Magisterio de la Iglesia

A la Asociación Italiana
de Maestros Católicos
Discurso

PÍO XII
11 de septiembre de 1948

   Otra vez Nos es particularmente grato, queridos hijos, el que vosotros, con ocasión de vuestro II Congreso Nacional, os reunáis en torno a Nos, ofreciéndonos así una oportuna ocasión para expresaros Nuestra complacencia y Nuestro especial elogio. Desde vuestro primer gran Congreso de hace tres años habéis trabajado no sólo con valentía, ganando en extensión, como lo atestiguan vuestras estadísticas, sino también en profundidad, con viva conciencia de vuestros deberes para con el pueblo y para con el Estado, con sentimiento católico seguro, y con la energía necesaria para tutelar los derechos que se refieren al pensamiento y a la conciencia católica en el campo escolar.

   Los trabajos de vuestro Congreso han versado sobre la ordenación de la nueva escuela del pueblo. No es ciertamente intención Nuestra en esta audiencia necesariamente brevísima, entrar en el examen de las cuestiones de técnica escolástica y de valores pedagógicos de las diversas proposiciones. Nos limitaremos, pues, a tocar algunos puntos de carácter, más general.

   Ante todo, Nos alegrarnos de que las reformas escolares en preparación, y especialmente la estructura orgánica de la enseñanza, desde la escuela materna hasta la escuela superior, correspondan al fin primario de vuestra Asociación, esto es, al de instruir y educar a toda la persona humana, sus facultades intelectuales no menos que su voluntad y sus instintos, el futuro ciudadano laborioso y honesto igual que el cristiano, hijo de Dios "participante de la vocación celestial" (Hb 3, 1).

   En segundo lugar, la nueva escuela ofrece una extensa posibilidad de colaboración benéfica y fecunda entre la familia, la Iglesia y la institución escolar. Acerca de la escuela materna, pensamos que al niño, en los años que preceden a la escuela primaria, se le debe dejar lo más posible al cuidado de la madre. Cuando ésta, sin embargo, no se encuentre en condiciones de atender personalmente en todo o en parte a la educación de sus hijos, caso bien frecuente en las actuales condiciones económicas y sociales, entonces la escuela materna, con sus métodos apropiados y con la cuidadosa selección de los maestros, está llamada a sustituir o completar de la mejor manera posible la obra de la madre. ¿Y no sería tal vez para vosotras, queridas hijas, una exquisita forma de apostolado la de adiestrar a las madres para que lleguen a ser buenas educadoras de sus hijos?

   Tened presente, finalmente, que aun los mejores programas de poco sirven si el maestro no está a la altura de su oficio, y que, por el contrario, aun con un sistema escolar defectuoso e imperfecto, un buen maestro puede obtener siempre resultados notables. En él la conciencia ético-religiosa es el primer e indispensable elemento; pero ella sola no basta. Ha de saber otras cosas y poseer otras habilidades. Por ejemplo, la vulgarización de la ciencia y las producciones de la técnica (recuérdense las películas escolares) ofrecen hoy a la escuela grandes posibilidades, pero solamente si el maestro posee amplios conocimientos y sabe usar estos medios rectamente.

   De aquí la necesidad de una adecuada preparación cultural y profesional. Para conseguirlo ha de tener cuidado el futuro maestro, durante su formación, de no perder el amor por el niño y la voluntad de dedicarse con ardor al trabajo en la escuela, trabajo aparentemente modesto, pero en realidad nobilísimo, por el alto fin a que sirve.

   Han venido estas semanas y siguen viniendo a Roma, a centenares de millares, jóvenes católicos de ambos sexos, italianos; una juventud en número tan inmenso no puede engañar. Ella se muestra verdaderamente tal cual es. Vosotros la habéis visto en las iglesias, por las calles, en las visitas de los monumentos de la Urbe, en las grandes concentraciones en la plaza de San Pedro, como una juventud genuina, alegre, franca, abierta y entusiasta de todo lo bello, todo lo grande y todo lo bueno; pero, al mismo tiempo, profundamente piadosa y llena de fe. Ahora bien, esta juventud ha pasado por vuestras escuelas; vosotros habéis sido sus coeducadores y sus coeducadoras; esa es vuestra gloria, vuestro consuelo y vuestro estímulo.

   Nos os recomendamos, queridos hijos, junto con esta magnífica juventud, al potente patrocinio de la Madre de Dios, mientras que, como prenda del amor y de la gracia de Jesucristo, os damos, con efusión de corazón, Nuestra Bendición Apostólica.

                                  Pío XII

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