Magisterio de la Iglesia

Ad Apostolorum Principis Sepulcrum*

PÍO XII
A los católicos chinos sobre la situación religiosa en su país y las
Consagraciones Episcopales no autorizadas por la Sede Apostólica
29 de junio 1958

INTRODUCCIÓN:

I. - Gratos recuerdos de la consagración y del establecimiento de la jerarquía
eclesiástica China

   1. Pío XII evoca la consagración de los primeros Obispos chinos en San Pedro. 

   Cuando junto al sepulcro del Príncipe de los Apóstoles, en la majestuosa Basílica Vaticana, nuestro inmediato Predecesor, de feliz memoria, Pío XI, hace treinta y dos años, consagró y confirió la plenitud del sacerdocio a las primicias y a los nuevos retoños del Episcopado Chino(1), así expandía los sentimientos de que estaba penetrado su paternal corazón en aquel momento solemne: Habéis venido, Venerables Hermanos a "ver a Pedro"; más aún, de él habéis recibido el báculo, de que os serviréis para emprender los viajes apostólicos y congregar a las ovejas, y Pedro os ha abrazado con amor a vosotros, que infundís no poca esperanza de llevar a vuestros connacionales la verdad evangélica(1b).

   2. Florecimiento de la Iglesia china y ereción de la Jerarquía eclesiástica

   El eco de estas palabras se reproduce hoy de nuevo en Nuestra alma, Venerables Hermanos y amados hijos, en esta hora de aflicción para la Iglesia Católica en vuestra patria. Ciertamente no fue vana ni sin fruto la esperanza del gran Predecesor Nuestro: nuevos ejércitos de sagrados Pastores y heraldos del Evangelio se juntaron a aquel primer manípulo(2) de Obispos que PEDRO, viviente en su Sucesor, había enviado la para regir aquélla selecta porción del rebaño de Cristo; un vigoroso florecer de nuevas obras y empresas de apostolado, aun en medio de múltiples dificultades, florecieron entre vosotros. Y Nos, cuando más tarde tuvimos la gran dicha de erigir la Jerarquía eclesiástica de China, hicimos Nuestra y aumentamos aquélla esperanza y vimos abrirse horizontes todavía más amplios para la a dilatación del Reino divino de Jesucristo.

II.  - La persecución y las Encíclicas Pontificias sobre China

   3. Persecución religiosa al clero y a los fieles

   Algunos años después, por desgracia, nubarrones de tempestad oscurecieron el cielo; para vuestras comunidades cristianas, algunas de las cuales ya de antiguo florecían, comenzaron tiempos tristes y llenos de dolor. Vimos a los misioneros, entre quienes se contaban muchos Arzobispos y Obispos animados de un gran celo apostólico, y asimismo a nuestro Internuncio, obligados a abandonar el suelo de China; y arrojados a la cárcel, o afligidos por las privaciones y sufrimientos de todas clases, a los sagrados Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y a muchos fieles.

   4. Encíclica en defensa de los misioneros y de la misión. 

   Entonces Nos vimos forzados a levantar Nuestra voz angustiada para reprobar la injusta persecución, y con la Carta Encíclica "CUPIMUS IMPRIMIS" del 18 de enero de 1952(3), tuvimos cuidado de recordar por amor a la verdad, conscientes de Nuestro deber, que la Iglesia Católica no puede considerarse como extraña, cuanto menos hostil, a nadie; más aún que ella, en su maternal solicitud, abraza con la misma caridad a todas las naciones, que no ambiciona cosas terrenas, sino que, a la medida de sus fuerzas, conduce a todos los ciudadanos a la consecución del cielo. Advertíamos, además, que los misioneros no pretenden los intereses de una nación particular, sino que, viniendo de todas las partes del mundo, y unidos como están por un único amor divino, desean y buscan solamente la difusión del Reino de Dios; bien claro está, por lo tanto, que su obra lejos de ser superflua o dañosa, es benéfica y necesaria para ayudar al celoso clero chino en el campo del apostolado cristiano.

