Magisterio de la Iglesia
Discurso a los seminaristas de Apulia
PÍO
XII
Discurso
póstumo para
los seminaristas
Septiembre 1958
A
ejemplo del Divino Maestro, que gozaba en apartarse con sus apóstoles para
infundir en sus almas los tesoros de su infinita sabiduría y bondad -seorsum
autem discipulis suis disserebat omnia(1)-,
también Nos, su indigno Vicario en la Tierra, de buen grado os acogemos en
Nuestra morada, amados hijos, Superiores, Ex-Alumnos y Alumnos del Seminario
Regional de Apulia, guiados por el eminente Señor Card. Prefecto de la S.
Congregación de Seminarios y Universidades, a la vez que por los celosísimos
Arzobispos y Obispos de la región de Apulia, reunidos todos en Nuestra
presencia, ansiosos por coronar solemne y fructuosamente la celebración del
quincuagésimo año de la fundación de vuestro Instituto.
2.
Nunca consideramos ajeno a Nuestro oficio de Pastor Universal el encontrarnos
con cada una de las porciones de la grey de Cristo: ¿qué decir, pues, de este
encuentro con vosotros, amados seminaristas, esperanza de la Iglesia y Nuestra,
retoños jóvenes de la viña del Señor, futuros herederos del depósito de
salud y de santidad, llamados a ser de modo muy particular sal de la tierra y
luz del mundo?(2).
Y, en efecto, nada más pertinente y digno puede hacer el Romano Pontífice por
toda la Iglesia -y cada Obispo por su propia Diócesis-, luego de atender con
diligencia a las actuales necesidades de los fieles, que proveer con toda
solicitud a la perfecta formación de los que sobre la tierra habrán de
perpetuar, para salvación de todas las gentes, la mística presencia del Sumo
Sacerdote, Cristo, hecho visible en aquellos en quienes se cumplirá hasta la
consumación de los siglos la prometida casi identidad con El y con el Padre: Qui
vos audit me audit et qui vos spernit me spernit. Qui
autem me spernit, spernit Eum qui misit me(3).
A
este elevado motivo, que tan queridos os hace de vuestros Pastores, se añade
otro, tan íntimamente unido con el primero, de su natural deseo de asegurar la
estabilidad y el progreso de la obra, en la que ellos consumen toda su vida.
La
Iglesia es, en algunos aspectos, también una familia, por cuyo honor, progreso
y continuidad están vivamente interesados sus pastores, como padres. Recibida
en herencia de sus predecesores, en las concretas y limitadas realidades de Diócesis
y de Parroquias, los que la han amado y servido con la entrega y sacrificio de sí
mismos, no podrían sufrir ni aun el pensamiento de una posible extinción, ya
por falta de vocaciones, ya por ineptitud de los sucesores. Como en toda casa
grande, quien la preside está preocupado por la continuidad de la estirpe y por
el mantenimiento del añejo esplendor. Pues bien, vosotros, seminaristas, sois
para Nos, para vuestros Obispos, y para el Clero más anciano, los futuros
herederos de la nobilísima casa a la que habéis dado el nombre, del ingente
patrimonio de bienes y glorias espirituales, con tantas inmolaciones y fatigas
acumulado por innumerables generaciones. Ved por qué sois objeto de amorosos y
asiduos cuidados, y por qué el Seminario es estimado por el Obispo y por el
Clero como la pupila de sus ojos. Sed, por lo tanto, especialmente bien venidos,
amados alumnos del Seminario regional de Apulia, a los que Nuestro corazón,
siguiendo el ejemplo del Divino Redentor, querría en verdad confiaros todo, "omnia":
pero habrá de contentarse con recordar apenas algún principios fundamental
sobre la formación del sacerdote, seguro, por lo demás, de la prudente guía
de vuestros Superiores, que no ignoran las copiosas fuentes de reglas y de
experiencias con las que, a través de los siglos, se ha enriquecido la Iglesia
en este campo tan esencial como delicado. Mas no lo haremos sin antes tomar
parte en la alegría de vuestro cincuentenario y evocar siquiera algunas cosas
de su pasado.
3.
