Magisterio de la Iglesia
Ad Caeli Reginam
Carta Encíclica (Cont.
2)
7. La realeza de María en la liturgia oriental
La sagrada Liturgia, fiel espejo de la enseñanza comunicada por los Padres y
creída por el pueblo cristiano, ha cantado en el correr de los siglos y canta
de continuo, así en Oriente como en Occidente, las glorias de la celestial
Reina.
Férvidos resuenan los acentos en el Oriente: Oh Madre de Dios, hoy eres trasladada al cielo sobre los carros de los querubines, y los serafines se honran con estar a tus órdenes, mientras los ejércitos de la celestial milicia se postran ante Ti(1).
Y también: Oh justo, beatísimo [José], por tu real origen has sido escogido entre todos como Esposo de la Reina Inmaculada, que de modo inefable dará a luz al Rey Jesús(2). Y además: Himno cantaré a la Madre Reina, a la cual me vuelvo gozoso, para celebrar con alegría sus glorias... Oh Señora, nuestra lengua no te puede celebrar dignamente, porque Tú, que has dado a la luz a Cristo Rey, has sido exaltada por encima de los serafines. ... Salve, Reina del mundo, salve, María, Señora de todos nosotros(3).
En el Misal Etiópico se lee: Oh María, centro del mundo entero..., Tú
eres más grande que los querubines plurividentes y que los serafines
multialados. ... El cielo y la tierra están llenos de la santidad de tu gloria(4).
8. En la liturgia latina.
Canta la Iglesia Latina la antigua y dulcisima plegaria "Salve
Regina", las alegres antífonas "Ave Regina caelorum",
"Regina caeli laetare alleluia" y otras recitadas en las varias
fiestas de la Bienaventurada Virgen María: Estuvo a tu diestra como Reina,
vestida de brocado de oro(5);
La tierra y el cielo te cantan cual Reina poderosa(6);
Hoy la Virgen María asciende al cielo; alegraos, porque con Cristo reina
para siempre(7).
A
tales cantos han de añadirse las Letanías Lauretanas que invitan al pueblo católico
diariamente a invocar como Reina a María; y hace ya varios siglos que, en el
quinto misterio glorioso del Santo Rosario, los fieles con piadosa meditación
contemplan el reino de María que abarca cielo y tierra.
2. En el arte.
9. En el arte y en las tradiciones religiosas.
Finalmente, el arte, al inspirarse en los principios de la fe cristiana, y como
fiel intérprete de la espontánea y auténtica devoción del pueblo, ya desde
el Concilio de Efeso, ha acostumbrado a representar a María como Reina y
Emperatriz que, sentada en regio trono y adornada con enseñas reales, ceñida
la cabeza con corona, y rodeada por los ejércitos de ángeles y de santos,
manda no sólo en las fuerzas de la naturaleza, sino también sobre los malvados
asaltos de Satanás. La iconografía, también en lo que se refiere a la regia
dignidad de María, se ha enriquecido en todo tiempo con obras de valor artístico,
llegando hasta representar al Divino Redentor en el acto de ceñir la cabeza de
su Madre con fúlgica corona.
Los Romanos Pontífices, favoreciendo a esta devoción del pueblo cristiano,
coronaron frecuentemente con la diadema, ya por sus propias manos, ya por medio
de Legados pontificios, las imágenes de la Virgen Madre de Dios, insignes
tradicionalmente en la pública devoción.
Como ya hemos señalado más arriba, Venerables Hermanos, el argumento
principal, en que se funda la dignidad real de María, evidente ya en los textos
de la tradición antigua y en la sagrada Liturgia, es indudablemente su divina
maternidad. De hecho, en las Sagradas Escrituras se afirma del Hijo que la
Virgen dará a luz: Será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob eternamente, y su
reino no tendrá fin(8);
y, además, María es proclamada Madre del Señor(9).
Síguese de ello lógicamente que Ella misma es Reina, pues ha dado vida a un
Hijo que, ya en el instante mismo de su concepción, aun como hombre, era Rey y
Señor de todas las cosas, por la unión hipostática de la naturaleza humana
con el Verbo.
2. La cooperación a la Redención,
11. 2º su cooperación a la Redención de Cristo.
Mas la Beatísima Virgen ha de ser proclamada Reina no tan sólo por su divina
maternidad, sino también en razón de la parte singular que por voluntad de
Dios tuvo en la obra de nuestra eterna salvación.