   5. Encíclica en defensa del patriotismo de los católicos y contra la falsa doctrina de las tres independencias. 

   Después de casi dos años, el 7 de octubre de 1954, con otra Carta Encíclica "Ad Sinarum gentem"(4), enviada a vosotros para refutar las acusaciones dirigidas contra los mismos católicos chinos, proclamábamos abiertamente que el cristiano no es, ni puede ser, inferior a ninguno en la verdadera fidelidad y amor a su patria terrena. Y porque se había difundido entre vosotros la falsa doctrina llamada de las Tres Independencias, Nos, en virtud de Nuestro divino y universal Magisterio, advertimos que esa doctrina, según la entendían sus partidarios, ya en la significación teórica, ya en las aplicaciones prácticas que de ella se derivan, no podía ser aprobada por ningún católico, puesto que arranca a las almas de la necesaria unidad de la Iglesia.

   6. Nuevo documento pontificio. Testimonios de fidelidad a la Iglesia. 

   Ahora debemos advertir que en vuestra nación, en estos últimos años, las condiciones de la Iglesia han ido empeorando. Es verdad y esto es motivo para a Nos de gran consuelo en medio de tantas y tan grandes tristezas que ante las prolongadas persecuciones que os afligen, no ha disminuido en vosotros la intrépida fe ni el amor ardentísimo al Divino Redentor y a su Iglesia; intrépida fe y ardentísimo amor que habéis demostrado de mil maneras, por todas las cuales recibiréis un día el premio eterno de Dios, aunque sólo una pequeña parte de ellas ha llegado a conocimiento de los hombres.

PRIMERA PARTE GENERAL

1. LA IGLESIA Y SUS DIFICULTADES  ACTUALES


I. - La "Asociación patriótica", sus fines y métodos

   7. Se denuncian las insidias de la "Asociación patriótica"

   Pero al mismo tiempo es deber Nuestro denuncia a las claras -y lo hacemos con temblor y con profunda pena- que, merced a planes insidiosos, las condiciones van empeorando entre vosotros hasta el punto de que parece que la falsa doctrina, que Nos hemos reprobado, va llegando a las más extremas y perniciosas consecuencias.

   En efecto, con una táctica hábilmente concebida, se ha fundado entre vosotros una asociación, que ha tomado el nombre de patriótica, y los católicos se ven forzados con toda violencia a pertenecer a ella.

   Esta asociación, -Como se ha dicho en repetidas declaraciones- tendría el fin de unir el clero y los fieles en nombre del amor a la patria y a la religión para propagar el espíritu patriótico, para defender la paz entre los pueblos, y al mismo tiempo para apoyar, reforzar y propagar el socialismo establecido en vuestra Nación y para ayudar a las autoridades civiles a defender cuando se ofrezca ocasión, resueltamente, la que ellos llaman libertad política y religiosa. Es sin embargo evidente que, bajo estas expresiones de paz y de patriotismo, que pueden engañar a los ingenuos, tal asociación tiende a llevar a la práctica ciertos principios y planes perniciosos.

   8. Fines que la "Asoeiación" persigue

Con la apariencia de patriotismo que realmente se muestra falaz, tal asociación mira principalmente a que los Católicos den progresivamente su adhesión a las falsedades del materialismo ateo, con las cuales se niega a Dios y se rechazan todos los principios sobrenaturales.

   Con el pretexto de defender la paz, esa misma asociación acepta y propaga falsas sospechas y acusaciones contra muchos y venerables miembros del clero y aun contra los Obispos y la misma Sede Apostólica, atribuyéndoles extravagantes propósitos de imperialismo, de condescendencia y complicidad en la explotación del pueblo, de premeditada hostilidad hacia la Nación China.