Las fiestas jubilares de entidades, asociaciones e instituciones que con
frecuencia se desea concluir en Nuestra presencia y con Nuestra Bendición,
aunque contraselladas con peculiares caracteres, expresan todas un común
significado: afirmar la vitalidad del organismo con la prueba de los años, y
confirmar el propósito de continuar con mayor entusiasmo hacia los objetivos
propuestos. Ciertamente que éste es también vuestro primer pensamiento, al
terminarse el quincuagésimo año de actividad de vuestro Seminario. Y se le
unen otras reflexiones y sentimientos, como la tranquila satisfacción de
pertenecer a una excelente obra; el reconocimiento hacia todos cuantos trazaron
sus primeros surcos y aseguraron su fecundidad; el deseo de reavivar la simpatía
en todos los que de algún modo os pertenecieron, los cuales, si son eminentes,
están como llamados a dar testimonio a la obra misma; y no en último lugar, el
deseo de sacar de lo pasado útiles enseñanzas, y del recuerdo de sus orígenes
una renovación en el espíritu. Fiestas jubilares, por lo tanto, no vanas, sino
fructuosas son las que frecuentemente quieren coronarse junto a Nos, porque para
la mayor parte de las obras que crecen frondosas en la Iglesia de Cristo, el
volverse hacia los orígenes equivale a un bautismo tonificante en el primitivo
espíritu, movido por el Señor. Por lo demás, la Iglesia misma cuando a lo
largo de su ininterrumpido camino ha querido sacudir de su vestidura santa e
inmaculada el inevitable polvo del siglo, que a veces le impedía en su libre
caminar, no ha encontrado remedio más apto que volverse al espíritu y a la práctica
de sus comienzos, no ya para replegarse en los límites estrechos y en los
medios rudimentarios a ella impuestos por la ley que preside en todo humano
desarrollo, sino para templar de nuevo hombres y medios en aquella aura tersa e
intensa de lo divino, que circundó su nacimiento.
4.
De modo análogo y en las debidas proporciones, os proponéis vosotros volveros
con afectuoso recuerdo hacia los primeros años de la fundación de vuestro
Seminario, dominados por el ínclito espíritu de S. Pío X, con razón
considerado fundador de los Seminarios Regionales, singularmente del
vuestro, que en el orden del tiempo es el primero de los erigidos por él. Y
deseando también Nos contribuir a animar e incrementar vuestro fervor en la
formación de los seminaristas para la misión sacerdotal, os expondremos algún
pensamiento, dejándonos inspirar por la memoria del Santo Pontífice.
Y
de hecho ¿quién podría auxiliarnos mejor en esta materia que él mismo, Pío
X, sacerdote santo, entregado constantemente, durante los años anteriores a su
elección, a formar en los Seminarios densas falanges de sacerdotes según el
corazón de Dios; y más tarde, Pontífice santo, cuyo pontificado parece ocupar
el centro del que bien pudiera llamarse "el siglo de oro" de los
Seminarios?
Aunque
en todo tiempo la Iglesia fue muy solícita en la cuidadosa formación del
clero; y aunque al Concilio de Trento la historia le asigna justamente el mérito
de haber instituido los Seminarios, buen número de los cuales deben su origen a
aquellos decretos y aún conservan fama ejemplar, singularmente en Roma; sin
embargo, su espléndido florecer en número, ordenamientos y fecundidad, su
sabia adaptación a las nuevas corrientes de los tiempos, ha tenido comienzo
hace como unos cien años. Grandiosa es la abundancia de documentos y
disposiciones tocantes a la formación del Clero, que se deben a Nuestros
inmediatos Predecesores, distinguido cada uno de éstos por peculiares méritos.
Y
así, podríamos ver en Pío IX a quien unió, en el Concilio Vaticano, nuevos
anillos de estabilidad jurídica a los ya decretados por el Tridentino; en León
XIII, el reordenador por antonomasia de los estudios sagrados; en San Pío X, el
encendido animados de la santidad y del celo sacerdotal; en Benedicto XV, el que
proveyó a la estabilización definitiva de la renovada institución, tanto
promulgando el Código de Derecho Canónico, como creando su específico
Dicasterio, la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades; en Pío
XI, el que perfeccionó la obra de sus Predecesores, principalmente dotando a
los Seminarios regionales de Italia con imponentes edificios, entre los cuales
el vuestro de Molfetta. Este, sin embargo, se mantiene siempre unido a la
excelsa figura de San Pío X, cual corresponde al primogénito entre los
fundados por él.
