Magisterio de la Iglesia

La Solennita della Pentecoste 
Radiomensaje

       PÍO PP. XII
A propósito del cincuentenario de la Encíclica "Rerum Novarum", se exponen los valores fundamentales de la "cuestión social. 1/6/1941

INTRODUCCIÓN

La Radio Vaticana como puente de amor y unión

La situación confusa del mundo por la guerra.

   La Solemnidad de Pentecostés, glorioso nacimiento de la Iglesia de Cristo, es para Nuestro ánimo, amados hijos de todo el mundo, una invitación dulce y propicia, fecunda en profundas enseñanzas, para dirigiros, en medio de las dificultades y luchas de lo presente, un mensaje de amor, de exhortación y de consuelo. Os hablamos en un momento en que todas las energías y fuerzas físicas e intelectuales de una porción cada día mayor de la humanidad se hallan, en medida y con ardor nunca antes conocidos, tensas bajo la férrea e inexorable ley de la guerra; y desde otras antenas parlantes vuelan acentos impregnados de exasperación y de acritud, de escisión y de lucha.

Mensaje de amor y salvación de la Radio Vaticana.

   Pero las antenas de la Colina Vaticana, de la tierra consagrada como centro inmaculado de la Buena Nueva y de su difusión bienhechora en el mundo por el martirio y por el sepulcro del Primer PEDRO, no pueden trasmitir sino palabras informadas y animadas por el espíritu consolador de la predicación que resonó en Jerusalén y que la conmovió en la primera Pentecostés por boca de PEDRO: espíritu de ardiente amor apostólico, espíritu que no siente ansia más viva ni alegría más santa que la de conducir a todos, amigos y enemigos, a los pies del Crucificado en el Gólgota, al sepulcro del glorioso Hijo de Dios y Redentor del género humano, para convencer a todos de que sólo en Él, en la verdad por Él enseñada, en el amor de hacer el bien y de sanar a todos demostrado y vivido por Él hasta sacrificarse por la vida del mundo, puede encontrarse la verdadera salvación y la felicidad duradera para los individuos y para los pueblos.

Ventajas de la Radio Vaticana para el apostolado universal pacífico.

   En esta hora, plenamente saturada de acontecimientos pendientes del designio divino que rige la historia de las naciones y vela por la Iglesia, Nos es alegría y satisfacción íntima el haceros sentir, amados hijos, la voz del Padre común, el llamaros como a una breve pero universal asamblea católica, para que en el vínculo de la paz podáis por experiencia probar la dulzura del cor unum y del anima una que, bajo el impulso del divino Espíritu, unía a la comunidad de Jerusalén en el día de Pentecostés. Cuanto más difícil se hace en muchos casos el contacto directo y eficaz entre el Sumo Pastor y su grey, a causa de las condiciones de la guerra, con gratitud tanto mayor saludamos este rapidísimo puente de unión que el genio inventivo de nuestra época lanza por un rayo a través del éter, uniendo entre sí todos los rincones de la tierra, a través de los montes, mares y continentes. Y esto, que para muchos es arma de lucha, se transforma para Nos en providencial instrumento de un apostolado activo y pacífico que cumple, alzándola a un nuevo significado, la palabra de la Escritura: En todo el universo resonó su voz, y sus palabras llegaron a toda la tierra. Así parece renovarse el gran milagro de Pentecostés, cuando las diversas gentes, de regiones distintas por sus lenguas, reunidas en Jerusalén, escucharon, cada una en su idioma, la voz de PEDRO y de los Apóstoles.

La conmemoración de los 50 Años de "Rerum Novarum".

   Con sincera complacencia Nos servimos hoy de este maravilloso medio para llamar la atención del mundo católico sobre una conmemoración que merece esculpirse con caracteres de oro en los fastos de la Iglesia; esto es, sobre el quincuagésimo anianiversario de la publicación -ésta tuvo lugar el 15 de mayo de 1891- de la fundamental Encíclica social Rerum Novarum de LEÓN XIII.