   Mientras afirman que es necesario que exista una absoluta libertad en materia religiosa, y con la excusa de facilitar las relaciones entre la autoridad eclesiástica y la civil, de hecho la asociación pretende que la Iglesia, desatendidos y postergados sus sagrados derechos, quede totalmente sometida a la autoridad civil. Para lo cual se incita a los miembros a tener por buenas injustas medidas como la expulsión de los misioneros, el encarcelamiento de los Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles; asimismo a consentir en las medidas tomadas para impedir pertinazmente la jurisdicción de muchos legítimos Pastores; además a sostener principios reprobables que abiertamente atacan la unidad y universalidad de la Iglesia y su constitución jerárquica; y a admitir iniciativas que tienen por fin minar la obediencia del clero y de los fieles a sus legítimos Prelados separar las comunidades católicas de la Sede Apostólica.

   9. Métodos de violencia y de opresión

   Para difundir e inculcar en todas las inteligencias con más facilidad estos principios, esta asociación, que como dijimos, se gloría con el nombre de patriótica, recurre a los más variados medios, aun a los de la opresión y la violencia: a saber, propaganda abundante y clamorosa en la prensa: reuniones y congresos, a los que se obliga a asistir con invitaciones, amenazas y engaños -aun a quienes no lo desean-, y en los que, si alguno valientemente se levanta a defender la verdad, fácilmente le hacen callar, le derrotan y le tachan de infame, como enemigo de la patria y del orden nuevo. También se ha de hacer mención de esos cursillos de formación, en los que los discípulos tienen que beber y abrazar esta falaz doctrina, a los que van forzados sacerdotes, religiosos y religiosas, alumnos del sagrado seminario, fieles de cualquier estado y edad. En estos cursillos por medio de casi infinitas e interminables lecciones y discusiones, a lo largo de semanas y meses, las fuerzas de la mente y de la voluntad, tanto se debilitan y apagan que con esta violencia sicológica se arranca, más bien que se pide libremente, como sería justo, una adhesión, que ya casi nada tiene de humana. A esto hay que añadir esos modos de proceder que, ejercidos con todos los medios, privada y públicamente, con engaño, con dolo y con grave temor, perturban las mentes; las denominadas confesiones, arrancadas por la fuerza; los campos de reeducación; los llamados juicios populares, ante los cuales se han atrevido a arrastrar ignominiosamente para juzgarlos a venerables Obispos. 

   Contra tales medios, que violan los más importantes derechos de la persona humana y pisotean la sagrada libertad de los hijos de Dios, no puede menos de elevarse junto con la Nuestra la protesta de todos los fieles cristianos del mundo entero, y aun de todas las personas sensatas para deplorar el atropello contra la conciencia de los ciudadanos.

   10. El cristiano y el amor a la Patria

   Y puesto que en nombre del patriotismo se ejecutan tales iniquidades, es deber Nuestro recordar a todos, una vez más, que es precisamente la Iglesia con su doctrina que exhorta e incita a los católicos a fomentar un sincero y profundo amor a sus propias naciones, a prestar la debida sumisión a las autoridades públicas, salvo el derecho divino natural y positivo, a contribuir generosa y activamente a todas las empresas que conduzcan a una pacífica y ordenada prosperidad siempre creciente y a un verdadero progreso de la comunidad patria. La Iglesia jamás se ha cansado de inculcar a sus hijos la norma recibida de su Divino Redentor: Dad, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios(5); norma que se funda en el presupuesto de que ninguna oposición puede existir entre los postulados de la verdadera Religión y los verdaderos intereses de la patria.

   11. El cristiano y el amor supremo de Dios

   Pero es necesario afirmar también que, si los cristianos, por deber de conciencia, deben dar a César, o sea a la autoridad humana lo que le pertenece, asimismo no puede el César, es decir los gobernantes, exigir a los ciudadanos sumisión en las cosas que tocan a Dios y no a ellos y por eso no puede pedir obediencia cuando se trata de usurpar los soberanos derechos de Dios, o bien de obligar a los fieles a obrar en oposición con sus deberes religiosos, o a separarse de la unidad de la Iglesia y de su legítima jerarquía. Entonces sin duda alguna, todo cristiano con rostro sereno y voluntad firmísima repita las palabras con que Pedro y los primeros Apóstoles respondieron a los perseguidores: Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres(6).

