finalmente, se dirige tam bién todo ese conjunto de instituciones, programas y obras, que se conoce con el nombre de Acción Católica y que es de Nos muy estimada.

Todo eso es deber pastoral necesario y principal. 

   Pues bien: todas estas co sas y otras muchas semejantes, que se ría muy largo referir, no sólo se han de conservar firmemente, sino que se las ha de llevar adelante cada día con más empeño y acrecentar con nuevos aumentos según lo exige la condición de las cosas y de las personas. Y si parecen cosa ardua y llena de trabajo para los pastores y para los fieles, em pero son, sinduda, necesarias, y se han de contar entre los principales deberes del oficio pastoral y de la vida cristiana. Por las mimas razones aparece claro -tanto que estaría de más todo escla recimiento- cuán relacionadas se ha llan entre sí todas estas obras, y cuán estrechamente unidas con la deseada restauración del reino de Cristo y con la pacificacion cristiana, propia tan sólo de este reino: Pax Christi in regno Christi, "La paz de Cristo en el Reino de Cristo".

Aprecio del Papa y estímulo a mayor unión con Roma. 

   Y sería Nuestro de seo que digáis a vuestros sacerdotes, Venerables Hermanos, que Nos, testigo y compañero en otro tiempo y partícipe de los trabajos denodadamente tomados en pro de la grey de Cristo, siempre tu vimos y tenemos en grande estima su magnanimidad en soportar los trabajos, y su industria en hallar siempre nuevos medios de subvenir a las nuevas necesi dades que consigo trae el cambio de los tiempos, y que ellos estarán unidos a Nos con vínculo más estrecho de unidad y Nos a ellos con el de la pateinal be nevolencia, cuanto con adhesión más pronta y apretada, mediante una vida santa y una obedíencia perfecta, se unan como al mismo Cristo a sus pas tores, que son sus guías y maestros.

Papel del clero regnlar. 

   N o hay para qué extenderse en declarar, Venerables Hermanos, cuánto es lo que esperamos del Clero regular para poner por obra Nuestras ideas y proyectos, siendo cosa clara cuánto es lo que contribuye a esclarecer el reino de Cristo dentro y a dilatarle fuera. Pues siendo propio de los religiosos el guardar y practicar, no sólo los preceptos, sino también los consejos de Cristo, lo mismo cuando dentro del claustro se dedican a las co sas espirituales, que cuando salen a tra bajar a campo abierto, por ser en su vida modelo de perfección cristiana y por renunciar, consagrados por entero al bien común, a los bienes y comodi dades terrenas, para más abundante mente conseguir los bienes espirituales, son para los fieles un constante ejemplo que los incita a aspirar a cosas mayo res; y felizmente lo consiguen merced también a las insignes obras de benefi cencia cristiana con que atienden a las enfermedades todas del cuerpo y del alma. Y a tanto han llegado en este punto, a impulsos de la caridad divina, según lo atestigua la historia eclesiás tica, que en la predicación del Evange lio dieron su vida por la salvación de sus almas, y con su muerte ensancharon los límites del reino de Cristo en la propagación de la unidad de fe y de la fraternidad cristiana.

19. Exhortación a los fieles. Misión de los seglares. 

   Recordad también a los fieles que, cuando tomando por guías a vosotros y a vuestro Clero, tra bajan en público y en privado porque se conozca y ame a JESUCRISTO, enton ces es cuando sobre todo merecen que se les llame linaje escogido, una clase de sacerdotes reyes, gente santa, pueblo de conquista(54); que entonces es cuando, estrechamente unidos a Nos y a Cristo, al propagar y restaurar con su celo y diligencia el reino de Cristo, presta los más excelentes servicios para esta blecer la paz entre los hombres, Porque en el reino de Cristo está en vigor, florece una cierta igualdad de derechos, por la que distinguidos todos con la misma, nobleza, todos se hallan conde corados con la misma preciosa sangre de Cristo, y los que parecen presidir los demás, siguiendo el ejemplo dado por el mismo Cristo nuestro Señor, con  razón, se llaman, y lo son, administra dores de los bienes comunes, y, por ende, siervos de todos los siervos, espe cialmente de los más pequeños y del todo desvalidos.

Peligros sociales. 

   Pero los cambios sociales que trajeron la necesidad, o la aumentaron, de tales colaboradores para llevar adelante la obra divina, han creado también a los poco peritos peligros nuevos, ni pocos ni ligeros. Pues apenas terminada la desastrosa guerra perturbados los Estados con la agitación de los partidos políticos, se enseñorearon de la mente y del corazón de los hombres, pasiones tan desenfrenadas e ideas tan perversas, que ya es de temer que aun los mejores de entre los fieles y aun de los sacerdotes, atraidos por la falsa apariencia de la verdali y del bien, se inficionen con el deplorable contagio del error.

Precave eontra el modernismo moral, jurídico y social. 