¿Qué
cosa habrá para nosotros más dulce y suave
-como escribía Nuestro Predecesor, de feeliz memoria, Pío XI- que el
pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de
naturaleza, sino también por derecho de conquista adquirido a costa de la
Redención? Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto
le hemos costado a nuestro Salvador; "Fuisteis rescatados, no con oro o
plata, ... sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un Cordero
inmaculado"(11).
No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo "por precio
grande"(12)
nos ha comprado(13).
Ahora
bien, en el cumplimiento de la obra de la Redención, María Santísima estuvo,
en verdad, estrechamente asociada a Cristo; y por ello justamente canta la
Sagrada Liturgia: Dolorida junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo
estaba Santa María, Reina del cielo y de la tierra(14).
Y
la razón es que, como ya en la Edad Media escribió un piadosísimo discípulo
de San Anselmo: Así como... Dios, al crear todas las cosas con su poder, es
Padre y Señor de todo, así María, al reparar con sus méritos las cosas
todas, es Madre y Señor de todo: Dios es el Señor de todas las cosas, porque
las ha constituido en su propia naturaleza con su mandato, y María es la Señora
de todas las cosas, al devolverlas a su original dignidad mediante la gracia que
Ella mereció(15).
La razón es que, así como Cristo por el título particular de la Redención
es nuestro Señor y nuestro Rey, así también la Bienaventurada Virgen [es
nuestra Señora y Reina] por su singular concurso prestado a nuestra redención,
ya suministrando su sustancia, ya ofreciéndolo voluntariamente por nosotros, ya
deseando, pidiendo y procurando para cada uno nuestra salvación(16).
12. El razonamiento teológico de la co-redención.
Dadas estas premisas, puede argumentarse así: Si María, en la obra de la
salvación espiritual, por voluntad de Dios fue asociada a Cristo Jesús,
principio de la misma salvación, y ello en manera semejante a la en que Eva fue
asociada a Adán, principio de la misma muerte, por lo cual puede afirmarse que
nuestra redención se cumplió según una cierta "recapitulación"(17),
por la que el género humano, sometido a la muerte por causa de una virgen, se
salva también por medio de una virgen; si, además, puede decirse que esta
gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo precisamente para
estar asociada a El en la redención del género humano(18)
"y si realmente fue Ella, la que, libre de toda mancha personal y original,
unida siempre estrechísimamente con su Hijo, lo ofreció como nueva Eva al
Eterno Padre en el Gólgota, juntamente con el holocausto de sus derechos
maternos y de su maternal amor, por todos los hijos de Adán manchados con su
deplorable pecado"(19);
se podrá de todo ello legítimamente concluir que, así como Cristo, el nuevo
Adán, es nuestro Rey no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser
nuestro Redentor, así, según una cierta analogía, puede igualmente afirmarse
que la Beatísima Virgen es Reina, no sólo por ser Madre de Dios, sino también
por haber sido asociada cual nueva Eva al nuevo Adán.
3. Su sublime dignidad y plenitud de gracia.
13. Realeza mariana en sentido análogo pero eminente por su dignidad y su gracia.
Y,
aunque es cierto que en sentido estricto, propio y absoluto, tan sólo
Jesucristo -Dios y hombre- es Rey, también María, ya como Madre de Cristo
Dios, ya como asociada a la obra del Divino Redentor, así en la lucha con los
enemigos como en el triunfo logrado sobre todos ellos, participa de la dignidad
real de Aquél, siquiera en manera limitada y analógica. De hecho, de esta unión
con Cristo Rey se deriva para Ella sublimidad tan espléndida que supera a la
excelencia de todas las cosas creadas: de esta misma unión con Cristo nace
aquel regio poder con que ella puede dispensar los tesoros del Reino del Divino
Redentor; finalmente, en la misma unión con Cristo tiene su origen la
inagotable eficacia de su maternal intercesión junto al Hijo y junto al Padre.
No
hay, por lo tanto, duda alguna de que María Santísima supera en dignidad a
todas las criaturas, y que, después de su Hijo, tiene la primacía sobre todas
ellas. Tú finalmente -canta San Sofronio- has superado en mucho a
toda criatura... ¿Qué puede existir más sublime que tal alegría, oh Virgen
Madre? ¿Qué puede existir más elevado que tal gracia, que Tú sola has
recibido por voluntad divina?(20).
