Magisterio de la Iglesia

Evangelii Praecones

11. Colaboración entre los Institutos misioneros

   54. En tiempos pasados, el vastísimo campo del apostolado misional no estaba dividido por límites de circunscripciones eclesiásticas determinadas, ni se encomendaba a una Orden o Congregación religiosa para que lo cultivase juntamente con el clero indígena a medida que éste fuese creciendo. Esta es, hoy, como todos saben, la costumbre general, y sucede también a veces que algunas regiones confiadas a religiosos sean de una determinada provincia del mismo Instituto. Nos, en verdad, vemos la utilidad de este sistema, pues que con estos métodos y normas se simplifica la organización de las misiones católicas.

   55. Pero puede suceder que de este modo de proceder se sigan inconvenientes y daños no pequeños, a los cuales hay que poner remedio en cuanto sea posible. Ya nuestros predecesores trataron este asunto en las letras apostólicas que antes hemos recordado, y dieron normas prudentísimas en esta materia; las cuales nos es grato ahora repetir y confirmar, exhortándoos paternalmente a que, por el conocido celo de la religión y de la salvación de las almas que os anima, las recibáis con ánimo filial y dócil. «Los territorios y distritos de Misiones que encomendó a vuestro cuidado y diligencia la Sede Apostólica, para que los reduzcáis al imperio de Cristo, son muchas veces tan extensos que no bastan ni con mucho para cultivarlos los misioneros de que puede disponer uno u otro Instituto misionero. En este caso imitad sin vacilaciones la conducta que en las diócesis ya constituidas guardan los obispos, valiéndose de religiosos de varias Congregaciones clericales o laicales, y de hermanas pertenecientes a diversos Institutos. Esa ha de ser vuestra norma en requerir la ayuda de otros misioneros, sean o no sacerdotes, pertenezcan o no a vuestra Congregación o Instituto, ya para la dilatación de la fe, ya para la educación de la juventud indígena, ya para otros cualesquiera ministerios.

   56. Gloríense santamente todas las Ordenes y Congregaciones religiosas de las misiones vivas, que les han sido confiadas, y de los trabajos y éxitos que por el amor de Cristo han realizado en ellas hasta el día de hoy; pero entiendan bien que no laboran en aquellas regiones ni por derecho propio ni para siempre, sino sólo por concesión de la Sede Apostólica y a voluntad de la misma. A ella, por lo tanto, compete el derecho y el deber de mirar por su entera y cumplida evangelización.

   57. No puede, pues, satisfacer a esta obligación apostólica el Papa con sólo distribuir los países de misiones, grandes o pequeños, entre las varias Congregaciones misioneras, sino que -lo que más importa- está obligado a proveer siempre y cuidadosamente a que los dichos Institutos manden tantos y sobre todo tales misioneros a cada región, como allí fueren necesarios, para difundir copiosa y eficazmente por toda ella la luz del cristianismo».

 12. Adaptación y respeto por las culturas

   58. Queda un punto por tratar, el cual deseamos ardientemente que todos entiendan claramente. La Iglesia, desde sus orígenes hasta nuestros días, ha conseguido siempre la prudentísima norma que, al abrazar los pueblos el Evangelio, no se destruya ni extinga nada de lo bueno, honesto y hermoso que, según su propia índole y genio, cada uno de ellos posee. Pues cuando la Iglesia llama a los pueblos a una condición humana más elevada y a una vida más culta, bajo los auspicios de la religión cristiana, no sigue el ejemplo de los que sin norma ni método cortan la selva frondosa, abaten y destruyen, sino más bien imita a los que injertan en los árboles silvestres la buena rama, a fin de que algún día broten y maduren en ellos frutos más dulces y exquisitos.

   59, La naturaleza humana, aunque inficionada con el pecado original por la miserable caída de Adán, tiene con todo en sí «algo naturalmente cristiano»; lo cual, si es iluminado con la luz divina y alimentado por la gracia de Dios, podrá algún día ser elevado a la verdadera virtud y a la vida sobrenatural.

