Magisterio de la Iglesia
Discurso e las
fiestas centenarias
de San José de
Calasanz
PÍO
XII Que alegría, qué alegría, qué triunfo para vuestro santo fundador es esta numerosa representación de sus hijos, "su gozo y su corona" (Flp 4, 1). Unos prolongan en su vida religiosa la vida terrestre del santo, santa y apostólica; otros, formados e instruidos en las Escuelas Pías, difundidas en tantas; regiones del mundo, le atribuyen con ánimo agradecido el honor y el mérito de la educación sana y fuerte que han recibido. De Nuestra admiración por vuestro Padre y Legislador, dilectos hijos, os hemos dado un solemne testimonio en el Breve Apostólico "Providentissimus Deus", con el cual lo hemos declarado y proclamado celeste Patrono de todas las escuelas populares cristianas, San José de Calasanz, del que fue cuna la católica España, fundó la escuela elemental para niños, pero más precisamente para los niños pobres y abandonados. Otros recorrieron después, nobilísimamente, el mismo camino; pero a todos los precedió y fue el humilde y valeroso portaestandarte en la obra santa. Sin duda, San José de Calasanz y la Orden que había fundado, según las circunstancias lo aconsejaron o requirieron, abrieron también escuelas superiores para jóvenes de posición elevada. Sin embargo, el gran amor de vuestro fundador fue siempre para el hijo del pobre y del pueblo sencillo, y la escuela que él fundó se preocupó no sólo de instruirles y educarles en la fe cristiana, que siguió siendo siempre su más alto afán, sino también quiso a la vez impartirles, con sabio y experimentado método pedagógico, un sólido conocimiento para prepararles y adiestrarles para la vida. El es verdaderamente merecedor del título honorífico que le ha sido recientemente concedido. Vuestro padre ha edificado su instituto sobre la base que el divino Redentor puso en toda su obra y que será siempre segura garantía de la autenticidad y duración de todas las instituciones de la Iglesia: sobre el fundamento de la cruz. Lo que el santo en los últimos años de su larga vida sufrió, lo que soportó con heroica virtud, resplandece como una de las más fúlgidas y preciosas joyas en la historia de los santos.A San José de Calasanz se le puede aplicar de una manera excelente la promesa del salmo: "Qui seminant in lacrimis, in exsultatione metent" (Sal 125, 6). Por una singular disposición de la divina Providencia, este año de 1948 subraya luminosamente dos momentos de la promesa: el 25 de agosto de 1648 es todavía el tiempo de la dolorosa siembra, de las lágrimas, de la prueba de la cruz, pero al propio tiempo que sembrador, era el granito de trigo lanzado en el surco para morir y germinar. Pero he aquí que el trigo nace, crece, sazona y el sembrador, viviendo en la eternidad de luz, lo ve, alienta y bendice. Cien años más tarde, bajo el gran sol de la gloria, sobre la tierra, aparece como Beato ante los ojos del mundo, llevando amorosamente en sus brazos las bellas espigas doradas. Todos los que estáis aquí reunidos, junto a los que no pueden estar presentes más que con el corazón, le rendís el homenaje debido. Pero él espera principalmente de vosotros que prosigáis y promováis siempre mejor, según su ejemplo, bajo su guía y con su protección, lo que fue el ideal de su vida y de su pensamiento: la educación cristiana completa de la juventud. Vosotros, ante todo, hijos suyos por vuestra profesión religiosa; vosotros, que animados de su espíritu habéis dedicado, como él, vuestra vida al apostolado, tan caro a su corazón. Y Nos pensamos en este momento en las eminentes figuras de dignatarios eclesiásticos, teólogos, literatos y hombres de ciencia que han ilustrado vuestra Orden; pero Nuestro recuerdo va con reconocimiento y amor especial al escolapio desconocido, a todos los miembros de vuestro Instituto, que con su modesto trabajo, quizá poco considerado por el mundo, han llevado a millares y millares de niños al saber y a toda virtud religiosa y civil. Este ideal es muy elevado, porque tiene por objeto supremo la formación sobrenatural y, por lo tanto, el destino eterno de los alumnos confiados a su cuidado. Es también muy vasto porque tiende a formar hombres perfectos por su cultura intelectual, moral, científica, social, artística, según la condición, las aptitudes y las legítimas aspiraciones de cada uno, de forma que nadie se convierta en un relegado o en un inepto y, por otra parte, ninguno vea cerrado a su paso el camino que conduce a la cumbre. Oficio magnífico y santo el de los educadores, que les pone en posición de dar a sus escolares lo que les conviene en materia de conocimiento, y que ha de tener el arte de plegar y adaptar su enseñanza a la inteligencia y capacidad de los adolescentes, y sobre todo supone dedicación, amor y, en la medida de sus fuerzas, un santo entusiasmo que fomente el interés espontáneo de los alumnos y estimule su ardor por el trabajo. ¿Dónde alcanzaréis, pues, este tesoro de