I - ESTADO E IGLESIA EN EL ORDEN SOCIAL

Sobre la Encíclica "Rerum Novarum"

Lo que León XIII en "Rerum Novarum" no quiso resolver, y la misión de las corporaciones y la del Estado.

   León XIII dirigió al mundo su mensaje, movido por la profunda convicción de que a la Iglesia le corresponde no sólo el derecho, sino también el deber de pronunciar una autorizada palabra sobre las cuestiones sociales. No fue su intención el establecer normas tocantes al lado puramente práctico, casi diríamos técnico, de la constitución social; pues bien sabía y le era evidente -lo ha declarado Nuestro Predecesor de santa memoria, PÍO XI, hace ahora diez años, en su Encíclica conmemorativa Quadragesimo anno- que la Iglesia no se atribuye tal misión. En el ámbito general del trabajo, en el desarrollo sano y responsable de todas las energías físicas y espirituales de los individuos y en sus libres organizaciones, se abre un vastísimo campo de acción multiforme, en que el poder público interviene con una actuación suya integrante y ordenadora, primero por medio de corporaciones locales y profesionales, y en último término con la fuerza del mismo Estado, cuya autoridad social, que ha de ser superior y moderadora, tiene el importante deber de prevenir las perturbaciones del equilibrio económico que pudieran surgir de la pluralidad y de la oposición de los encontrados egoísmos, individuales y colectivos.

Competencia de la Iglesia en el aspecto moral del orden social.

   Es, por lo contrario, competencia indiscutible de la Iglesia, en aquella parte del orden social en que éste se acerca y aun llega a tocar el campo moral, juzgar si las bases de un determinado ordenamiento social están de acuerdo con el orden inmutable que Dios Creador y Redentor ha manifestado por medio del derecho natural y de la revelación: doble manifestación a que LEÓN XIII se refiere en su Encíclica. Y con razón; porque las enseñanzas del derecho natural y las verdades de la revelación se derivan, por diversos caminos, como dos arroyos de aguas no contrarias sino acordes, de la misma fuente divina, y porque la Iglesia, que custodia el orden sobrenatural cristiano, en el que convergen la naturaleza y la gracia, es la que ha de formar las conciencias, aun las de quienes están llamados a encontrar soluciones para los problemas y los deberes impuestos por la vida social. De la forma que se dé a la sociedad, conforme o no a las leyes divinas, depende y se insinúa a su vez el bien o el mal en las almas; es decir, el que los hombres, llamados todos a ser vivificados por la gracia de Cristo, en las contingencias terrenas del curso de la vida, respiren sano y vivificante hálito de la verdad y de la virtud moral, o el bacilo morboso y a veces mortífero del error y de la depravación. Ante tal consideración y previsión, ¿cómo podría la Iglesia, Madre tan amorosa y solícita del bien de sus hijos, permanecer cual indiferente espectadora de sus peligros, callar o fingir que no ve ni aprecia las condiciones sociales que, queridas o no, hacen difícil y prácticamente imposible una conducta de vida cristiana, ajustada a los preceptos del Sumo Legislador?

Síntesis de los objetivos de "Rerum Novarum".

   Consciente de tan gravísima responsabilidad, León XIII, al dirigir su Encíclica al mundo, señalaba a la conciencia cristiana los errores y los peligros de la concepción de un socialismo materialista, las fatales consecuencias de un liberalismo económico, harto empeñado en ignorar, olvidar o despreciar los deberes sociales, y exponía, con tan magistral claridad como admirable precisión, los principios convenientes y adecuados para mejorar -gradual y pacíficamente- las condicionees materiales y espirituales del obrero.

Espléndidos frutos de ella

Acción de gracias por la fecundidad del "don de Dios" que es "Rerum Novarum".