   60. Por lo cual, la Iglesia católica ni despreció las doctrinas de los paganos ni las rechazó, sino que más bien las libró de todo error e impureza, y las consumó y perfeccionó con la sabiduría cristiana. De la misma manera acogió benignamente sus artes y disciplinas liberales que habían alcanzado en algunas partes tan alto grado de perfección, las cultivó con diligencia y las elevó a una extrema belleza a la que antes tal vez nunca había llegado. Tampoco suprimió completamente las costumbres típicas de los pueblos y sus instituciones tradicionales, sino que en cierto sentido las santificó; y los mismos días de fiesta, cambiando el modo y la forma, los hizo que sirviesen para celebrar los aniversarios de los mártires y los misterios sagrados. A este propósito escribe muy oportunamente San Basilio: «Como los tintoreros preparan de antemano con ciertos procedimientos lo que hay que teñir, y así fácilmente después le dan el color de púrpura o cualquier otro, de la misma manera nosotros también, si queremos que permanezca indeleble y para siempre en nosotros el esplendor de la virtud, procuraremos en primer lugar iniciarnos en estas artes externas y después aprenderemos las doctrinas sagradas y arcanas; acostumbrados a ver el sol, por decirlo así, en el reflejo del agua, podremos alzar nuestros ojos directamente a la luz... Y así como la vida propia del árbol es producir a su tiempo frutos abundantes, y, sin embargo, las hojas adheridas a los ramos les proporcionan algún ornato, de igual modo el fruto principal del alma es la misma verdad, pero, sin embargo, no es desagradable el adorno de la sabiduría externa, que, como follaje, proporciona al fruto sombra y agradable aspecto. Se dice que Moisés, varón verdaderamente eximio y de gran fama entre todos los hombres por su sabiduría, después de haber ejercitado su espíritu en las enseñanzas de los egipcios, llegó a la contemplación de Aquel que es. De igual manera, posteriormente, del profeta Daniel se refiere que llegó al conocimiento de las doctrinas sagradas después de haber sido instruido en Babilonia en la sabiduría de los caldeos» .

   61. Y Nos mismo, en la presente encíclica que publicamos, Summi Pontificatus, escribimos lo siguiente: «Los predicadores de la palabra de Dios, después de muchas investigaciones realizadas en el decurso de los tiempos con sumo trabajo e intenso estudio, se han esforzado en conocer más profunda y dignamente la civilización e instituciones de los diversos pueblos y cultivar las buenas cualidades y dotes de sus almas, para que así el Evangelio de Cristo obtuviese en ellos más fáciles y abundantes progresos. Todo aquello que en las costumbres de los pueblos no está vinculado indisolublemente con supersticiones o errores, se examina siempre con benevolencia y, si es posible, se conserva incólume».

   62. En el discurso que tuvimos en 1944 a los directores de las Obras Pontificias entre otras cosas decíamos: «El misionero es apóstol de Jesucristo. Su oficio no le exige que introduzca y propague en las lejanas tierras de misión precisamente la civilización de los pueblos europeos, y no otra, como quien trasplanta un árbol; sino más bien que enseñe y eduque a aquellas naciones, que a veces se ufanan de sus culturas antiquísimas, para que se apresten a recibir prácticamente los principios de la vida y costumbres cristianas. Tales principios pueden armonizarse con cualquier civilización que sea sana e íntegra, y pueden conferirle un mayor vigor en la defensa de la divinidad humana y conseguir la felicidad. Los católicos nativos deben ser en primer lugar miembros de la gran familia de Dios y ciudadanos de su Reino (cf Ef 2,19); pero sin dejar por esto de ser ciudadanos de su patria terrena».

13. Importancia del sector artístico

   63. Nuestro predecesor de feliz memoria Pío XI, en el Año jubilar de 1925, mandó hacer una gran Exposición Misional cuyo éxito, en verdad sumamente feliz, El mismo describió con estas palabras: «Parece una manifestación hecha por el mismo Dios, con la cual aun experimentalmente hemos visto, con nuevo argumento, cómo el organismo vivo de la Iglesia de Dios goza en todas partes de unidad perfecta... Verdaderamente, la Exposición ha sido, y lo es aún, como un libro inmenso y de proporciones grandiosas».

   64. Nos también, obedeciendo al mismo pensamiento de que el mayor número posible de gente conociese los egregios méritos de las misiones, sobre todo los que especialmente se refieren a la civilización, mandamos reunir durante el último Año Santo una copiosa documentación y exhibirla públicamente, como sabéis no lejos del Palacio Vaticano, por la cual quedase ampliamente demostrada la restauración del arte cristiano realizada por los misioneros, tanto entre las gentes más cultas como entre los pueblos de cultura aun más primitiva.

