Magisterio de la Iglesia
Menti Nostrae
Exhortación
Apostólica
III. REQUISITOS DE UN SANTO APOSTOLADO 64. Seguir los ejemplos del Redentor Y, del mismo modo que para alentaros a la santificación personal os hemos exhortado a reproducir en vosotros mismos como una viva imagen de Cristo, así ahora, para lograr la santidad y la santificadora eficacia de vuestro ministerio, os conjuramos una y otra vez a que sigáis siempre las huellas del Divino Redentor; el cual, lleno del Espíritu Santo, pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el demonio, porque Dios estaba con él[64]. Corroborados por el mismo Espíritu y empujados por su fuerza, vosotros podéis ejercitar un ministerio que, alimentado e inflamado por la caridad cristiana, no sólo será rico con la virtud divina, sino que podrá comunicar la misma virtud a los demás. 65. Con celo apostólico Que vuestro celo esté vivificado por aquélla caridad que todo lo soporta con ánimo sereno, que no se deja vencer por la adversidad y que abraza a todos, pobres y ricos, amigos y enemigos, fieles e infieles. Esta larga fatiga y esta cotidiana paciencia la exigen de vosotros las almas por cuya salvación tantos dolores y angustias sufrió nuestro Salvador, y con tanta paciencia que llegó a los máximos tormentos y aun a la misma muerte, porque así quiso restituirnos a la divina amistad. Es éste, lo sabéis, el mayor de los bienes. Así, pues, no os dejéis llevar de un inmoderado deseo de éxito, ni os desaniméis si, después de un asiduo trabajo, no recogéis los frutos deseados, porque uno siembra y otro recoge[65]. 66. Con benignidad compasiva Que, además, todo este vuestro celo apostólico resplandezca con una gran caridad benigna. Porque, si es necesario combatir los errores y oponerse a los vicios -deber, al que todos venimos obligados-, el ánimo del sacerdote ha de estar, sin embargo, movido siempre a la compasión: pues preciso es combatir con todas las fuerzas el error, pero amar intensamente al hermano que yerra y mediante una eficaz caridad conducirlo a la salvación. ¿Cuánto bien no han hecho, cuántas admirables obras no han llevado a cabo los santos gracias a la benignidad, y ello aun en ambientes corrompidos por la mentira y degradados por el vicio? Faltaría ciertamente a su deber quien, por complacer a los hombres, no atacase las malsanas inclinaciones, o quien se mostrare idulgente con ideas y obras no rectas de los mismos, y ello en perjuicio de la doctrina cristiana y de las buenas costumbres. Pero, cuando quedan totalmente a salvo las enseñanzas del Evangelio, cuando el que yerra se halla movido por un sincero deseo de volverse al buen camino, entonces el sacerdote acuérdese de la respuesta dada por el Divino Maestro al Príncipe de los Apóstoles, cuando éste le preguntaba cuántas veces habría de perdonar a los hermanos: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete[66]. 67. Can desinterés, a ejemplo del Apóstol Que esta actividad vuestra tenga siempre por objeto no las cosas terrenales y caducas, sino las eternas. Ideal de los sacerdotes, que aspiren a la santidad, debe ser éste: el trabajar únicamente por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Muchísimos son los sacerdotes que, aun entre las graves dificultades y angustias de nuestro tiempo, han tenido como norma los ejemplos y avisos del Apóstol de las Gentes, cuando, contentándose con un mínimum indispensable, y tan sólo buscando lo estrictamente necesario, afirmaba: Teniendo alimentos y con qué cubrirnos, contentémonos con ello[67]. 68. Los fruto por el desprendimiento Gracias a este despego de las cosas terrenales, que va unido a una gran confianza en la Providencia divina, y que Nos parece digno de la mayor alabanza, el ministerio sacerdotal ha dado a la Iglesia frutos ubérrimos de bien espiritual y aun social. 69. Perfeccionar su cultura de acuerdo con los tiempos Esta vuestra solícita actividad debe, en fin, estar iluminada con la luz de la sabiduría y de la ciencia e inflamada por la llama de la caridad. Todo el que se propone eficazmente la santificación propia y de los demás, debe estar adornado con sólida doctrina, que no solamente ha de comprender la teología, sino que también debe extenderse a los conocimientos científicos y literarios de nuestra época; y pertrechado con tales estudios, el sacerdote, como buen padre de familia, podrá sacar de su tesoro cosas nuevas y antiguas[68], de tal suerte que su ministerio sea siempre muy estimado por todos, y resulte fructuoso. Ante todo, esta vuestra actividad ministerial debe ajustarse con absoluta fidelidad a las prescripciones de esta Sede Apostólica y a las normas de los Obispos. Y nunca ocurra, amados hijos, que dejen de usarse, o por defectuosa dirección no respondan a las necesidades de los fieles, todas aquellas formas y métodos de apostolado que hoy son de tanta utilidad, especialmente en aquellas regiones donde el clero es extraordinariamente escaso. 