Magisterio de la Iglesia
Auspicia quaedam*
Pío XII
1º de mayo de 1948
Ordena oraciones por la paz del mundo y especialmente en
Palestina
Venerables Hermanos: Salud y bendición apostólica 1. La humanidad dispuesta a la paz y reconstrucción. Algunos indicios parecen hoy demostrar claramente que toda la gran comunidad de los pueblos, después de tantas matanzas y devastaciones causadas por la larga y terrible guerra, se orienta ardientemente hacia los saludables caminos de la paz, y que al presente con más gusto se da oído a los que con trabajo fatigoso se dedican a la labor de reconstrucción, a los que tratan de calmar y arreglar las discordias y se preparan a hacer surgir de tantas ruinas como nos afligen un orden nuevo de prosperidad, que no a aquellos otros que todavía exitan a mutuas y acerbas contiendas y a odios y rencores de los que no se pueden derivar sino nuevos daños y pérdidas. 2. Preocupación por las nuevas amenazas de guerra y plegarias por la paz. Pero aunque Nos mismo y el pueblo cristiano tengamos todavía no leves motivos de consuelo y podamos confortarnos con la esperanzan de tiempos mejores, sin embargo, no faltan aún hechos y sucesos que causan gran preocupación y angustia a Nuestro ánimo paternal. Efectivamente, aunque en casi todas las partes la guerra ha terminado, sin embargo, la deseada paz aún no ha serenado las mentes y los corazones. Mas todavía se nota aún que el cielo se va oscureciendo con nubes amenazadoras. Nos, por parte Nuestra, no cesamos de dedicarnos, en cuanto Nos es posible, a alejar de la familia humana los peligros de otras calamidades que la amenazan. Y por cuanto los medios humanos resulten insuficientes, nos dirijimos suplicantes a Dios y exhortamos al mismo tiempo a todos nuestros hijos en Cristo, esparcidos por todos los países de la tierra a fin de que se unan con nosotros en impetrar los auxilios celestiales. Por este motivo, así como en los pasados años Nos sirvió de consuelo dirigir Nuestra exhortación a todos, y especialmente a los niños por Nos tan amados, parque durante el mes de mayo (mes de María) acudiesen en gran número a los altares de la gran Madre de Dios a fin: de implorar el término de la funesta guerra, así hoy, de la misma manera por medio de esta carta los invitamos ardientemente a no interrumpir esta piadosa costumbre y a unir a sus súplicas propósitos de renovación cristia na y obras de saludable penitencia. 3. Gratitud a María Santísima
y nuevas Y ante todo, den a la Virgen Madre de Dios y benigní sima Madre nuestra las más vivas gra cias por haber conseguido con su po derosa intercesión el suspirado fin de la gran conflagración y por tantos otros beneficios como nos ha obtenido del Altísimo. Pero, al mismo tiempo, pídanle con renovadas oraciones que finalmente resplandezca como don del cielo la mutua paz fraternal, la paz plena entre todas las gentes y la deseada con cordia entre todas las clases sociales. Cesen las discordias, que no son para nadie de provecho; compónganse, de acuerdo con la justicia, las disputas, que muchas veces son fuente de nuevas desventuras; auméntense y consolídense entre las naciones las relaciones públicas y privadas; tenga la Religión, autora de toda virtud, la libertad que cor responde y el pacífico trabajo de los hombres bajo el auspicio de la justicia, y el soplo divino de la caridad produzca, para bien de todos, los más abundantes frutos. 4. Oración unida a la renovación espiritual Vosotros sabéis muy bien, Venerables Hermanos, que nuestras oraciones son gratas a la Santísima Virgen de manera especial cuando no son voces efímeras y vacías, sino que brotan de corazones enriquecidos por las necesarias virtudes. Esforzaos, por consiguiente, en vuestro celo apostólico, en que a las públicas oraciones elevadas al cielo durante el mes de mayo corresponda un despertar de vida cristiana. Efectivamente, sólo con este punto de partida es lícito esperar que la marcha de las cosas y de los acontecimientos en la vida pública igual que en la privada, pueda llevarse a cabo según el recto orden, y que los hombres consigan alcanzar, con la ayuda de Dios, no sólo la prosperidad posible en este