Magisterio de la Iglesia
Ad Caeli Reginam
Carta Encíclica (Cont.
3)
5. Doble error que ha de evitarse
15. Prevencióncontra exageraciones y la estrechez en la exposoción de esta verdad.
Mas, en estas y en otras cuestiones tocantes a la Bienaventurada Virgen, tanto
los Teólogos como los predicadores de la divina palabra tengan buen cuidado de
evitar ciertas desviaciones, para no caer en un doble error; esto es, guárdense
de las opiniones faltas de fundamento y que con expresiones exageradas
sobrepasan los límites de la verdad; mas, de otra parte, eviten también cierta
excesiva estrechez de mente al considerar esta singular, sublime y -más aún-
casi divina dignidad de la Madre de Dios, que el Doctor Angélico nos enseña
que se ha de ponderar en razón del bien infinito, que es Dios(1).
Por lo demás, en este como en otros puntos de la doctrina católica, la
"norma próxima y universal de la verdad" es para todos el Magisterio,
vivo, que Cristo ha constituido "también para declarar lo que en el depósito
de la fe no se contiene sino oscura y como implícitamente"(2).
IV La fiesta de María Reina y consagración de Pío XII
16. Resumen y decreto de institución y consagración al Inmaculado Corazón de María.
De los monumentos de la antigüedad cristiana, de las plegarias de la liturgia,
de la innata devoción del pueblo cristiano, de las obras de arte, de todas
partes hemos recogido expresiones y acentos, según los cuales la Virgen Madre
de Dios sobresale por su dignidad real; y también hemos mostrado cómo las
razones, que la Sagrada Teología ha deducido del tesoro de la fe divina,
confirman plenamente esta verdad. De tantos testimonios reunidos se entreforma
un concierto, cuyos ecos resuenan en la máxima amplitud, para celebrar la alta
excelencia de la dignidad real de la Madre de Dios y de los hombres, que ha
sido exaltada a los reinos celestiales, por encima de los coros angélicos(3).
Y ante Nuestra convicción, luego de maduras y ponderadas reflexiones, de que
seguirán grandes ventajas para la Iglesia si esta verdad sólidamente
demostrada resplandece más evidente ante todos, como lucerna más brillante en
lo alto de su candelabro, con Nuestra Autoridad Apostólica decretamos e
instituimos la fiesta de María Reina, que deberá celebrarse cada año en todo
el mundo el día 31 de mayo. Y mandamos que en dicho día se renueve la
consagración del género humano al Inmaculado Corazón de la bienaventurada
Virgen María. En ello, de hecho, está colocada la gran esperanza de que pueda
surgir una nueva era tranquilizada por la paz cristiana y por el triunfo de la
religión.
Conclusión
1. Exhortación a la devoción mariana.
17. Sugerencias prácticas para la devoción mariana y sus frutos
Procuren, pues, todos acercarse ahora con mayor confianza que antes, todos cuantos recurren al trono de la gracia y de la misericordia de nuestra Reina y Madre, para pedir socorro en la adversidad, luz en las tinieblas, consuelo en el dolor y en el llanto, y, lo que más interesa, procuren liberarse de la esclavitud del pecado, a fin de poder presentar un homenaje insustituible, saturado de encendida devoción filial, al cetro real de tan grande Madre. Sean frecuentados sus templos por las multitudes de los fieles, para en ellos celebrar sus fiestas; en las manos de todos esté la corona del Rosario para reunir juntos, en iglesias, en casas, en hospitales, en cárceles, tanto los grupos pequeños como las grandes asociaciones de fieles, a fin de celebrar sus glorias. En sumo honor sea el nombre de María más dulce que el néctar, más precioso que toda joya; nadie ose pronunciar impías blasfemias, señal de corrompido ánimo, contra este nombre, adornado con tanta majestad y venerable por la gracia maternal; ni siquiera se ose faltar en modo alguno de respeto al mismo.