   Si ahora, amados hijos, transcurridos ya cincuenta años de la publicación de la Encíclica, Nos preguntáis hasta qué punto y medida correspondió la eficacia de su palabra a las nobles intenciones, a los pensamientos tan ricos en verdades, a las bienhechoras directrices queridas y sugeridas por su Sabio Autor, sentimos el deber de responderos: Precisamente para dar a Dios Omnipotente, desde el fondo de Nuestro ánimo, humildes gracias por el don que hace cincuenta años otorgó a la Iglesia con aquella Encíclica de su Vicario en la tierra, y para alabarlo por el soplo del Espíritu renovador que por medio de ella se derramó desde entonces cada vez más creciente sobre la humanidad entera, Nos hemos propuesto, en esta solemnidad de Pentecostés, dirigiros Nuestra palabra.

Frutos de "Rerum Novarum": la doctrina social católica, las Asociaciones y gremios.

   Ya Nuestro Predecesor Pío XI exaltó en la primera parte de su Encíclica conmemorativa la espléndida mies que debió su madurez a la Rerum Novarum, germen fecundo en desarrollar una doctrina social católica que ofreció a los hijos de la Iglesia, sacerdotes y seglares, ordenaciones y medios para una reconstrucción social, exuberante en frutos; de suerte que gracias a ella surgieron en el campo católico numerosas y variadas instituciones benéficas y centros florecientes de mutuo auxilio en favor propio y ajeno. ¡Qué prosperidad material y natural, qué frutos espirituales y sobrenaturales, no se han derivado, para los obreros y para sus familias, de las uniones católicas! ¡Cuán eficaz y oportuna ha sido, según las necesidades, la labor de los Sindicatos y de las Asociaciones en pro de la clase agrícola y media, para aliviarles las angustias, asegurarles la defensa y la justicia, y de esta suerte, al mitigar las pasiones preservar de perturbaciones la paz social!

Otros frutos: la previsión social, política social y derecho de trabajo.

   No fue ésta la única ventaja. La Encíclica Rerum Novarum, al acercarse al pueblo, abrazándole con estimación y amor, penetró en los corazones y en las mentes de la clase obrera e infundió en ella el sentimiento cristiano y la dignidad civil, hasta tal punto, que el poder de su influencia se desarrolló y difundió tan eficazmente, en el correr de los años, que llegó a convertir sus normas en patrimonio casi común de la familia humana. Y mientras el Estado, durante el siglo XIX, por una soberbia exaltación de la libertad, consideraba como único fin suyo el tutelar la libertad con el derecho, León XIII le avisó que también era deber suyo el aplicarse a la previsión social, cuidando el bienestar del pueblo entero y de todos sus miembros, particularmente de los débiles y de todos los desheredados, con una amplia política social y con la creación de un derecho del trabajo. Un eco potente respondió a su voz, y es sincera obligación de justicia el reconocer los progresos que la solicitud de las Autoridades civiles de muchas Naciones ha procurado a la condición de los trabajadores. Con mucha razón se ha dicho, pues, que la Rerum novarum fue la Carta magna de la actividad social cristiana.

La Encíclica "Quadragesimo Anno"

El examen de Pío XI en "Quadragesimo Anno" y los problemas del decenio siguiente.

   Mientras tanto iba pasando medio siglo, que ha dejado surcos profundos y tristes fermentos en el terreno de las naciones y de las sociedades. Las cuestiones que los cambios y las revoluciones sociales, y sobre todo las económicas, ofrecían a un examen moral después de la Rerum Novarum, han sido tratadas con penetrante agudeza por Nuestro inmediato Predecesor en la Encíclica Quadragesimo anno. El decenio que la ha seguido no ha sido menos rico que los años anteriores por sus sorpresas en la vida social y económica, lanzando sus inquietas y oscuras aguas al piélago de una guerra que puede levantar olas imprevistas que choquen violentas con la economía y con la sociedad.

II - TRES VALORES FUNDAMENTALES DE LA SOCIOLOGÍA CRISTIANA:

Uso de bienes materiales, 2. Trabajo, y 3. Familia.