   Porque, ¿cuántos hay que profesan seguir las doctrinas católicas en todo lo que se refiere a la autoridad en la sociedad civil y en el respeto que se le ha de tener, o al dere cho de propiedad, y a los derechos y deberes de los obreros industriales y agrícolas, o a las relaciones de los Estados entre sí, o entre patronos y obreros, o a las relaciones de la Iglesia y el Estado, o a los derechos de la Santa Sede y del Romano Pontífice y a los privilegios de los Obipos, o finalmente a los mismos derechos de nuestro Crea dor, Redentor y Señor JESUCRISTO sobre los hombres en particular y sobre los pueblos todos? y sin embargo, esos mismos, en sus conversaciones, en sus escritos y en toda su manera de proce der no se portan de otro modo que si las enseñanzas y preceptos promulgados tantas veces por los Sumos Pontífices, especialmente por LEÓN XIII, PÍO X y BENEDICTO XV, hubieran perdido su fuerza primitiva o hubieran caído en desuso.

   En lo cual es preciso reconocer una especie de modernismo moral, jurídico y social, que reprobamos con toda ener gía a una con aquel modernismo dogmático.

   Hay, pues, que traer a la memoria las doch'inas y preceptos que hemos dicho; hay que avivar en todos el mismo ardor de la fe y de la caridad divina, que es el único que puede abrir la inteligencia de aquellas y urgir la observancia de éstos. Lo cual queremos que se lleve a cabo sobre todo en la educación de la juventud cristiana, y todavía más en especial en aquella que se está formando para el sacerdocio; no sea que en este tan gran trastorno de cosas y tanta confusión de ideas, ande fluctuando, como dice el Apóstol, y se deje llevar de aquí para ellá de todos los vientos de opiniones por la malicia de los hombres, que engañan con astucia para introducir el error(55). 

20. Atraer a los que estáu fuera de de la Iglesia. 

   Y mirando N os en derredor desde esta como atalaya y a manera de alcázar de la Sede Apostólica, ofrécense todavía a Nuestra vista, Venera bles Hermanos, muchos en demasía que, o por desconocer del todo a Cristo, o por no conservar íntegra y pura la doctrina o la unidad requerida, no son todavía de este redil, al cual, sin em bargo, están destinados por Dios. Por lo cual el que hace las veces de Pastor eterno no puede menos que, inflamado en los mismos sentimientos, echar mano de las mismas expresiones, muy breves ciertameate, pero llenas de amor y de la más tierna compasión: Debo recoger también aquellas ovejas(56); y traiga a la memoria con la mayor alegría aquel vaticinio del mismo Cristo: y oirán mi voz, y se hará un solo rebaño y un solo pastor(57). Dios quiera, Venerables Her manos, que lo que Nos con vosotros, y con la porción de la Iglesia a vosotros encomendada, con un mismo corazón imploramos en Nuestras oraciones, vea mos con el resultado más satisfactorio realizada cuanto antes esta tan consola dora y cierta profecía del divino Cora zón.

Aprecio universal con que se distin gue hoy a la Santa Sede. 

   Un como feliz augurio de esta unidad religiosa pare ció haber brillado en el hecho memo rable de estos últimos tiempos, por vos otros sin duda advertido, para todos inesperado, para algunos tal vez desa gradable; para Nos y para vosotros ciertamente gratísimo, de que la mayor parte de los personajes principales y los gobernantes de casi todas las naciones, como si obedecieran a un mismo im pulso y deseo de la paz, han querido como a porfía, o restablecer las anti guas relaciones con esta Sede Apostó lica, o hacer con ella por primera vez pactos de concordia. Lo cual con razón Nos llena de gozo, no solamente por lo que se acrecienta la autoridad de la Iglesia, sino también por el esplenqor que cobra su beneficencia y la experien cia a todos ofrecida del poder en ver dad admirable que sólo posee esta Igle sia de Dios, para procurar a la socie dad todo linaje de prosperidades, in cluso la civil y terrena. 

Relación del poder eclesiástico con el civil. 

   Porque, aunque ella por orde nación divina entiende directamente en los bienes espirituales e imperecederos, sin embargo, por la estrecha conexión que reina en todas las cosas, es tanto lo que ayuda a la prosperidad aun terre na, lo mismo de los individuos que de la sociedad, que más no ayudaría si para fomentarla hubiera sido primaria mente instituida.

   Y si la Iglesia mira como cosa veda da el inmiscuirse sin razón en el arreglo de estos negocios tenenos y meramente políticos, sin embargo, con todo dere cho se esfuerza para que el poder civil no tome de ahí pretexto; o para oponer se de cualquier manera a aquellos bie nes más elevados de que depende la sal vación eterna de los hombres, o para intentar su daño y perdición con leyes y decretos inicuos, o para poner en peligro la constitución divina de la Igle sia, o finalmente, para conculcar los sagrados derechos del mismo Dios en la sociedad civil.

Intangibilidad de los derechos de la Iglesia. 

