Magisterio de la Iglesia

Discurso a los seminaristas de Apulia

PÍO XII
Discurso
póstumo para los seminaristas
Septiembre 1958

       9. También en lo tocante a su futura actividad, deberá el seminarista adquirir conceptos superiores, derivados del estado de "ministro de Cristo" y de "administrador de los misterios de Dios"(13), de "colaborador de Dios"(14). El sagrado ministerio deberá condicionar cada acto y obra suyos. Será el hombre de las rectas y santas intenciones, semejantes a las que mueven a Dios a obrar. Toda mezcla de intenciones personales, sugeridas por la sola naturaleza, habrán de considerarse como indignas del carácter sagrado y como evasiones de su órbita. Si determinadas actividades le prodigaren satisfacciones humanas, dará gracias a Dios por ellas, aceptándolas como subsidio, mas no como sustitución, de las santas intenciones. Pero su principal actuación será estrictamente sacerdotal, esto es, la de mediador de los hombres al ofrecer a Dios el Sacrificio del N. Testamento, con el dispensar los sacramentos y la Palabra divina, al rezar el divino Oficio en provecho y en representación del linaje humano. Prescindiendo de los raros casos de evidente inspiración divina, el sacerdote que no subiera al altar devota y frecuentemente, según prescriben los Sagrados Cánones(15) y no administrase, cuando preciso fuere, los sacramentos, sería como un árbol, plantado por el Señor en su viña, tal vez admirable por muchas excelencias exteriores, pero tristemente estéril e inútil. Y mucho más negativo habría de ser el juicio tocante al sacerdote que antepusiera, en su estima, al ejercicio de la potestad sacerdotal externas actividades, aun muy nobilísimas, como la Ciencia, y utilísimas, como las obras sociales y de beneficencia, pues que, si estuviere destinado por su Obispo a los estudios científicos o a las actividades caritativas, puede muy bien en ambos casos realizar un precioso apostolado, hoy muy necesario. No sólo Dios y la Iglesia, sino también los fieles seglares, a veces aun los más tibios, quieren ver en el sacerdote, ante todo, el ministro de Dios circundado en cada momento por el mismo brillo que irradia de la sagrada custodia. Sagrada, en efecto, es no sólo su obra sino también su persona. Frente a tan profunda transformación y sublimación, exigida por la Iglesia a vuestras almas, que la humildad os haga repetir ¿Quomodo fiet istud?(16); pero que la confianza en la omnipotencia de la gracia os de plena seguridad.

   10. II. Prepararse para el sacerdocio significa hacerse instrumentos aptos en manos de Cristo

   ¡Cuán inmensa es la dignación de Dios para los que El escoge como instrumentos de su voluntad salvífica! Depositario y dispensador de los medios de salvación, el sacerdote, así como no puede disponer de ellos a su arbitrio, porque es "ministro", así debe mantener inalterada la autonomía de su persona, la libertad y la responsabilidad de sus actos. El es, por lo tanto, consciente instrumento de Cristo, el cual, a manera de genial escultor, se sirve de él como del cincel para modelar en las almas la imagen divina. ¡Ay, si el instrumento rehusara seguir la mano del artista; ay, si, según el propio capricho, deformase su diseño! ¡Cuán mediocre resultaría la obra, si el instrumento, por propia culpa, fuese inepto! El fin de los seminarios es precisamente éste: guiar a los jóvenes seminaristas para que se formen como instrumentos de Cristo, perfectos, eficaces y dóciles.