* Ante el tenebroso e incierto porvenir

La incertidumbre del futuro y el esquema de este radiomensaje.

   El momento presente hace muy difícil el señalar y el prever los problemas y asuntos especiales, tal vez completamente nuevos, que a la solicitud de la Iglesia presentará la vida social después del conflicto que trae enfrentados a tantos pueblos. No obstante, si lo futuro tiene sus raíces en lo pasado y si la experiencia de los últimos años es para nosotros la maestra para lo por venir, Nos pensamos servirnos de la conmemoración de hoy para dar ulteriores directivas morales sobre tres valores fundamentales de la vida social y económica; y lo haremos animados por el mismo espíritu de LEÓN XIII y desarrollando su visión, más que profética, anunciadora ya del surgiente proceso social de los tiempos. Estos tres valores fundamentales, que se entrecruzan, se unen y se completan mutuamente son: el uso de los bienes materiales, el trabajo y la familia.

USO DE LOS BIENES MATERIALES

Los bienes de propiedad y el sustento

Validez de los principios de León XIII sobre propiedad y salario, recordados en "Sertum Laetitiae".

   La Encíclica Rerum Novarum expresa sobre la propiedad y sobre el sustento del hombre principios que con el tiempo nada han perdido de su primitivo vigor y que hoy, pasados ya cincuenta años, conservan todavía y difunden vivificadora su íntima fecundidad. Nos mismo ya reclamamos la atención de todos sobre su punto fundamental en Nuestra Encíclica Sertum laetitiae, dirigida a los Obispos de los Estados Unidos de América del Norte; punto fundamental que consiste, como allí decíamos, en la afirmación de la ineludible exigencia de que los bienes, creados por Dios para todos los hombres, afluyan equitativamente a todos, según los principios de la justicia y de la caridad.

El derecho fundamental y los demás derechos humanos

El derecho inalterable del individuo y de la sociedad sobre los bienes.

   Todo hombre, como viviente dotado de razón, tiene de hecho, por naturaleza, el derecho fundamental de usar los bienes materiales de la tierra, aunque se haya dejado a la voluntad humana y a las formas jurídicas de los pueblos el regular más particularmente su realización práctica. Semejante derecho individual no puede en modo alguno ser suprimido, ni siquiera por otros derechos ciertos y pacíficos sobre los bienes materiales. Sin duda que el orden natural, que se deriva de Dios, requiere también la propiedad privada y el libre comercio recíproco de los bienes por medio de cambios y donaciones, así como la función reguladora del poder público sobre estas dos instituciones. Sin embargo, todo esto permanece subordinado al fin natural de los bienes materiales, y no se podría hacer independiente del derecho primero y fundamental de su uso que corresponde a todos, sino que más bien ha de servir para hacer posible su realización conforme a su fin. Sólo así se podrá y se deberá lograr que la propiedad y el uso de los bienes materiales lleven a la sociedad una paz fecunda y una consistencia vital, y que no sean tan sólo condiciones precarias, generadoras de luchas y de odios, y abandonadas al arbitrio del despiadado juego de la fuerza y de la debilidad.

El objetivo del derecho de propiedad del individuo.

   El derecho originario sobre el uso de los bienes materiales, por estar en íntima conexión con la dignidad y con los demás derechos de la persona humana, le ofrece con las formas antes indicadas una base material segura, de suma importancia para elevarse al cumplimiento de sus deberes morales. La tutela de este derecho asegurará la dignidad personal del hombre y le facilitará el atender y el satisfacer con justa libertad aquella suma de obligaciones y decisiones estables de que es directamente responsable ante el Creador. Pertenece, en efecto, al hombre el deber personalísimo de conservar y conducir a la perfección su vida material y espiritual, para conseguir el fin religioso y moral que Dios ha señalado a todos los hombres y les ha dado cual norma suprema, obligatoria siempre y en cada caso, antes que todos los demás deberes.