70. Acrecentar la actividad y el celo Que cada día, pues, crezca más este vuestro celo activo, que consolide a la Iglesia de Dios, que brille ejemplar para los fieles y que constituya un firme baluarte contra el que se estrellen, inútiles, los ataques de los enemigos de Dios. 71. Los directores espirituales Y ahora deseamos que esta Nuestra apostólica Exhortación tenga un especial recuerdo para aquellos sacerdotes que, con gran humildad, pero con caridad encendida, dedican todo su empeño a procurar y a aumentar la santificación de los demás sacerdotes, ya como consejeros suyos, ya como directores espirituales, como confesores. El bien incalculable que ellos hacen a la Iglesia queda la mayor parte de las veces oculto durante toda su vida; pero un día se manifestará con toda claridad en la gloria del Rey celestial. 72. Modelo, San José Cafasso Nos, que no hace muchos años, con gran consuelo Nuestro, decretamos el máximo honor de los altares al sacerdote de Turín, José Cafasso -que en tiempos muy difíciles, según bien sabéis, fue guía espiritual, tan sabio y tan santo, de no pocos sacerdotes, que les hizo avanzar en la virtud y les hizo particularmente fecundo su sagrado ministerio-, alimentamos la plena confianza de que, por su válido patrocinio, el Divino Redentor suscite numerosos sacerdotes de igual santidad, que sepan conducirse a sí mismos y guiar a sus propios hermanos a tan excelsa perfección de vida, que todos los fieles, al contemplar sus luminosos ejemplos, se sientan interior y espontáneamente movidos a imitarlos. 3ª PARTE NORMAS PRÁCTICAS
I. INTRODUCCIÓN: ACTUALIDAD DE LAS NORMAS 73. Obediencia de unos y deserción de otros Hemos expuesto hasta ahora, en esta Nuestra Exhortación, las principales verdades y normas fundamentales sobre las que se basa el sacerdocio católico y el ejercicio de su ministerio. A estas verdades y a estas normas se conforman diligentemente en su práctica diaria todos los santos sacerdotes; pero, por lo contrario -y hemos de dolernos de ello- todos cuantos abandonaron o rehuyeron las obligaciones aceptadas en su sagrada ordenación, desgraciadamente se apartaron de aquéllas. 74. El principio fundamental: adaptarse a los nuevos tiempos Ahora bien: para que esta Nuestra paternal Exhortación sea más eficaz, estimamos oportuno indicar con mayor detalle algunas cosas que se refieren de modo peculiar a la práctica de la vida diaria. Esto es tanto más necesario cuanto que en la vida moderna se dan algunas situaciones y se presentan de modo nuevo algunas cuestiones que requieren por Nuestra parte un examen más diligente y un más atento cuidado. Queremos, por eso, exhortar a todos los sacerdotes, y de modo particular a los Obispos, a que con toda solicitud promuevan todo cuanto se crea necesario en nuestros tiempos; y que, asimismo, hagan volverse a la verdad, a la rectitud y a la virtud, todo cuanto se hubiere desviado del recto camino o, lo que fuera peor, fuese plenamente depravado. II. CUIDADO DE LA FORMACIÓN DEL CLERO 75. Unión del clero secular y regular para el bien de la Iglesia Bien sabéis cómo, después de las largas y variables alternativas de la reciente guerra, el número de los sacerdotes -así en las naciones católicas como en las tierras de misión- es plenamente insuficiente para las necesidades crecientes sin cesar. Por lo cual exhortamos a todos los sacerdotes, bien del clero diocesano, bien pertenecientes a órdenes y congregaciones religiosas, a que, apretados por los vínculos de la fraterna caridad, procedan en unión de fuerza y de voluntades hacia la meta común, que es el bien de la Iglesia, la santificación propia y la de los fieles. Todos, aun aquellos religiosos que pasan su vida escondida en el retiro y en el silencio, deben contribuir a la eficacia del apostolado sacerdotal con la oración y con el sacrificio; y, cuantos también puedan hacerlo con su actividad, lo hagan con entusiasmo y alegría. 