   Ante todo, perfectos, que es decir provistos de las dotes necesarias para el ejercicio de su sagrado ministerio. Bien conocéis esas dotes; mas quisiéramos que notarais cómo la perfección sacerdotal no es un hecho consistente de por sí; antes bien sigue y se sobrepone a la perfección natural y humana del sujeto. No se llega a sacerdote perfecto cuando no se es, en algún modo, hombre perfecto. Concepto éste en el que parecen inspirarse los sagrados cánones, cuando exigen en el ordenado la exención de ciertos defectos e irregularidades(17). Y tal exigencia es condividida también, en cierto modo, por el pueblo cristiano, que ansía ver en el propio pastor un hombre distinto de los demás por dotes y virtudes aun naturales, una "persona superior" por cualidades intelectuales y morales; y, por lo tanto, culto, inteligente, equilibrado en el juicio, seguro y tranquilo en el actuar, imparcial y ordenado, generoso y pronto para el perdón, amigo de la concordia y enemigo del ocio, en una palabra, el perfectus homo Dei(18). Para el sacerdote, aun las llamadas virtudes naturales son exigencia del apostolado, porque sin ellas terminaría ofendiendo o rechazando a los demás. Mas a esta perfección ya adquirida como mejor sea posible, se vendrá necesariamente a añadir la perfección propia del estado sacerdotal, esto es, la santidad. En Nuestra ya citada Exhortación ilustramos ampliamente la equivalencia, y casi sinonimia, entre sacerdocio y santidad. Este es el elemento primero que hace del sacerdote un perfecto instrumento de Cristo, porque el instrumento es tanto más perfecto y eficaz cuanto más unido se halle estrechamente a la causa principal, que es Cristo.

   11. Su eficacia es, además, dada por su ciencia, particularmente la teológica. Pero de la formación científica del clero ya Nos hemos ocupado repetidamente en otras circunstancias, aun en documentos solemnes(19). Tened por muy firme que no se puede ser instrumentos eficaces de la Iglesia, si no estuviereis provistos de una cultura proporcionada a los tiempos. En muchos casos no bastan ni el fervor de las propias persuasiones, ni el celo de la caridad para conquistar y conservar las almas para Cristo. También tiene razón en esto el buen pueblo, cuando desea sacerdotes "santos y doctos". Sea, pues, el estudio vuestra principal ascesis, tanto más cuanto que tiene como objeto las cosas divinas.

   Cierto es que Dios puede suplir la perfección y eficacia del instrumento; pero la docilidad depende de la humana voluntad. Un instrumento indócil, resistente a las manos del artista, es inútil y dañoso: es más bien un instrumento de perdición. Dios puede hacerlo todo con un instrumento bien dispuesto, aunque fuere imperfecto; pero nada, por lo contrario, con un rebelde. Docilidad quiere decir obediencia; pero más aún "disponibilidad en las manos de Dios" para cualquier obra, necesidad, mudanza. La completa "disponibilidad" se logra mediante el desapego afectivo de las miras personales, de los propios intereses, y también aun de las más santas empresas. El desapego, a su vez, se funda en la humilde verdad, enseñada por Cristo: cuando hayáis realizado todas las cosas que se os han mandado, decid: Somos siervos inútiles(20). Mas ello no supone, por lo demás, según ya hemos indicado, ni disminución de empeño en los oficios que os hubieran confiado, ni renunciar a la legítima satisfacción por los buenos resultados obtenidos. La disciplina que os impone el seminario, con espíritu siempre paternal, no tiene otro fin que educaros en la docilidad hacia Cristo y la Iglesia.

   12. III. Prepararse para la perseverancia

   Todo en torno a vosotros, amados seminaristas, os parece de color de rosa, en estos años de preparación, a los cuales os volveréis con el recuerdo, saturado de dulce nostalgia. Vuestro presente entusiasmo juvenil, las rectas intenciones que os animan, el empeño con que atendéis a la santificación, os hacen tal vez soñar un ministerio sacerdotal fecundo y tranquilo, cuya serenidad no será turbada ni siquiera por las luchas contra los enemigos de Dios. Os lo deseamos de corazón; mas no silenciemos la realidad.