   65. Con ello se mostró claramente cuánto ha aportado la obra de los heraldos del Evangelio al progreso de las artes liberales y a las investigaciones universitarias que versan sobre esta especialidad; quedó asimismo patente que la Iglesia, lejos de ser una rémora al desarrollo de las características de cada pueblo, más bien las perfecciona en alto grado.

   66. Al Dios de las misericordias atribuimos el que todos hayan considerado con interés especial y complacencia este hecho, el cual es evidente argumento de la crecida vitalidad y del vigor cada día mayor de que goza la obra misional. Ya que, gracias a la actividad de los misioneros entre pueblos paganos tan distanciados en el espacio unos de otros y de costumbres tan diversas, el aliento evangélico ha penetrado tanto en las almas cuanto claramente demuestra el elocuente testimonio de estas artes renacientes. Esta exposición prueba también que la fe cristiana, grabada en las almas y exteriorizada en costumbres en armonía con ella, es la única que puede elevar el entendimiento humano a producir esas excelentes obras artísticas, que ciertamente constituyen una alabanza perenne de la Iglesia católica y un ornamento esplendidísimo del culto divino.

14. Obras Misionales Pontifícias

   67. Recordáis cómo la encíclica Rerum Ecclesiae recomendaba insistentemente la Unión Misional del Clero, cuya finalidad es reunir los miembros de ambos cleros y los aspirantes al sacerdocio para que propaguen en unidad de fuerzas y con todo empeño la causa de las misiones católicas. Nos, pues, que no sin gran contento de nuestro corazón, como antes dijimos, hemos visto los progresos de esta unión, ardientemente deseamos que se extienda más y más y que incite cada día con mayor entusiasmo la voluntad de los sacerdotes y de los pueblos encomendados a sus cuidados a ayudar a la obra de las misiones. Es esta unión como un manantial en la cual salen las corrientes que riegan los florecientes campos de las demás Obras Pontificias, a saber: de la Propagación de la Fe, de San Pedro Apóstol para el clero indígena y de la Santa Infancia. No hay por qué nos detengamos al presente a explicaras la excelencia, la necesidad y los méritos esclarecidos de estas Obras, las cuales enriquecieron nuestros predecesores con muchos y abundantes tesoros de indulgencias. Nos agrada sobremanera ver cómo se piden las limosnas de los fieles, especialmente el Domingo de las Misiones; pero ante todo deseamos que todos eleven a Dios omnipotente sus preces, que ayuden a los llamados a la Acción Misional, y que se alisten en las mencionadas Obras Pontificias y las promuevan lo más posible. No ignoramos ciertamente, venerables hermanos, que, con esta finalidad, poco ha instituimos una fiesta que ha de ser celebrada principalmente por los niños, en la cual se promueva con oraciones y limosnas la Obra de la Santa Infancia. De este modo aprenderán estos hijitos nuestros a orar incesantemente a Dios por la salvación de los infieles; y quiera Dios que en sus almas, que aún conservan el perfume de la inocencia, brote y se desarrolle convenientemente el germen del apostolado misional.

   68. Sentimos además especial complacencia en alabar como se merecen tantas y tan laudables iniciativas que, en favor de esta misma causa y con denodado empeño, han llevado a cabo los Institutos religiosos para ayudar por todos los medios a las Obras Misionales Pontificias. Igualmente merece que mostremos nuestra benevolencia de Padre a aquellos grupos de señoras que trabajan con gran utilidad en confeccionar vestiduras sagradas y paños de altar. Por fin, a todos los colaboradores de la Iglesia, tan queridos para Nos, les aseguramos que la colaboración prestada por el pueblo cristiano a la obra de la salvación de los infieles florece y da óptimos frutos de nueva fe, y que a los esfuerzos hechos en favor de las misiones responde un mayor aumento de piedad.

CONCLUSIÓN

   69. No queremos poner fin a esta encíclica sin antes dirigirnos al clero y a los fieles cristianos todos, y mostrarles sobre todo el agradecimiento de nuestro corazón. Sabemos que nuestros hijos han aumentado considerablemente también en este año la aportación material en ayuda de las Misiones. Verdaderamente que vuestra caridad en ninguna otra obra puede ejercitarse más fructuosamente que en ésta, ya que se trata de extender más y más el Reino de Cristo y de procurar la salvación de tantos que carecen de la fe; toda vez que el mismo Señor «encargó a cada uno tener cuidado de su prójimo» (Eclo 17,12).