Se
empeñen todos en imitar, con vigilante y diligente cuidado, en sus propias
costumbres y en su propia alma, las grandes virtudes de la Reina del Cielo y
nuestra Madre amantísima. Consecuencia de ello será que los cristianos, al
venerar e imitar a tan gran Reina y Madre, se sientan finalmente hermanos, y,
huyendo de los odios y de los desenfrenados deseos de riquezas, promuevan el
amor social, respeten los derechos de los pobres y amen la paz. Que nadie, por
lo tanto, se juzgue hijo de María, digno de ser acogido bajo su poderosísima
tutela si no se mostrare, siguiendo el ejemplo de ella, dulce, casto y justo,
contribuyendo con amor a la verdadera fraternidad, no dañando ni perjudicando,
sino ayudando y consolando.
2. La Iglesia del silencio.
18. Protección de María en las persecuciones.
En muchos países de la tierra hay personas injustamente perseguidas a causa de
su profesión cristiana y privadas de los derechos humanos y divinos de la
libertad: para alejar estos males de nada sirven hasta ahora las justificadas
peticiones ni las repetidas protestas. A estos hijos inocentes y afligidos
vuelva sus ojos de misericordia, que con su luz llevan la serenidad, alejando
tormentas y tempestades, la poderosa Señora de las cosas y de los tiempos, que
sabe aplacar las violencias con su planta virginal; y que también les conceda
el que pronto puedan gozar la debida libertad para la práctica de sus deberes
religiosos, de tal suerte que, sirviendo a la causa del Evangelio con trabajo
concorde, con egregias virtudes, que brillan ejemplares en medio de las
asperezas, contribuyan también a la solidez y a la prosperidad de la patria
terrenal.
3. María reina y medianera de paz.
19. Para conservar la paz.
Pensamos también que la fiesta instituida por esta Carta encíclica, para que
todos más claramente reconozcan y con mayor cuidado honren el clemente y
maternal imperio de la Madre de Dios, pueda muy bien contribuir a que se
conserve, se consolide y se haga perenne la paz de los pueblos, amenazada casi
cada día por acontecimientos llenos de ansiedad. ¿Acaso no es Ella el arco
iris puesto por Dios sobre las nubes, cual signo de pacífica alianza?(4).
Mira al arco, y bendice a quien lo ha hecho; es muy bello en su resplandor;
abraza el cielo con su cerco radiante y las Manos del Excelso lo han extendido(5).
Por lo tanto, todo el que honra a la Señora de los celestiales y de los
mortales -y que nadie se crea libre de este tributo de reconocimiento y de amor-
la invoque como Reina muy presente, mediadora de la paz; respete y defienda la
paz, que no es la injusticia inmune ni la licencia desenfrenada, sino que, por
lo contrario, es la concordia bien ordenada bajo el signo y el mandato de la
voluntad de Dios: a fomentar y aumentar concordia tal impulsan las maternales
exhortaciones y los mandatos de María Virgen.
20. Deseos finales y bendición apostólica.
Deseando muy de veras que la Reina y Madre del pueblo cristiano acoja estos
Nuestros deseos y que con su paz alegre a los pueblos sacudidos por el odio, y
que a todos nosotros nos muestre, después de este destierro, a Jesús que será
para siempre nuestra paz y nuestra alegría, a Vosotros, Venerables Hermanos, y
a vuestros fieles, impartimos de corazón la Bendición Apostólica, como
auspicio de la ayuda de Dios omnipotente y en testimonio de Nuestro amor.
Dado
en Roma, junto a San Pedro, en la fiesta de la Maternidad de la Virgen
María, el día 11 de octubre de 1954, decimosexto de Nuestro
Pontificado.
PIO XII |
NOTAS
(1)
Sum. Theol. 1, 25, 6, ad
4.
(2)
Pius XII, enc. Humani
generis: A.A.S.
42 (1950), 569.
(3)
Brev. Rom.: Festum
Assumpt. B. M. V.
(4)
Cf. Gen. 9, 13.
(5) Eccli. 43, 12-13.