5.
Es muy significativa la coincidencia del año de la fundación de éste, en
Lecce, con la fecha de la exhortación apostólica Haerent animo (4
agosto 1908), en la que el Santo Pontífice delineaba, casi como pintándose a sí
mismo, el ideal del Sacerdote, y en la que expresa elocuentemente la génesis de
los Seminarios regionales y de los fines a ellos encomendados. Algunos años más
tarde, confortado con la feliz experiencia del primero, destinado a los
seminaristas de Apulia y de Lucania, al erigir otro en Catanzaro para Calabria,
promulgó la constitución apostólica Susceptum inde(4),
que comúnmente es señalada como la charla magna de los Seminarios
regionales. Pero en la presente conmemoración jubilar, bien recordáis con
ternura la carta dirigida a los Padres de la Compañía de Jesús de la
provincia de Nápoles, a cuyos cuidados confiaba el nuevo seminario, en la que
el Santo Pontífice se decía "presente, en espíritu, en la fiesta"
de la inauguración. Pues bien, amados Superiores y alumnos, así como se tiene
fundado motivo para afirmar que, en la gloria de los cielos, el santo
"Fundador" no ha olvidado a su primer Seminario interdiocesano, así
vosotros cuidad bien de que, siguiendo sus enseñanzas y ejemplos, ciertamente
se perpetúe entre vosotros la presencia de su espíritu bienaventurado. Y esto
sucederá si convertís en realidad el voto de su magnánimo corazón, expresado
también en aquella circunstancia; que vuestro Seminario sea "un Seminario
modelo"(5).
6.
Mas, ¿cómo un seminario habrá de merecer el título de "modelo"?
Ved lo que Nos proponemos indicaros con breves rasgos, casi como fruto
perdurable de vuestra conmemoración jubilar. La palabra "modelo" en
la mente del Fundador de los Seminarios Regionales, significa perfección
ejemplar en el logro de los fines esenciales que les están señalados. En las
instituciones de educación colegial, como son los Seminarios, en las que todo
está minuciosamente previsto y ordenado -desde la distribución del tiempo a
cada uno de los actos de piedad y de estudio-, la observancia puramente exterior
y casi mecánica de las normas establecidas, especialmente si es soportada más
bien que acogida con sincero consentimiento, puede suscitar ciertamente la
impresión de un organismo sorprendente por el orden y la disciplina; pero no es
prueba y garantía de la consecución del fin esencial, que consiste
precisamente en la sólida formación de la conciencia sacerdotal y en el
enderezar todas las facultades personales a la vida de perfecto ministro de
Dios.
El
principio y fundamento de la formación espiritual es, por lo tanto, la persuasión
iluminada, íntima y firme de la excelsa dignidad del sacerdocio: persuasión
que surge en el alma bajo el impulso de la divina gracia. Tan sólo así se
impondrá esta verdad a la voluntad bajo el ideal de un bien sumamente apreciado
y deseable: es el "tesoro del campo", "la perla de gran
valor", cuya adquisición vale cualquier renunciamiento(6).
Esa cambia la dirección a la vida, avalora aun el más pequeño acto en la
jornada del seminarista, le hace aceptar todo precepto, bendecir toda renuncia,
recibir con agrado el trabajo del estudio y el peso de la disciplina. Los
testimonios sobre la excelsa dignidad del sacerdocio, ya desde los tiempos apostólicos
hasta nuestros días, son tan copiosos y concordes que el educador y el alumno
pueden conocerlos sin gran trabajo. Siguiendo esta áurea tradición, Nos mismo
no hemos dejado pasar ocasión alguna para hacer que a ello se vuelva la atención
del clero y de los seminaristas, especialmente con la exhortación apostólica Menti
Nostrae(7).
Y queriendo ahora, no añadir, sino desarrollar en detalle alguno de aquellos
conceptos, especialmente de la tercera parte, hemos estimado proponeros estos
pensamientos:
7. I. Prepararse para el sacerdocio significa formarse un alma sacerdotal
El
carácter sacramental del Orden sella, por parte de Dios, un pacto eterno de su
amor de predilección, que exige de la criatura preescogida la correspondencia
en la santificación. Pero, también como dignidad y misión, el Sacerdocio
exige la adecuación personal de la criatura, so pena de ser juzgada como los
invitados desprovistos de la vestidura nupcial y los siervos pródigos de los
divinos talentos(8).