   70. Movidos por una nueva solicitud, queremos recomendar con mayor insistencia lo que escribíamos en la carta a nuestro querido hijo, el cardenal presbítero de la Santa Romana Iglesia, Pedro Fumasoni Biondi, prefecto de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, el 9 de agosto de 1950: «Que todos los fieles cristianos... perseveren en la empresa comenzada de ayudar a las Misiones, que multipliquen sus iniciativas en bien de las mismas, que sin cesar eleven a Dios fervientes plegarias y presten su cooperación a los llamados a la obra misional, ofreciéndoles los recursos necesarios según las posibilidades de cada uno.

   71. Porque la Iglesia es el Cuerpo místico de Cristo, en el cual "si hay un miembro que padece, todos los miembros se compadecen" (1Cor 12,26). Por lo cual, estando hoy tantos de estos miembros atormentados por los dolores acerbísimos y graves heridas, pesa sobre todos los fieles de Cristo el sagrado deber de unirse a ellos con vínculo de colaboración y de amor. En algunas tierras de misión el furor bélico ha devastado y destruido horriblemente no pocas iglesias, casas de misión, escuelas y hospitales. Para resarcir tantos daños y para reconstruir tantos edificios, ofrecerá liberalmente los subsidios necesarios todo el orbe católico, el cual debe ciertamente especial solicitud y caridad a las Misiones»

   72. Bien sabéis, venerables hermanos, que casi toda la humanidad tiende hoy a dividirse en dos campos opuestos: con Cristo o contra Cristo. El género humano se ve hoy en un momento sumamente crítico, del cual se seguirá o la salvación en Cristo o la más espantosa ruina. Es verdad que la actividad y el esfuerzo eficaz de los predicadores del Evangelio luchan por propagar el Reino de Cristo; pero hay también otros heraldos, quienes, reduciendo todo a la materia y rechazando toda esperanza en una existencia feliz y eterna, trabajan por llevar a los hombres a una vida incompatible con la dignidad humana.

   73. Con toda razón, la Iglesia católica, madre amantísima de todos los hombres, llama a todos sus hijos, diseminados por toda la tierra, para que se esfuercen, según las propias posibilidades, por cooperar con los intrépidos sembradores de la verdad evangélica, ayudándolos con limosnas, oraciones y vocaciones misioneras. Con insistencia materna los invita a que «se revistan de entrañas de misericordia» (Col 3,12); a que tomen parte en el trabajo misional, si no personalmente, al menos con el deseo; a que, finalmente, no dejen irrealizado aquel deseo del benignísimo Corazón de Jesús, el cual «vino a buscar y salvar lo que había perdido» (Lc 19,10). Si cooperan en alguna manera a que al menos una familia sea iluminada y recreada con la fe cristiana, sepan que de allí nacerá un impulso de gracia divina que ha de crecer continuamente para la eternidad; si ayudan al menos en la formación de un misionero, en ellos redundarán abundantemente tantos frutos de sacrificios eucarísticos, de trabajos apostólicos y de santidad. Pues todos los fieles de Cristo forman una misma y grande familia, cuyos miembros participan mutuamente de los bienes de la Iglesia militante, purgante y triunfante. Nada, pues, parece más eficaz para inculcar en la mente y en el corazón del pueblo cristiano la utilidad y la importancia de las Misiones que el dogma de la Comisión de los Santos.

   74. Con estos paternales votos, habiendo dado oportunas normas y directivas, confiamos en que todos los católicos tomen este vigésimo quinto aniversario de la publicación de la encíclica Rerum Ecclesiae como punto de partida para procurar que las Misiones avancen con paso cada día más acelerado.

   75. Entre tanto, animados con esta suavísima esperanza, tanto a cada uno de vosotros, venerables hermanos, como al clero y pueblo todo, especialmente a aquellos que o en patria, con oraciones y limosnas, o en naciones extranjeras con su acción personal, promueven esta santísima empresa, de todo corazón damos, la bendición apostólica, presagio de los dones celestiales y testimonio de nuestra benevolencia paterna.

   Dado en Roma, junto a San Pedro, el 2 de junio, en la fiesta de San Eugenio, año 1951, decimotercero de nuestro pontificado.

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