pedagogía superior que necesitáis? En vuestra vida espiritual interior, en la oración, en el estudio; en una palabra, en la práctica exacta y fiel de los deberes de vuestro estado, que el santo fundador os inculcó con sus ejemplos, con las reglas dadas por él, con sus admirables cartas, que un amor filial, junto con una diligente y aguda erudición, ha puesto o pondrá próximamente en vuestras manos. De este maestro incomparable aprenderéis siempre más perfectamente lo que habéis de saber y hacer y cómo debéis hacerlo, lo que habéis de sufrir y cómo debéis imitar su magnanimidad en el sufrimiento, porque la educación es ante todo obra de amor, y la gran escuela del amor es la cruz. Pero también a vosotros Nos dirigimos, caros alumnos; a vosotros, objeto de tantos cuidados; a vosotros, que podéis comprender ya, o por lo menos entrever, qué gran obra es vuestra educación; grande por el fin que se propone, grande por lo que cuesta a vuestros educadores, grande por la colaboración que exige de vosotros. Así la concebía el santo que honráis hoy especialmente, pero al que debéis rendir culto y homenaje constante, no sólo con acto de devoción, sino haciendo todo lo posible por corresponder a las intenciones de su amor hacia vosotros. Porque vosotros, que crecéis en el aula de las escuelas calasancias, no podéis ciertamente ir todos los días a la escuela, estudiar diligentemente vuestras lecciones, hacer conscientemente vuestros deberes, únicamente por ser tal vuestro deber o tan sólo para enriquecer vuestro entendimiento con conocimientos siempre más vastos, para afinar vuestro ingenio con el ejercicio y la cultura para aseguraros una honesta condición de vida. No; además de estos fines justos y rectos la educación tiene el fin superior de formar y perfeccionar en vosotros al cristiano digno de su carácter natural y sobrenatural, útil a la sociedad, cualquiera que sea el oficio al que la Providencia le ha destinado. Para forjar tales hombres, ¿habéis reflexionado a qué trabajos, a qué fatigas y a qué renuncias totales y continuas vuestros maestros y profesores deben someterse? La obra de la formación comporta inevitablemente todos los sacrificios. Los sacrificios pueden ser aceptados con mala voluntad o aceptados de buen grado. Vosotros tenéis la obligación de colaborar estrechamente con vuestros educadores. A esta colaboración os llama la pedagogía de San José de Calasanz, tanto en el estudio intelectual; profano y religioso, como en la cultura moral y sobrenatural, pues se trata para vosotros no sólo de registrar los buenos resultados como simples receptores pasivos, sino de cooperar con una actividad al mismo tiempo dócil y personal. Todo esto es verdad, en general. Pero cada hora tiene su propia faz, a la cual debe acomodarse necesariamente la educación cristiana. Nos estimamos que la escuela católica ha de tener presente dos fines especiales: 1º- A la inquietud a la desmesurada multiplicidad, a la presión de la vida moderna, que aprieta casi totalmente al hombre como en una espiral y no le deja concentrarse en sí mismo; al frenesí por el éxito erigido en criterio de juicio sin atender a lo verdadero o lo falso, lo bueno o lo malo, lo lícito o lo ilícito, la educación católica es llamada a oponer el hombre de convicciones claras, profundas y seguras. Mirad; los que carecen de principios sólidos, hoy se ven arrollados por el oleaje de las luchas ideológicas. Por esta razón son tantas las miradas que se vuelven, esperanzadas hacia la Iglesia. Esta tiene en sí una historia admirable de santidad y de grandes obras, es rica en venerables costumbres, de belleza y de formas sublimes. Mas lo que, sobre todo, atrae a los espíritus es la convicción, firme como una roca, de la verdad absoluta, de la fuerza divina de aquella fe, de la cual todo lo demás recibe vida y valor. 2º- A la inestabilidad moral, hacia la cual la juventud de mil modos es arrastrada por la supercultura, por el libro, por las imágenes y las películas, la educación católica debe oponer el hombre que sabe dominarse a sí mismo, defender su dignidad humana y cristiana. La moral católica tiene un corazón ancho. Ella acoge y abraza todo aquello que se encuentra en el ámbito de aquella dignidad. Por ella son también marcados los límites que no es lícito traspasar. Mantener inviolados estos límites es la tarea y el mérito de los ánimos fuertes; pero es necesaria la gracia y la oración humilde para impetrarla; gracia y oración sin las cuales no es posible la victoria. Es necesario que los jóvenes siempre y en toda ocasión se ejerciten en la renuncia, en el sacrificio, en el dominio de sí mismos. Por esto sobre todos, educadores y alumnos, invocamos la Intercesión del Santo fundador, hombre de invicta fe y heroica abnegación, y mientras con él ponemos las Escuelas Pías de la Madre de Dios bajo el potente auxilio de la Virgen Purísima Nos os impartimos con paternal efecto la Bendición Apostólica. Pío XII |