El papel del "bien común"

La limitación que los derechos del poder público encuentran en el derecho individual y el bien común.

   Tutelar el intangible campo de los derechos de la persona humana y facilitarle el cumplimiento de sus deberes ha de ser oficio esencial de todo poder público. ¿No es acaso esto lo que lleva consigo el significado genuino del bien común, que es lo que el Estado debe promover? De aquí nace que el cuidado del bien común no lleva consigo un poder tan amplio sobre los miembros de la comunidad, que en su virtud esté concedido a la autoridad pública disminuir el desarrollo de la acción individual antes descrita, decidir directamente en torno al comienzo o, excluido el caso de una legítima pena, sobre el final de la vida humana, determinar por su propia voluntad el modo de ser de su movimiento físico, espiritual, religioso y moral en oposición a los derechos y deberes personales del hombre, y para ello abolir el derecho natural a los bienes materiales, o dejarlos sin eficacia. Deducir del cuidado del bien común una extensión tan grande del poder, sería tanto como trastornar el significado mismo del bien común y caer en el error de afirmar que el propio fin del hombre sobre la tierra es la sociedad, que la sociedad es el fin de sí misma, y que el hombre no tiene otra vida que esperar sino la que se termina en la tierra.

La verdadera riqueza

El objetivo de la economía nacional: base material suficiente para el bienestar personal de todos.

   La misma economía nacional, como fruto que es de la actividad de los hombres que trabajan unidos dentro de la comunidad del Estado, no tiene otro fin que asegurar sin interrupción las condiciones materiales en que pueda desarrollarse plenamente la vida individual de los ciudadanos. Donde esto se lograre en forma duradera, el pueblo será económicamente rico, porque el bienestar general y, por consiguiente, el derecho personal de todos al uso de los bienes terrenos, se realizará entonces conforme a la finalidad establecida por el Creador.

   De todo lo cual fácil os será, amados hijos, el deducir que la riqueza económica de un pueblo no consiste propiamente en la abundancia de bienes medida según el cómputo mera y estrictamente material de su valor, sino más bien en que tal abundancia represente y ofrezca real y eficazmente la base material suficiente para el debido bienestar personal de sus miembros. Si no se realizare esta distribución de los bienes o lo fuere sólo imperfectamente, no se logrará el verdadero fin de la economía nacional, pues, por muy grande que fuera la afortunada abundancia de los bienes disponibles, el pueblo, al no ser llamado a participar de ellos, no sería económicamente rico, sino pobre. Haced, por lo contrario, que esa justa distribución se realice plenamente y en forma duradera, y veréis cómo un pueblo se hace y es económicamente sano, aunque disponga de menor cantidad de bienes.

Es falso el criterio cuantitativo del bienestar.

   Particularmente oportuno Nos parece poner hoy ante vuestra consideración estos conceptos fundamentales, que se refieren a la riqueza y a la pobreza de los pueblos, cuando es común la inclinación a pesar y juzgar tal riqueza y pobreza con balanzas y con criterios simplemente cuantitativos, ya del espacio, ya de la abundancia de los bienes. Mas si se pondera rectamente el fin de la economía nacional, entonces éste se tornará luz para los esfuerzos de los hombres de Estado y de los pueblos, y los iluminará para dirigirse espontáneamente por un camino que no les exigirá continuos gravámenes en bienes y en sangre, sino que les dará frutos de paz y de bienestar general.

EL TRABAJO

Dos cualidades de él: Personal y necesario

Carácter personal y necesario del trabajo.

   Vosotros mismos, amados hijos, comprenderéis cómo el trabajo se halla unido con el uso de los bienes materiales. La Rerum Novarum enseña que son dos las propiedades del trabajo humano: es personal y es necesario. Es personal, porque se realiza con el ejercicio de las fuerzas particulares del hombre; es necesario, porque sin él no se puede procurar lo indispensable para la vida, mantener la cual es un deber natural, grave e individual. Al deber personal del trabajo impuesto por la naturaleza corresponde y sigue el derecho natural de cada individuo para convertir el trabajo en el medio de proveer a su propia vida y a la de sus hijos. ¡Tan altamente está ordenado a la conservación del hombre el imperio sobre la naturaleza!