mundo, sino también la felicicidad celestial, que nunca ha de tener fin. 5. Motivo especial, la guerra en Palestina Pero hay al presente un motivo especial que aflige y angustia vivamente Nuestro corazón. Nos queremos referir a los Santos Lugares de Palestina, que desde hace mucho tiempo se ven turbados por luctuosos sucesos y casi cada día se ven devastados por nuevos estragos y ruinas. Y, sin embargo, si hay una región en el mundo que debe ser especialmente amada por todo espíritu digno y culto, esa es ciertamente Palestina, de la cual, ya desde los oscuros primeros años de la historia, ha surgido para todos los hombres tanta luz de verdad, en donde el Verbo de Dios encarnado quiso anunciar por medio de los angélicos coros la paz a los hombres de buena voluntad y donde finalmente Jesucristo, colgado en el árbol de la Cruz, procuró la salvación de todo el género humano, y extendiendo sus brazos, como invitando a todos los pueblos a un abrazo fraternal, consagró, con la efusión de su sangre, el gran precepto de la caridad. Deseamos, pues, Venerables Hermanos, que este año las oraciones del mes de mayo tengan la finalidad especial de pedir a la Santísima Virgen que, finalmente, la situación de Palestina, se arregle con la equidad, y que allí también triunfe finalmente la concordia y la paz. 6. Invitación a los niños y sus padres de rezar en el mes de María. Confiamos grandemente en el poderosísimo patrocinio de nuestra Madre celestial, patrocinio que durante este mes consagrado a ella impetrarán especialmente los inocentes con una santa cruzada de oraciones. Y precisamente os toca a vosotros invitarlos y estimularlos a ello con gran solicitud; y no sólo a ellos, sino también a sus padres, que igualmente en esto deben precederles numerosos con su ejemplo. Bien sabemos que nunca hemos apelado al ardiente celo que os inflama. Y precisamente por eso, nos parece ver grandes multitudes de niños, de hombres y de mujeres que hacen rebosar los templos sagrados para pedir a la Madre de Dios todas las gracias y todos los favores que necesitamos. Que Ella, que nos ha dado a Jesús, nos obtenga que todos los que se han alejado del recto camino, vuelvan a éste cuanto antes, movidos por un saludable arrepentimiento. Que Ella nos consiga, puesto que es nuestra Madre benignísima, y en todos los peligros se nos ha mostrado siempre ayuda poderosa y mediadora de gracias, nos consiga, decimos, que también en las graves necesidades que nos angustian, se encuentre una justa solución a las disputas y que una paz, segura y libre, resplandezca finalmente para la Iglesia y para todas las naciones. 7. Recuerdo y renovación de la consagración al Inmaculado Corazón de María Hace algunos años, como todos recordarán mientras todavía ardía la última guerra mundial, Nos, viendo que los medios humanos resultaban inciertos e insuficientes para extinguir aquel enorme conflicto, dirigimos Nuestras fervientes plegarias al misericordiosísimo Redentor, interponiendo el poderoso patrocinio del Inmaculado Corazón de María, Y así como Nuestro predecesor de inmortal memoria León XIII, en los albores del siglo XX, quiso consagrar a todo el género humano al Corazón Sacratísimo de Jesús, así igualmente Nos, casi en representación de la familia humana por Él redimida, quisimos consagrarla al Corazón Inmaculado de la Virgen María. Por eso deseamos que, según lo permita la oportunidad, se haga esta consagración tanto en las diócesis cuanto en las parroquias y familias, y confiamos en que esta consagración, pública y privada, será fuente de abundantes beneficios y favores celestiales. 8. Bendición Apostólica En auspicio de ello, y como prueba de Nuestra paternal benevolencia os damos con efusión de corazón la Bendición Apostólica a cada uno de vosotros, Venerables Hermanos, a todos aquellos que con buen ánimo correspondan a esta carta Nuestra de exhortación y de manera especial a los numerosos y apretados escuadrones de los amadísimos niños. Dado en Roma, junto a San Pedro, el 1º de mayo del año 1948, décimo de Nuestro Pontificado Pío XII |
* A. A. S., 40 (1948) 109-172. Versión de "Ecclesia" Nº 356 Año VIII; 8-V-1948, p. 509-510.