II. - La Santa Sede y el pueblo chino

   12. La verdadera paz debe fuudarse sobre la justicia y la caridad

   Con enfática elocuencia los que fomentan y sostienen esta asociación; que usa el nombre de patriótica como nombre suyo propio, hablan constantemente de paz y proclaman insistentemente que los católicos deben luchar a favor de ella. Palabras, en sí mismas, magníficas y justísimas: ¿A quién se debe alabar más que a quien prepara el camino de la paz? Pero la paz, bien lo sabéis vosotros, Venerables Hermanos y amados hijos, no se funda sólo en palabras, no es una formalidad exterior, sugerida quizás por táctica ocasional y contradicha por iniciativas y obras que, más bien que inspirarse en sentimientos pacíficos, disponen los corazones a resentimientos, odios o aversiones. La verdadera paz debe fundarse sobre principios de justicia y caridad, enseñadas por Aquel que se adornó, como con un título real, con el nombre de Príncipe de la paz(7); la verdadera paz es la deseada por la Iglesia, paz estable, justa, equitativa y ordenada entre los individuos, las familias y los pueblos que, respetando los derechos de cada uno, y especialmente los de Dios, una a todos con el vínculo de la recíproca y fraternal colaboración.

   13. La Iglesia reconoce los derechos del pueblo chino

   En tal pacífica perspectiva de armoniosa convivencia de todas las naciones, la Iglesia desea que cada Nación tenga el puesto de dignidad que le compete. La Iglesia que, siempre ha seguido con simpatía los acontecimientos y vicisitudes de vuestra Patria, ya antes, hablando por boca de Nuestro inmediato Predecesor, de feliz memoria, deseó que fuesen plenamente reconocidas las legítimas aspiraciones  y los derechos de ese pueblo, el más numeroso de la tierra, cuya civilización se remonta a edades antiquísimas, que en siglos pasados conoció períodos de grandeza y esplendor, y al que no faltará un gran porvenir, si se mantiene en los camínos de la justicia y de la honestidad(8).

   14. Ataques a la Santa Sede y arbitrarias limitaciones del Magisterio Pontificio. 

   Al contrario, según las noticias trasmitidas por la radio y por la prensa, no faltan algunos y por cierto también entre el clero, desgraciadamente, que se atreven a insinuar la sospecha y la acusación de malevolencia de la Santa Sede hacia vuestra Patria.

   Partiendo de este falso y ofensivo ,presupuesto, no temen como primera medida limitar a su arbitrio la autoridad del supremo Magisterio de la Iglesia, diciendo que existen cuestiones como las sociales y económicas, en las que a los católicos sería lícito no hacer caso de las enseñanzas doctrinales y de las normas dadas por esta Sede Apostólica. Opinión -casi no habría necesidad de decirlo-, absolutamente falsa y llena de error, porque -como tuvimos ocasión de exponer hace algunos años a una selecta asamblea de Venerables Hermanos en el Episcopado- la potestad de la Iglesia no está circunscrita al dominio de las "cosas estrictamente religiosas" como suele decirse, mas pertenece a ella todo el campo de la ley natural, su enseñanza, interpretación y aplicación, en cuanto al fundamento moral. En efecto, por disposición divina, la observancia de la ley natural se refiere al camino, por el cual el hombre debe tender hacia su fin sobrenatural.  Ahora bien, la Iglesia en este camino, guía y custodia de los hombres, en cuanto se relaciona con su fin sobrenatural(9). Se trata de la misma verdad que con sabiduría ilustró Nuestro Predecesor SAN Pío X, en la Encíclica "Singulari quadam" del 24 de septiembre de 1912, cuando advertía que todas las acciones del cristiano están sujetas al juicio y a la jurisdicción de la Iglesia, en cuanto son buenas o malas desde el punto de vista moral, es decir, en cuanto concuerdan o están en oposición con el derecho natural y divino(10).

   15. Falsas protestas de fidelidad

   Además quienes después de haber proclamado una limitación tan arbitraria, declaran de palabra que quieren obedecer al Romano Pontífice en las verdades de fe y  -como acostumbran expresarse- en las normas eclesiásticas que deben observarse, llegan hasta el atrevimiento de negar la obediencia a claras y precisas medidas y disposiciones de la Santa Sede, atribuyéndoles segundos fines imaginarios de orden político, como si se tratase de tenebrosas maquinaones dirigidas contra la propia nación.