76. Anhelo vocacional: reclutar nuevos operarios Pero es también necesario reclutar, con la ayuda de la gracia divina, otros colaboradores y compañeros en el apostolado. Llamamos especialísimamente la atención de los Ordinarios, y de cuantos tienen cura de almas, sobre este importantísimo problema, que está íntimamente unido con el porvenir de la Iglesia. Es cierto que la Iglesia no carecerá jamás de los sacerdotes necesarios a su misión; pero todos hemos de estar vigilantes, trabajar, acordándonos de aquellas palabras del Señor: La mies es mucha, pero los operarios son pocos[69], usar de toda diligencia para dar a la Iglesia numerosos y santos ministros. 77. Orar por las vocaciones Ya nuestro mismo Divino Redentor nos indica el camino más seguro para tener numerosas vocaciones: Pedid al Señor de la mies para que mande operarios a su mies[70]. Por lo tanto, mediante una oración humilde y confiada, hemos de pedirlo así a Dios. 78. Difundir la idea exacta y la estima del sacerdote por él Pero es también necesario que las almas de los que por divina vocación son llamados al estado sacerdotal sean preparadas al impulso y a la acción invisible del Espíritu Santo; y a este fin se precisa la contribución que puedan dar los padres cristianos, los párrocos, los confesores, los superiores de seminario, los sacerdotes y todos los fieles que vivamente se preocupan de las necesidades y el incremento de la Iglesia. Los ministros de Dios procuren, no sólo en la predicación y en la instrucción catequística, sino también en las conversaciones privadas, disipar los prejuicios tan difundidos contra el estado sacerdotal, mostrando su dignidad excelsa, su belleza, su necesidad y su alto mérito. Todos los padres y madres cristianos, a cualquier clase social a que pertenezcan, deben pedir a Dios con todo su fervor que les haga dignos de que, al menos uno de sus hijos, sea llamado a su servicio. Todos los cristianos, en fin, deben sentir el deber de favorecer y ayudar a todos cuantos se sienten llamados al sacerdocio. 79. Especialmente dando siempre el buen ejemplo de santidad de vida La selección de los candidatos al sacerdocio, que el Código de Derecho Canónico[71] confía y tanto les recomienda a los Pastores de almas, ha de constituir también en empeño singular de todos los sacerdotes, que no sólo deben dar humildes y generosas gracias a Dios por el don inestimable que ellos recibieron, sino que deben no tener nada por más querido y agradable que encontrar, y ayudarle por todos los medios, un sucesor entre aquellos jóvenes que sepan hallarse adornados de las dotes necesarias para tan alta dignidad. Para conseguir más eficaz éxito en ello, todo sacerdote debe esforzarse por ser y mostrarse ejemplo de vida sacerdotal que, para los jóvenes en cuya proximidad vive y en los cuales halle signos del divino llamamiento, pueda constituir un ideal que imitar. 80. Seleccionar prudentemente Esta selección vigilante y discreta hágase siempre y en todas partes, no sólo entre jóvenes que están ya en el seminario, sino aun entre quienes en otras escuelas e instituciones realizan sus estudios, y de modo particular entre los que cooperan con su ayuda a las diversas formas y empresas del apostolado. Estos, aunque lleguen al sacerdocio en edad avanzada, están con frecuencia adornados de mayores y más sólidas virtudes, porque ya hubieron de luchar con las más graves dificultades y así reforzaron su espíritu entre las agitaciones de la vida y porque, además, colaboraron ya en obras de apostolado, estrechamente relacionadas con el ministerio sacerdotal. 81. Examen de las vocaciones Pero es preciso examinar siempre con suma diligencia a cada uno de los aspirantes al sacerdocio para ver con qué intenciones y por qué causas han tomado esta resolución. De modo especial, cuando se trate de niños, es preciso indagar si están adornados de las necesarias dotes morales y físicas y si aspiran al sacerdocio únicamente por su dignidad y por la utilidad espiritual propia y ajena. 82. Cualidades físicas de los candidatos Vosotros sabéis, Venerables Hermanos, cuáles son las condiciones de idoneidad moral que la Iglesia requiere en los jóvenes que aspiran al sacerdocio, y creemos superfluo detenernos en exponer esta materia. Llamamos, en cambio, vuestra atención sobre las condiciones de idoneidad física; y esto tanto más cuanto que la reciente guerra ha dejado huellas funestas y ha perturbado en las más variadas formas a las generaciones jóvenes. Examínense, pues, con particular atención las cualidades físicas del candidato, recurriendo, si es necesario, aun al examen de un médico prudente. Con esta selección de las vocaciones hechas con celo y prudencia, confiamos Nos que por todas partes surgirá una escogida y abundante pléyade de candidatos al sacerdocio. |
NOTAS
(64) Act. 10, 38.