Deber y derecho natural al trabajo

El deber y derecho de trabajar nace con la persona humana. La misión supletoria del Estado.

   Pero notad que tal deber y su correlativo derecho al trabajo se ha impuesto y se ha concedido al individuo primordialmente por la naturaleza, y no ya por la sociedad, como si el hombre no fuera sino un simple siervo o funcionario de la comunidad. De donde se deriva que el deber y el derecho de organizar el trabajo del pueblo pertenecen ante todo a los inmediatamente interesados: patronos y obreros. Si éstos no cumplen con su deber o no lo pueden cumplir por especiales circunstancias extraordinarias, corresponde entonces al Estado, como deber suyo, el intervenir en el campo, en la división y en la distribución del trabajo, según la forma y medida que requiera el bien común rectamente entendido.

Derechos y deberes supereminentes

Los derechos de la persona humana que debe respetar el Estado.

   En todo caso, cualquier intervención legítima y bienhechora del Estado en el campo del trabajo, ha de ser tal que salve y respete su carácter personal, así en la teoría como en la práctica, dentro de los límites de lo posible. Y esto se cumplirá cuando las normas estatales no abolieren ni hicieren irrealizable el ejercicio de otros derechos y deberes igualmente personales. Tales son el derecho al verdadero culto de Dios; el derecho al matrimonio; el derecho de los cónyuges, del padre y de la madre, a realizar su vida conyugal y doméstica; el derecho a una razonable libertad en la elección de estado y en seguir una verdadera vocación. Derecho este último personal, como ningún otro, del espíritu del hombre; y excelso, cuando se le vienen a añadir los derechos superiores e imprescindibles de Dios y de la Iglesia, como sucede en la elección y en el cumplimiento de las vocaciones sacerdotales y religiosas.

LA FAMILIA

La propiedad vinculada a la familia

La propiedad vinculada a la familia.

   Según la doctrina de la Rerum Novarum, la misma naturaleza ha unido íntimamente la propiedad particular con la existencia de la sociedad humana y con su verdadera civilización, y en grado eminente con la existencia y con el desarrollo de la familia. Tal vínculo aparece con una claridad que ya no puede ser mayor. ¿Acaso no debe la propiedad privada asegurar al padre de familia la sana libertad de que tiene necesidad para poder cumplir los deberes que el Creador le ha señalado, concernientes al bienestar físico, espiritual y religioso de la familia?

   El Estado debe proteger y perfeccionar y no destruir el derecho de la familia a la propiedad y el espacio vital familiar.

   En la familia es donde la Nación encuentra la raíz natural y fecunda de su grandeza y de su poderío. Si la propiedad privada ha de conducir al bien de la familia, todas las normas públicas, más aún, todas las del Estado que regulan su posesión, deben no sólo hacer posible y conservar tal función -función que en ciertos aspectos es superior a toda otra del orden natural-, sino también perfeccionarla cada vez más. Sería en verdad antinatural un pretendido progreso civil que, o por la superabundancia de cargas o por excesivas injerencias inmediatas, hiciese vacía de sentido la propiedad privada, quitando prácticamente a la familia y a su cabeza la libertad de conseguir el fin señalado por Dios al perfeccionamiento de la vida familiar.

La propiedad familiar

La posesión de un pedazo de tierra, es conforme a la naturaleza.