   Así que enteramente con el mismo propósito, y valiéndonos tam bién de las mismas palabras que usó el muy llorado Predecesor Nuestro, BENE DICTO XV, a quien tantas veces Nos hemos referido, en su última alocución de 21 de noviembre del año pasado (1921), que versó sobre las relaciones mutuas entre la Iglesia y el Estado, Nos también declaramos, como él santamen te declaró, y de nuevo confirmamos: "que jamás Nos consentiremos que en tales convenios se introduzca nada que desdiga de la dignidad y libertad de la Iglesia,. la cual que quede a salvo e incólume es de suma importancia, sobre todo en este tiempo aun para la misma prosperidad de la sociedad civil"(58).

La "Cuestión Romana" y los Estados pontificios usurpados. 

   Y siendo esto así, no hay para qué decir con qué dolor vemos que entre tantas naciones que viven en relaciones amistosas con esta Sede Apostólica falte Italia; Italia, Nuestra patria querida, escogida por el mismo Dios, que con su providencia dirige el curso y orden de todas las cosas y tiempos, para colocar en ella la Sede de su Vicario en la tierra, para que esta santa ciudad, asiento un tiem po de un imperio muy extendido, pero al fin limitado a ciertos términos, lle gase un día a ser cabeza de todo el orbe de la tierra. Puesto que, como Sede de un Principado divino, que por sn natu raleza trasciende los fines de todas las gentes y naciones, abarca las naciones y los pueblos todos. Pero tanto el origen y la naturaleza divina de este principa do, como el sagrado derecho de los fieles todos que habitan en toda la tie rra, exige que este sagrado Principado no parezca hallarse sujeto a ningún po der humano, a ninguna ley (aunque éstl prometa, mediante ciertas defen sag o garantías, proteger la libertad del Romano Pontífice), sino qne debe ser y aparecer bien clara y completamente independiente y soberano.

   Pero aquellas defensas de la libertad, con que la divina Providencia, señora y árbitro de los acontecimientos huma nos había protegido la autoridad del Romano Pontífice, no sólo sin detri mento de Italia, sino con grande pro vecho suyo; aquellas defensas qne por tantos siglos se habían mostrado muy a propósito para el designio divino de asegurar la dicha libertad, y para cuya sustitución ni la divina Provideneia ha indicado nada a propósito hasta el presente, ni los hombres han hallado entre sus proyectos nada semejante; aqnellas defensas fueron echadas por tierra por fuerza enemiga y siguen hasta ahora violadas, y con eso se han creado al Romano Pontífice condiciones de vida tan extrañas que tienen perpetuamrnte llenos de tristeza los corazones de los fieles todos esparcidos por todo el mun do. Nos, pues, herederos, lo mismo de los pensamientos que de los deberes de Nuestros Predecesores, investidos de la misma autoridad, a quien únicamente corresponde decidir en materia de tamaña importancia, movidos no ciertamente por una vana ambición de reino temporal (pues sería un motivo cuyo menor influjo Nos avergonzaría grande mente), sino que, puesto el pensamiento en la hora de Nuestra muerte, acordán donos de la rigurosa cuenta que hemos de dar al divino Juez, renovamos desde este lugar, según lo pide la santidad de Nuestro cargo, las protestas que hicieron Nuestros dichos Predecesores en defensa de los derechos y de la digni dad de la Sede Apostólica.

21. Deseos de pacífico arreglo de la Cuestión Romana y pacificación universal.

   Por lo demás, jamás Italia ten drá que temer daño alguno de esta Sede Apostólica; pues el Romano Pontífice, séalo el que lo fuere, siempre podrá de cir con toda verdad aquello del Pro feta: Yo tengo pensamiento de paz y no de aflicción(59), de paz verdadera digo, y por lo mismo inseparable de la justicia; de modo que pueda añadirse: la juticia y la paz se dieron ósculo(60). A Dios, omnipotente y misericordioso, toca el hacer que llegue por fin a albo rear día tan alegre, que será muy fecundo en toda clase de bienes, ya para la restauración del reino de Cristo, ya para el arreglo de los asuntos de Italia y del mundo entero; y para que no quede frustrado, trabajen diligentemen te todos los hombres de recto sentir.

Oración por la paz en Navidad. 

   Y para que cuanto antes se otorguen a los hombres los regalados dones de la paz, encarecidamente exhortamos a todos los fieles que a una con Nos insten con santas oraciones, especialmente en estos días del Nacimiento de Nuestro Señor JESUCRISTO, Rey Pacífico, en cuya ve nida a este mundo por primera vez can taron las huestes angélicas: Gloria a Dios en lo más alto de los cielos y paz a los hombres de buena voluntad(61).

Bendición Apostólica

   Finalmente, como una prenda de esta paz, queremos Venerables Hermanos, que sea Nuestra Apostólica Bendición la que presagian do a cada uno del clero y del pueblo fiel y también a los mismos Estados y familias cristianas, toda suerte de di chas, lleve la prosperidad a los vivos y a los difuntos descanso y felicidad eter na; bendición que como testimonio de Nuestra benevolencia damos de todo corazón a vosotros y a vuestro clero y pueblo.

   Dado en Roma, en San Pedro, día 23 de diciembre de 1922, de Nuestro Pon tificado el año primero.
                           PIO PAPA XI.
  

 

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