A la dignidad concedida ha de corresponder, por lo tanto, una dignidad
adquirida, para lo cual no basta ya un único acto de voluntad y de deseo, por
muy intenso que fuera. En concreto, se es sacerdote cuando se forma un alma
sacerdotal, empeñando incesantemente todas las facultades y energías
espirituales para conformar la propia alma sobre el modelo del Eterno y Sumo
Sacerdote, Cristo. A esta metamorfosis espiritual, cuyas dificultades no se
ocultan, pero tampoco se silencian sus íntimas delicias, debe enderezarse la
obra educadora de los seminarios. Los términos ad quem de esta interior
metamorfosis espiritual mirarán a la persona del candidato, al mundo, a la
futura actividad.
Con
humildad y verdad deberá el seminarista acostumbrarse a mantener sobre su
persona un concepto muy diferente y más elevado que el ordinario del
cristiano, por muy bueno que éste fuera: será él un preescogido de entre el
pueblo, un privilegiado de los carismas divinos, un depositario del poder
divino; en una palabra, un alter Christus, que sustituirá al hombre con
todas sus naturales exigencias y condiciones. Su vida ya no será suya, sino de
Cristo: más aún, es Cristo quien vive en él(9).
El "no se pertenece a sí", como no pertenece a parientes, amigos, ni
siquiera a una determinada patria: la caridad universal es lo que siempre habrá
de respirar. Los mismos pensamientos, voluntad, sentimientos no son suyos, sino
de Cristo, su vida. Tales conceptos pueden parecer demasiado atrevidos, audaces
para nuestros días, cuando la frase "vivir su vida" está difundida
casi como un axioma indiscutible, hasta cuando significa autonomía y libertad
desenfrenada; pero ¿no es acaso el sacerdote sal de la tierra y luz del
mundo?(10).
8.
Igualmente diversa y más elevada es la visión del mundo en el alma
sacerdotal. Sus ojos no ven sino un mundo poblado de almas: sus méritos, sus
luchas, llagas, necesidades. Los sentidos externos se encuentran con los
cuerpos, mas en cuanto son tabernáculos de Dios, o destinados a serlo, y con
los bienes materiales, en cuanto son medios para la gloria divina. Tal visión
espiritual, a la par que atenúa las seducciones del mundo físico, hace más
intenso el sentido de caridad hacia aquellos, para quienes la vida es pródiga
en lágrimas: éstos son los predilectos del alma sacerdotal. Y, el sacerdote,
aunque viva en el mundo, no se siente prisionero suyo, ni bajo los impulsos a
veces violentos de las pasiones, ni por el peso de las miserias; sino que, libre
como cada espíritu que se mueve en su centro connatural, él está por encima
de los acontecimientos, de las contradicciones, de la vanidad del tiempo y de la
materia. El es el jefe de todos aquellos que se sienten animados a rebelarse
contra la servidumbre del pecado, declarando la guerra a la concupiscencia de la
carne y de los ojos, y a la soberbia de la vida(11).
Adversario declarado del mundo(12),
no teme sus venganzas, ni sucumbe a sus presiones, ni espera en sus premios. Ni
siquiera de la Iglesia espera terrenales recompensas para sus trabajos, dándose
por bien pagado con el honor de "cooperador de Dios" y de los
inefables consuelos que Dios comunica a sus siervos.
NOTAS
(1) Mc. 4, 34. (2) Cf.
Mat. 5, 13-14. (3) Luc.
10, 16. (4) 25
mart. 1914; A.A.S. a. 6 (1914) 213-218. (5)
Lett. del 6 nov. 1908
(volver) (6)
Cf.
Mat. 13, 44-45. (7)
23
sept. 1950; A.A.S. a. 42 (1950) 675 ss. (8) Cf.
Mat. 22, 11-12; 25, 15-30.
(9) Cf.
Gal. 2, 2. (10)
Mat. 5, 13. 14.
(11)
Cf. Io. 2, 16.
volver)
(12) Cf.
ibid. 15. (volver) |