   Entre todos los bienes que pueden ser objeto de la propiedad privada ninguno es más conforme a la naturaleza, según enseña la Rerum Novarum, que la tierra, esto es, la finca en que habita toda una familia y de cuyos frutos saca íntegramente, o al menos en parte, lo necesario para vivir. Y en el espíritu de la Rerum Novarum está el afirmar que, regularmente, sólo aquella estabilidad que arraiga en un patrimonio propio hace de la familia la célula vital más perfecta y fecunda de la sociedad, reuniendo espléndidamente con su progresiva cohesión las generaciones presentes con las futuras. Si hoy el concepto y la creación de los espacios vitales ocupa el centro de las metas sociales y políticas, ¿no se debería pensar tal vez, antes que en ninguna otra cosa, en el espacio vital de la familia y en librarla de las trabas de condiciones que ni siquiera permiten formarse la idea de una casa propia?

Los "Espacios vitales" y la emigración

El espacio vital familiar y la emigración.

   En nuestro planeta, que posee tan extensos océanos, mares y lagos, con montes y llanos cubiertos de nieves y de hielos perpetuos, con dilatados desiertos y tierras inhóspitas y estériles, no faltan, sin embargo, regiones y lugares vitales abandonados al capricho vegetativo de la naturaleza y que se prestan al cultivo por la mano del hombre, para sus necesidades y sus operaciones civiles; y más de una vez es inevitable que algunas familias, emigrando de acá y de allá, busquen en otra región una nueva patria. En este caso, según señala la Rerum Novarum, se respeta el derecho de la familia a un espacio vital. Donde esto suceda, la emigración logrará -según a veces confirma la experiencia-, su fin natural, esto es, la distribución más favorable de los hombres en la superficie terrestre que se preste para colonias de agricultores; superficie que Dios creó y preparó para el uso de todos. Si las dos partes, la que concede permiso para dejar el lugar de origen y la que admite a los emigrados, se mantienen lealmente solícitas para eliminar cuanto pudiere impedir que nazca y se desarrolle la verdadera confianza entre el país de emigración y el país de inmigración, todos los que participen en tal cambio de lugares y de personas reportarán sus ventajas: las familias recibirán un terreno que para ellas será tierra patria en el verdadero sentido de la palabra; las tierras de densa población se verán aligeradas y sus pueblos se crearán nuevos amigos en territorios extranjeros; y los Estados que acogen a los emigrados se habrán ganado unos laboriosos ciudadanos. De esta suerte las Naciones que dan emigrados y los Estados que los reciben contribuirán a porfía al incremento del bienestar humano y al progreso de la civilización.

EPÍLOGO:

Recuerdo de "Rerum Novarum" y el Nuevo orden

Exhortación al trabajo por el nuevo ordenamiento de la sociedad.

   Tales son, amados hijos, los principios, los conceptos y las normas con que, ya desde ahora, querríamos Nos cooperar a la futura organización de aquel nuevo orden que todos esperan y se prometen que nacerá del horrendo fermento de la guerra presente, de suerte tal que tranquilice a los pueblos en la paz y en la justicia. ¿Qué Nos queda ya sino, con el mismo espíritu de LEÓN XIII, y con las mismas intenciones de sus enseñanzas y fines tan nobles, exhortaros a proseguir y promover la obra que la precedente generación de vuestros hermanos y vuestras hermanas ha fundado con tan valeroso ánimo? Que no se extinga en vosotros ni se haga débil la voz insistente de los dos Pontífices de las Encíclicas sociales, que proclama gravemente, a los que creen en la regeneración sobrenatural de la humanidad, el ineludible deber moral de cooperar al ordenamiento de la sociedad y, en modo especial, de la vida económica, excitando a la acción no sólo a quienes participan de dicha vida, sino también al mismo Estado. ¿No es esto un deber sagrado para todo cristiano?

Las falsas corrientes que pretenden eliminar la Religión del ambiente.

   No os acobarden, amados hijos, las dificultades externas, ni os desanime el obstáculo del creciente paganismo de la vida pública. No os conduzcan a engaño los suscitadores de errores y de teorías malsanas, perversas corrientes, no de crecimiento, sino más bien de destrucción y de corrupción de la vida religiosa; corrientes que pretenden que, al pertenecer la redención al orden de la gracia sobrenatural y al ser, por lo tanto, obra exclusiva de Dios, no necesita nuestra cooperación en este mundo. ¡Oh miserable ignorancia de la obra de Dios! Pregonando que eran sabios, se mostraron necios.