   Necesario es que ya desde ahora os preparéis, en todo caso, para tolerar su flagelo, ejercitándoos en la vigilancia y en la perseverancia. Con el correr de los años, con el multiplicarse de trabajos y de luchas, con la natural disminución de las fuerzas físicas y psíquicas, no es ciertamente anormal que se produzcan en vuestro espíritu aquellas crisis profundas, que parecen ofuscar todo ideal, desarticular aun el más hermoso programa, apagar aun el más encendido fervor. A semejantes crisis, acompañadas tal vez por el imprevisto desencadenarse de las pasiones, con frecuencia se ha dado paso por haber descuidado las más elementales cautelas, cuando no precisamente con el involuntario cumplimiento de concretos deberes; pero, a veces, ellas sobrevienen igualmente, aun sin haberles dado ocasión, casi como huracanes imprevistos en un mar tranquilo. El ritmo febril del dinamismo moderno, que impide al alma el interrogarse y el escucharse, las mil insidias puestas en asechanza en el común camino, la difusa desorientación de los espíritus concurren a crear estos dramas interiores. El sacerdote, hasta entonces "hombre superior", puede llegar a encontrarse en el número de aquellos hombres, descritos eficazmente con la expresión ordinaria de "hombres con nervios deshechos", esto es, incapaces de volver a hacerse con las riendas y el dominio de sí mismos. Si tal aconteciere, ya nadie podría prever el epílogo de una vocación hasta entonces clara y fecunda. Os conjuramos, por lo tanto, amados seminaristas, a que ya desde este momento os adiestréis para tales situaciones, previniendo y proveyendo. Medid, ante todo, vuestras fuerzas, mas calculando, en una única suma, las que Dios os dará; pero haced todo lo necesario para conservarlas intactas, para acrecerlas adoptando aquellas cautelas y recursos, que con tanta amplitud os ofrece la Iglesia. En el ejercicio de la perseverancia, mucho debéis esperar de la prudente guía de vuestros directores espirituales y, además, de la ininterrumpida morigeración en vuestras costumbres, del orden en vuestros horarios, de la moderación en emprender y desarrollar las actividades exteriores. Sublime es la dignidad a la que Dios os llama, numerosos y prontos los subsidios para vuestro uso saludable; mas todo podría resolverse en una dolorosa desilusión, si no fuereis solícitos, como vírgenes prudentes, en velar y en perseverar.

   13. Al clero anciano quisiéramos recomendar: no desalentéis al clero joven. Cierto que las desilusiones son inevitables, ya se deban a las condiciones generales humanas, ya a peculiares motivos locales; mas nunca deberán provenir de que sacerdotes provectos, desanimados tal vez por los desengaños de la realidad de la vida, entorpezcan las vivas energías del clero joven. Donde la madura experiencia no exige un no resuelto, dejadle hacer proyectos, dejadle ensayar y, si no todo saliere bien, confortadle y animadle para nuevas empresas.

   Ved, amados seminaristas, los pensamientos que deseábamos confiaros y ofreceros en esta presente fausta conmemoración. A vosotros, Superiores, confiamos, mientras tanto, esta selecta falange de almas juveniles, cándidas y fervorosas, de las cuales todo lo podréis obtener con la ayuda de la divina Gracia, si a vuestra vez os dejareis guiar por las enseñanzas de la Iglesia; acudid con todas las energías, a fin de que, verdaderamente, lleguen a ser almas sacerdotales según el corazón de Dios, valerosos apóstoles para la salud y la santificación de los amados habitantes de Apulia, continuadores de las gloriosas tradiciones de vuestras Diócesis.

   Que el Santo Pontífice Pío X interceda junto al trono de Dios y de su Santísima Madre, para que se cumpla este voto suyo y Nuestro..  

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NOTAS

  • (13) 1 Cor. 4, 1.  (volver)

  • (14) Ibid. 3, 5.   (volver)

  • (15) Cf. Cod. Iur. Can. can. 805-806.   (volver)

  • (16) Luc. 1, 34.  (volver)

  • (17)  Cf. Cod. Iur. Can. can. 984, 987.  (volver)

  • (18) 2 Tim. 3, 17.  (volver)

  • (19) Cf. Disc. e Rad. 1, 211-228; Litt. enc. Humani generis, 12 aug. 1950, passim.  (volver)

  • (20)  Luc. 17, 10.  (volver)