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NOTAS

  • (*) A. A. S. 50 (1958); La presente Encíclica del 29-VI-1958 no fue dada a publicidad sino el 8 de Septiembre de ese año. La versión es la de la Oficina de Prensa del Vaticano. Véase también L'Osservatore Romano, edición castellana, Bs. Aires, Año VII, Nº 353, del 18-IX-1958.
       Tal vez no sea inconveniente, hacer a la presente Enciclica, última de Pío XII en pnblicarse penúltima en escribirse, una breve introducción.
       En 1947 había en China 20 Arquidiócesis, 85 Diócesis y 39 Prefecturas Apostólicas.
       La China Continental tenia ya su jerarquía propia formalmente establecida por Pío XII.
       En 1926, Pío XI personalmente había consagrado, como recuerda el Sumo Pontífice en la introducción a la presente Encíclica, a los primeros Obispos Chinos en la Basílca de San Pedro; en 1947 se elevó este número a una veintena y alrededor de 2.500 sacerdotes chinos. Desde 1952 se síguen los documentos pontificios que denuncian los atentados siempre más graves contra la libertad de la Iglesia Católica en China. En la Encíclica Evangelii Praecones de 1951 Pío XII evoca en general las díficultades que ecuentran los misioneros en el Extremo Oriente; en 1952 en la Carta Cupimus imprimis, el Padre Santo pone a los fieles cristianos en guardia contra el movimiento de la triple autonomía, la financiera, la administrativa y la apostólica; en 1945, la Encíclica  Ad Sinarum Gentem, rechaza las calumnias que se estaban lanzando contra los católicos y la Sede Apostólica. En la última Encíclica de Pío XII, Memmisse iuvat, no faltan alusiones severas a este estado de cosas, cuando pide oraciones especiales por la Iglesia del silencio, y no dijo más el Sumo Pontífice porque ya obraba en manos de la autoridad eclesiástica china, aunque no se había publicado aún, la presente Encíclica en que se condena la separación abierta producida por las consagraciones episcopales recién realizadas. En 1959, apareció en italiano un libro que traía, clasificados por países, todos los textos pontificios sobre la Iglesia del Silencio, en que la China Continental ocupa un lugar tan doloroso, textos que complementan el anterior "Libro Rojo" consagrado a historiar los acontecimientos a que esas enseñanzas pontificias aluden.

  • (1) Pio XI, Homilia lam finis est, A. A. S. 18 (1926) 432. (volver)

  • (1b) Pio XI, Homilia lam finis est, A. A. S. 18 (1926) 432.

  • (2) Manípulo: Subdivisión de la Legión Romana, equivalente en un tiempo a dos centurias; se emplea aqui por grupo compacto de combate. (volver)

  • (3) Pío XII, Carta Cupimus imprimis. 18-1952, A. A. S. 44 (1952) 153; en esta Colección: Encicl. 215, nota (1), pág. 2045-2047. (volver)

  • (4) Pío XII, Encíclica Ad Sínarum Gentem, 7-X-1954; A. A. S. 47 (1955) 5; en esta Colección: Enclcl. 215, pág 2045. (volver)

  • (5) Lucas 20 25. (volver)

  • (6) Act. 5, 29.  (volver)

  • (7) Isaías 9, 6.  (volver)

  • (8) Ver Plo Xl, Mensaje al Delegado Apostólico en China, Il Sancto Padre, 1- VIII-1928; A. A. S. 20 (1928) 245. (volver)

  • (9) Pío XII, Alocución Magnificale Dominum mecum, 2-XI-1945 al Colegio de Cardenales y Obis- pos; A. A.S. 46(1954) 671, y 672. (volver)

  • (10) San Plo X, Enclcllca Slngulari Quadan, 24-IX-1912; A. A. S. 4 (1921) 658; en esta Colección: Enciclica 111,2, pág. 876 (volver)