Alabanza, en la que aun va más allá San Germán: Tu honrosa dignidad te
coloca por encima de toda la creación: Tu excelencia te hace superior aun a los
mismos ángeles(21).
Y San Juan Damasceno llega a escribir esta expresión: Infinita es la
diferencia entre los siervos de Dios y su Madre(22).
Para ayudarnos a comprender la sublime dignidad que la Madre de Dios ha
alcanzado por encima de las criaturas todas, hemos de pensar bien que la Santísima
Virgen, ya desde el primer instante de su concepción, fue colmada por
abundancia tal de gracias que superó a la gracia de todos los Santos.
4. María reina con Cristo.
14. Participación del poder y la distribución de los frutos de la redención.
Además, la Bienaventurada Virgen no tan sólo ha tenido, después de Cristo, el
supremo grado de la excelencia y de la perfección, sino también una
participación de aquel influjo por el que su Hijo y Redentor nuestro se dice
justamente que reina en la mente y en la voluntad de los hombres. Si, de hecho,
el Verbo opera milagros e infunde la gracia por medio de la humanidad que ha
asumido, si se sirve de los sacramentos, y de sus Santos, como de instrumentos
para salvar las almas, ¿cómo no servirse del oficio y de la obra de su santísima
Madre para distribuirnos los frutos de la Redención?
Con
ánimo verdaderamente maternal
-así dice el mismo Predecesor Nuestro, PPío IX, de ilustre memoria- al tener
en sus manos el negocio de nuestra salvación, Ella se preocupa de todo el género
humano, pues está constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y
está exaltada sobre los coros todos de los Ángeles y sobre los grados todos de
los Santos en el cielo, estando a la diestra de su unigénito Hijo, Jesucristo,
Señor nuestro, con sus maternales súplicas impetra eficacísimamente, obtiene
cuanto pide, y no puede no ser escuchada(24).
A este propósito, otro Predecesor Nuestro, de feliz memoria, León XIII, declaró que a la Bienaventurada Virgen María le ha sido concedido un poder casi inmenso en la distribución de las gracias(25); y San Pío X añade que María cumple este oficio suyo como por derecho materno(26).
NOTAS
(1)
Ex liturgia Armenorum: in festo Assumpt., hym. ad Mat.
(2)
Ex Menaeo (byzant.): Dominica post Natalem, in Canone, ad Mat.
(3)
Officium hymni (in ritu byzant.).
(4) Missale Aethiopicum: Anaphora Dominae nostrae Mariae, Matris Dei.
(5)
Brev. Rom.: Versic. sexti
Resp.
(6)
Festum Assumpt., hymn. Laud.
(7)
Ibid., ad Magnificat II Vesp.
(8)
Luc. 1, 32. 33.
(9)
Ibid. 1, 43.
(10)
S. Ioannes Damasc. De fide orthodoxa 4, 14 PG 94, 1158 B.
(11)
1 Pet. 1, 18. 19.
(12) 1 Cor. 6, 20.
(13)
Pius XI, enc. Quas
primas: A.A.S.
17 (1925), 599.
(14)
Festum septem dolorum B. M. V., tractus.
(15) Eadmerus De excellentia V. M., 11 PL 159, 508 A.B.
(16) Suárez De mysteriis vitae Christi disp. 22, sect. 2 (ed. Vives 19, 327).
(17) S. Iren. Adv. haer. 4, 9, 1 PG 7, 1175 B.
(18)
Pius XI, epist. Auspicatus profecto: A.A.S. 25 (1933), 80.
(19)
Pius XII, enc. Mystici
Corporis: A.A.S.
35 (1943), 247.
(20)
S. Sophronius In Annuntiationem B. M. V.: PG 87, 3238 D. 3242 A.
(21)
S. Germanus, Hom. 2 in Dormitionem B. M. V.: PG 98, 354 B.
(23) Pius IX, bulla Ineffabilis Deus: Acta Pii IX 1, 597. 598.
(24) Ibid., 618.
(25)
Leo XIII, enc. Adiutricem
populi: A.A.S.
28 (1895-1896), 130.
(26)
Pius X, enc. Ad diem
illum: A.A.S.
36 (1903-1904), 455.