La misión cultural del cristianismo a través de los siglos.

   Como si la primera eficacia de la gracia no fuera el corroborar nuestros sinceros esfuerzos para cumplir diariamente los mandatos de Dios, como individuos y como miembros de la sociedad; como si hace dos milenios no viviera y perseverara en el alma de la Iglesia el sentido de la responsabilidad colectiva de todos por todos, que ha movido y mueve a los espíritus hasta el heroísmo caritativo de los monjes agricultores, de los libertadores de esclavos, de los curadores de enfermos, de los abanderados de la fe, de la civilización y de la ciencia en todas las épocas y en todos los pueblos, para crear las únicas condiciones sociales que a todos pueden hacer posible y placentera una vida digna del hombre y del cristiano. Pero vosotros, conscientes y convencidos de tan sacra responsabilidad, no os conforméis jamás, en el fondo de vuestra alma, con aquella general mediocridad pública en que el común de los hombres no puede, si no es con actos heroicos de virtud, observar los divinos preceptos, siempre y en todo caso inviolables.

El nuevo orden social florecerá

Esperanza de la realización del nuevo ordenamiento social.

   Si entre el propósito y la realidad apareció alguna vez evidente la desproporción: si hubo errores, comunes por lo demás a toda humana actividad; si surgieron diversos pareceres sobre el método seguido o el que habría de seguirse, todo esto no puede en modo alguno ni hacer decaer el ánimo, ni detener vuestro paso, ni suscitar lamentos o acusaciones; tampoco se ha de olvidar el hecho consolador de que el inspirado mensaje del Pontífice de la Rerum Novarum hizo nacer, pura y vivificadora, una fuente que, si en parte puede estar hoy oculta por una avalancha de acontecimientos diversos y más fuertes, mañana, removidas las ruinas de este huracán mundial, al iniciarse el trabajo de reconstrucción de un nuevo orden social que todos imploramos, digno de Dios y del hombre, infundirá un nuevo y fuerte impulso y una nueva oleada de vida y de crecimiento a toda la floración de la civilización humana.

Renovar el espíritu que animó a los realizadores de los principios proclamados por "Rerum Novarum".

   Conservad la noble llama del fraterno espíritu social que, hace medio siglo, encendió en los corazones de vuestros padres la luminosa y esplendente antorcha de la palabra de León XIII: no dejéis ni permitáis jamás que le falte el alimento y que muera con sus últimas luces al terminar vuestras solemnidades conmemorativas, apagada por una cobarde, despectiva y recelosa indiferencia hacia las necesidades de nuestros más pobres hermanos, o envuelta en el polvo y en el fango por el tempestuoso soplo de un espíritu anticristiano o no cristiano. Nutridla, avivadla, elevadla, ensanchad esta llama; llevadla doquier que oyereis vosotros un gemido de sufrimiento, un lamento de miseria, un grito de dolor; reanimadla sin cesar con el fuego del amor bebido en el Corazón del Redentor, a quien está consagrado el mes que hoy comienza.

Buscar ayuda en sentimientos y la bendición del Sagrado Corazón de Jesús.

Acudid a aquel Corazón divino, manso y humilde, fuente de todo consuelo en el trabajo y en el peso de toda actividad: es el Corazón de Aquel que a toda obra, genuina y pura, realizada en su nombre y con su espíritu, en favor de los que sufren, de los angustiados, de los abandonados por el mundo y de los desheredados de todo bien y fortuna, ha prometido la eterna recompensa de la bienaventuranza: ¡Vosotros, benditos de mi Padre! ¡Cuanto hicisteis al más pequeño de mis hermanos me lo hicisteis a Mí!.

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